Dos personas mayores se cruzan cada jueves de tarde en el salón comunal de un pueblo. Necesitan acomodar el lugar para que una de ellas dé sus clases de zumba, y ese intercambio se vuelve una tabla de salvación para ambas. La clave de cada encuentro son las sillas y la mesa, que deben ser corridas; el proceso da lugar a una charla algo formal, que a su vez es un indicador de que los personajes no tienen, aparentemente, nada en común, excepto en ese momento. Él es viudo y es el presidente de la comisión de fomento del pueblo, actividad que lleva a cabo como si fuera un acto imprescindible, capaz de transformar la vida de las personas, aunque sus máximos logros parecen reducirse a cortar el pasto y arreglar la fuente de la plaza. Ella es Marga, la profesora de zumba, que vive cada día con un entusiasmo lleno de esperanzas.
Nos cuentan una historia simple en la que, aparentemente, no sucede nada, pero de a poco se va revelando, en esos encuentros, la soledad de los personajes. Una soledad disfrazada de las actividades que desarrollan dentro del centro comunal: lo que cada uno de ellos hace allí define su rol en escena. Marga baila, y sus movimientos son los deseos de que algo pueda suceder. Intenta mostrarse siempre alegre, divertida y más sociable. Se percibe en su cuerpo una tensión entre la edad que tiene y la insistencia vital, que la vuelve más liviana. Margarita Musto compone este personaje con una sutileza que va cobrando una potente densidad a lo largo de la obra. Él, por su parte, es un hombre rígido y ampuloso, definido por reglas que parecen inmutables. El actor, José Luis Morales, tiene un consciente manejo de su columna, a través de la cual construye a este personaje que impone una concepción del mundo conservadora. Su marco teórico le impide ver hasta qué punto sus acciones levantan muros para separar distintos “tipos humanos” de acuerdo a parámetros elitistas. En definitiva, él quiere “limpiar” la zona en la que vive, alejar el peligro que representan otros. Ha trabajado para que todos aquellos infractores, sin importar la edad, queden fuera del límite del pueblo. El sistema encierra a los delincuentes pobres, claro, porque es importante aislarlos en una institución que los mantenga alejados de las “personas de bien”, para que estas vivan en un mundo ficticio en el que sólo existen lo bello y lo bueno, de acuerdo a sus conceptos.
Cuando se encuentra con Marga, las conversaciones comunes van dejando espacio al descubrimiento de dos personas que provienen de universos distintos y que tienen distintas concepciones de la vida. Ella parece ser más sencilla que él y, sin embargo, posee una visión del mundo más crítica, lo que le permite poner contra las cuerdas a Luis, enfrentándolo a su perspectiva clasista. El contraste entre ambos personajes enriquece la pieza, ya que a través de los diálogos se puede percibir un sutil duelo, delicadamente tejido. En la medida en que se exponen los prejuicios de Luis, también surge una Marga con un discurso más complejo, hasta el punto en que el enfrentamiento se vuelve ideológico cuando ella debe explicarle cuáles son las bases históricas de la relación entre pobreza y delincuencia.
Así, en este proceso, la vida de ambos cambia. El tiempo definido por la soledad se va transformando en el ansiado ritual de los jueves. Ese día, en ese lugar, como una cita no dicha, se esperan. Los personajes, entonces, van cobrando otro impulso, se vuelven más vitales porque existen para alguien.
La puesta en escena está pensada en función de los días de encuentro, por lo tanto, la mecánica de armar y desarmar marca el tiempo que pasa y, a través de él, la transformación del vínculo.
Si bien los personajes son mayores, la trama no está definida por el tema del envejecimiento. La dramaturgia, simple, propone una dimensión menos obvia, ya que en este caso la edad sirve para justificar el proceso por el cual se van descubriendo mutuamente. Los personajes están definidos por lo que piensan y por lo que hacen, no por sus edades.
La obra tiene la capacidad de ir atrapando la atención del espectador casi sin que se dé cuenta. Una situación cotidiana, que sucede en un salón comunal de un pueblo, es capaz de mostrar en qué medida los problemas sociales están sostenidos por ideas que a veces parecen simples, pero que levantan muros al imponer concepciones reduccionistas del bien y el mal.
La mesa. De Stewart Pringle. Dirigida por María Varela. Con Margarita Musto y José Luis Morales. Teatro del Anglo. Sábados a las 21.00 y domingos a las 19.00.