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Trotsky Vengarán durante el show en La Trastienda.

Foto: Mara Quintero

Veladas que no quieren terminar: crónica de dos noches con Trotsky Vengarán

8 minutos de lectura
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La banda festeja La noche de los muertos vivos el martes en el Teatro de Verano.

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De pronto, no queda un solo lugar libre. Comienza a sonar “Mueve que te mueve” e instantáneamente los fanáticos completan un Tetris humano que acapara todos los rincones de La Trastienda. Vibra el piso al contundente salto de la masa; algunas espaldas todavía encamperadas por el frío que hacía afuera quedan pegadas a la cabina del sonidista y a las barras de tragos. A pesar de las apariencias, todo encaja en la particular normalidad de un rito familiar.

La gente canta cada palabra de cada canción, baila en diferentes ritmos, y algunos dan vueltas por el lugar mientras no paran de hablar. Se pueden distinguir brazos estirados a los vendedores de cerveza y vasos de plástico avanzando entre la multitud como si fueran participantes habituales de la celebración. Hay metaleros, punks, jóvenes, gente notoriamente destruida por la vida, familias enteras con tres hijos chicos, marido y esposa, conocedores ultra de Trotsky con remeras alusivas a las mil etapas de la banda.

Algunos detalles son los de cualquier concierto de rock, con las luces veloces, la música a gran volumen y más elementos que indica el protocolo. Otros detalles no cuadran tanto, como una señora añosa y de pelo blanco que, vaya a saber cómo, sale lo más campante y sonriente de las fauces de la multitud para leer la pantalla de su celular. “Ahora sabés lo que siento”, le escribe alguien por Whatsapp. Ella teclea: “¡Claro, hay que vivirlo!”.

Un show más

Antes de todo eso, la banda se preparaba para dar el primero de tres shows en el recinto de Fernández Crespo el 15 de julio. Luego planificaban parar por un tiempo su actividad en vivo en Montevideo, terminar su nuevo disco y volver, el martes 1º de noviembre, con un show en el Teatro de Verano. Inicialmente el show estaba previsto para este domingo 30 de octubre, pero la productora anunció que se corrió para el martes por el pronóstico del clima muy desfavorable.

Pero ahora son las siete de la tarde y La Trastienda está vacía. Afuera, un lugareño combate el frío con una fogata y algunos fans tempraneros aguardan en la vereda. En el escenario Trotsky prueba sonido de forma rápida y eficaz. Los bailes quedan para más tarde. Pasan cinco canciones a toda velocidad, pero no se mueven de sus lugares. Bajan al camerino y se quedan en silencio por un rato.

El cantante Guillermo Peluffo y el guitarrista Hugo Llamarada Díaz comparten uno de los amplios sillones. En otro se acomodan el bajista Juan Pablo Grano Granito, el guitarrista invitado Michel Illa junto a uno de sus hijos, y el baterista Guillermo Cuico Perazzo, que en verdad no puede quedarse mucho quieto ni dejar de tocar una batería ahora lejana, como si no pudiera soltar los palillos ni un segundo.

Guillermo actúa como el anfitrión del lugar. Nos cuenta algunos detalles del show 360 que dieron en plena pandemia en el Antel Arena y adelanta que repetirán la hazaña. Mientras, Hugo mira videos de Los Simpson en su teléfono celular.

Guillermo plancha su camisa y sigue cada paso del ritual como si fueran las rutinas de una oficina pública en la que ha estado trabajando por mucho tiempo. Luego se acomoda nuevamente en el sillón con una hoja y un bolígrafo negro y comienza a escribir la set list de la noche.

Foto: Mara Quintero

Michel bromea casi todo el tiempo, pero no todo. Larga pequeñas bombas de chistes muy subidos de tono y sus compañeros redoblan la apuesta. “¿La música?”, pregunta Hugo. Y alguien enciende un pequeño dispositivo del que sale la música de The Clash o de Johnny Cash, dependiendo de la noche.

En una mesa hay sándwiches caseros y una botella de refresco. Guillermo mueve la cabeza en señal de que hay problemas: “Son demasiados”, dice cuando termina la lista de temas que termina con “Do you love me”, el número 31.

En el sillón de Hugo también está el Buitre, un viejo fan de la banda escondido entre su gorra de visera, su encorvadura y una cámara de fotos que, a las risas, confiesa que no sabe muy bien cómo usar.

Del lugar va y viene Pablo Poluboiarinov, el hombre más sereno que conocí en mi vida. No tiene ni un solo pigmento negro en su ropa, ninguna señal que permita señalarlo como perteneciente al entorno de una banda de rock. Podría ser un empleado en un local de cobranzas o un docente de dibujo de un liceo público. Sin embargo, lleva más de diez años trabajando como mánager del grupo y nada parece preocuparlo, aunque está atento a cada detalle de sus muchachos. “¿Compraste bananas?”, le pregunta Cuico. Más tarde, cerca de la hora del show, en otro rincón, se juntará a cenar con Natalia Ruvertoni, encargada de las luces, y Gustavo Ruvertoni, responsable del sonido, y recordarán percances y rescates de cientos de otras actuaciones.

La hora de subir al escenario se aproxima. Guillermo camina en silencio por los pasillos del lugar y vuelve al camerino y fuma un cigarro. Busca a Hugo y no lo encuentra. “¿Dónde estabas?”, le pregunta cuando aparece. “Me estaba sonando la nariz en el baño”, responde. “Por fin algo de rock and roll”, bromea el cantante.

Pablo avisa que es hora de comenzar el show. Guillermo busca una toalla y un vaso. Hugo hace algunos especiales para lidiar con una tendinitis que lo tiene a mal traer. El camerino recibe a las familias de los músicos y a amigos de la banda.

El ruido de la gente aumenta el volumen hasta convertirse en pedido urgente de aparición.

Ahora todos los músicos van y vienen por el pasillo que lleva, por dos entradas, al escenario. Excepto Hugo. “Hasta que no lleguen mis hijos no voy”, explica. Sus compañeros se ríen sólo un poco; parece otra de las costumbres de cada concierto. Pablo avisa que ya están en el hall de La Trastienda, aunque el guitarrista se mantiene rígido en su sillón esperando que se cumpla con su condición. Finalmente, aparecen los botijas, Hugo los abraza y, ya de vuelta a su modo más gracioso y exultante, se suma a la banda, pronto para tocar.

Guillermo Peluffo, Cabrerita y Juan Pablo Granito, previo al show, en La Trastienda, en Montevideo.

Foto: Mara Quintero

Guillermo es el último en subir; nadie sabe si está nervioso, concentrado, las dos cosas, o nada de eso, pero cuando finalmente pisa el escenario, es otro. “Bienvenidos al inframundo”, exclama en su personaje de amo y señor, de malvado líder de una banda que disfruta de tocar punk rock –Hugo disfruta especialmente de los temas más hardcore– y de joder casi todo el tiempo con la gente y entre ellos mismos. Con sus brazos cruzados a la espalda y como aviones dirigidos en direcciones milimétricas, su coreografía es uno de los tantos atractivos de este espectáculo que, por sus años y madurez, también es un show teatral entretenido y plagado de momentos de ficción tan orgánica como guionada.

Es una banda de rock jugando a ser una banda de rock, que puede apoyarse en grandes canciones y en el entusiasmo de volver a tocarlas cada vez, como el primer show en sus vidas.

Este repertorio también tiene algunas canciones nuevas, como “Surfan un tsunami”, que dice: “Cruzando el horizonte, el cielo besa la sal, cicatriza las heridas, todo vuelve a empezar”.

Parece la noche más salvaje de su historia, pero también podría ser un show más.

Cuestión de cutis

A la semana siguiente, cuando vuelven a tocar una vez más, Juan Pablo se toma una cerveza en la esquina que une dos pasillos y ve pasar a conocidos y otros amigos que llegan a saludar a la banda en el rato previo a la actuación. “No tengo mucho para decir”, dice al principio desde su perfil bajo. Pero después de un rato confiesa que sus compañeros no se imaginan lo que todavía significa para él subirse al escenario con Trotsky. El Grano aún iba a la escuela cuando comenzó a escuchar sus canciones; un día decidió escaparse de clase para ir a ver a sus ídolos. Después los siguió a todas partes y hoy es su bajista, tanto o más personaje que el resto de sus compañeros.

En la charla esquinera también participa Cabrerita, otro viejo fan de la banda, con lentes parecidos a los de Guillermo y una cerveza en la mano. Creo que se las sabe casi todas. Cuando se va Juan Pablo y se suma Guillermo, el cantante confirma el estatus del cerrense y entre los dos recuerdan un confuso episodio en el que un perro aspiró cocaína y terminó por inspirar el título del disco Yo no fui, de 1999. Puede que Cabrerita sea un poco más veterano que Guillermo, pero los dos comparten la pasión por la música y el fútbol. Y así parece más sencillo hablar con él.

El fanatismo tricolor de Peluffo es una de sus señas identitarias. Cuenta que sigue yendo a ver a su equipo al estadio y que el otro día, en la cancha de Liverpool, a él y a su padre casi se los lleva puesto un caballo de la Policía. Todavía no había llegado Luis Suárez, pero más tarde, cuando vuelva a cantar esa noche, lo hará con una careta del gran ídolo celeste.

Será una de tantas payasadas del show, llevadas a tal extremo que pueden ocupar bloques enteros entre canciones. Por ejemplo, el momento de presentación de los integrantes de la banda. Para Hugo, que en escena olvida por completo sus achaques, siempre hay un anuncio especial, y el privilegio lo tiene Guillermo. Dirá sobre su compañero que algunos lo conocen como “la reina del carnaval”, y el guitarrista seguirá el paso de comedia con un baile propio de una vedette de una comparsa. Después será Hugo quien diga que Guille es un “hombre de cutis blanco” a quien “los pobres le tiran piedras” cuando va al estadio y otras cosas peores sobre el malvado y poderoso cantante que se las da de popular, según su viejo compañero.

Hugo Díaz, Guillermo Peluffo y Guillermo Perazzo.

Foto: Mara Quintero

Mientras transcurre este último show de invierno en Montevideo, hijas, hijos, amigos y parejas de los integrantes de la banda se pasean por los pasillos, esperan en el camerino y de a ratos, por los costados del escenario, disfrutan de la actuación. Ese privilegio también está reservado para Cabrerita, que con su vaso en la mano y un pequeño bailecito acompaña las canciones mientras las tararea a oscuras entre los telones negros.

No sé si ya empezaron los bises, porque son un montón y todos suenan a clásicos que cualquiera escuchó muchas veces en un ómnibus, en la radio, en alguna época de su vida en la que fue fanático, se enamoró o se enojó profundamente con la compañía de esta banda de sonido.

Los más enfermos ocupan un círculo grande que se extiende en una buena parte del salón y en el que no puede distinguirse demasiado entre los nuevos y los más viejos fanáticos. Tocan “Sueños rotos”, “Sataman”, “Historias sin terminar” y “Do you love me”. No tenía idea de que las podía cantar de memoria.

Los Trotsky reciben la ovación del público y vuelven al camerino donde los espera su familia. Sobre el escenario, la pequeña momia de plástico –fabricada en 1972– que acompaña a Hugo Díaz en cada show es testigo de la lenta y feliz vuelta a casa de los buenos amigos de la banda.

Trotsky Vengarán se presenta este martes 1º a las 20.00 en el Teatro de Verano con su espectáculo Noche de los muertos vivos. Entradas a $ 880 en Abitab. La productora informó que las entradas adquiridas para el domingo 30 mantienen validez para la nueva fecha sin trámite alguno, mientras que quienes no puedan ir pueden gestionar la devolución: para quienes compraron por medios electrónicos (tarjeta de débito y/o crédito o cualquier medio de pago web) las devoluciones las hará cada sello, automáticamente, en los tiempos administrativos de cada uno de ellos, y si las compraron en efectivo, el dinero les será devuelto en todos los locales Abitab habilitados, desde el 7 de noviembre y hasta el dia 14 de noviembre inclusive, presentado el ticket adquirido en buen estado.

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