“Las libertades civiles están restringiéndose porque los artistas cobardes no se atreven a decir nada que pueda comprometerlos”.
Hay una escena del documental Mi vida entre las hormigas (2017), de Juan Moya y Chema Mora, en la que Jorge Martínez recuerda, en la casa de su infancia asturiana, cómo se sentaba largas horas a mirar un desteñido cuadro en el que unos gauchos asan media res. Viendo esa pintura, dice, “sentía nostalgia de un sitio sin conocerlo”. Un hombre de ningún lugar. Un culo inquieto.
Jorge Martínez, “el loco Jorge”, “Jorge Ilegal”, “el tío que pegaba las mejores hostias”, ya tiene 64 años. La edad en la que Paul McCartney se imaginaba bucólico, llevando una vida de hogar. “Yo no esperaba ni siquiera cumplir los 40; mi vida es un deporte de alto riesgo sin garantías de continuidad. Antes morir que perder la vida”, me dice, un par de años después de aquella película, y no hay demasiadas razones para no creerle.
A cuatro décadas de haberse subido al autocar del rock & roll, Jorge Ilegal es una suerte de bastión rebelde y solitario de una forma de vida y pensamiento consecuente. Ilegales, la banda que fundó en la primera mitad de los 80 y mantiene con vida y fiel a su esencia al día de hoy, en 2018 publicó Rebelión (La Casa del Misterio), un álbum de rock levantisco, mordaz y sin concesiones. Diez canciones montadas sobre guitarras filosas y letras que pegan como un fierrazo en la nuca muestran a este sexagenario y sus secuaces poniendo los puntos sobre las íes y dando cátedra, a pura actitud, a la –en términos generales– muy modosa escena del rock de la península.
Hijo de una casta de militares, de adolescente desoyó el mandato familiar y se dedicó a la guitarra, tocando profesionalmente con orquestas de música popular en clubes, bailes y fiestas patronales. Pero también estaba el rock. Tan mod como podía parecer en el norte de esa España que se desperezaba de la noche larga del franquismo, armado de su instrumento y de su inevitable stick de hockey –que llegó a ser su carta de presentación, a menudo violenta–, probó suerte, primero con Madson y luego con un efímero Los Metálicos.
La sonrisa del destino llegaría con Ilegales, banda con la que vendió cientos de miles de discos y escandalizó y cautivó en partes iguales al público. Con ellos recorrió toda España innumerables veces y cruzó el Atlántico (en Ecuador el grupo tiene una multitudinaria base de fans, y este fin de semana llegarán al Cono Sur para dar shows en Buenos Aires y Santiago), ganó dinero a espuertas e invirtió un gran porcentaje en excesos. Es, a su medida, un sobreviviente. Una cigarra entre las hormigas.
Si no luchas te matas
En “Si no luchas te matas”, la canción que abre Rebelión, planteas no morir por la patria y el rey, y que la inocencia de ayer ya no puede volver, manteniendo la vigencia de los postulados de antaño en una banda que tiene más de 35 años. Hace poco conversaba con Andrés Calamaro sobre la necesidad de los artistas de la vieja guardia de defender los principios que el rock tenía cuando era peligroso: rebeldía, sensualidad, desparpajo, humor. ¿Hay algo de eso?
La canción a la que te refieres tiene un poco de vis histórica aunque aparente ser un panfleto punk. Contradice intencionalmente al más radical himno carlista de Oriamendi. Mi bisabuelo luchó con los carlistas y creo que estaba en el bando equivocado. Suscribo lo de la defensa de esos principios que apunta Calamaro, y que ya defendían los grandes autores clásicos grecolatinos hace miles de años, y siguen vigentes en valor y sabiduría.
¿Quién debe hacerse cargo de la rebelión? ¿Contra qué, contra quién?
Si vais a montar una rebelión, contad conmigo. Hemos completado un ciclo histórico y el sistema ya no sirve, las estructuras de poder serán desmontadas y las masas se harán protagonistas de su propia historia. Esas 50 familias que gobiernan el mundo desaparecerán. Ya ha ocurrido otras veces y volverá a ocurrir. La rebelión no sólo es necesaria sino imprescindible e inevitable. Ser manso es peligroso, si no luchas te matas.
Ilegales sigue manteniéndose fiel al humor negro, a las cosas por su nombre y a un discurso nihilista y por momentos hasta cargado de cinismo. ¿Eso tiene que ver con tu forma de ser y pensar o está arraigado al sello “ilegal”, que no puede ser removido aunque cambies de pensamiento?
Ilegales es heredero de Marcial, Juvenal, Virgilio, Catulo, Quevedo... Los textos que escribo se han vuelto más urgentes por cuestiones puramente históricas, porque vivimos un momento de gran desesperanza y ya hay fronteras que estallan de hambre pura.
No voy a luchar por ti
Aunque es un rocker, no todo es rock & roll en la vida de Jorge Ilegal. En su casa conviven las guitarras –por decenas– y los soldaditos de plomo –por cientos–, y dentro de su calva cabeza habitan los grandes poetas del Siglo de Oro y los ritmos mestizos de Europa, América y África. Por 2010 reconvirtió Ilegales en Jorge y los Magníficos, un combo ampliado de sones, boleros y guarachas, de gran calidad y escaso éxito. Y todo eso sin dejar de provocar. Ya en Ilegales (Epic, 1983), su primer disco, encendía la mecha del escándalo diciendo que odiaba a los hippies y simpatizaba con los nazis –lo primero cierto, lo segundo una ironía de cabo a rabo que muchos no entendieron–, y en Rebelión volvió a desplegar un arsenal de sarcasmo y humor por momentos negrísimo para hablar del cáncer, la homosexualidad, las drogas, el alcohol, la complacencia de la sociedad y el suicidio.
¿Se ha perdido el sentido de la metáfora? ¿Moriremos de literalidad?
Buena parte de la población no posee grandes capacidades intelectuales, e incluso han existido intentos de linchamiento de actores que representaban el papel del malo en el cine o en televisión. De todas formas, hay que asumir riesgos, y reconozco que desde siempre siento un placer morboso en provocar a los idiotas.
Hace poco, en la serie Un país para escucharlo [RTVE, conducida por Ariel Rot, en la que el músico recorre las provincias de España acompañado por un artista local, y Jorge Ilegal fue anfitrión en Asturias] veía que Asturias viene dando artistas de gran valía, aunque no siempre relacionados con el rock. ¿Será que el rock, que ya tiene más de cinco décadas de vida, en breve se convertirá en un fenómeno para pocos y será desplazado por otros géneros?
Si yo hubiese guiado realmente ese programa hubiésemos visto la realidad de la música asturiana: rock y más rock, que es lo que hay en todas las zonas posindustriales del mundo. Desgraciadamente, la elección de los artistas recayó en una monja y me vi obligado a entrevistar minúsculas realidades artísticas. El rock es un ente totalitario que ha coexistido con los más abyectos tipos de música desde el principio y los ha sobrevivido. En 1957 se afirmaba que el rock desaparecería en menos de un par de años, pero los récords de este año, en afluencia de público, los tiene el rock.
En el mismo programa decías estar cansado de los artistas dóciles hacia el público (“Claro que amamos a España, claro que amamos Asturias, pero además queremos follárnosla”). ¿Quién es responsable de ese adocenamiento?
La gran mayoría de los artistas son unos hijos de puta y unos mentirosos. El rock es, entre otras cosas, un ejercicio de arrogancia; las cosas deben decirse con convicción o callarse para siempre. Ese congraciarse constantemente con las opiniones en boga para ser aceptado por la mayor parte de público posible va en detrimento de las artes y de la cultura misma. Las libertades civiles están restringiéndose porque los artistas cobardes no se atreven a decir nada que pueda comprometerlos. Los empresarios tienen menos culpa; pueden ganar o no dinero con nosotros. Ilegales, con frecuencia, es una empresa.
Se ha publicado un DVD documental sobre ti e Ilegales, y más acá en el tiempo, una biografía (Jorge Ilegal. Apóstol de tiempos salvajes. Fernando Fernández-Guerra, Ediciones Camelot, 2017). ¿Ya te sientes una suerte de leyenda? ¿Qué más se puede dar cuando te han “vuelto de bronce”?
El documental Mi vida entre las hormigas es una perfecta disección de una banda de rock. Se cuenta todo con una sinceridad aplastante, y el espectador conecta instantáneamente con ese palpitante trozo de vida. Toda esa fascinación por estas radiografías que me han hecho es, a un tiempo, una fascinación por la verdad, esa cosa tan escasa, valiosa y escondida.
Ilegales fue una respuesta regional, con un sentido local importante, a lo que conocimos como “Movida madrileña”. ¿Qué los asemejaba y qué los diferenciaba entonces y ahora del resto de las bandas españolas?
Es difícil posicionar a Ilegales dentro de cualquier movimiento porque éramos nómadas, teníamos contacto con las distintas escenas punk de Europa y, de hecho, hay quienes nos achacan el ser los verdugos de la Movida. Es cierto que nosotros éramos profesionales y sabíamos tocar, pero la gran diferencia es que Ilegales no servía a los poderes públicos para hacerse esa fotografía que les aportase un barniz de modernidad. El director de varias publicaciones especializadas comentaba hace unos meses que se escuchaban críticas a cualquier otra banda, pero que Ilegales no eran criticados por nadie. Ser valiente no es tan peligroso como ser cobarde.
La década del 90 pareció tragarse toda la actitud rockera que fermentó desde los 80. ¿Qué ocurrió desde entonces? ¿Se ha revertido?
Las bandas volvieron a no saber tocar y cantaban imbecilidades en un inglés impostado. Todo era pose pero sin fondo. Actualmente los textos vuelven a tener algún significado y se presta atención a la técnica instrumental. Creo que se advierte una clara mejora.
Con Los Magníficos pasaste a otros géneros y dejaste de lado el rock. ¿Fue por un gusto personal o en respuesta a la falta de compromiso de lo que se había convertido el mundo del rock?
Hay caminos musicales realmente interesantes aparte del rock. Teníamos la técnica, los conocimientos y los raros instrumentos para abordar el proyecto. Era nuestra obligación poner en valor todas esas músicas y construir material nuevo a partir de los viejos y valiosos moldes olvidados. Los hispanos tenemos tendencia a minusvalorar lo nuestro en favor de culturas que nos son ajenas. Lo de Los Magníficos ha sido una especie de cruzada.
¿Siguen siendo tiempos nuevos y salvajes?
Es una condena inevitable que así sea.