“Estas noches estoy viendo muchísimo el cielo y sintiendo una pertenencia muy grande por este lugar”, dice Jorge Drexler, que luego de varios conciertos pequeños en Rocha regresó brevemente a Madrid y volvió en vuelo exprés a Uruguay para seguir con su agenda de actividades de trabajo y vacaciones antes de rumbear a México y Europa.
Ganador de muchos premios Grammy –entre ellos, el que reconoce a Tinta y tiempo como Mejor álbum de cantautor de 2022–, respetable doctor en medicina, artista de fama y prestigio internacional que triunfó con su música de guitarra acústica, Jorge Drexler ahora mismo está en una. Si bien su afán enciclopédico y su curiosidad infinita le permiten llegar en pocos segundos desde los octosílabos de José Hernández en su Martín Fierro a los neologismos de Rosalía en su Motomami y de la ópera italiana a la filosofía alemana, las coordenadas de su nueva aventura se pueden identificar fácilmente en un mapa, tienen un territorio a conservar y una voluntad de acción perfectamente definida: “Desde niño vengo por aquí todos los veranos, pero este enero es diferente a los anteriores. Me involucré con el festival de La Serena y decidí quedarme acá y hacer más conciertos en Uruguay. Esto lo siento como un movimiento vital mío, de reconectar con mis raíces y de vincularme más con mis amigos y la gente de acá”, cuenta, instalado en el balneario rochense, en diálogo con la diaria.
“En enero hicimos tres conciertos, en los que compartimos cartel con Kevin Johansen, y cada noche invitamos a artistas de diferentes países de los que integraban el festival. Fueron conciertos en los que tuve una responsabilidad parcial, pero a su vez esto implicó armar un pequeño concepto para cada una de las tres noches. No queríamos que los shows fueran cosas mecánicas y trabajamos para que se notara que había ganas de colaborar entre artistas, así que esto significó más trabajo que para un concierto propio”, reconoce, como un cálculo algo fallido, pero de resultado satisfactorio. “Fue una experiencia muy linda, pero muy intensa y desgastante. Terminé tan contento como cansado”, confiesa.
“El festival fue un paso adelante en muchas cosas: en mi relación con esta parte del mundo que me gusta tanto como es la costa de Rocha, con La Serena y La Paloma. También fue un paso adelante en las dimensiones del evento –antes cada músico pagaba su pasaje y su estadía, mientras que ahora conseguimos alojamiento y cubrir algunos gastos de subsistencia–, pero la idea es que esto siga siendo una alegría, pero también un trabajo para los músicos”, explica.
Así que terminaste trabajando más de lo que tenías previsto.
Esto no es un trabajo a la usanza normal, es un regalo para mí. El festival tiene música y se arman charlas de diversos temas, todo a pequeña escala, pero además tiene una vocación real y sostenida de vinculación con La Serena como un territorio con un potencial ecológico muy grande y con la intención de mantener unos parámetros de cuidados medioambientales. Nuestro sueño es que el balneario siga siendo una excepción medioambiental. Estamos trabajando coordinadamente con los vecinos del lugar, que tienen un montón de proyectos muy interesantes.
¿Por ejemplo?
La Serena todavía no tiene implementada la iluminación pública, y ahí tenemos una oportunidad para utilizar una iluminación pensada y de calidad, que permita la seguridad que todo el mundo quiere pero también la observación del cielo, que es maravilloso, sin contaminación lumínica. Estamos trabajando con astrónomos, incluso, para algo que yo no conocía y que se llama astroturismo. Ya se hizo en Villa Serrana, donde hay un proyecto de iluminación certificada por Starlight, una fundación que te da un certificado de que el tipo de luz que estás usando no produce contaminación lumínica; no es más caro, se usa otro tipo de lámparas, solamente hay que hacerlo con cabeza.
A la vez, está el cuidado de las dunas. La playa de La Serena tiene una salud muy buena porque se tomaron algunas medidas hace unos años y se cerraron algunas calles paralelas a las dunas.
¿Quién es Alejandra Melfo?
Es mi prima, la hija de la hermana de mi madre, parte de la familia que durante la dictadura se exilió en Venezuela. Ella es astrofísica, docente en la Universidad de Mérida; además es escritora y artesana y fue parte esencial para el concepto de mi último disco. En la canción “El plan maestro” hay una décima que canta Rubén Blades que está escrita por ella. A mí me gusta escribir y me gusta mucho escribir décimas, además, por lo cual me tiene que gustar muchísimo una décima de alguien más para incluirla en una canción. Alejandra escribe maravillosamente. Ella también estuvo en La Serena. Hace unos años dio una charla a partir de un geotapiz que ella mismo fabricó y con el que cuenta la historia de los 4.500 millones de años de la Tierra.
“El plan maestro”, “Movimiento” y “Bailar en la cueva” parecen surgir de un interés ontológico y universalista. Da la sensación de que hacés música desde un lugar parecido al que Jorge Luis Borges, un escritor que sé que admirás, escribía muchos de sus relatos.
Borges me encanta. Leí todo lo que encontré cuando tenía 17 años, lo estoy releyendo desde hace unos años y sigo alucinando con el cosmos que inventa el tipo, que no se parece a nada. Es una locura, es un mundo autónomo y desconcertante. De Borges siempre tengo presente la viejísima analogía entre el tiempo y el río, que es una de mis metáforas favoritas. Lo que decís es un elogio bastante inexacto y que no dejo pasar con liviandad; es muy difícil trabajar con sus premisas, pero a propósito de escritores me gustaría mencionar que Tinta y tiempo lo hice siendo completamente consciente de que existía un libro de Juan José Morosoli que se llama Tierra y tiempo. A Morosoli yo lo había leído de chico con sus libros para niños y hace poco alguien me regaló ese libro en Colombia, que se me había escapado, y me pareció maravilloso; ahí demuestra una capacidad de síntesis idiomática y una economía narrativa increíble; me hizo acordar a la poesía japonesa. Quedé muy flechado con ese libro y cuando me puse a trabajar en el disco lo tenía muy presente en mi cabeza.
De alguna manera, al igual que la tinta, la tierra es una herramienta en la que dejamos una huella: plantamos, construimos casas, marcamos la tierra como la tinta marca la hoja y la piel en un tatuaje; de alguna manera vemos operar el tiempo sobre un diseño.
Hace un tiempo, en una entrevista para Vanity Fair dijiste: “La motivación es como la masa muscular, que se empieza a perder en un determinado momento de la vida”. Me llamó la atención que entiendas la motivación como algo que se termina.
La fuerza vital, que es común a la motivación y a la masa muscular, es una cosa que hay que cuidar y trabajar. Mantenerse motivado implica cambiar el ángulo de visión de las cosas hacia un sitio inesperado: intentar no repetir o trabajar con el piloto automático. A los 30 y pico ya empezás a perder masa muscular. Yo me tomo muy en serio la relación entre el cuerpo y el estado de ánimo. Cuando le pregunté a mi amigo Antonio Escohotado, que escribió Historia general de las drogas y era el tipo que más sabía de sustancias psicoactivas del mundo, cuál sería la droga del estado de ánimo, me respondió: “el ejercicio físico moderado”. Nada mejor que eso, y no es necesario volverse loco con otras cosas.
Yo soy un hijo de la dictadura, mi cuerpo es un cuerpo de la dictadura que fue instruido para no bailar durante mi adolescencia y mi juventud. Cuando saqué mi disco Bailar en la cueva [2014], el fin que tenía era el de quitarme la dictadura del fondo de las articulaciones y bailar; perder ese pudor que nos fue inoculado en esos años con la formación militar cada mañana antes de entrar al liceo, el uniforme súper estricto, la normativa que marcaba cómo tenían que ser los cortes de pelo y el largo de las polleras de las compañeras, y la prohibición más o menos tácita que había del goce y del cuerpo.
Yo me crie en un entorno, además, en el que tampoco estaba bien visto bailar; en una familia de profesionales de izquierda y con la mitad de la familia exiliada, bailar era menos importante que la resistencia a la dictadura y la generación del hombre nuevo. En aquel contexto, bailar era algo frívolo, menor, y yo no creo que sea ninguna de las dos cosas. Bailar es una de las actividades más importantes que puede experimentar el ser humano, tiene que ver con el cuidado del cuerpo, pero también con el cuidado de la motivación, la alegría y los vínculos de las personas, y no se separa en nada del cuidado de tu entorno medioambiental. Lo que me rodea también es mi cuerpo. Es una relación simbiótica.
Sé que seguís leyendo mucho sobre medicina y ciencia en general. En los últimos años se viene avanzando en terapias que trabajan con sustancias sobre los límites de la conciencia, en el entendido de que ahí hay mucho terreno para avanzar en tratamientos alternativos. ¿Estás al tanto?
Siempre me dio mucha curiosidad el estado de conciencia. Empezó cuando estudié neurofisiología en la carrera de medicina y ahí te das cuenta de que tu aparato perceptivo, todo el sistema nervioso y el cerebro en particular, no es neutral. Siempre colorea lo que ve. Vos no recibís una información objetiva de tu entorno; para empezar, sólo recibís un rango de frecuencia sonora y un rango lumínico, pero además todo eso lo seleccionás con un filtro muy importante. En este momento, al mismo tiempo que estoy hablando contigo, a un centímetro del auricular con el que estoy escuchando, tengo la arteria carótida que está latiendo con una fuerza demencial y ensordecedora, y sin embargo te escucho a voz y no a mi carótida. Mi cerebro selecciona. Somos cualquier cosa menos receptores neutrales de nuestro entorno.
A partir de ese aprendizaje, las sustancias que alteran la percepción de lo que te llega alrededor siempre me parecieron muy interesantes, pero yo no las limito a los psicotrópicos muy poderosos; por ejemplo, ahora me acabo de tomar un café y noto una diferencia, te altera la percepción. Lo mismo pasa si probás mate sin estar muy acostumbrado.
Durante mucho tiempo participé en investigación al respecto, que era lúdica pero no simplemente para divertirnos, realmente estábamos experimentando y viendo estados de conciencia no sólo a través de sustancias, también con el yoga que empecé a practicar cuando tenía 28 y sigo de manera muy despareja. Reconozco que me da curiosidad ver qué pasa con otras sustancias.
Mi psicotrópico favorito es el vino. Me gusta mucho el alcohol mientras no se vuelva el problema. En España aprendí a tomar vino y tengo mucho respeto por la historia del vino y también de la cerveza. Leonard Cohen decía que podía distinguir entre el estado de conciencia que te producía un cabernet sauvignon y el de un malbec. Me encantaría reunirme con alguien tan experimentado como él.
¿Qué vinos te gustan?
Me gusta el tannat, me gustan las uvas fuertes, con personalidad. No sé mucho a nivel enólogo, pero sí como consumidor.
Vuelvo a Borges, indirectamente. Hay un discurso bastante difundido que señala que en la música el inglés fluye mucho más naturalmente que otros idiomas. En tu caso, que además has traducido canciones del inglés y el portugués al español, ¿le encontraste virtudes al español para modelar tus propias canciones, o descubriste una forma de hacer música que le va bien al español?
Yo escribo en español porque es mi lengua materna. Me parece que hay un dominio que no lo tiene ninguna otra lengua adquirida. Yo hablo bien en inglés y en portugués y también podría escribir en esos idiomas, pero mi personalidad un poco obsesiva prefiere moverse en un terreno que pueda controlar más. Borges hacía una utilización del español como quien piensa en otra lengua. Mi sensación es que tiene un nivel de concreción y una utilización paradojal del español como si estuviera pensando en inglés y escribiendo en español. Es muy concreto y logra una adjetivación increíblemente flexible.
Yo fui cambiando mi método de composición. En la primera parte de mi carrera escribí primero la música de las canciones. Ahí era más peligroso, porque cuando creás una estructura melódica y venís de escuchar música en inglés, cuando vas a la letra seguro se te va a complicar.
Creo que lo que decís tiene que ver con que nos criamos escuchando música anglosajona y estamos muy acostumbrados a esas estructuras. Cuando cantás “Can’t Buy Me Love”, son cuatro palabras en cuatro monosílabos. ¿Cuántas sílabas y palabras necesitás en español para decir lo mismo?
Después, a partir del disco Eco [2004], con “Guitarra y vos” y Milonga del moro judío” empecé a probar escribiendo primero la letra y también las dos cosas a la vez, que es lo que más me gusta. Dejé de intentar emular las melodías de los músicos que me gustaban, como The Beatles y Bob Marley, y pasé a escribir melodías que pudieran incluir una letra con otro tipo de estructura de composición. El español tiene mayoría de palabras graves, por ejemplo; el francés tiene muchas más agudas; el italiano, una cantidad desproporcionada de esdrújulas. Si vas a escribir una melodía pensada para el inglés, que es un idioma en el que priman los monosílabos, cuando escribas la letra en español vas a tener un gran desafío.
Antes de tu actuación del año pasado en el Antel Arena te escuché decir que te ponías especialmente nervioso cuando tenías que actuar ante el público uruguayo.
Hace unos días mi hermano Diego me hizo dar cuenta de que el concierto en Atlántida es el más grande que voy a dar en mi vida en Uruguay. Cuando me cayó la ficha de eso me puse muy nervioso y también me di cuenta de que esta vinculación que tengo con La Serena me empezó a dar otro tipo de vínculo con Uruguay. La Plaza de Toros en Colonia, donde nunca toqué, me dicen que es un lugar precioso, así que estos conciertos me tienen muy contento. Además, estoy muy orgulloso de mi banda, nos quedan muy pocos conciertos de la gira de Tinta y tiempo, así que los estamos viviendo como una despedida.
Próximas fechas de la gira uruguaya de Jorge Drexler
- Sábado a las 21.00 en la Plaza de Toros de Colonia. Entradas desde $ 1.525 a $ 2.130 en Redtickets.
- Martes 30 de enero a las 19.30 en Atlántida (frente a Prefectura) en la primera fecha del festival Canelones Suena bien. Artista invitada: Ana Prada. Entrada libre y gratuita.
- Jueves 1º de febrero a las 22.00 en el hotel Enjoy de Punta del Este. Entradas desde 62,50 a 125,00 dólares en Suticket.