Hace unos días una publicidad argentina ‒que se extendió rápidamente por las redes sociales y que fue celebrada como una genialidad por unos cuantos desocupados mentales en ambas márgenes del estuario‒ daba cuenta de que Dante Robino, una bodega de Mendoza, presentaba un espumante etiquetado así: 2020 LPQTP. Para que no quedaran dudas, un spot publicitario aclaraba que LPQTP correspondía a La Puta Que Te Parió. El mal gusto evidente va de la mano con el oportunismo de los bodegueros implicados, que apelan a cualquier cosa ‒la pandemia y sus consecuencias, incluyendo el reguero de muertes‒ para vender unas botellas más de vino.
De este lado del mostrador rioplatense, los publicitarios vernáculos encargados de Yerba Canarias ya habían hecho de las suyas en una pieza en la que se desafía al año 2020, el culpable de nuestros males, asegurándole que los uruguayos no somos tibios, y por eso le daremos pelea. Una digresión: cambiando el destinatario de la compadrada chovinista –2020 por el presidente–, el spot bien podría estar firmado por la oposición al actual gobierno. Vean si no estas frases del aviso de Canarias: “Cada vez te queda menos”, “Los uruguayos no somos tibios”, “Te vamos a dar pelea”, “No dejamos ni a un compatriota atrás”... Lo que demuestra el carácter ilusorio de la publicidad.
Pero vamos a lo que importa, que es la similitud de los dos avisos al culpar al año en que vivimos por los infinitos males que padecemos. Ambas piezas publicitarias se aferran a una creencia extendida, casi un exorcismo: que la última campanada de la medianoche del 31 de diciembre arrasará mágicamente con los efectos de un annus horribilis, al decir de nuestros antepasados latinos.
Así están las cosas cuando queda poco para fin de año. El mundo entero se conduele con razón por los trescientos y pico de días de sufrimiento, y es muy probable que también en otras partes del planeta se desquiten maldiciendo al almanaque aquellos que de la noche a la mañana se encontraron con que eran vulnerables y estaban amenazados por la extinción masiva. En definitiva, nos une el espanto: la muerte extendida y metiéndose sin pedir permiso en cualquier casa.
Ya sea porque el conjuro de los maldicientes al fin y al cabo funciona, o porque las vacunas son efectivas, en algún momento la pesadilla terminará. Con el tiempo todo quedará atrás, y lo recordaremos como un mal año que nunca debió haber ocurrido. Tal vez festejemos.
Sin embargo, existen miles de compatriotas que, generación a generación, por culpa del nacimiento, vienen padeciendo sin interrupción años como este último que nos tocó vivir. Sin alertas mundiales ni alharacas oficiales, sin tapabocas ni protocolos, ellos están aquí, a la vuelta de cualquier esquina del país. No tienen siquiera la oportunidad de conseguir una vacuna capaz de revertir esa situación. Que nos hagamos los distraídos no significa que no estén.
Por una vez en la vida, y por un lapso más bien breve en relación a toda una existencia, masivamente nos hemos sentido desamparados, amenazados, vulnerables. Fuimos, por un rato, tan desposeídos como lo han sido por tanto tiempo los más olvidados entre los uruguayos. Tal vez llegamos a sentir el mismo miedo que ellos.
Por eso sería de desear que en lugar de pararnos quejosos ante el extenuado almanaque, culpable de tener impreso el 2020 maldito, lo hiciéramos ante un espejo.