True Green Meat se desarrolla a partir de dos historias paralelas. Una transcurre en 2034, cuando Uruguay se apresta a recibir el mundial de fútbol que no pudo disputarse en 2030 debido a una nueva pandemia. La multinacional que da nombre al espectáculo quiere aprovechar el partido inaugural para lanzar sus hamburguesas de carne sintética. La necesidad de sustituir la proteína animal parece ser imperiosa, ya que el virus del BOV-31 produjo una pandemia que liquidó la mitad del ganado vacuno mundial. Por otro lado, en 2022 una célula clandestina que integra el Frente de Liberación Animal de Montevideo planea realizar una acción directa contra una cadena de frigoríficos. Entre esas dos situaciones se intercalan noticias que informan sobre los planes de la multinacional True Green Meat, apoyada por organizaciones multilaterales y gobiernos para desarrollar su nuevo producto. El CEO de la multinacional, Mauro Anchorena, es un uruguayo que vive en Londres y tiene un pasado como militante en el Frente de Liberación Animal.
Lo primero a destacar del espectáculo es una tonalidad irónica, a veces escéptica, que tiñe casi todas las escenas de la obra y la vuelve sumamente disfrutable. En True Green Meat no hay discursos: entramos de lleno en un universo de militantes antiespecistas que no necesitan justificarse. Los comentarios que cuestionan “el sistema” se articulan mediante críticas de los personajes entre sí. Por ejemplo, cuando se señalan las contradicciones de una militante del Frente por haber trabajado en una “boutique de carne” o por su vínculo con la empresa La Ternera Alegre, Varzi introduce de forma implícita la crítica a la perversidad de esos nombres comerciales sin necesidad de discursos ni panfletos.
La evolución de los personajes es otra de las claves de la obra, en particular las de Mauro Anchorena (Marcel Sawchik) y Analía (Miguela Giménez). Enfrentados en 2022 por las tácticas para luchar contra el especismo, los veremos en 2034 también enfrentados, pero ahora ocupando espacios de poder (estatal o empresarial) que sólo a fórceps entendemos coherentes con sus ideales juveniles. Por ejemplo, Anchorena señala que la empresa para la que trabaja se propone “dar batalla al cambio climático reduciendo las emisiones de gas metano, al sustituir el consumo de animales por carne verde”. Tema de actualidad periodística fuera de la ficción, la defensa de los productores de carne aduciendo que el lobby de la carne verde es “nazismo disfrazado de ecología” parece extraído de alguna tertulia periodística matutina. El asunto es que tanto de uno como de otro lado operan poderes que van mucho más allá de las intenciones de Mauro, Analía y su lucha antiespecista.
Otro ejemplo de articulación de discusiones actuales con la temática de la obra es que la que el Parlamento trata para prohibir los frigoríficos e instalar la planta de carne verde es nada menos que una ley de urgente consideración. Lo manifiesten o no, los personajes están incómodos ante ese tipo de instrumentos. La Ogrita lo plantea directamente: “Una sociedad no se cambia a base de leyes y reglamentaciones. Las prohibiciones siempre generan un mercado clandestino”.
Entre vidas determinadas por virus y tecnologías y limitadas en su libertad de tránsito por “pases sanitarios”, veremos a un puñado de personajes que, pretendiendo usar el sistema para modificarlo, terminan siendo usados por los intereses económicos para su perpetuación. La explotación animal, finalmente, es sólo una excusa del capitalismo que, puesto un límite para su reproducción, busca un nicho en otro lugar.
Desde que el público ingresa al teatro Victoria vemos un espacio que se divide entre la oscuridad semiclandestina del Frente de Liberación Animal y la elegante luminosidad en que vive el yuppie Anchorena en 2034. El diseño (vestuario, luces, escenografía) juega un rol central para contrastar esos dos universos. Hay un dejo de amargura en los personajes, dirigido mucho más hacia las formas en que decidieron desarrollar su pelea que hacia la esencia que los motiva. Y en ese sentido la obra no habla sólo del especismo (quizá no sea lo más relevante), sino de las formas en que las personas abandonan sus ideales y esconden esa claudicación tras vacíos rodeos verborrágicos. Repetimos que el tono irónico y el humor sin énfasis explosivo atraviesan el espectáculo y mantienen atrapada a la platea. En ese sentido, la solidez del elenco es clave.
Marcel Sawchik hace un gran trabajo componiendo a un Mateo Anchorena que hace dudar al espectador entre si es un cínico o si realmente cree en su trabajo. Siempre es un placer ver actuar a Miguela Giménez, que pone el cuerpo a un personaje mucho más consciente de sus claudicaciones, pero que tampoco logra mucho con eso. Angie Oña es punk, y su Ogrita es ideal para que desarrolle actoralmente esa veta de su personalidad. Roberto Manzoni y Gabriela Saravia trabajan personajes más alejados de la discusión central sobre las formas de lucha, pero la propia ingenuidad de sus personajes acentúa las contradicciones de los otros tres.
Varzi, a quien conocíamos como actor, ya había demostrado sus dotes como director en la excelente Ego (2020, de Marc Angelet). Le suma en este caso una dramaturgia que integra eficazmente discusiones éticas, políticas y económicas de nuestro presente para generar una fábula divertida y amarga a la vez, que parece señalar un camino por el que no ir.
True Green Meat. Texto y dirección de Gonzalo Varzi. Teatro Victoria. Sábado a las 21.00 y domingo a las 19.30.