El domingo 29 Tabaré Vázquez dio la penúltima puntada al bordado de su banda de estadista presidencial. Pocas veces un programa televisivo tuvo un casi debut tan oportuno como el que ocurrió con El legado. En momentos en que las noticias anunciaban un agravamiento del estado de salud de su invitado, la nueva producción de Canal 10, grabada dos semanas antes de su emisión, repasó la carrera y las luces del dos veces ex presidente.
Un Vázquez humano, físicamente frágil pero pleno de entereza, hizo gala de las virtudes que le colocaron, durante cuatro décadas, como el político reciente que mejor conectó con la sensibilidad del electorado nacional, incluso con la de aquellos que nunca lo votaron. En las últimas cuatro décadas fue la figura central del progresismo, corriente que con su acción de gobierno configuró en sus definiciones políticas. En ese sentido, el programa del domingo resultará de gran utilidad para quienes quieran confirmar, con los archivos de la historia, la tesis de que los gobiernos del Frente Amplio han sido una nueva versión del batllismo histórico.
Quizá el electorado frenteamplista de izquierda haya sentido algún escozor al escucharlo criticar el extremismo y ensalzar la socialdemocracia, aunque no podrá negar que así fueron los gobiernos que condujo. Es probable también que esa izquierda frentista le haya disculpado sin dificultad el regodeo en haber conocido a tres presidentes de Estados Unidos. Porque más allá de que pueda parecer desconectado de la tradición antiimperialista del Frente Amplio originario, fue un comentario matizado por el carisma de Vázquez. Un carisma que se sostiene, en buena medida, en su carácter de “muchacho de barrio”. Esos orígenes son los que configuran, en el sentido profundo, una vida ejemplar para el modo en que la sociedad uruguaya se autopercibe y gusta de ser percibida por el forastero.
En cuanto al formato de El legado, no se trató de un periodístico real sino de un programa homenaje. Las preguntas incómodas estuvieron ausentes por completo. Aun cuando se le pide que cuente en qué decisión pudo haberse equivocado, el planteo es tan suave y aterciopelado, deja la respuesta tan librada a la voluntad del entrevistado, que alguien que estuvo cinco años dirigiendo los destinos de la capital y diez los del país puede ejemplificar sus errores ‒sin cuestionamiento del conductor‒ con haber asfaltado una calle en lugar de iluminarla. Mucho más punzante consigo mismo que quien debía cuestionarlo, Vázquez dedicó un momento de autocrítica a la deuda de sus gobiernos en materia de vivienda.
La factura en los rubros técnicos de El legado es impecable y la puesta en escena está manejada con solvencia. Las tomas aéreas del Palacio Legislativo y la iluminación del recinto son incuestionables en su factura. En su concepción, sin embargo, peca de una solemnidad extrema. Tanto, que por momentos arriesga tocarse con el kitsch, con ese mal gusto que pretende pasar por elevado.
Más allá de lo visual, el político más importante de la posdictadura, en la que tal vez sea su última entrevista televisiva, hubiera merecido el respetuoso homenaje de la esgrima periodística.