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Llaman a la puerta: Shyamalan nos trae la versión definitiva del dilema del tranvía

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Una persona contra 8.000 millones no es una elección tan sencilla como parece.

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M Night Shyamalan fue, durante años, uno de los maestros del suspenso en el cine pochoclero. Escribió y dirigió películas con historias imaginativas, acostumbrándonos a esperar una vuelta de tuerca final que pondría todas las piezas en su lugar y nos obligaría a repasar todo lo que nos había contado hasta el momento. Este hombre supo aprovechar el talento de Bruce Willis, e incluso en una película tambaleante como Señales (2002) nos puso los pelos de punta con la escena del video. Si la viste, sabés de qué escena estoy hablando.

Pasaron los años y su efectividad disminuyó. Se obsesionó con el universo de El protegido (2000) y completó una trilogía que estuvo muy lejos de la primera entrega. La maldad de los internautas determinó que la vuelta de tuerca pasara a ser que la película estuviera buena. Y su último esfuerzo cinematográfico, Llaman a la puerta, es disfrutable siempre y cuando no lo hagamos rendir examen frente a sus primeras y más aclamadas creaciones.

Todo arranca bastante bien. Para nosotros, no para la simpatiquísima niña de ocho años que se encuentra recolectando saltamontes en medio del bosque. Shyamalan le pone enfrente a Dave Bautista, con sus 193 centímetros de altura y una masa muscular desarrollada durante años de lucha libre. Sin la tensión de, digamos, Hans Landa interrogando a Pierre LaPadite al comienzo de Bastardos sin gloria (Quentin Tarantino, 2009), nos mantiene agarraditos al asiento con miedo a un mal movimiento que lo arruine todo.

Leonard, el personaje que interpreta Bautista, no es un bruto iletrado, sino alguien que se muestra sensible (¡usa lentes!) y parece estar honestamente interesado en las actividades de la pequeña Wen (Kristen Cui), lo que asusta muchísimo más. Cualquier duda que quedara sobre los intereses de Leonard se disipa con la llegada de tres de sus colaboradores cargando elementos contundentes. La niña corre a refugiarse en la cabaña que alquilaron papá Eric (Jonathan Groff) y papá Andrew (Ben Aldridge).

El guion no tarda mucho en dejar planteado el conflicto. Después de una negociación desde ambos lados de la puerta, los recién llegados se ven obligados a utilizar la fuerza para que la pareja y su hija pequeña entiendan lo que están haciendo ahí y por qué necesitan de ellos. Algo que podríamos resumir como la versión definitiva del dilema del tranvía.

Para aquellos que no lo conozcan, el dilema del tranvía es un experimento moral. Un tranvía está por arrollar a cinco personas atadas a la vía. Si movemos una palanca, podremos cambiar la dirección del vehículo, que irá por una vía en la que hay solamente una persona atada. Así que si no hacemos nada, las cinco personas morirán, pero si lo hacemos, morirá una que originalmente estaba a salvo.

Los recién llegados (que incluyen a Rupert Grint, de la saga Harry Potter, Nikki Amuka-Bird, de Luther, y Abby Quinn, del regreso de Mad About You) están convencidos de la inminente llegada del apocalipsis. Y están convencidos de que el grupo humano que se encuentra en la cabaña tiene la llave de la salvación: si deciden matar a uno de los tres, y lo hacen, la humanidad entera será perdonada. Es decir que en la vía original hay 8.000 millones de personas y en la segunda vía hay sólo una.

Por supuesto que no es una decisión sencilla. Shyamalan intercala la acción en la cabaña, que no será una simple negociación de términos, con flashbacks que muestran los momentos más importantes de la relación entre Eric y Andrew. Pero además hay elementos que hacen pensar a la pareja que la historia que les están vendiendo no es más que una alucinación colectiva, una conspiración finamente diseñada, una serie de coincidencias tontas. ¿Será real el tranvía?

El mayor acierto del director está en mantener esta tensión durante 100 minutos. Hay algunas escenas que podrían quedar para el recuerdo, como cuando uno de los personajes se pone en la cabeza una tela blanca que apenas deja ver sus dientes. Y cuando la historia realmente necesita suspenso, nos recuerda por qué lo tuvimos en alta estima durante tanto tiempo.

No anda tan bien en los (pocos) momentos de acción, que no tienen la claridad o la pureza del resto de la película. Las supuestas plagas de la humanidad deben ser suficientemente ambiguas, porque esa ambigüedad es el pilar fundamental de la narración. Quizás la que involucra a vehículos (no tranvías) estaba pensada para ser el nuevo video de Señales, pero se queda lejos.

El éxito de estas historias suele depender del cierre, porque estos mecanismos de relojería necesitan de una buena campanada final. El último acto de Llaman a la puerta incluye un par de diálogos que harán voltear los ojos de más de un espectador, pero cierra con un moño todo lo que vino antes y parece disipar las dudas sobre la existencia (o no) del tranvía gigante. Uno sale del cine con la sensación de haberse entretenido. Vaya vuelta de tuerca.

Llaman a la puerta (Knock at the Cabin). Dirigida por M Night Shyamalan. Estados Unidos-China, 2023. Con Dave Bautista, Jonathan Groff. En varias salas.

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