En el minuto 26 de Madres paralelas, última película del español Pedro Almodóvar, Arturo (Israel Elejalde) conoce a su hija, una bebé de pocos meses fruto de su relación con Janis (Penélope Cruz). “Va a ser muy morena, como tú”, comenta Arturo, y Janis corrige: “Es muy morena”. “¿A quién crees que se parece?”, pregunta él, y ella dice que seguramente sacó las facciones de su padre, “un venezolano de ojos rasgados”. La escena sorprende porque ni la pequeña Cecilia es “muy morena” ni Arturo y Janis son particularmente caucásicos. Sorprende, también, que la única forma de justificar un tono de piel un poquito oscuro en la hija de dos españoles sea introduciendo un gen venezolano en el ADN materno, como si españoles y latinoamericanos fuéramos tan distintos, tan diferenciables en segundos, incluso en una habitación en penumbras.
A principios de 2020, y como resultado de las críticas hacia la Academia de Hollywood por el alto porcentaje de hombres blancos entre los nominados a los premios Oscar, Deadline y Vanity Fair publicaron que el único actor “de color” que competía por una estatuilla era el español Antonio Banderas, quien había protagonizado Dolor y gloria, también de Almodóvar. Los medios y las redes de España estallaron, gritando que Banderas es bien blanco y bien europeo y exigiendo, ofendidísimos, que la prensa racista anglosajona pusiera a su estrella la etiqueta que le correspondía. Los medios estadounidenses rápidamente se retractaron o borraron sus publicaciones, pero en realidad la afirmación no había sido un error sino que se correspondía con la clasificación racial más aceptada en aquel país; limitada, arbitraria y cambiante como toda clasificación racial. La pertenencia a una raza no se determina exclusivamente por genética sino que es una construcción social en la que el contexto y la percepción individual y colectiva ocupan un rol clave. En los formularios burocráticos estadounidenses las opciones para identificarse con una etnia han cambiado con los años, pero se mantiene la división tácita “blanco” y “de color”. En “de color” entran, entre otros, afrodescendientes, descendientes de pueblos originarios, asiáticos e hispánicos/latinos. Un hombre que no sólo tiene un marcado acento español cuando habla en inglés sino que parece lo suficientemente latinoamericano para haber interpretado con éxito personajes como el Mariachi, el Zorro y el Che Guevara es, en consecuencia, “de color” en el imaginario estadounidense. La construcción de un “Nosotros” en términos territoriales, políticos, socioculturales y/o genéticos trae consigo la conformación de un “Los otros”, que tiende a ser generalizante y carente de matices, básicamente porque no nos importan demasiado. Del mismo modo que Elena, la amiga de Janis interpretada por Rossy de Palma, confunde Colombia con Venezuela al hablar del abuelo de la bebé, a un estadounidense de Arkansas le da igual un actor malagueño y uno carioca, aunque estén a miles de kilómetros de distancia y ni siquiera hablen el mismo idioma.
Al día siguiente, en el minuto 29, Janis visita a Arturo para intentar entender por qué él se fue casi corriendo de su casa luego de haber conocido a su supuesta hija. “Creo que la niña no es mía. No la reconocí”, dice Arturo. Janis se enoja, le responde que obvio que es suya porque ella no tuvo relaciones sexuales con nadie más. “Arturo, lo que estás diciendo es muy poco científico”, dice, llorando, y al poco tiempo busca respuestas en la ciencia solicitando una prueba de ADN para ella y la bebé, demostrando que, aunque no lo haya verbalizado, también sospecha de esa extraña niña de aire sudaca. No es como ellos, es distinta. No la reconoce.
El Barómetro de invierno 2020/21 llevado a cabo por la Comisión Europea reveló que 84% de la población española se siente ciudadana de la Unión Europea, 10% más que la media de los países de la región. Según la 9° Oleada Barómetro de España, elaborada por el Real Instituto Elcano en abril de 2021 a partir de una encuesta realizada a ciudadanos de varios países (en su mayoría europeos), los españoles tienen una percepción de España mucho más negativa que la que se tiene por fuera de sus fronteras: 64% definen al país como corrupto (frente a 27% de los no españoles), 52% consideran que es débil (25% de los no españoles), 62% la consideran pobre (43% de no españoles) y 41% de españoles y 25% de extranjeros definen a España como “ociosa” (en contraposición a “trabajadora”). La sensación de pertenencia al continente y, a la vez, de inferioridad de ciertos españoles respecto a algunos de sus vecinos europeos más respetados internacionalmente, como Alemania o Reino Unido, posiblemente sea uno de los tantos motivos que los llevan a sentirse superiores a o amenazados por todos los que no se parecen a lo que ellos creen o quieren ser: los negros, los moros, los gitanos, los sudacas.
En diciembre de 2019 un hombre llamó a una hamburguesería de Madrid para quejarse por una comida en mal estado y lo atendió una empleada venezolana. “Eres una puta sudaca, eres una mierda, me cago en tu puta raza”, dijo al escuchar el acento de la chica, y la siguió agrediendo durante varios minutos. “Que tu país es una puta mierda, que te vayas a tu puto país, te voy a pillar y te voy a follar la cara”, repetía, mientras la joven venezolana mantenía una calma estoica que revelaba que no era la primera vez que su modo de hablar desencadenaba un ataque xenófobo y misógino. En enero de 2021 se viralizó un video en el que un hombre insulta a una mujer en el Metro de Madrid. “Me cago en tus muertos, sudaca, desde el más pequeño hasta el más grande de tu raza, sudaca de mierda”, grita el hombre, y al rato agrega: “A lo mejor te crees que eres algo aquí en mi país, asquerosa. A lo mejor te piensas que eres algo y eres una escoria”. En junio de 2021 una mujer ecuatoriana que hacía la fila para pedir alimentos en una ONG de Murcia fue apuñalada por una señora española. “¡Sudaca!¡Nos quitan la comida!”, gritó la agresora mientras hundía un cuchillo en el riñón de la víctima. En octubre de 2021 una ex trabajadora de una guardería en Fuenlabrada denunció a la directora del establecimiento y entregó como prueba audios en los que se escuchan insultos y agresiones hacia los niños. “Te lo comes por mis cojones, no te vas a reír de mí, puta, sudaca, gilipollas, sudaca de mierda”, le dice la directora a una nena muy chiquita durante el horario de la comida. En la España real pareciera que, al igual que en la película, también es importante saber diferenciar españoles de sudacas desde que son bebés. Estos casos mediatizados son sólo una ínfima punta de un iceberg gigante: según el último informe de la encuesta sobre delitos de odio, publicada por el Ministerio del Interior español en junio de 2021, 89,24% de las víctimas de delitos de odio declara no haber realizado la denuncia correspondiente.
“Yo cada vez la veo más étnica, ¿eh?”, comenta Elena mientras viste a la bebé en el minuto 36. Hasta ahí, bueno: la niña tiene ciertos rasgos que los personajes españoles reconocen como ajenos, ¿qué problema hay? Pero la conversación entre las amigas sigue, retomando el tema del posible gen sudaca heredado. Janis cuenta que no tiene recuerdos de su padre, que era un dealer venezolano. En el minuto 78 Janis y Ana (interpretada por Milena Smit y, se terminará descubriendo, madre biológica de la bebé “étnica”) caminan por el cementerio. Ana cuenta que no sabe quién es el padre de la niña que dio a luz, ya que luego de haber tenido relaciones sexuales con el chico que le gustaba fue violada por otros dos. Le muestra una foto donde aparecen los tres hombres a Janis, quien desliza sus dedos para agrandar la imagen sobre una cara que rápidamente reconoce como diferente a la de los otros jóvenes, una cara sudaca. En otras palabras: los dos hombres latinoamericanos responsables tanto del tono “moreno” en la piel de Janis como en la de la bebé Cecilia son delincuentes, una herencia maldita de delito y melanina. Es cierto que la película desliza dudas en ambos casos: Janis agrega “Según mi abuela. Pero vete tú a saber” cuando cuenta que su padre era dealer, y Ana parece aliviarse cuando descubre que Cecilia tiene ADN del muchacho latinoamericano, dando a entender que fue con él que tuvo relaciones consensuadas. Sin embargo, una leve sospecha suele ser suficiente para estigmatizar y acusar inmigrantes, considerados en muchos países los responsables de subvertir los valores tradicionales de la sociedad, de robar trabajo y de atentar contra la moral y las buenas costumbres. En el mundo creado por Almodóvar en su último filme los latinoamericanos sólo pueden ser posibles dealers, violadores o personal doméstico. Clarisa, la sumisa empleada latinoamericana de Ana y su madre, pasa un plumero vestida con un uniforme de sirvienta y ofrece que su prima también trabaje para esa familia mientras la niñera irlandesa de Cecilia se dedica a estudiar, escuchar música y planificar su crecimiento personal. Porque en el mundo de Almodóvar, y en todos los mundos, existen jerarquías de inmigrantes.
En el minuto 99, muy cerca del final de la película, Arturo respira aliviado al ver una foto de la difunta Anita, su verdadera hija biológica. “Tiene rasgos de mi madre”, dice, probablemente pensando: “Esta sí es mi hija, bien blanquita y europea”. Al tiempo Janis vuelve a quedar embarazada, Ana recupera a su hija biológica y varios de los personajes acuden a una fosa en la que se hallan numerosas víctimas del franquismo. La película traza un paralelismo entre la búsqueda personal y la de todo un país para reflexionar sobre la importancia de conocer nuestra historia y de exigir los exámenes de ADN que sean necesarios con el fin de desenterrar la verdad, por más dolorosa que sea. Pero hay algo que ningún raspado bucal puede determinar con precisión científica y que resulta igualmente relevante en la construcción de nuestra identidad: tener claro a quiénes aspiramos a parecernos, aunque seamos muy diferentes, y de quiénes nos esforzamos por diferenciarnos, por más que seamos más iguales de lo que estamos dispuestos a asumir.