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Jazz a la Calle 2025.

Foto: Gabriel Alba

Crónica de un viaje a la música: Mercedes, Jazz a la Calle, 2025

10 minutos de lectura
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Nueve días en un festival que borra la línea entre creación y disfrute colectivo.

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Día 1: la intuición

Esta sociedad insensata en la que vivimos guarda una avidez primitiva de lo colectivo, una necesidad de compartir, de encontrar a los tuyos o hacer tuyos a los que encontrás una noche de verano con música en vivo. Ya a la salida de Montevideo, en Plaza Cuba, después en el ómnibus y en la terminal de Mercedes, se aprecia una proporción inusual de gente joven con vestuarios poco convencionales, veteranos con camisetas de rock, o delgaduchos con gafas profundas, piel sin sol y estuches negros gigantescos.

En Mercedes hace calor. La ciudad se enciende para la apertura. La orquesta locataria, niños y adultos de la ciudad tocan jazz sobre un gran escenario. Familias emocionadas. Gente que se encuentra, se saluda, se abraza. El corazón presiente.

Día 2: toques callejeros

Cuando baja el sol, los músicos salen a la calle. Se juntan en dos o tres puntos alrededor de la Manzana 20. La formación que abre el toque se gestiona entre ellos en el momento, con apoyo de la organización. Sólo hay que anotarse. Algunos vienen con sus nietos, otros parece que llegaron directo del liceo con la mochila. Se juntan, hacen el ablande.

En Mercedes hace calor, mucho calor. En el almacén no quedan cervezas frías. Hay que ir al otro. Tiene daiquiri a 200, nos avisa. Vamos dando vueltas, vadeando la frustración de no poder tocar ningún instrumento. No tanto ya por formar parte de la creación del sonido, sino más bien por formar parte a secas, por los latidos. El otro escenario tiene luces y alfombra para el batero. Y la banda suena más aceitada.

Se suma una chica. Apenas se le oye el bajo de lo asustada que está. El guitarrista se le acerca, la hace pasar adelante. Después aparece uno que canta súper mal. Es que es largarse nomás. La gente se ríe, lo disfruta. Los músicos se ríen, lo abrazan. Él se ríe. El batero es un relojito, como si no se enterara.

Día 3: apartamento de estudiantes

La capacidad hotelera de Mercedes está saturada. Nos terminamos alojando en un apartamento compartido por estudiantes de música. La cocina funciona de tarde como sala de ensayo. Entra y sale gente todo el tiempo, a pedir prestada una púa, a preparar empanadas para vender en el camping, uno que justo pasaba y el que perdió el ómnibus a Dolores y necesita un lugar para dormir. Hablan de cosas cotidianas. Y de música.

A 30 kilómetros de la frontera con Entre Ríos, la Licenciatura en Jazz y Música Creativa de la UTEC funciona desde 2017. Se instaló como el complemento perfecto de Jazz a la Calle, convirtiendo definitivamente a Mercedes en la capital del jazz. Y aporta, además, uno de los estudios de grabación mejor equipados del país.

Llegan estudiantes de muchos lugares, uruguayos y argentinos. Les preguntamos si se adaptan bien a Mercedes. Uno de ellos comenta algo muy interesante. Dice que es un lugar perfecto para aprender, se genera como un microhábitat donde lo más entretenido que hay para hacer es juntarse a tocar y tocar, caer por los ensayos de los demás a tomar un vino. Y tocar. Tenemos los mejores anfitriones del mundo, que nos guían por los vericuetos tanto de la ciudad como de la música.

Día 4: jam

Recién pasada la medianoche, una brisa ligera del río Negro peina la Manzana 20. Nos movemos al escenario de la plaza de comidas. Sobre las tablas, músicos internacionales, locales, estudiantes, docentes y algún que otro llegado de ninguna parte acarician sus instrumentos para el arranque de la jam. Alrededor, unas cuantas mesas con sillas de madera, de plástico, reposeras de playa y cajones de cerveza sostienen grupos de gente de todas las edades con sus platitos de cartón con bocaditos. En los huecos se agrupan los que se sientan en el pasto, ropas negras y porros, ropas coloridas, volados y fernet, ropa deportiva y vino de caja, bebés que duermen en camitas improvisadas, artesanos que han cerrado la feria y metido sus paños con piedritas y alambres, niños que corretean.

Algunos escuchan atentos, otros charlan. Unos toman cerveza artesanal de los puestos, otros van a los almacenes 24 horas en las esquinas donde venden casi todo lo mismo a mitad de precio. Un almacenero, para animar su local, saca un parlante y pone cumbia. El otro almacenero pone Los Piojos y ofrece combos del tipo cerveza sin gluten + hamburguesa vegana, chori + fernet y cosas para todos los gustos.

Todos beben o fuman porro, pero nadie parece estar demasiado intoxicado de nada. Nadie resulta molesto, ni desubicado, ni violento, ni incómodo. Un poco extrañas, tal vez, las dos chicas que se tomaron una tripa y miran el escenario con los auriculares puestos. No se metieron con nadie. Nadie se metió con ellas. Todos están envueltos por la música.

Los músicos pasan y transpiran. Algunos acompañan, otros deslumbran. Se oye comentar que el baterista está en el programa de mañana, que la chica de la percu toca con no sé quién. O que trajeron sus instrumentos desde Rocha, Paraná o Buenos Aires sólo para esto, tocar con sus amigos y con sus maestros.

De regreso a la madrugada por calles vacías, observamos un lavarropas que han dejado en la puerta de una casa, con un pequeño cartel que reza: “No llevar”. Nos reímos. Nos preguntamos si deberíamos escribir algo sobre la seguridad, si realmente es importante, si hay algo que decir. Lo resumiremos así: un día vimos pasar un auto de policía.

Día 5: la ciudad

La vida cultural de Mercedes ha estado históricamente marcada por el intercambio con Argentina. Es algo que muchos comentan. La presencia de instrumentistas argentinos es notoria. También te enterás de que varios de ellos son residentes de la ciudad. La ola expansiva de este encuentro anual hizo que algunos eligieran quedarse.

Las antiguas instalaciones de las cercanías del puerto, que supo ser un importante puerto comercial, fueron adaptadas para servir a la nueva vida cultural. En la Manzana 19 se hizo el parque de skate. Allí se juntan por la tarde los vientos itinerantes y salen a recorrer la ciudad. En la 20, partes recicladas de una casona y un gran predio con un escenario. Es el hogar de Jazz a la Calle.

La ciudad se abre, se prepara para la noche. Los comercios adaptan sus horarios. Los artesanos se ocupan ellos mismos de organizar su feria y recibir a sus colegas viajeros para que puedan ubicarse. Los mediotanques se alinean en la rambla.

Mercedes es una ciudad que sabe de jazz. Hace 17 años que el pueblo se sienta cada verano a escuchar bandas y músicos de todas partes. Es el vecino que, en el ocio sofocante del verano, sin plata para irse de vacaciones, se fue a mirar un rato el espectáculo gratuito y la pasó bien. Al año siguiente entendió la dinámica, al tercero ya empezó a comparar unos sonidos con otros, más tarde a recordar bandas y orquestas de temporadas anteriores. Luego identificó su instrumento favorito y empezó a esperar los solos. No necesitan más fundamentos teóricos. Es un evento que mejora la sociedad; se sabe que la gente que escucha música es más feliz.

¿Está todo Mercedes en Jazz a la Calle? Obviamente no. Dice el de la parrillada abierta hasta tarde que él se pierde todo, pero que le encanta lo que pasa en enero, que cada año viene más gente. Algunos salen a laburar a la hora en que los jazzeros se van a dormir, o están cocinando para vender al día siguiente. Hay gente que está limpiando las instalaciones donde los jazzeros comen, duermen, ensayan. Y hay gente a la que no le interesa. Charlamos con unos chicos después de una partida de pool que habían estado en la Manzana 20 con sus amigos, pero no escucharon nada. Van porque es un lugar más amable que el baile del puente, donde todos se pelean. ¿Les entrará la música por proximidad? En todo caso, ya es mucho que allí se sientan más a gusto que en cualquier otro lugar de la ciudad.

Jazz a la Calle 2025.

Foto: Gabriel Alba

Día 6: encuentro de músicos

No es un festival, aclara siempre Faustina, del grupo fundador. Aunque ya no forma parte del equipo de organización, aloja gente en su casa, da una mano en lo que puede y se la ve, cada día, rondando todos los escenarios hasta entrada la madrugada. Jazz a la Calle es un encuentro de músicos. Buena parte del público son músicos. Vienen por la misma razón que los de la grilla. Para encontrarse con otros músicos. Para recuperar el sentido del arte como una forma de contacto, a contramarcha de la virtualidad a la que nos hemos acostumbrado tanto. Para no olvidar que lo que escuchamos con tanta facilidad desde un aparatito viene de personas que están por los rincones del mundo mimando su violincito, limpiando su trompeta, ajustando clavijas y preparándose para el día de encontrarse con sus amigos.

Para muchos jóvenes, llegados en viajes colectivos, a dedo, en bicicleta o en buses adormilados, Jazz a la Calle es un territorio de aprendizaje y de disfrute. Una fiesta para los estudiantes de la UTEC que se han radicado en la ciudad y no salen de vacaciones hasta que no se haya ido el último músico visitante. Una alternativa para muchos turistas uruguayos, desafiando la hegemonía del Este como destino imprescindible de verano.

Haciéndole honor al género, se combina innovación con tradición. Tanto en la oferta musical como en la organización. Siempre empieza puntual a las diez de la noche. Siempre hay toques en la calle antes. Siempre hay jam después. Ya todos saben. Y el que llega por primera vez entiende enseguida. Pero hay algo que es distinto y nuevo cada día. Gracias al encanto de su ritmo, la frescura de la improvisación y su fabulosa promiscuidad para mezclarse con cuanto género o lenguaje musical le hayan puesto delante, el concepto de jazz se estira sin pudor. Hay gente a la que le interesan más las bandas tradicionales, otros prefieren la fusión. La mayoría sólo vamos a escuchar música.

Día 7: de día

En Mercedes hace calor. Es inherente a su identidad, a su ubicación geográfica. Salir de al lado del ventilador a las cuatro de la tarde y recorrer las ocho cuadras que nos separan de la Casa de la Cultura donde está por comenzar la clínica sobre música y narración es un esfuerzo inconmensurable. Las chancletas se te pegan al asfalto. El calor pesa sobre la cabeza como si quisiera aplastarnos. Pero llegamos. Resucitados por el aire acondicionado, nos ponemos a trabajar. Somos muchos. La mayoría son jóvenes, pero no todos. La mayoría son músicos, pero no todos. Estamos también los curiosos, atrevidos, insaciables tratando de abarcar un poco más.

La narración como sistema. La música como apoyo o como protagonista. Escribir en sonidos la trama. La historia construida con referentes. El rol del leitmotiv: En Mercedes hace calor. Me decido a escribir este artículo como una narración. Escribir en palabras la banda sonora.

Día 8: escenario principal

Un buen rato antes de las diez empiezan a llegar, cada uno con su silla plegable. Es mucha gente, pero siempre hay lugar. Los que se van acomodando preguntan a los de atrás si está bien ahí, si no les tapan la visual.

Los músicos quieren al público. El público quiere a los músicos. Todo es gratis. El público no paga. Los músicos no cobran. Ninguno es convocado como estrella. Todos postulan al llamado abierto. Para 2025 se presentaron alrededor de 250 bandas y solistas de muchas partes del mundo. Un grupo independiente de curadores eligió a 70, según criterios estrictamente musicales. De allí se pasa a otros parámetros como variedad, infraestructura, costos de traslado, hasta seleccionar una veintena de participantes.

La escena principal es como un regalo para la ciudad, para el público. Pero no es un escenario de individualidades. Los músicos no vienen para promocionarse o para costearse una gira, aunque esto sea parte del estímulo. Es un escenario de encuentro. Los músicos vienen para encontrarse con este y con aquel. Se dan el gusto de tocar en vivo con alguien que acaban de conocer, con el que vienen siguiendo durante años, o compartiendo diálogos y acordes virtuales. Es una escena para verlos jugar entre ellos. Las formaciones se rearman con invitados de otros grupos. Casi como la jam, pero con selección y ensayo.

Igual es un escenario de brillos, para descubrir a un baterista como Gabriel Bruce acompañando a Frederico Heliodoro (de Brasil), o la guitarra de Alan Plachta, al que se vio más como docente y mentor. O para quedarse contemplando las manos de Eloá Gonçalves sobre el piano. O deleitarse con los argentinos Zequech cuando creías que ya se había hecho todo lo que es posible en fusión con música andina.

Sábado, el día en que hay más músicos y más público. Cayeron unas gotas tímidas a la tarde que dejaron la temperatura a punto para una noche perfecta. El pianista Tigran Tatevosyan, de Armenia, que toca en trío con dos músicos uruguayos –Juan Ibarra en batería y Juan Pablo Szilagyi en contrabajo–, superó las expectativas, que eran muchas. Puede ser alguien del que algún día digamos con orgullo: “Yo lo vi en vivo en Mercedes” y la gente se sorprenda. Y después la Típica y la Jazz con la potencia de la orquesta y el encanto del bandoneón. La gente quiere más de todo.

Está clareando cuando nos vamos de la jam para el camping de la isla. Se preparan mates y se sigue tocando, cualquier género, cualquier registro, admirables flautistas y guitarristas desafinados. Se habla de cómo toca esa mina, de si el solo de batería, del bajo de seis cuerdas. A las ocho ya está la temperatura como para meterse al río. Se sabe que está contaminado. En ese momento no tenemos el valor de que nos importe. Pero está contaminado.

Día 9: el teatro

Mercedes precisaba con urgencia una cosa. Que lloviera. Nosotros también. Que lloviera ya. Toda la tarde del domingo, ruidosa y lenta, vemos caer el agua reparadora desde las ventanas abiertas y chequeamos redes para saber qué pasa con el evento de cierre. Dicen los gurises que se traslada al teatro. Así dicen aquí: el teatro, sin más. Hay que rascar para entender que se refieren al teatro 28 de Febrero, en la calle Ferreira Aldunate. La cita parece diferente. El público se reparte en dos grupos: los turistas de fin de semana ansiosos por su cuota, y los que ya tenemos los hombros sobrecargados de música y calor y apenas si encontramos la energía, pero vamos igual, porque sabemos que falta un año entero para otra cita con Jazz a la Calle.

Todos tenemos un cierto temor de que el espacio lo vuelva todo más calmo y ceremonioso. Y efectivamente, hay un silencio y un aire exagerado de concentración cuando arranca el sexteto del brasileño Luis Chamis, de una prolijidad y solvencia admirables. El ambiente se va aflojando poco a poco y la banda toma posesión de la escena, hasta que el público no los quiere dejar ir. Terminan haciendo un segundo bis, a pesar de los gestos de “tiempo” que se perciben desde bambalinas.

Y llega la Fer Lagger Skajazz, de Argentina, rompiendo, en primer lugar, con sus vestimentas y actitudes, y después con su sonido, el código estético que se había mantenido relativamente homogéneo durante la semana. Aparte de algunas excepciones como el solo de batería, la fórmula es simple: una base rítmica en clave de ska, acompañada por armonías y melodías con muchos instrumentos de viento, que oscilan entre géneros según los arreglos y vaivenes de cada tema. Y conquistan a todos. Hasta el más estudioso de lentes redonditos, que después comentará que no eran para tanto, se pone a hacer palmas, bailar y corear. Es el cierre perfecto, emotivo y feliz para la noche húmeda que dejó la lluvia.

La fiesta seguirá en la Manzana 20 con la última jam, para los que todavía tienen energías. Algunos nos vamos a descansar, a juntar nuestras cosas para estar prontos cuando nos recoja el auto de la aplicación y compartir viaje con unos hinchas de Nacional. Dicen que el clásico va a estar difícil. Nosotros estamos convencidos, sin saber por qué, de que el bolso va a ganar.

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