Una familia atraviesa la puerta del Antel Arena e ingresa a sus instalaciones. El hombre lleva una gabardina y se dejó los bigotes para parecerse al comisionado Gordon, el último bastión de justicia en la infecta Gotham City. El pequeño que camina delante de la pareja está disfrazado de Batman, con una careta comprada, pero el resto de las prendas son de confección casera. La mujer, mientras tanto, no eligió un personaje del bativerso, sino que lo suyo es salido de un manga o un animé. No identifico la obra exacta, pero esa peluca colorida claramente grita made in Japan!.
La escena que acabo de describir es 100% ficticia, pero podría haber ocurrido el fin de semana pasado en una edición más de Montevideo Cómics, festival que nuclea a fanáticos de los cómics, la ciencia ficción, los juegos y un larguísimo etcétera. Lo conocí cuando conseguir una historieta en Montevideo era una tarea comparable a la de Indiana Jones entrando al templo en el inicio de la primera película, y en la actualidad se estrenaron tres películas de los Guardianes de la Galaxia. Salvo que seas una de esas personas que adoran sentirse únicas, es una muy buena noticia.
Por las dudas, estoy todo viciado de nulidad. No sólo porque cruzarme con alguien disfrazado de superhéroe (si es de DC, mejor) libera hormonas de “la cosa no está tan mal en el mundo”, sino porque llevo unos cuantos años involucrado de una manera u otra en las actividades del festival. Tuvimos un stand con amigos promocionando nuestra página web ñoña (descansa en paz, Multiverseros), otro de venta de garaje, vendí libros de la editorial que me publica y llevo un par de años en el stand oficial, que implica llevar un gafete con mi nombre debajo del logo del evento. Jamás lo hubiera imaginado dos décadas antes cuando fui a una de sus primeras ediciones en Pachamama, pero la verdad es que imaginar el futuro nunca fue lo mío.
De todas las actividades realizadas en el marco de Montevideo Cómics hay una que ha cobrado estatus de leyenda, y es la que durante mucho tiempo realizamos con Leo Lagos durante el concurso de cosplay (¿en el Antel Arena será cosseplay?). Esa competencia es la que corona el fin de semana y hay muchísimas personas, como la familia inventada del principio, que la tienen como uno de sus principales intereses. Y si solamente conocen la convención a través de entrevistas televisivas, creerán que es lo único que ofrece.
Leo y yo entreteníamos a la audiencia mientras el jurado deliberaba, en lo más parecido al espectáculo de mediotiempo del Súper Tazón que podrán encontrar en nuestro país. A veces disfrazados (no podemos considerarnos cosplayers), a veces con videos filmados previamente, a veces peleando contra personajes de lucha libre. En una oportunidad, para un sketch de True Detective, me corté el pelo asemejando una calva y todavía despierto algunas noches con un sudor frío y el recuerdo de mi imagen frente al espejo.
Es cierto que en más de una ocasión nuestro humor fue un poco teledirigido hacia el propio público del concurso, pero cada vez que me encuentro en una de esas situaciones digo “la idea fue de Leo”, y la mayor parte de las veces tengo razón. Pese a todo, yo sé que en un rinconcito de sus almas lúdicas y alegres nos extrañan. A nosotros y a una silla (¿?) que arrancaba los aplausos más fuertes de los asistentes.
Me fui por las ramas, pero un poco es la idea en este espacio de subjetividad. No recorrí mucho el pasado fin de semana, por encontrarme en el stand de marras, pero cada ratito en que pude dar una vuelta me crucé con gente orgullosa de tener sano fanatismo por algo. Es cierto que de nuestras canillas sigue saliendo agua salada, que ya no somos una tierra libre de terremotos y que el calentamiento global seguramente nos depare más veranos como el anterior, pero peor sería si no tuviéramos un par de días para ponernos una capa y soñar con que somos capaces de construir un mundo mejor. En la realidad, los que tienen la llave de nuestro destino son empresarios y políticos, así que miren bien antes de votar y por las dudas empiecen a confeccionar unos cosplays de la Revolución francesa, con guillotina y todo.