“Recolectores del mundo, hundíos. No habrá mendrugo, barroco, tripa gorda. Esta ciudad le ha puesto cazuelas a la mugre”. Con este “Poema” nos da la bienvenida Testamento tanguero, el recientemente editado primer registro discográfico del trío Hagopián-Irigoyen-Arenas. El enunciado comparte pista con “El montón”, un tango compuesto por Cátulo Castillo y Osvaldo Avena que se inscribe en la edad de oro del género rioplatense, allá por los años 40 del siglo pasado. De alguna manera, esta apertura díptica presenta las coordenadas de la propuesta, como para que sintonicen al proviso quienes ingresen al material por las autopistas del algoritmo.
En 2017, el siempre inquieto escritor y músico José Arenas organizó un homenaje al poeta uruguayo Horacio Ferrer, el autor de un par de centenas de letras de tangos, entre las que se destacan sus colaboraciones con Astor Piazzolla, como “Balada para un loco”, “Chiquilín de Bachín” y la operita “María de Buenos Aires”. Para ese show, al que llamó Poeta de las tres de la mañana, convocó, entre otros artistas, al pianista Álvaro Hagopián, a esa altura un reconocido intérprete y arreglista del género, y al cantor Gonzalo Irigoyen, que estaba trabajando con el trío Sin Palabras. Con ellos editó en 2020, y ya como cuarteto, el álbum Rosado dulce. El evento pasó, pero la fricción fue suficiente como para prender el fuego, y alrededor de esas llamas andan hace ocho años.
Horacio Ferrer firma el segundo track, el recitado “Tu penúltimo tango”, y este da pie a “Testamento tanguero”, de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo. Además de bautizar el disco, la canción fue una de las primeras del repertorio y sirvió para calibrar parte del concepto: autores clásicos, pero tangos no tan conocidos. Esto, sumado a canciones propias, rarezas arropadas de tanguez y algún que otro hit, todo costurado por la palabra declamada y performática de Arenas, la lírica siempre al frente.
El formato mínimo de piano y voz hizo que, a diferencia de una orquesta, les sea sencillo sumar catálogo, por lo que a esta altura tienen un centenar de tangos ensayados. En este sentido, uno de los aciertos es la selección del material, que mantiene cierta paleta de colores, tanto en las músicas como en los poemas recitados, más allá de que se nutre de diferentes nichos y generaciones. Parte de esta coherencia se da por los autores recurrentes, como Castillo o Ferrer, que vuelve con Daniel Piazzolla en “Porteñesa rea”, con el papá de Daniel –Astor– en “La bicicleta blanca” –uno de los temas aclamados del proyecto–, y la lista sigue.
Como no sólo de dos por cuatro vive el rioplatense, “Vals del 95” –autoría de Arenas y Hagopián– y “Carlitos, cantá una zamba” –Antonio Rodríguez Villar y Ferrer– permiten que los intérpretes se luzcan en otros territorios, quizás, no tan explorados en el piano de la música popular uruguaya, como sí sucede en la margen occidental del río, con referentes como Ariel Ramírez y Adolfo Ábalos. “Carlitos, cantá una zamba, Carlitos Gardel criollo, querido de las guitarras, rimado por los chingolos”, implora la voz siempre profunda y nunca impostada de Irigoyen.
El trío hace propia “Dulces tormentos” de La Trampa y exprime la sensibilidad nostálgica y arrabalera de Garo Arakelian, acompañados del violín de Matías Craciun, un invitado estable del conjunto. También hay lugar para descubrir la tanguez de Jorge Luis Borges con el texto “El puñal”, y la “Milonga de Albornoz”, con música de José Basso, cuenta la historia de Alejo Albornoz, cuchillero muerto en su ley, a fines del siglo XIX, en el Bajo de Retiro, pero que el escritor sitúa “en una esquina del sur” de la ciudad de Buenos Aires, para que no perdiera el ambiente arrabalero que en los años de la composición ya no existía en la calle Santa Fe, donde realmente fue sentenciado el personaje.
En la popa del álbum hay lugar para una virtuosa y descontracturada versión de “Tinta Roja”, el clásico de Cátulo Castillo y Sebastián Piana, y para que Arenas, “atrevido e inconsciente”, como declarara a Radio Cultura, se dé el gusto de compartir créditos con Piazzolla en “Che, tango, che”. Compuesta a mediados de los 70, en la etapa parisina del bandoneonista, la versión original tiene letra del poeta Jean-Claude Carrière. “Che, tango, che/ rossée, usée/ abusée et désabusée, che, tango, che”, dice en los primeros versos de esta “francesa y poderosa declaración de amor a la historia del tango”. Años más tarde, el dandi Ferrer –cuándo no– escribió su propio texto en castellano y ahora hace lo suyo el poeta montevideano. “No traduje la versión en francés, sino que más bien traduje lo que la música tanguera y sensualísima despertaba en mi versión actual del tango”. Entonces: “Che, tango, che/ como rimé/ mordidas, besos, muerte y fe/ che, tango, che”. El penúltimo de los 18 surcos lo ocupa “Los héroes del amor”, del poeta popular argentino Héctor Francisco Nacho Wisky, con música del guitarrista Jorge Giuliano. El artista callejero, nacido en Temperley y fallecido en 2013 en un accidente de tránsito en el barrio de Constitución, es autor de un puñado de canciones que han sido grabadas, entre otros, por Los Andariegos, Claudia Pirán y Almafuerte. En la estilizada versión de Hagopián e Irigoyen, sus versos son un acogedor telón de cierre de esta fábula rota de ciclistas solitarios y tauras acuchillados: un bálsamo en el naufragio anticipado en la portada del disco y diseñada por Maca, sobre una obra del pintor Mario Arroyo. Ya en la calma del anegamiento, como al inicio, todo es palabra: “Ofrendas que nunca fueron juramento, promesas que nadie escuchó jamás, paisaje sutil y crepuscular, tristeza de un puerto sin barcos ni mar”.
Testamento tanguero sale airoso en el desafío de trasladar una experiencia esencialmente escénica al frío universo de la reproducción industrial. A diferencia de lo que se estila, el eslabón discográfico no abre una etapa, sino que la cierra; como anuncian en la gacetilla prensa: “De aquí en más, todo será futuro”.
Hay algo –o mucho– de radio en este trabajo, como si esto que escuchamos sucediera en una fonoplatea. En entrevista con el programa Música de dos orillas, Irigoyen, quien dio sus primeros pasos detrás de micrófonos rockeros, contaba que descubrió el tango “vagando por el dial”, estacionando en la Clarín, o a partir de La venganza será terrible, el mítico programa de Alejandro Dolina, que tiene mucho de esta complicidad nocturna y casi extinguida que inunda todo el larga duración. Y la noche no es un capricho, porque, aunque lo estemos escuchando a las dos de la tarde, esta película, o mejor, esta radionovela, está situada en la madrugada, en los bajos de algún pueblo de papel rioplatense, donde no existen manuales ni almanaques, y donde siempre hay una orquestita haciendo sonar su testamento.
Testamento tanguero. de Hagopián - Irigoyen - Arenas. Perro Andaluz, 2025. En plataformas.