Infernum se presenta en el Complejo Cultural Florencio Sánchez, en el Cerro de Montevideo, un barrio cuya historia está definida por la resistencia y la cultura. Esa tradición tal vez tenga que ver con que la sala se mantenga ante la embestida del tiempo y la crisis. El Florencio –así lo llaman los vecinos de la zona, que lo llenan cada vez que hay algún espectáculo– depende de la División de Promoción Cultural del Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo, y es a partir de una investigación de tres años en la que se recopilaron las memorias del teatro que surgió el proceso de dramaturgia que dio como resultado esta obra. Cuenta la historia de Alberto, un hombre que descubre que sus padres biológicos estuvieron vinculados a grupos subversivos a principios de los años 70, pierde el sueño y decide quitarse la vida. Comienza entonces un descenso a las profundidades de su propio infierno.
Cuando los espectadores llegan, las puertas están cerradas. Todos se concentran en la vereda del teatro, donde reciben un programa y una moneda que servirá para pagarle a Caronte por el cruce al infierno.
En la puerta principal se puede leer la inscripción que Dante ubica en los famosos tercetos del canto III de la Divina Comedia: “Por mí se va hacia la ciudad del llanto, por mí se va a la raza condenada [...] abandonad toda esperanza, vosotros que vais a entrar”. La estructura del infierno de Dante –la primera de las tres Cantigas– sirve de base para establecer el principio del recorrido que llevará hacia el averno, acompañando el viaje iniciático del personaje principal.
La muerte recibe a los espectadores fuera de la sala para recordarles la brevedad de la vida. El personaje de Caronte será aquí, más que el barquero, el guía que les indica al personaje principal y al público hacia dónde deben ir. Toda la obra se organiza en distintos niveles que serán como los distintos círculos por los que debe pasar el personaje.
El primer nivel se instala en el hall del teatro. Lilith y unos demonios rockeros imponen un ambiente en el que prima la sensación de incomodidad, de extrañeza. Alberto, el protagonista, nos da pistas de cuál es su conflicto. De qué modo se ha perdido él en su propia selva para descender luego al infierno. Alberto ha descubierto una verdad en su vida que no lo deja dormir y que lo coloca en un estado límbico. Para salir de allí tiene que descubrir la verdad, y eso sólo es posible descendiendo a las profundidades.
El segundo nivel se desarrolla en la zona de la platea, y el recorrido está interferido por una multitud caótica de personajes que van interceptando el camino de Alberto.
El nivel tres es sobre el escenario. Allí se produce el estado de anagnórisis de Alberto. Descubrir la verdad tiene ese doble impacto de dolor y alivio al mismo tiempo. El personaje asiste a un proceso que es parte de su historia, recuperando así la memoria que le había sido arrebatada sobre quiénes fueron y qué hicieron sus padres biológicos.
Del último nivel no voy a hablar porque hay que verlo. Es indispensable ese impacto que vivencia el espectador cuando se abre la última puerta. Alberto ha llegado al final de su viaje, mientras que para los espectadores tal vez sea el comienzo: comprender al fin que la memoria depende de todos.
El espectáculo tiene a más de 100 artistas en escena, entre actores, bailarines, banda de rock y titiriteros.
El trabajo actoral está muy bien y en un completo equilibrio. Cada uno de los integrantes del elenco hace lo que debe, aportando a la obra el impacto que requiere. En términos de la puesta, la obra es excelente. Los aspectos plásticos, sonoros y de escena se integran perfectamente para que el público no sólo vea una obra de teatro, sino que tenga una experiencia vital.
Infernum. De Fabián Silva y Agustín Camacho. Con Fabián Silva, Pablo Bentancour, Lily dos Santos, José Lamers, Camila Lamaire, Daniel Pérez, Magdalena Sena y Laura Montesdeoca. Centro Cultural Florencio Sánchez (Grecia 3281). Viernes y sábados a las 20.30.