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Niña Lobo se lamenta en una ciudad que no es la tuya

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En su segundo larga duración, la banda uruguaya mezcla pop rock con pospunk.

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Fue en el invierno de 2019 que Niña Lobo se dio a conocer con un EP homónimo de tres canciones. La portada del disco, con un dibujo de una joven híbrida encerrada en su cuarto entre libros y discos, a tono con la distopía del cómic canadiense Sweet Tooth, anunciaba una melancolía para nada gris, coloreada con tonos azules de efecto fluorescente.

La música de este grupo femenino uruguayo no defraudaba. De hecho, sorprendía entre las propuestas cercanas de la escena independiente local, enganchadas con fidelidad a la tradición oscura de Fernando Cabrera, Jaime Roos y Estela Magnone y el sonido demoníaco y extraño de Sonic Youth, My Bloody Valentine y Yo La Tengo.

“Nunca me gustaron los domingos por las noches/ ni ver la lluvia caer por el ventanal”, cantaba al comienzo Camila Rodríguez en “Domingo”, sin regodeos depresivos. El grupo sigue una melodía para tararear ramoneramente, con cruces de guitarras eléctricas más surferas que garajeras, y planta una bandera de una euforia, aunque triste, fulgurante de vitalidad y de aventuras por venir. Con “Balada” y su estribillo para barrabravas sensibles –“no te quiero pedir que te vayas si mañana te voy a extrañar”–, y la romántica y épica al estilo Mazzy Star de “Casa deshabitada”, Niña Lobo terminaba de fundar un universo musical y cinematográfico atrayente, en una Ciudad Vieja ciberpunk que más tarde, con su sólido primer LP, Lo que duró la vida de alguien (2021), iba a ganar en dimensiones, personajes y escenarios, sin salirse nunca de una fantasía de cuidados decorados.

Siguiendo ese marco estético e identitario, el segundo larga duración del grupo, Montevideo despierta, puede leerse como un volantazo. Desde su título tramposo, todo indica que el sueño se terminó. Afuera el neón, los híbridos y las novelas rosas. En la tapa, el grupo aparece retratado mientras observa un partido de fútbol de Uruguay en la televisión. En el bar se distingue la silueta craquelada de un whisky, que hizo célebre el relator Alberto Kesman, y un bidón de soda que no coincide del todo con el mensaje de primer plano. ¿Una pista esperanzadora? En el videoclip de “Montevideo despierta”, tres jóvenes deambulan por el parque Rodó y la rambla.

La cantante y guitarrista Camila Rodríguez firma los textos de estas diez nuevas canciones, compuestas junto con la bajista Isabel Palomeque, la tecladista Andrea Pérez y la guitarrista Camila Bustillo. Con la partida de Juli Guerriero, Cecilia Simón se hace cargo de la batería. Completan la formación Gonzalo Deniz (Franny Glass), también en la tarea de arreglador coral, y Mariano Gallardo Pahlen, responsable de la producción artística del álbum.

El comienzo del disco respeta las formas caóticas y avalanchadas de una catarsis emocional. “Encerrada en mi cuarto/ No estoy muy bien y hoy vuelvo a sentir/ Que tengo todo para perder/ Algo en mí cambió”, canta Rodríguez. Y luego elige una expresión popular todavía no del todo explorada en la canción uruguaya: “Ya fue”, dice, y aclara: “Así está bien/ No puede ser tan difícil quererme romper/ Montevideo despierta y yo me duermo otra vez”.

Le siguen “Algo tiene que terminar”, “Las canciones que cantábamos” y la mejor de este combo inicial, “Llorando en el baño” (“Si me odiás tanto, por qué no me dejás”). El bajo suena definitivamente pospunk y juguetón. Los punteos y los cruces guitarreros, mucho más presentes que en su primer álbum, remiten a veces a The Cure, a veces a The Smiths y a veces a The Cars; los teclados, por su parte, vuelven a estar a tono con la dorada new wave de sintetizadores que imaginaba el futuro de unos lejanos 2000 que nunca llegaron.

A esta altura del disco, ya se puede afirmar que si hay algo que repele a Niña Lobo es la austeridad. La superproducción, el efecto wall of sound, las múltiples capas y los efectos de voces, el sonido brillante: todo acompaña armoniosamente la narrativa de las canciones, que también sonarían bien sin nada, a guitarra y voz peladas. Por momentos, y sobre todo para quienes siguen la carrera del grupo, la combinación ambiciosa de intervención sonora le juega en contra al provocar una cierta monotonía que esconde los matices de sus buenas composiciones.

Lo más importante de esta intransigencia estilística es que, en el fondo, y a pesar de las referencias localistas, reafirma el interés ficcional del grupo. Entonces, si bien este nuevo capítulo de Niña Lobo tiene el escenario de una Montevideo reconocible, no deja de tratarse de su propia versión de la ciudad, coloreada inevitablemente por la sensibilidad de exponentes de una nueva generación, desprendida de ciertos hábitos del costumbrismo musical uruguayo, naturalmente pretenciosa. Más particularmente, su valor principal sigue residiendo en la química interna del grupo, de la que siguen surgiendo canciones de poesía introspectiva con las que puede identificarse cualquiera, y pop rock de alto nivel.

En la segunda parte del disco, Niña Lobo le canta a “Barrio Sur” en una canción distinta, de piano y voz. El grupo vuelve a sus inicios en “Tormenta”, y Camila Bustillo se luce cantando la historia de “Nuevo balneario”: “Soy de los 90, y aprendí a disociar/ Ellos son de los 60 y no quieren dar cuenta de que el mundo cambió y está un poco peor”, dice.

Montevideo despierta, de Niña Lobo. 2025. En plataformas.

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