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Hoops, Netflix, 2020

Porque a veces sólo tenemos ganas de ver una comedia animada bastante ordinaria

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Hoops y el peor equipo de básquetbol.

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La Edad de Oro de la televisión tiene una acepción muy común: tirás una piedra y le pegás a algún drama pensado en varias temporadas, donde un protagonista imperfecto desciende a los abismos mientras sus allegados sufren las consecuencias. Desde Tony Soprano, el antihéroe (o antivillano) que todos odiamos amar (o amamos odiar), estas aventuras llegan con guiones de correctos para arriba y cautivan tanto al público como a los críticos.

Pero hay otra forma de ver lo dorado de nuestros tiempos, y es por la variedad de propuestas. Porque si hay algo sobre lo que se ha escrito mucho es sobre los gustos. Y la proliferación de plataformas en constante búsqueda de nuevos usuarios y de retener los viejos hizo que actualmente haya mucho de todo. ¿Reality shows sobre cocina? Decenas. ¿Ficciones sobre adolescencias conflictivas? Cientos. ¿Series ambientadas en el universo de Star Trek? Miles.

Y si bien es cierto que la “experiencia estética” va de la mano de libretos cuidados, altos valores de producción y una escala de valores acorde a los nuevos-buenos tiempos que corren, a veces (como decía el Joker de Heath Ledger) solamente queremos ver al mundo arder. Para eso están series como Hoops.

Esta nueva animación presentada por Netflix tiene como protagonista al entrenador de básquetbol de una secundaria en algún rincón poco popular de Estados Unidos. A su cargo se encuentra un grupo de jugadores espantosos, carentes de los mínimos conceptos del deporte que practican.

Si detrás de este producto estuviera Disney, soñaríamos con la historia de un equipo que supera todas las expectativas, clasifica a las finales en un partido increíble y pierde contra un gran rival, pero dejándolo todo en la cancha y aprendiendo la lección. Hoops es... bueno, todo lo contrario.

Lo que salió del cerebro del comediante Ben Hoffman es un catálogo de defectos de los seres humanos, la mayoría de ellos encarnados en Ben Hopkins, el entrenador de marras. Uno de esos tipos que putean a los jueces en varios idiomas y cuya jugada característica consiste en arrojarles una silla plegable.

Cuando comienza la temporada, Hopkins encuentra una mina de oro: un adolescente de más de dos metros de altura, capaz de desequilibrar un encuentro solamente por la diferencia de centímetros con cualquiera que se ponga en su camino. En ese primer episodio intentará convencerlo de unirse al team contratando a una prostituta para que tenga relaciones con él.

Sí, estamos ante “una de esas series”. Plagadas no solamente de obscenidades verbales, sino de ofensas al buen gusto. Sin llegar a los niveles, por ejemplo, de Paradise P.D., una propuesta animada de Netflix que podríamos denominar como “droga dura”.

Hoops no tiene un gran desarrollo de personajes. Irónicamente, la mayor profundidad está en el octavo de los diez episodios, cuando los personajes adultos recuerdan momentos especiales de su pasado. Ahí entenderemos un poco más la toxiquísima relación entre el entrenador Hopkins y su ex pareja, que actualmente sale con el asistente del entrenador. O la relación entre Hopkins y su padre, una antigua estrella de la NBA que con sólo existir le recuerda su perpetuo fracaso.

No parece ser lo más importante para los cerebros detrás de la serie, excepto quizás el ida y vuelta entre el protagonista y Shannon, que marca lo más parecido a un arco en esta tanda de episodios. Lo importante son los chistes, la cantidad de malas palabras y el uso de la cruda animación, también en el estilo de la mencionada Paradise P.D. y coqueteando con el de Rick and Morty.

Con un protagonista irredimible, situaciones cuestionables y un vocabulario que ofendería al más arrojado (al menos en su versión original en inglés), Hoops se presenta como una alternativa perfecta, pasajera, para esos momentos en los que no queremos ni Sopranos ni Heinsenbergs, sino solamente ver cuánto tiempo tarda un grupo de jovencitos en serrar la cabeza de un caballo. ¡Tranquilos! El caballo ya estaba muerto.

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