A esta altura del partido, Catherine Vergnes no necesita presentación. Originaria y con base de operaciones en Paysandú, se convirtió en una de las voces más destacadas del circuito de la música de raíz folclórica de nuestro país, encabeza las marquesinas de cuanto festival se organiza a lo largo de la penillanura y se encuentra en constante exploración regional. Además de la travesía escénica, ha desarrollado, quizás como nadie en el género y un poco más allá, un despliegue comunicacional arrollador en torno a sus redes sociales y una cuidada y abundante producción audiovisual. Millones de likes, miles de kilómetros y cientos de escenarios, en menos de una década desde la edición de Cautivante, su primer álbum.
Clásicos del folklore uruguayo es su cuarto trabajo discográfico de estudio. Sale un año y medio después de Refugio –en el medio pululan los sencillos y colaboraciones– y, como su nombre lo indica, el asunto viene de tributo al cancionero oriental. No es extraño: la cantora integra desde siempre el repertorio popular, tanto en los shows como en sus performances online. Sin embargo, aquí la cosa se pone seria desde el título hasta la foto de la elegante carátula negra que remite, por esa luz lateral, a la creada por Jaime Niski para el Canta Zitarrosa. Entendamos: seria al estilo Catherine Vergnes, “la sonrisa del folclore”.
“Siento la necesidad y el deber de brindarme a esos referentes, a esos ritmos que me identifican y me influenciaron de muy niña”, confiesa con precisión, ya que el trabajo, además de autores, repasa la geografía musical de Uruguay. El resultado es una aplanadora de éxitos que, como no podía ser de otra manera, abre con “Río de los pájaros”, del maestro y coterráneo Aníbal Sampayo. Si bien ya había incluido “Bailongo en lo del Rengo” –la primera canción de Sampayo– en el disco Soy campera, tarde o temprano iba a dejar registro de la que fuera definida en la película Hit como “la primera canción”.
La versión comienza a pura voz y guitarra, respetando el arreglo original, el arpegio chiflador y luego el característico rasgueo litoraleño, hasta que en el primer “chua chua chua ja ja ja” aparecen, como torcazas de entre los juncos, el bajo de Mateo Fernández, la percusión de William Amarillo y el acordeón de Mauricio Cabillón, la banda estable encargada de arropar los cantos de Vergnes.
El segundo homenajeado es Osiris Rodríguez Castillos a través de “La galponera”, en la que repite la estructura de menos a más. Primero, las seis cuerdas con tintes osirianos de Felipe Giles y luego la orquesta levanta anclas y lleva la obra a emparentarse más con la versión que Pepe Guerra popularizó a inicios de los 90, cuando el olimareño comenzaba a darle forma a un nuevo sonido festivalero para el canto criollo, con la base de batería, teclados y bajo.
En “Yaguatirica” hace el camino inverso. Comienza con el pulso que le dio La Sinfónica de Tambores, esa especie de chamarrita abaionada que invita a levantar tierrita, y culmina en el chotis portuñol que ideó su autor, Carlos Yoni De Mello; bienvenido rescate. Y ya que andaba por las chamarras, la lista sigue con “Pa’l abrojal”, de José Carbajal, a la que le sienta muy bien el acordeón, textura que en sus últimos años el Sabalero llenaba de alguna manera con la armónica de Eduardo Acevedo.
Catherine se luce en el canto, con un notorio dominio de los géneros y moderando sus yeites; cada canción recibe el dulzor necesario, pero sin empalagar. “El gatiao viejo”, ese poema de Serafín J García que Los Orilleros hicieron milonga, es prueba de su desarrollo interpretativo. También el enganchado de zambas, donde la cantante unifica y a la vez diferencia tres fragmentos de “Adiós a Salto”, “En tu imagen” y “Zamba por vos”. Como en su anterior larga duración, apuesta por incluir un popurrí del género argentino, pero esta vez con composiciones orientales.
A medida que avanza, queda la sensación de que la lista se integrará sin pormenores a sus espectáculos siempre propensos al agite de los grandes escenarios. Por ejemplo, son garantía de baile las chamarritas “La Martín Aranda” –Larbanois & Carrero– y “P’al que se va” –Alfredo Zitarrosa–, también los hits olimareños “La ariscona” –quintaesencia de la milonga campera– y “De cojinillo”, esa polca que está cumpliendo 60 años y que la sanducera hace suya a partir de un fraseo demoledor desde los versos “Cuando suena el acordeón en lo’e Cachango / Y es asunto delica’o”.
El último capítulo del homenaje es la serranera “Minas y abril”, de Santos Inzaurralde y Santiago Chalar, cantor al que la artista ya había brindado tributo en 2022 en un recital que devino un álbum en vivo, para entender el sitial que ocupa este referente. La colección de canciones termina como empieza, a voz y guitarra, como transmitiendo cierta intimidad entre la gurisa que cumplió el sueño de cantar y sus maestros.
Clásicos del folklore uruguayo fue grabado y masterizado en los míticos estudios Ion de Buenos Aires, los del ciclo televisivo Encuentro en el estudio y por donde pasaron cientos de artistas de la música popular rioplatense, trayectoria que le otorga un aura especial. En términos sonoros, el disco vuelve a subir un peldaño de calidad con respecto a sus predecesores. Así como Luana Persíncula va camino a internacionalizar la plena, Vergnes está en la misma senda con la canción criolla como estandarte.
En estas páginas hemos insistido hasta el hartazgo en lo necesarias y bienvenidas que son las incursiones en nuestro cancionero, costumbre no tan arraigada aquí pero que los vecinos brasileños y argentinos practican con asiduidad. Desempolvar viejas joyas, lustrarlas y acompañarlas con atuendos contemporáneos, acercarlas a nuevo público, volver a provocar el extrañamiento y la emoción, es decir, todo lo que sucede en este disco. El Uruguay no es un río, es un cielo azul que viaja repleto de buenas canciones, de enormes canciones, de himnos mundanos. A las pruebas me remito.
Clásicos del folklore uruguayo, de Catherine Vergnes. En plataformas. 2024.