“–¿Este episodio va a ser en vivo?
–No, Homero. Pocas caricaturas se transmiten en vivo. La muñeca del dibujante no aguanta”.
En 1997 se emitió aquel recordado episodio de Los Simpson en el que Tomy y Daly (versiones hiperviolentas de Tom y Jerry) sumaban a un perro muy cool llamado Poochie, que se convertía rápidamente en un personaje odiado por todos. Homero Simpson conseguía el rol de la voz de Poochie, y durante una grabación dejaba claro que no entendía la diferencia entre una serie con actores de carne y hueso y una animada, a pesar de que él mismo trabajaba en una de estas últimas.
Además de que es delirante pensar en dibujos animados “en vivo” (excepto cuando se utiliza captura de movimiento, pero ustedes entienden el punto), esta industria tiene costos de producción muy distintos a los de la “acción real”, como le dicen. Y eso ha llevado a que en las décadas que tiene de historia existan numerosos trucos para cortar camino y ahorrarse unos dólares.
Hablando del gato y el ratón que se perseguían por toda la casa provocando desastres, esa clase de cortos animados solían usar (y a veces abusar) de la repetición de los fondos. Tom y Jerry podían correr por un pasillo larguísimo con puertas, mesitas y floreros que aparecían una y otra vez, para que los responsables no tuvieran que pintar nuevos elementos de la casa. La animación de los animales corriendo también podía ser un loop de menos de un segundo de celdas dibujadas a mano.
Algunos ejemplos eran más sutiles. Cuando Birdman, el superhéroe que compartía espacio televisivo con el Trío Galaxia, volaba hacia el cielo en busca de energía solar (o de cualquier otra cosa), Hanna-Barbera utilizaba siempre la misma animación. Uno era pequeño y no le exigía tanto a una serie que apenas si alguna vez explicó cómo el protagonista había obtenido sus poderes, cómo funcionaba la organización para la que trabajaba, etcétera.
Del otro lado del mundo la cosa era más notoria. O al menos lo era para mí, que como tantas generaciones solamente experimentaba aquellas series de televisión que un puñado (cuatro) de programadores decidían emitir en horarios caprichosos y sin respetar el orden de las historias. En mis primeras exposiciones al animé, forma de llamar a la animación que viene de Japón y aledaños, saltaba a la vista ese esfuerzo por cortar camino y reducir el presupuesto en unos cuantos yenes.
El loop de movimientos y la repetición de escenas eran cosa de todos los días, como se puede comprobar en la adaptación ochentera del manga (cómic japonés) Capitán Tsubasa, que durante años se conoció como Supercampeones. Los tres delanteros del Niupi corrían una y otra vez en la misma formación por aquellas canchas de fútbol infinitas y que permitían medir el diámetro de la Tierra gracias a su curvatura visible. Vivían en un planeta bastante pequeñito.
El animé desarrolló otros trucos, más o menos visibles, para abaratar costos o acelerar producciones. En ocasiones lo único “animado” en una escena es un dibujo fijo que se va moviendo enterito, como la sucesión de fotografías en un video de cumpleaños de 15. Otras veces lo único que se mueve es la boca del personaje. Todo esto no lo señalo como algo necesariamente negativo, pero históricamente llamó mi atención en las animaciones. Como cuando uno de los libros de una biblioteca tenía un borde diferente a los otros y ya sabíamos que ese libro iba a ser movido de su lugar.
A propósito de esto, se imaginarán lo que habré sufrido cuando se popularizó la animación digital gracias al programa Flash (y similares) y de pronto todos los personajes animados eran objetos compuestos de objetos más pequeños que se movían cada uno a su ritmo. Como la serie South Park, pero con fealdad involuntaria.
También existen formatos híbridos, como los motion comics, que básicamente toman viñetas de historietas y les agregan una sencilla animación de fondos, o dividen los elementos y les dan profundidad, y no terminan siendo ni una cosa ni la otra. Incluso el animé ha experimentado con formatos de animación muy limitada, como la serie de Netflix De yakuza a amo de casa, que por momentos parece una presentación de Powerpoint.
Cada limitación puede aprovecharse y hasta convertirse en humor metanarrativo, como en el mencionado ejemplo de South Park o algunas animaciones de Tex Avery (si no vieron ¿Quién engañó a Roger Rabbit? no sé qué están esperando). Por eso, ante cada nueva innovación en el ramo, conviene encontrar el equilibrio justo entre ilusión y desesperanza.
Sin ir más lejos, recientemente se presentó con bombos y platillos (o su variante asiática) algo llamado light anime, un formato de la empresa Imagica Infos que permitirá, dicen, bajar los costos y los tiempos de producción ante la alta demanda de esta clase de animación. Léase: la alta demanda de contenido por parte de numerosas plataformas que compiten por captar y mantener suscriptores.
Según la información difundida por AnimeHunch, un equipo de diez personas podría producir un episodio animado en menos tiempo y por un décimo del costo. Para ello se toman las viñetas del manga, se las anima parcialmente y se agregan voces. Si no se saltearon ningún párrafo, la descripción que da la propia compañía se parece a los motion comics (busquen ejemplos como The Mask o Watchmen) o la mismísima De yakuza a amo de casa, aunque Imagica Infos salió a aclarar que no era tan así.
“Cuando el que dirige es un director de animación y cuando las voces las realizan actores de doblaje, la calidad del trabajo es sorprendentemente alta”, dijo el presidente de la compañía, Kiya Maeda. Un convenio firmado con la editorial de manga Dai Nippon Printing asegura que comenzarán a llegar varios productos en los próximos meses. Homero Simpson seguramente siga al aire como para hacer algún comentario al respecto.