Entre documentales de fauna, filmaciones “por motivos científicos” y reportajes de prensa, Marcelo Casacuberta estrenó el martes pasado una exposición en la galería de YouTube del Museo Figari, que cuando las condiciones sanitarias lo permitan será montada para ser visitada presencialmente.
“La mitad de mi vida son proyectos anticipables, la otra mitad va surgiendo sobre la marcha”, dice el fotógrafo y colaborador de Lento. Frente a ese ordenamiento, Nocturno podría asignarse al primer grupo, ya que la cacería de imágenes comenzó hace 12 años.
“Es un trabajo a lo largo del tiempo y mi sensación es que se va a mantener por el resto de mi vida, que lo voy a ir profundizando o expandiendo. Ha tenido alguna versión impresa, en el viejo local del Centro de Fotografía, en el túnel de la calle San José, y seguramente haya diferentes plataformas. Surgió la oportunidad de hacer esto como un formato aplicable al momento de pandemia: una exposición que mientras tanto pueda funcionar a nivel web como un archivo que se puede mirar como un video. Esto en vivo es fácil porque implica poner un cañón contra una pared, una pantalla y un parlante donde se reproduce la música, y simplemente ir haciendo la proyección, que se va renovando como un loop. Eso le da movilidad con un mínimo de gasto en un momento incierto; impresión, enmarcado, todo eso, suponía una alta inversión”, apunta el artista, que ya había utilizado el formato y lo retoma en modo emergencia.
La música fue compuesta a medias con su hermano Gabriel Casacuberta, integrante de Bajofondo: “Él hizo una base original a la cual le agregué partes tocadas muy torpemente por mí y sonidos de calle, de gente, de viento, de cafés, de boliches, de tango, como sonidos incidentales, que más o menos va acompañando. No es mi idea que cuando aparezca la foto de un bar haya sonido de bar, trato de no ser tan lineal”. La intención es que eventualmente Nocturno se convierta en un libro de fotografías de autor, “una quimera en Uruguay, pero vamos a ver qué pasa”.
Ánimo crepuscular
Pablo Thiago Rocca, director del museo, escribió acerca de esta muestra, que integra la octava edición del ciclo Contactos, que busca establecer vínculos entre la obra de Pedro Figari, quien no dejó discípulos, y producciones artísticas contemporáneas. En este caso las “nocturnidades” de un período de sus pinturas, justo un siglo atrás, y esta construcción de un lenguaje personal por parte de Casacuberta “se enriquecen en un contrapunto de incertidumbres, ensoñaciones y épocas distantes pero hermanadas por una misma sensación de misterio”.
Casacuberta, a su vez, admite esta afinidad: “Yo no conocía esos cuadros nocturnos de Figari, sí los que todos conocemos, donde también hay unos nocturnos de caballos despegando al lado de un ombú, con la luna. Pero hay unos cuadros previos, de escenas callejeras, donde me dio la impresión de que Figari buscaba retratar no una actividad, no la esquina, sino la atmósfera lumínica que se desprende”.
Rocca condensa de esta forma la secuencia de medio centenar de fotografías, imágenes crepusculares o de la madrugada: “Las luces de la ciudad, las parejas que se abrazan, las tiendas de flores, los parques de diversiones, los insectos que llevan una vida en paralelo a la nuestra, los animales domésticos en su particular mundo interior, la niebla, los árboles en penumbra, la habitación del solitario, las calles frías, los juegos, el tango: en la diversa intersección de ‘reinos’ –mineral, vegetal, animal y humano– apreciamos la noche en toda su potencia dinámica y vivificante”.
¿Qué fomenta este horario en el observador? ¿Qué busca registrar? “Para mí la franja de la noche es más recreativa, más lúdica, más sensual en el sentido sensorial”, explica Casacuberta. “Hay gente que trabaja, pero no es una franja tan laboral. Es más suelta, más libre, es más de recreación, de sentarse a tomar una cerveza, de pensar, de hablar, de sexo cuando los niños se duermen, de cine, de música, de bohemia. Es un momento más simbólico, más metafórico. No se ilumina todo; no está el sol, que te muestra hasta el último rincón. Está segmentada la luz, resaltan algunas personas y algunos rincones, otros quedan opacos. Entonces se da una cosa teatral, más de clima”.
Vale preguntarse si en el arco temporal que abarca el proyecto la luz de Montevideo cambió. Casacuberta piensa que se ha diversificado el espectro: “Capaz que hace 15 años había tungsteno, o sea, luces naranjas y poco más, y ahora hay mucho halógeno, tubos lux verdes, azules y violetas, leds blancuzcos, cortinas de bombitas de colores iluminando boliches. Se puede haber ampliado el espectro de los colores, pero el ánimo de la noche básicamente es el mismo, se ilumine con farol a mercurio o con luz blanca de halógeno. Es esa luz del mundo de lo posible y no tanto de lo real de la luz diurna, del trabajo, de las oficinas, de los trámites. A esa luz yo la asocio con el ‘tengo que’. No es que de día no se pueda disfrutar, pero hay actividades más acotadas, todos vamos a saber más o menos qué vamos a hacer durante el día; lo que va a pasar durante la noche siempre es un territorio un poco más abierto, flexible, imprevisible por momentos. Entonces, en ese espíritu de la noche es donde busco bucear, a través del ánimo, no de la actividad. No quiero sacar a un tipo tocando la guitarra o a una mujer bailando; no es lo que se hace de noche, sino el ánimo que se despierta”.