Cultura Ingresá
Cultura

Foto: Alejandra López

“Me interesa deconstruir el modelo bélico de conflicto en el teatro”: el argentino Guillermo Cacace y su Gaviota, versión libre de la obra de Anton Chéjov

5 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

En sus clases de teatro, Guillermo Cacace tiene un latiguillo: “Lo que pasa se ve”. Parece una forma de ir entrenando al actor en las sutilezas de la escena. Dice que es un principio de trabajo, un posicionamiento: “Es como el ruego al cuerpo que actúa. Es decir, no te preocupes por exhibir nada del orden de lo expresivo, porque hay algo que si está pasando y vos dejás que se vea, no necesita ningún bucle. No necesitás más que estar ahí, percibir algo de lo que la escena hace sobre vos, y finalmente esto se contagia al público sin la necesidad de quedar presos de artificios del orden de la representación”.

El director argentino aclara que por escena se remite al olor a humedad, la sombra, la luz, “lo humano y lo no humano que configura un sistema a percibir, y como eso que está por fuera de uno está en perpetuo estado de cambio, es muy difícil que algo quede fijo y se mecanice”.

Es un ejercicio delicado, “a la espera de que llegue y no exigiéndolo, porque de todas formas es una presión y puede tener el efecto contrario. Nos la pasamos todo el día yendo a buscar cosas; el espacio del ensayo es donde nos reunimos con la paciencia, a dejar que suceda algún advenimiento. Y cuando llega, después tenemos el segundo trabajo, que es no celebrarlo demasiado, como para que no coagule en una forma. El principio activo para que no coagule es la concentración, no dejar de escuchar lo que viene de afuera”.

Los corrillos del Fidae repitieron el nombre “Guillermo Cacace” en 2015, cuando trajo un despojado espectáculo de título extenso, Mi hijo sólo camina un poco más lento, de Ivor Martinić, al hoy desaparecido Espacio Tractatus, un antiguo astillero en la rambla portuaria. Para la segunda vez que vino a Montevideo ya se había corrido la voz, y la puesta con estética de ensayo se mudó al Auditorio del Sodre, de noche, para más público.

Cacace siguió comunicándose con el joven autor croata, que apenas manejaba el español, y en siguientes temporadas montó Sería una pena que se marchitaran las plantas, Drama de Mirjama y los que la rodean, Ante, y en 2027 estrenará en Barcelona Todos deberíamos morir en el orden que hemos nacido.

Gaviota, la obra que trae a esta edición del Fidae, es una versión del clásico chejoviano que encomendó a Juan Ignacio Fernández con la misión de que la adaptara a cinco actrices, sacrificando personajes, pero sin cambiar los géneros. Su estadía montevideana se completará con un par de talleres y algunas funciones independientes de Ante en La Escena.

Se asocia tu trabajo con un “teatro de la cercanía”. ¿Te identificás con esa definición?

La obra nunca está acabada, sino que la hace el público con uno cada vez. Entonces, es un trabajo de ingeniería pensar cómo es ese vínculo de inversión de cercanía según las características particulares de cada material. El caso de Gaviota es muy curioso, porque la ensayamos durante más de un año y medio en pandemia; empezamos por Zoom. Cuando llegó la cercanía fue muy revelador todo lo que el cuerpo había acumulado como deseo de encuentro. De alguna manera quisimos multiplicar lo que nos pasó en esa experiencia. Por eso el dispositivo final que se generó para esta puesta –usando una palabrita que está ahora muy en boga– es inmersivo, pero casi era inevitable que lo fuera si queríamos convidar ese estremecimiento, ese temblor, ese lugar de redescubrirnos. Además, están tan estandarizadas las formas de espectar, que sólo por el hecho de desprogramar las formas en las que vemos se ha generado otra vía de encuentro.

La naturaleza de Gaviota, que habla de la representación, ¿conduce a un corrimiento?

Sí, porque dentro de la obra misma hay una discusión sobre las nuevas formas, las viejas formas. Esa discusión, que enfrenta además a dos generaciones sobre cómo se debe hacer teatro en ese momento, en 1895, me atrae muchísimo. Pero se traslada a una discusión permanente. Desde la dirección trato de bajar cualquier nivel de opinión y no considerar una postura más válida que la otra, sino entender cuáles son los móviles en cada personaje para defenderla. Para desarticular también las diferentes singularidades, los universos de los que hacemos teatro, para sacarlo del enfrentamiento. Incluso las competencias, los premios que se otorgan, de modo a veces hasta ingenuo, fomentan cierta aristocracia, la posibilidad de que una posición sea mejor que la otra, y eso anula la posibilidad de pensarlas como diferentes. Trato de que prime la exposición de la diferencia. Pero trato de mantenerme en abstención por ese nivel de tensión; históricamente el teatro se entendió con el modelo bélico de conflicto, y eso es parte de lo que éticamente, cuando me pronuncio poéticamente, me interesa deconstruir.

Da la impresión de que Chéjov plantea adrede unos vínculos bastante difusos entre quiénes integran la familia, quiénes son allegados, vecinos, protegidos, sirvientes.

Para mí el teatro es un modo colectivo de producción sensible de conocimiento, muy diferente de los modos consagrados, que a lo mejor son más racionales, más intelectuales, más académicos. Me permite, en la práctica, con Chéjov, entender que más que una confusión hay una anulación de las jerarquías. Lo que hace, más que confundir qué rol desempeña de manera complementaria cada personaje en una estructura, es crear una horizontalidad tal en términos de importancia de la tragedia de cada uno, que hace que no haya una jerarquía, que la tragedia de Masha, que es la criada, no sea menos importante que la tragedia de Kostia. Termina generando una coralidad sin jerarquías que nos permite ver que lo que sostiene la pieza no es solamente ese devenir de introducción, de desenlace, porque es una pieza clásica, sino cómo se van tramando de modo desjerarquizado el encuentro, el desencuentro, las frustraciones, lo posible y lo imposible, en cada uno de sus personajes.

¿Qué te movía del material de Juan Ignacio frente al original?

Gaviota es un proyecto que no me quería morir sin haberlo hecho. Yo le dije: la misión, Juan Ignacio Fernández, es ver cómo hacemos para generar una versión que se pueda hacer con estas cinco actrices geniales y con esta pieza, que es genial. Quiero que me conviden algo de su talento. Y Juan Ignacio hizo un trabajo de orfebre en el que los géneros están respetados igual que en el original, sólo que interpretado por mujeres, sin buscarle ninguna explicación a esa decisión. Y se redujo a cinco, y justamente el personaje de la criada es el que a lo mejor representa las voces subalternas, la voz que en este caso arbitra todo el sistema vincular de la obra y la que más sabe del pasado y del presente de esos vínculos. Entonces nos permite hilar la totalidad del relato sin que podamos sentir la ausencia de algunos personajes que de nuestra versión quedaron sustraídos. Tréplev, que es precioso, es el que más lamento que no esté.

Sos todo un especialista en la obra de Ivor Martinić y, en breve, traés Ante a La Escena.

Más que un especialista, me siento un amante platónico. Durante mucho tiempo él no hablaba una gota de español, así que hablamos en un raro inglés o a través de una intérprete. Hace muy poquito empezamos a poder comunicarnos en español y sigo haciendo su obra y voy a estrenar otra obra de él en el Teatro Nacional de Cataluña, porque ahora vive en Barcelona; fueron muy poquitos los encuentros que tuvimos cara a cara, y después fue una conexión plena desde el material.

Ante tiene el espíritu de Mi hijo... y es la primera pieza que él escribe. Tiene algo que para mí es demoledor: está escrita alrededor de una historia real, tiene algo de teatro documental, según él mismo declara en el inicio, porque es un niño víctima de la guerra de la ex Yugoslavia y es increíble cómo eso empieza a resonar ferozmente hoy con un mundo en guerra. Siempre hay algo que nos conmueve de modo devastador, que es la vida de estos niños, que no están eligiendo nada del mundo que les toca habitar. Entonces, Ante pone sobre el tapete lo que le pasa a un niño que perdió la madre con una bala perdida y de ahí se desengaña una serie de tensiones que tienen la ternura infinita de Ivor en el tratamiento de los temas, pero al mismo tiempo el dolor de tener que tramitar semejante desgracia.

Gaviota. Sábado 11, domingo 12 y lunes 13 en la sala Verdi.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa la cultura?
None
Suscribite
¿Te interesa la cultura?
Recibí la newsletter de Cultura en tu email todos los viernes
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura