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Juan Carlos Tabío, en La Habana. Archivo, febrero del 2008

Foto: Rolando Pujol / EFE

El hombre que guionó pueblo y regaló sonrisas: Juan Carlos Tabío (1943-2021)

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Leído por Andrés Alba
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“Yo no estoy seguro de si soy un cineasta o no, sino que sencillamente soy un hombre que hasta ahora ha hecho cine”. JC Tabío en entrevista con Havana Cultura, 2009.

El 18 de enero, en La Habana, falleció Juan Carlos Tabío. Si bien fue director de muchas películas cubanas, entre las que se destacan las renombradas a nivel internacional Fresa y chocolate (1993) y Guantanamera (1995) se lo recordará siempre, fiel a sus propios dichos, como un guionista de profesión.

De hecho, esos dos films renombrados los dirigió junto con su amigo Titón –apodo del cineasta cubano Tomás Gutiérrez de Alea–, quien vivió todas las etapas del cine de la isla que sucedieron a la revolución y le confió a Tabío estas producciones que lograron que la narrativa audiovisual cubana diera el salto al circuito internacional.

Fresa y chocolate se consolidó como la única película isleña nominada a los premios Oscar como mejor título extranjero en 1994, participó en varios festivales internacionales y ganó el Goya al mejor largometraje extranjero de habla hispana en la edición de 1995.

El humor como resistencia

Luego de la caída de la Unión Soviética, Cuba atravesó años de crisis intensa –el llamado “período especial”–, y entonces el cine nacional, además de perder una gran cantidad de apoyo económico, cambió la dirección de su mirada: ya no tenía sentido seguir narrando únicamente la victoria revolucionaria, sino que era hora de retratar la complejidad del pueblo cubano desde las vivencias íntimas, cotidianas.

Así fue como en los años 80 los cineastas desplegaron una artillería de recursos narrativos que no solamente conformaron una libertad creadora a nivel experimental, sino que también estrecharon el vínculo entre las películas y los espectadores. En ese contexto se sitúa la obra de Tabío.

Cuando se ve una de sus películas se respiran muchas cosas: enredo, familia, la vida en la calle, en el trabajo, en la casa. Se respira ternura tanto en los encuentros como en los desencuentros amorosos. En definitiva, son películas que hablan de las costumbres, historias que retratan personajes que perfectamente podrían existir entre los habitantes de cualquier parte de Cuba, e incluso de varias partes de América Latina. Pero entre todo ese clima lo que se expresa es la comedia. No caben dudas de que estamos despidiendo a uno de los mayores creadores de risas en el cine caribeño.

De casualidad, amar al cine

En toda la filmografía de Tabío la relación entre cine y vida como parte de una misma realidad es constante. La ficción existe, claro, porque él le dedicaba su tiempo completo a crearla en el acto de guionar. Sin embargo, en varios de sus títulos, en paralelo a la trama central, se imprime uno de los sellos más distinguidos de su narrativa: el juego del metalenguaje, el antojo imperioso de romper con la llamada cuarta pared.

En su largometraje ¡Plaff! o demasiado miedo a la vida (1988) comienza directamente con un plano al revés y la voz de un proyeccionista que dice que va a cambiar al segundo rollo y, por lo tanto, da comienzo a una película que arranca empezada desde su origen como guion.

Su segundo título, el cortometraje Dolly Back (1987), consiste en un plano secuencia de diez minutos construido efectivamente con el recurso de un dolly back, es decir, una cámara que constantemente va hacia atrás, dando espacio a situaciones que permanentemente se nos presentan como un engaño, en las que creemos estar viendo una secuencia de ficción pero luego una voz grita: “¡Corte!” y volvemos a estar en la filmación dentro de otra filmación, y así sucesivamente. ¿Cuántas veces puede sorprendernos el mismo recurso? Tabío, sin dejar de hacernos reír, demuestra que infinitas.

La identidad nacional es una representación de infinitas subjetividades

El comienzo de Tabío en el cine fue una casualidad. Lo expulsaron de su beca para estudiar servicios diplomáticos, y una amiga de su familia que trabajaba como jefa de despacho en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) le consiguió trabajo allí. Fue una suerte para el mundo, porque además de construir relatos picarescos y comedias de enredos, y de dedicar siempre un poquito de sus películas al amor por el acto de hacer cine como una extensión de la vida, Tabío nos deja una mirada profunda sobre el hombre que vivió el honor y las consecuencias de uno de los hitos más grandes de la historia: la Revolución cubana.

Los soldados de esa revolución no sólo fueron los que pelearon, sino también los que se quedaron viviendo y defendiendo su tierra por décadas. Hombres y mujeres encarnados en personajes que dijeron que sí, que una persona puede tenerle mucho miedo a la vida como Concha en ¡Plaf! y que la superstición es lo único que puede defenderlas. Que crecer en representación es para un pueblo una necesidad, como en El elefante y la bicicleta (1994), y que también el desarraigo puede ser una consecuencia de la lucha, como en Aunque estés lejos (2003). Que es posible el terror de Diego y David en Fresa y chocolate por no ser aceptados en una sociedad machista debido a su romance, y la propia contradicción de que su romance no sea lo más importante:

Diego: –Soy un hombre que le gustan los hombres y soy perfectamente normal.

David: –Sí, pero tú no eres revolucionario.

Sobre la aceptación de esta historia de amor entre varones por el público cubano, Tabío expresó defendiendo a su pueblo en una entrevista que le realizaron en Havana Cultura en 2009: “Los esquemas son peligrosos porque son parte de la mentira, y el ser humano es mucho más complejo de lo que uno puede pensar en un principio”, dijo, y también dejó claro que “hacer una película es como llenar un barco de amigos, y el cine es siempre un acto colectivo”.

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