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Bob Dylan, durante la 21ª edición del festival de música Vieilles Charrues en Carhaix-Plouguer, en Francia (archivo, julio de 2012). Foto: Fred Tanneau, AFP

El foco en Dylan: los documentales sobre el cantautor estadounidense, que cumplió 80 años

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“¿Que me contradigo? / Sí, me contradigo. ¿Y qué? / (Yo soy inmenso... / contengo multitudes)”, dicen unos famosísimos versos de Walt Whitman, el poeta estadounidense que se volvió una obsesión para su compatriota Robert Allen Zimmerman, mejor conocido como Bob Dylan. A su último disco, Rough and Rowdy Ways (2020), el cantautor nacido en Duluth (Minnesota) decidió empezarlo con una canción titulada “I Contain Multitudes”, donde, con su estilo sardónico y lleno de referencias culturales, confiesa que puede ser casi todo, pero nunca nada.

“Soy como Ana Frank, soy como Indiana Jones / y como los chicos malos británicos, / los Rolling Stones. / Voy derecho al borde, directo al final, / voy adonde las cosas perdidas / se vuelven a arreglar. / Canto las canciones de la experiencia como William Blake, / no tengo disculpas que pedir. / Todo fluye al mismo tiempo, / vivo en el Bulevar del Crimen, / manejo autos rápidos y como comida rápida, / contengo multitudes”.

El Dylan judío, el Dylan cristiano, el Dylan folk, el Dylan rockero: todos cumplieron años el lunes 24 de mayo, nada menos que 80, y siguen en plena actividad –en cuanto a las grabaciones, porque, como se sabe, lo de subirse a un escenario está complicado en estos tiempos pandémicos–. Las múltiples personalidades de Dylan atraviesan los casi 40 discos de estudio que lleva grabados, que lo convierten no sólo en uno de los más importantes e influyentes cantautores anglosajones, sino que también lo colocan en el podio de los más prolíficos. Calidad y cantidad.

Ya desde muy temprano en su carrera musical, siendo un veinteañero, Dylan atrajo sobrado interés como para filmar documentales que lo tengan como protagonista. Una forma de ir hacia adentro de su música, pero también para tratar de viajar más allá, desentrañar el mito y hacer una biopsia de todos los organismos que componen sus multitudes. Su onomástico redondo es una buena excusa para repasarlos.

No mires atrás

El primer documental sobre el bardo de Duluth vio la luz en 1967 y es el más clásico: Dont Look Back, dirigido por DA Pennebaker. Es una película documental en el sentido más lineal del concepto, ya que muestra una gira del cantautor por Inglaterra entre marzo y mayo de 1965, sin ningún tipo de intervención más que la de la cámara que lo sigue a todos lados –es decir, no hay narraciones con voces en off ni material de archivo, ni entrevistas ni mucho menos–. En aquella época Dylan todavía era aquel cantante folk que viajaba con su compinche –musical y amorosa– Joan Baez y se subía al escenario con nada más que su guitarra, su armónica y su alma.

Pero los tiempos estaban cambiando y más temprano que tarde se alejaría del estereotipo de cantante de protesta. Al iniciar esa gira por Inglaterra recién había editado el disco Bringing It All Back Home (1965), que incluía una primera mitad eléctrica, arrancando con “Subterranean Homesick Blues”, que también abre el documental, en una famosa escena en la que Dylan, para marearnos, muestra carteles con palabras sueltas de la canción.

Si bien Dont Look Back contiene varios pasajes con Dylan arriba del escenario –destacándose algunas tomas del final, en el Royal Albert Hall de Londres–, la mayoría del material fue tomado fuera de él, y resulta lo más interesante: nos muestran la intimidad del cantautor, tanto con los suyos como con los ajenos, viajando, ensayando y discutiendo. Un Dylan cerca de cumplir los 24 que ya andaba por la vida con un ego interesante, repartiendo dardos altaneros en forma de ácidas palabras.

“¿En qué va a cambiar mi vida si te conozco? Decime qué ganaré”, le pregunta Dylan a un pobre estudiante de ciencias británico que quería conocerlo, en una de las escenas más conocidas del documental. Son varios minutos incómodos en los que vemos al cantautor antes de salir a escena, con la guitarra colgada, calentando las manos acariciando acordes, mientras por deporte atormenta y humilla a su interlocutor de turno, por momentos con una amplia sonrisa en el rostro, disfrutando.

Otra parte famosa del documental es cuando el que recibe los dardos de Dylan es un periodista de la revista estadounidense Time, también en el camarín, antes de un concierto: “No hablaré luego con usted, no tengo nada que decir sobre mis letras. Las escribo y punto. No tengo nada que decir de ellas, no hay un gran mensaje [...]. No creo que sea un cantante folk. Seguramente usted me llame así, pero la gente sabe quién soy, porque compran mis discos, me escuchan y no leen la revista Time”.

Dont Look Back fue pionero en mostrar escenas que luego poblarían todo documental sobre cualquier estrella cercana o metida de lleno en el rock, de supuesto desmadre o discusiones bizantinas sobre nimiedades infinitas. Dylan se pone como loco porque en medio de una juntada de copas y música alguien tiró un vaso por la ventana y un viejo les cayó a quejarse. La semilla de situaciones que luego se verían en falsos documentales llenos de humor, como el genial This Is Spinal Tap (1984, Rob Reiner), se plantó ahí (Dont Look Back es uno de los documentales de Dylan que está disponible en la más amplia variedad de formatos físicos, con ediciones en DVD, Blu-ray y afines).

Caravana

Todo lo contrario ocurre con Eat the Document, que se estrenó en 1972 y hasta ahora sigue sin editarse en formatos hogareños (también filmado por Pennebaker, pero dirigido por el músico). Allí se documenta parte de una gira más amplia por Reino Unido, en 1966, con la banda The Hawks (la primigenia The Band), y aparece uno de los hechos fundacionales de la mitología de Dylan: cuando en medio del repertorio eléctrico, en un concierto en Manchester, alguien del público le gritó “¡Judas!”. El registro de aquella noche y ese episodio quedó inmortalizado en el disco doble The Bootleg Series Vol. 4 Live 1966, “The Royal Albert Hall” Concert (editado oficialmente en 1998). En ese álbum se comprueba cómo después del grito, Dylan y su banda arremeten con “Like a Rolling Stone” con toda la furia, como una pulsión de vida, en un estallido rítmico y sonoro.

Dylan paró de girar en 1966, luego de un accidente de moto. Esa primera etapa, de la protesta folk al rock sin concesiones (nunca viene mal recordar que la letra de “Like a Rolling Stone” rompió con cualquier canon de música pop radiable de la época), fue abarcada por el maestro y gran melómano Martin Scorsese en No Direction Home (2005): tres horas y media de las que no sobra ni medio minuto. Por desgracia, actualmente no se puede ver online –aunque sí en todos los formatos físicos posibles–, pero el que sí está disponible por streaming –en Netflix– es el segundo plato dylanero que preparó el veterano director: Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story by Martin Scorsese (2019).

Firma en la pintura "Woman in Red Lion Pub" de Bob Dylan, como parte de la exhibición "The Drawn Blank Series", en el Ross Galería Art Group, en Nueva York. Foto: Stand Honda, AFP

Foto: Staff, AFP

Luego de aquel corte abrupto de giras en 1966, Dylan volvió al ruedo recién en 1974 –pero no dejó de grabar y editar discos–, nada menos que con sus viejos colegas de The Band, en un tour que luego vio la luz en el disco doble Before the Flood (1974), de lo mejor del cantautor en vivo. Un año después, en 1975, cuando se terminaba de morir el sueño de guerra americano en Vietnam y Richard Nixon ya había sacado su ropa de la Casa Blanca, Dylan pateó el tablero y armó la gira Rolling Thunder Revue. Fue una especie de caravana itinerante con tintes circenses, a la que sumó a medio mundo, como Joan Baez y Ramblin’ Jack Elliott, y varios de los músicos que participaron en las sesiones de su más reciente disco en ese momento, Desire (1976), como la violinista Scarlet Rivera.

A veces se sumaban artistas a tramos particulares, como fue el caso de Patti Smith, que recién estaba por editar su primer álbum, y Joni Mitchell, que escuchó música, entró y se quedó para la segunda mitad de la gira. Lo de caravana era literal, en todos los sentidos, también en el que en Uruguay no se usa mucho, de “casa rodante”, ya que los músicos se trasladaban en una de esas, que a veces era manejada por el mismísimo Dylan –aunque, como todo, capaz que era sólo para la cámara–. Los conciertos de esa gira se daban en recintos medianos y a veces en lugares chicos y con público muy diverso. La caravana contó también con la presencia estelar del poeta y escritor beat Allen Ginsberg (sí, aquel de “vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura”), que se mandaba una performance antes de la música.

Lo que sonó la banda de Dylan en esa gira ya está escrito por todos lados, por eso las grabaciones piratas de aquellos conciertos siempre fueron muy codiciadas –en 1976 salió un disco de esa gira, Hard Rain, pero es corto y no le hace justicia–. Fue así que recién en 2002 se editó oficialmente, como el quinto volumen de los famosos The Bootleg Series, el disco doble Bob Dylan Live 1975, The Rolling Thunder Revue. Y fue recién en 2019 que Dylan puso toda la carne en el asador y lanzó una colección de 14 discos con registros en vivo de aquella gira para coincidir con el documental de Netflix de Scorsese.

La película muestra entrevistas contemporáneas a varias figuras de aquella gira, empezando por Dylan, claro está, que le puso las mismas pocas ganas de siempre para contestar preguntas, con idéntica sonrisa irónica y picardía en sus ojos al decir, por ejemplo, que no se acuerda nada de la Rolling Thunder Revue, porque fue hace más de 40 años, antes de que él naciera –típica hipérbole dylanera–. Pero, por suerte, está el material de archivo para que veamos al Dylan que probablemente estuvo en mejor forma en el escenario, en todo sentido, más suelto que nunca –incluso, por momentos, sin guitarra, dedicándose sólo a cantar, tocar la armónica y arengar a sus músicos–.

Mentiras mentirosas

Si bien aquí hay entretelones, como en todo buen documental, al contrario de lo que sucede en Dont Look Back, quizás lo más interesante son justamente las partes del registro arriba del escenario. En particular, porque el trabajo de remasterización del audio y del video –en alta definición– es glorioso –parece filmado anteayer– y hasta suena mejor que aquel registro en CD de 2002. El documental dura más de dos horas, por lo que hubo espacio para dejar casi completas varias de las interpretaciones de algunas canciones, en especial las del disco Desire, que son bastante largas.

Por ejemplo, una versión más cruda y visceral –en definitiva, rockera– de “Isis”, la segunda de aquel disco. Pero la que se roba todas las miradas y oídos es la interpretación de “Hurricane”, una de las más grandes canciones de Dylan: ocho minutos y medio en los que narra el devenir del boxeador negro Rubin Hurricane Carter, que fue condenado por un triple homicidio que no cometió, en un juicio más que sospechoso, lleno de irregularidades. La canción es la que abre Desire, y cuando la tocaba en la Rolling Thunder Revue, Dylan todavía estaba en tires y aflojes con los capos de su sello discográfico para poder editarla sin censuras –gracias al material de archivo, nos metemos brevemente en la oficina donde se discutió el asunto–, porque es una canción de protesta con nombres y apellidos.

Otra de las razones por las que resulta más interesante la parte estrictamente musical es porque una buena dosis del material actual, de las entrevistas, es ficcionado, por lo que estrictamente es un pseudocumental, que pasa por bueno porque eso de la ficción Scorsese lo maneja bastante bien –además, nunca se hace explícito que hay “inventos”; si pasa, pasa–.

Aparecen dando testimonio un supuesto congresista, y un tal Stefan van Dorp, que alega haber dirigió el material original de la gira, entre otros “farsantes”, pero no son más que licencias artísticas para darle color y enmascarar todo eso que el cantautor dice que no recuerda o no quiere hacerlo –no se precisa ser semiólogo de los gestos para notar que hay algo raro cuando en la mayor parte de las entrevistas actuales Dylan no mira ni al entrevistador ni a la cámara–.

La frutilla de la torta inventada es el testimonio de Sharon Stone –sí, la actriz, que el viejo Martin supo dirigir en esa épica película de la mafia moderna llamada Casino, de 1995–. La blonda cuenta un hilo colorido de anécdotas, pero basta con hacer un par de cálculos de edades para comprobar que son inverosímiles y falsas (además, si fueran verdaderas, serían ilegales en los 50 estados...).

Gracias a que llegó a las ocho décadas, la semana que pasó se llenó de notas, homenajes y comentarios sobre Dylan. Por allí pulularon las referencias a su amable y utópica canción “Forever Young”. Pero quizás sería mejor recordar aquellos versos de “It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)”, tan legendarios como los mejores de Whitman, que nos disparan en la cara una verdad simple y arrolladora: “El que no está ocupado naciendo / está ocupado muriendo”.

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