Se repuso Como si pasara un tren en la sala La Gringa, en el corazón de la Galería de las Américas (18 de Julio 1240), o mejor dicho al fondo, y después de subir la consabida escalera, allí donde suelen ocurrir pequeños pero sostenidos éxitos de público, de esos que obligan a agregar sillas en la platea a minutos de comenzar la función, para que encima después suela terminar con la mayoría de la asistencia aplaudiendo de pie.
Mientras en 18 de Julio empieza a bullir el sábado a la noche, Fabiana Charlo, como la madre aprensiva y conservadora de un veinteañero con un retraso evidente, trata de sobreponerse a las emociones de un papel que la lleva del drama a la comedia. Los picos de intensidad son encarados con verosimilitud por Franco Rilla, como ese jovencito de provincia que sueña con viajar en tren mientras asiste a una escuela especial, demandando nuevamente del actor un personaje desbordado, pero distinto al de El loco y la camisa.
Como pivote en esa crianza pueblerina y controladora, que se resiste a la tecnología y a cualquier viso de peligro que ofrezca el mundo exterior, llega la prima de la ciudad, obligada por una estancia pensada como un castigo pero que conllevará, inevitablemente, un aprendizaje. Como ha escrito el investigador y crítico argentino Jorge Dubatti, la familia disfuncional es una “constante temática con infinitas variaciones formales y de sentido” y en este caso los primos “comparten modelos y gustos, están conectados a distancia por vasos comunicantes que los adultos no poseen”. El texto de Lorena Romanín impregna de candidez a sus criaturas, que no obstante, a base de choques generacionales, canciones de Palito Ortega y una especie de Forrest Gump entre cuatro paredes, logran dialogar con un espectador sensible a estos asuntos.
Con dirección general de Virginia Marchetti y Álvaro Correa, Como si pasara un tren va los sábados a las 22.00, en camino quizás a repetir el éxito que la pieza vivió en la sala porteña El camarín de las musas.