Un contenedor de basura, dos niños sentados en el cordón de una vereda y el pasaje de un cortejo fúnebre. “Lo hice yo. Me quedó lindo, ¿no?”, pregunta, orgullosa de su obra, la realizadora audiovisual, fotógrafa, artista plástica y docente de cine Mariana Viñoles sobre el afiche promocional de su octavo y más reciente documental, Ni siquiera las flores, convertido en pequeños souvenirs que viajan en su mochila, como el que nos regala al final de esta entrevista, sólo un rato antes de arrancar para Cinemateca.

La postal barrial dibujada a mano también se ve por la ventana de una casa de la que ya se mudó y en la que transitó los días de mayor incertidumbre de la pandemia, mientras registraba lo que sucedía.

“¿A dónde vamos?”, le pregunta uno de sus hijos, protagonistas fundamentales en el tejido de este relato de nueva normalidad. “A ninguna parte, a levantarnos para estar vestidos”, responde la madre. “¿Y por qué seguís filmando?”, inquiere el niño, atento a la cámara de permanente encendido. “Estoy investigando algo, me interesa todo el movimiento que hay alrededor del contenedor”, anuncia la realizadora mientras el film propone, entre otras cosas, acercarse a un pedazo de vida diurna del barrio La Comercial.

Mariana Viñoles puede hablar muy rápido y con contundencia y claridad episódica, tanto que por momentos da la sensación de que sus películas van más adelantadas que los acontecimientos de su propia vida, y si se trata de cine no tendrá problema en quedarse horas en la mesa de un bar a discutir sobre cualquier detalle o cosmogonía. “Yo me preparo mucho antes de cada proyecto”, remarca cuando se detiene en la notable El mundo de Carolina (2015). Antes habíamos hablado de las críticas que recibió por su ópera prima Crónica de un sueño (2005), cuando el documental autobiográfico y de cámara en mano todavía no era lo más cool de la vuelta, y luego le pregunto por otro documental que tiene casi pronto, Las demoliciones, cuya trama incluye la experiencia de vivir en un hotel (el negocio de la familia), dos crisis económicas y la vivencia repetida de un proyecto familiar desvanecido.

Después se mudó a Buenos Aires y volvió a Montevideo para llegar a tiempo al estreno de su nueva película, titulada con el nombre de una canción de Eduardo Darnauchans, aquella que dice “Nadie te esperará / nadie te mirará”.

Estudiaste cine en Bélgica, pero tu primer interés fue la fotografía.

Sí, yo sacaba fotos desde niña. Antes de irme de Melo, juntaba la plata que me daba mi padre para ir a los bailes y con eso compraba rollos y pagaba los revelados. Ayer, casualmente, estuve en una entrevista en Canal 10 y me encontré con un conocido de allá que me dijo: “Vos sos de Melo”, y era uno que trabajaba en Baby Fotos, que era la casa de fotos de la ciudad.

De ahí me hice de una cierta práctica, lo que hacía venía más de la intuición.

¿En qué momento prendiste la cámara para filmar lo que después se convirtió en Ni siquiera las flores?

Fue en un momento de la pandemia en el que parecía que los chiquilines iban a retomar las clases presenciales y de pronto todo volvió un poco a la normalidad, pero después todo volvió a caer, ¿te acordás?

Ese momento para mí fue el peor. Yo estaba viviendo sola con mis hijos. Desde que llegamos a esa casa, miraba por esa ventana.

Había puesto mi escritorio para trabajar en ese lugar y estaba todo el tiempo observando hacia afuera. También porque era lo único que podíamos observar desde el encierro. Era un poco como: “Vamos afuera”. En ese ejercicio natural empecé a darme cuenta de que pasaban cosas en esa esquina y me fue ganando el interés también desde el punto de vista fotográfico: esa casa de época, los perritos, la señora que va a tirar la basura al contenedor y la gente que va a buscar ahí algo para comer. El plus fue el cortejo fúnebre que se repetía porque muy cerca de ahí hay una casa velatoria.

Capaz que habría filmado igual la película si no hubiese habido cortejo fúnebre, pero recuerdo estar observando el momento en que pasaban esos autos y pensar: “Yo tengo que filmar”, y lo hice. Fue el gesto, que es algo que les digo a mis estudiantes cuando doy clases de cine.

Foto del artículo 'El cine hecho en casa: Mariana Viñoles estrenó su largometraje Ni siquiera las flores'

Foto: Mara Quintero

¿Cómo es eso?

Es simple pero fundamental. Por eso documentar es como un gesto físico, el gesto que tiene que estar. Es decir, una intención o algo que querés decir. Aunque no sepas qué es lo que querés decir, tiene que haber una intención de filmar algo y el gesto físico de ir a abrir el cierre del bolso donde está guardada la cámara, sacarla del bolso, abrir el trípode, poner la cámara y apretar el botón para filmar.

Da la impresión de que estás muy acostumbrada a tomar esas decisiones sin pensarlo demasiado.

Sí. De hecho, para los proyectos que siguieron un camino convencional de escritura, presentar un fondo, ganar el fondo y filmar, casi siempre voy como con retraso. Otra cosa diferente es cuando algo surge de manera más natural, como pasó en este caso.

Yo siempre voy filmando a medida que escribo, hago un proceso que es de escritura fílmica. Tengo que filmar antes de saber qué es lo que quiero hacer. Y en el caso de Ni siquiera las flores, además, no era un proceso normal, o estaba mediado por esta pandemia que no sabíamos bien cuándo iba a terminar.

Este proyecto se suma a otros en los que vos vas hacia un lugar con una forma de hacer cine poco convencional. ¿De dónde creés que surge esa elección?

Yo creo que es una película que nadie se va a fumar en una pantallita en su casa. Porque la mirás diez minutos y cerrás la pantalla. Por eso quiero que la gente vaya a verla al cine.

No es desde un lugar de soberbia ni nada parecido, que los cineastas a veces podemos tener, de que las películas se vean en el cine, que lo digo. No va por ahí. El lugar para ver esta película es el cine porque se genera algo que… pasa otra cosa. Hay algo en la cuestión de cómo pasa el tiempo a través de esa ventana y de ver la película con otras personas. En el cine funciona perfecto.

En tu tarea docente hablás mucho de “filmar lo real”. En ese contexto, ¿qué significa para vos esa idea?

Es dejar registro. O sea, volver a tu casa –o estar en tu casa, en el caso de Ni siquiera las flores–, sacar la tarjetita de memoria de la cámara, poner esa tarjeta en la computadora y ver qué ocurrió, qué quedó registrado.

Porque nosotros podemos imaginar lo real, o lo que va a pasar, o lo que pasó, pero otra cosa distinta es que al final quede registrado.

Por ejemplo, cuando venía para acá, me estaba imaginando cómo iba a ser la entrevista contigo, y vos estabas imaginando cómo iba a ser el encuentro conmigo, y lo mismo pasa cuando uno comienza a imaginar una película que quiere hacer. En mi caso, ese ejercicio es muy grande. Yo me preparo mucho íntimamente para ir a encontrar lo que sea que voy a encontrar.

Cuando me preparaba para ir a filmar El mundo de Carolina también lo hacía interiormente para estar abierta a recibir lo real, lo que tuviera por delante. Yo no sabía cómo iba a funcionar mi vínculo con Carolina, si iba a querer hablar conmigo, para empezar.

Creo que filmar lo real es aprender a convivir con lo que tenemos delante.

Gran parte de tu trabajo es especialmente autobiográfico. ¿Hasta qué punto el cine se mezcla con el resto de tu vida? ¿Eso llega a ser un problema?

El cine fue una cosa que se fue dando sola. En ese sentido, creo que el detalle más importante es que yo soy la que está detrás de la cámara filmando mis películas. De otra manera tal vez no hubiesen existido esas películas.

Pero tampoco es que yo digo “en cada película quiero estar completamente adentro”, porque hay algunas que son menos así, como El gran viaje al pequeño país (2020), y después hay otras, como Crónica de un sueño, Exiliados (2011), Ni siquiera las flores y Las demoliciones, que son más personales y en las que yo me pongo –y también pongo a mi familia– a revolver en un lugar donde otras personas deciden no revolver.

A mí el cine me ha ayudado mucho y a mi familia también. Porque mientras yo hago las películas molesto bastante, genero mucha angustia, porque nadie sabe bien qué voy a hacer.

Foto del artículo 'El cine hecho en casa: Mariana Viñoles estrenó su largometraje Ni siquiera las flores'

Foto: Mara Quintero

¿Ni siquiera las flores te ayudó a atravesar de mejor manera la pandemia?

Viste que yo también pinto, y yo pienso que sí, que las dos cosas me ayudaron: el ejercicio del arte me salvó entonces y me ha salvado muchas veces. Era una manera de saber que, a pesar de que estaba encerrada y de que tenía que cocinar y lavar, y hacer que León e Inés [sus hijos] hicieran sus tareas, yo estaba como nunca. Miraba para afuera y era como salir de la dinámica de la casa y conectarte de alguna manera con la película. Porque lo cierto es que no sabía si íbamos a tener una película, yo filmaba por la propia obsesión de dejar registro, no sabía en qué iba a derivar. Después coincidió que Guille [Madeiro] tuvo tiempo y empezamos el montaje, pero también podría haber ocurrido que yo le mostrara esto a Guille dentro de tres años.

Al principio no sabía si iba a tener un corto, una pieza audiovisual como una instalación en un museo. El volumen de lo registrado fue grande. Cuando le pasé el disco [de memoria] a Guille, vimos que había filmado 173 días. Cuando él empezó a ver todo el material me grabó un audio re lindo: “Siento algo entre mucha admiración y mucho miedo”.

Por eso la película es una construcción, un extracto de aquello que estaba en el material original. Lo que intentamos hacer cuando montamos, lo que intento como directora, más allá del trabajo de los protagonistas, es ser lo más honesta posible con lo que quedó registrado.

¿Qué devoluciones has tenido de la gente que vio la película en funciones especiales?

Que resulta muy inspiradora y emocionante. Un vecino que vivía en el piso de abajo fue a ver la película el año pasado, me abrazó y me dijo: “Me mató”. Estaba muy emocionado. Él trabaja en la caja de un comercio de venta de rulemanes, es un tipo que no va mucho al cine, mira fútbol y no tenía mucha idea del cine de autor, y le encantó.

Después, un pibe de 17 años pidió la palabra al final del preestreno y contó que era la segunda vez que veía la película. “Tengo cero recursos para poder soportar más de 30 segundos en un solo contenido audiovisual”, dijo. “La primera vez, cuando empezó la película quería matar animales y pensé: ‘¡A dónde me trajo mi madre!’, y a medida que avanzaba, por momentos me daba cuenta de que entraba como en una cosa de meditación que nunca había experimentado, fue increíble, y me decía a mí mismo: ‘Qué me está pasando que de repente estoy emocionado, contento’”.

Creo que la película es la de una madre soltera, pero no solamente. Como sea que hayas vivido la pandemia, la narrativa te deja espacio para que vuelvas un poco a revisitar la memoria, cómo fue ese tiempo, qué veías vos, y para mí ese ejercicio es hermoso si funciona.

Sabíamos que podía no haber funcionado y que fuera un bodrio, pero fue divino todo lo que nos han devuelto y es hermoso cada vez que la mostramos. Yo estoy muy contenta con la película. Tiene una pequeña exigencia para el espectador, pero yo lo recibiría como un regalo.

Ni siquiera las flores (2025), de Mariana Viñoles. En Cinemateca.