No hay duda sobre la vitalidad que caracteriza al mundo del libro uruguayo de la última década (por lo menos), pensando obviamente en aquellas “editoriales independientes” como –ambiguamente– se las suele llamar. Claro, el foco está en lo ficcional, tanto novelesco como poético: rara vez se adentran en otros campos, como el artístico (aunque sí se puede destacar, en este sentido, el caso de la siempre interesante Microutopías, especialmente inclinada a jugar con formatos y materiales). Aparece entonces como alternativo en lo alternativo fundar una editora que se nutra sin filtros de arte plástico, ya no publicando catálogos de exposiciones o monografías de artistas, sino piezas que se pueden considerar obras en sí mismas.
Se podría decir que una editorial de libros de artista, sobre todo si pensamos en el libro de artista de la fase post-Ed Ruscha, quien históricamente –comenzando por su Twentysix Gasoline Stations, de 1963– produce obras que sólo existen en formato libro a un precio más que accesible (aunque sobre la definición de qué es realmente un libro de artista se agotaron toneladas de tinta sin llegar a nada, o por lo menos se ha llegado a poco).
En un contexto en el que no es frecuente este tipo de hazañas librescas sistemáticas (mientras que es muy rico de casos individuales), se destaca con fuerza la flamante criatura de Nicolás Branca, que debutó hace unos días con una doble presentación en el centro cultural Charco.
“En la editorial El Buen Salvaje convergen dos viejos anhelos”, dice Branca. “El primero es el sueño de tener la galería de arte propia, sueño que arrastro desde joven y que nunca pude llevar a cabo por diversos motivos. El segundo es intentar sacar el arte contemporáneo de sus reductos típicos e integrarlo a círculos más amplios. Llevarlo al encuentro de más personas. El Buen Salvaje, al menos en esta etapa, es la unión de estas dos pulsiones. Una especie de galería de arte que se mueve en el mundo editorial”.
Branca también aclaró la cita a Jean-Jacques Rousseau con el que bautizó la colección: “El nombre El Buen Salvaje expresa las bondades de ser un outsider, o incluso un poco ingenuo, condiciones que me resultan simpáticas y hasta benéficas”.
En cuanto a las obras elegidas para el lanzamiento, Branca explica que “ambas tienen algo en común y que es definitorio de la línea editorial de El Buen Salvaje. Son obras de arte que son libros. Su formato natural es lo editorial. Croma 1, 2016 es la traducción de una obra de Pablo Uribe en formato libro. Esta publicación es una mezcla de libro de artista, libro industrial, una obra de arte para armar y una variante del Museo Portátil de Marcel Duchamp”, dice en referencia a La Boîte-en-valise, 1936-41, del artista francés.
“A la vez, RAPSODÉLICA de Diego Focaccio, es un libro de crucigramas cuyo diseño se inspira en las tapas de discos célebres de la historia de la música. Su contenido se revela como un tour de noticias, teorías y vínculos que emergen de información procedente de los medios masivos de comunicación”, explica sobre el otro título.
Branca no siguió referencias fijas para crear su proyecto, “más que algún libro que haya visto o que me haya llamado la atención”. “En ese sentido soy un buen salvaje total”, confiesa. “Como diseñador gráfico, amo los libros. Como persona, también los amo. Creo que es un formato perfecto y que, al igual que el teatro o el cine en salas, permiten experiencias únicas que son un remanso a la hiperconectividad, que es el mal de nuestros tiempos. A todos estos formatos les auguro un futuro promisorio. Sobre libros y autores, pienso en Jorge Luis Borges, Marcel Proust, Manuel Mujica Láinez y César Aira; siento que sus obras tienen que ver de algún modo con mi deseo de tener una editorial como El Buen Salvaje. Y como inspiración un poco más lineal me viene a la mente El Aleph engordado, de Pablo Katchadjian, al que nunca tuve en mis manos, y un librito que encontré en la casa de Pablo Uribe y que siempre me fascinó: el Walden de [Henry David] Thoreau, traducido al español y reescrito a mano, letra a letra: Walden o la vida en los bosques, de Kevin Mancera”.
Branca se mueve ágilmente entre diferentes disciplinas: es diseñador gráfico, artista visual y cineasta (dirigió la película Nueve, de 2022). ¿Cómo llegó a cada una de estas maneras de expresarse? ¿Cuál prefiere?
“Cuando era un veinteañero pensé que si quería ser artista visual tenía que tener una formación teórica más sólida. Ahora pienso en esta idea y me río. Así fue que me puse a estudiar sociología. En la facultad descubrí que las teorías más fascinantes tenían en su génesis una idea que las emparentaba con el arte. Me convencí de que una pintura, una película, un buen diseño, un libro de filosofía o un comentario que escuchás en la carnicería puede ser una obra de arte. Eso me sacó bastantes prejuicios. Creo que esta vocación multidisciplinaria la comparto con algunas personas de mi generación o de generaciones más jóvenes. César Aira decía que la literatura es la reina de las artes. Yo estoy un poco de acuerdo. En segundo lugar pondría al cine. Estoy pensando en El Buen Salvaje, la película. Espero poder hacerla”, contesta.
Croma 1, 2016, de Pablo Uribe, y RAPSODÉLICA, de Diego Focaccio. El Buen Salvaje, 2023.