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Aguante portuñol: sobre Naunsó lápis de labio mastó nas boca, el disco póstumo de Chito de Mello

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“Yo no canto folclore, yo canto canto popular. Yo no tengo prejuicios de ritmos, tengo prejuicio de pavadas. Si un tango es una pavada, no lo canto, y si una milonga es una pavada, tampoco la canto, y de repente puedo cantar una cumbia si tiene fundamento”, decía Chito de Mello en el programa Los Informantes, de TV Ciudad, en 2011 y en una de sus contadas apariciones mediáticas y capitalinas.

Eugenio de Mello nació el 5 de julio de 1947 en Yaguarí, sexta sección de Rivera, pero se crio en el barrio orillero Insausti de la capital departamental. Desde joven anduvo entreverado en las cuerdas de una guitarra y, entre otros proyectos, formó parte de la peña de Gabino Sosa. Anarco y admirador del payador Carlos Molina, solía reivindicar su pertenencia al bagazo ‒el pueblo o proletariado‒. Recién en 2002 y gracias a un amigo que pagó la grabación, editó su primer álbum, el paradigmático Rompidioma. A decir del músico y coterráneo Santiago Guidotti, “un disco insular que abrevaba en las tradiciones más antiguas dándole aire fresco a un género polvoriento y casi agotado. Canto de protesta, honesto, creativo, vernáculo, comprometido y con humor”. Luego vinieron otros seis discos inéditos ‒entre ellos Misturado, de 2016, editado por Ayuí Tacuabé‒, además de una recopilación y un cancionero. La muerte lo encontró en abril de 2020 con un nuevo material ya grabado y bautizado Naunsó lápis de labio mastó nas boca.

No soy lápiz labial pero estoy en las bocas, asegura De Mello desde el título de este CD editado recientemente de manera independiente y gracias al trabajo de amigos y colegas cercanos. Entre ellos, Fran de Souza, músico de larga trayectoria en el ambiente rockero fronterizo, se encargó de la mayor parte del registro y de mezclar el material. En 2019, Chito “no sabía dónde grabar porque no quería hacerlo en determinado estudio por razones muy ‘chitomelescas’, y el otro estudio que había en la vuelta estaba muy arriba de su presupuesto”, así que De Souza le ofreció hacerlo en su casa. Bastaron dos sesiones de grabación, la mayoría de las canciones registradas en primera toma y no más de tres o cuatro cuando los factores externos dificultaron el trabajo: “En el piso de arriba tenía un vecino fiestero de lunes a lunes, y por momentos se filtraba mucho alguna voz, pasos o sonido de música; no mucho, pero prestando atención se notaba. Entonces, la estrategia fue usar la guitarra por línea como pista principal y usar la grabación con micrófono con un volumen menor para darle un poco más de calidez al sonido”.

Todas las canciones son de su autoría, excepto “Voy”, que pertenece a la banda Trabuco Naranjero, de la que Fran de Souza formó parte y que lideró desde fines del siglo pasado hasta entrados los 2000. “Él ya había escuchado nuestra canción ‘Aguante Portuñol’ y me dijo que le gustaba, que le gustaba más juntarse con los rockeros que con los folcloristas y que las letras del rock en ese momento estaban mucho más comprometidas que las de sus colegas. [...] La relación de Chito con la tribu del rocanrol empezó con Trabuco Naranjero, pero siguió con la gente de las demás bandas y del público también; era muy común verlo en los toques”.

En Naunsó lápis de labio mastó nas boca De Mello explora sus tópicos de siempre. Ahí están la reivindicación del portuñol y la exploración poética del dialecto en “Shote doble Chapa” o “Vamulá”, la evocación de Rivera pero sin pretensiones de postal en “Que tempo u tempo daquele tempo!” y “Mi Rivera de Ayer”, y el oficio de cantor y sus aristas éticas en “Cantores de fantasía” y “Da frontera”. Se vale de un variado repertorio de ritmos y modos folclóricos que domina con personalidad: chotis, chamarra, chacarera, milonga, samba, vals. Además, incluye dos recitados: uno dedicado al poeta Serafín J García y el bellísimo “No se compra poesía en la farmacia”, interpretado por el escritor artiguense Fabián Severo, quien junto al baterista Antonio de la Peña y el guitarrista Mario Rodríguez Lagreca aparecen como invitados.

“Chito era un cantor popular que vivía humildemente de su música, juntaba los pesos para grabar, luego para hacer las copias, y andaba siempre con la chismosa llena de discos que repartía en los quioscos y almacenes para vender”, cuenta De Souza. Esa actitud punk atraviesa todo su accionar artístico, desde la manera de grabar ‒su primer disco fue registrado en 45 minutos‒ hasta la distribución y la disposición siempre solidaria de su canto. Sin embargo, aunque sus canciones suenen crudas y anden livianas de ropaje, no hay liviandad en la composición; hay un respeto estricto por las estructuras y un notorio conocimiento de los ingredientes que usa en cada caso, al punto de que puede diferenciar entre una chamarra, un aire de chamarra o una chamarra polca. La frontera también late en su guitarra, parte de modismos criollos pero vuela con la rítmica abrasilada de su mano derecha.

“Purisso is queu gavo iste dialeto / con un mensaje profundo y llano / Reivindicando el verbo del pueblo / fronterizamente intreverado”, canta en “Este dialeto”. La lírica demellense es cosa seria, directa y comprometida en forma y contenido, pero no panfletaria. Para Fabián Severo, “hay una originalidad, una autenticidad en el trabajo del Chito que yo no la había visto en la gente de la frontera, que yo no la conocía. Es decir, buscar su propia voz, su propia estética, con un trabajo importantísimo en el uso del lenguaje. A veces, uno está tan habituado a ver en el canto popular, en el canto ese festivalero, una hegemonía repetida de voces... Podría sacar a uno y poner a otro y no te das cuenta de la diferencia, porque todos cantan igual y lo mismo, con las mismas imágenes; entonces, claro, encontrás un Chito allá en Rivera y vos decís: ¿qué es esto? Un tipo que hace décadas venía trabajando en la búsqueda de esa voz propia, esa voz fronteriza”.

Aunque sus letras vayan al choque, esconden siempre un buen artilugio lúdico, ya sea en las formas de rimar, en los recursos poéticos que utiliza, o en el yeito de sus cuartetas, terreno que lo emparenta con artistas tan disímiles como Marcos Velásquez y Franny Glass. Por ejemplo, en la milonga “Cantores de fantasía”, a falta de estribillo, utiliza la repetición de los últimos dos versos de cada estrofa, lo que facilita la complicidad del receptor desde la primera escucha: “Hay en mi tierra, señores / en mi tierra, ¡quién diría! / pobres cantores sin alma / cantores de fantasía / No le cantan al obrero / prefieren otras poesías / pobres cantores sin alma / cantores de fantasía”.

El disco póstumo de Chito de Mello circula fiel a su estilo de edición “pirata de autor”. No se encuentra en disquerías ni se promociona en los grandes medios de comunicación; sus canciones no suenan en las radios. De todas maneras, el valor de este registro y su legado son inconmensurables. Cierra una obra tardía pero fundamental que quiebra con una extensa y levemente ondulada etapa del cancionero popular. Dice Severo: “Recuerdo clarísimo la primera vez que fui a Rivera, que andaba buscando discos del Chito y que mucha gente me decía que lo que escribía eran cosas bagaceras, como cosas sin valor, hablando despectivo, y justamente, tal vez hablamos de uno de los compositores más importantes que va a dar el departamento de Rivera. Es nuestro cacique, es nuestro abanderado de la frontera, un adelantado”.

Naunsó lápis de labio mastó nas boca. De Chito de Mello. Edición independiente, 2021. Disponible por encargo a Mario Rodríguez Lagreca: fp3musica@gmail.com.

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