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El fundador de Amazon, Jeff Bezos, el director ejecutivo de Google, Sundar Pichai, y el director ejecutivo de Tesla y SpaceX, Elon Musk, durante la ceremonia de investidura de Donald Trump, el 20 de enero de 2025, en el Capitolio de Estados Unidos.

Foto: Saul Loeb, POOL, AFP

El viraje de los medios y las redes sociales en la era Trump

9 minutos de lectura
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La derechización de una industria dominada por un puñado de hombres.

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El 20 de enero, durante las celebraciones por la asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, llamó la atención la presencia de cinco multimillonarios en lugares prominentes. Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Sundar Pichai y Tim Cook son, entre otras cosas, las personas que están al frente de Twitter (hoy X), Amazon, Meta, Google y Apple. Mientras algunos de ellos promueven agresivamente una libertad de expresión que da entrada a la desinformación y los discursos de odio, otros tratan de adaptarse al fuerte giro a la derecha del electorado estadounidense.

Dado el declive de Facebook, muchos veían probable la eliminación del programa de verificación de su empresa madre Meta, pero a académicos, periodistas especializados y los propios verificadores los sorprendió que se produjera de forma tan claramente motivada por intereses políticos y económicos.

Pronto será difícil distinguir a Meta de la polémica red X, adquirida por Elon Musk, sentenció la revista Wired. Veamos la evidencia: ambas redes tienen vínculos cercanos con la administración de Trump y acaban de lanzar un “sistema de notas” para determinar errores o falsedades sobre la información compartida en sus redes. Ambas se han mudado a Texas –donde la ley en materia de chequeo de datos es mucho más laxa– y además son dirigidas por multimillonarios que tienen varios escándalos y uno o dos juicios a cuestas.

Bienvenidos a una era de “desregulación de la información”, en la que la libertad de expresión se puede volver un concepto tan difuso y maleable que los discursos de odio, la información imprecisa o falsa y los contenidos chatarra generados por bots son la nueva moneda corriente en plataformas masivas.

Contra la verificación y contra los vulnerables

El contexto no es aleatorio. Meta enfrenta un juicio antimonopolio en abril y la empresa, que ya estaba en la mira del gobierno estadounidense, entendió que para sobrevivir debía acercar posiciones con la renacida derecha estadounidense. Más específicamente, con Trump, quien además había amenazado con enviar a prisión a Mark Zuckerberg, creador de Facebook y presidente de Meta, “por el resto de su vida”.

Ni lento ni sutil, Zuckerberg reemplazó al jefe de políticas de la empresa, Nick Clegg, por el conservador Joel Kaplan y agregó a Dana White, persona clave en la campaña de Trump, a la junta directiva de Meta. Además, comunicó en un video tan viral como criticado las nuevas condiciones de servicio de Facebook e Instagram: puesta en marcha del sistema de notas, simplificación de las políticas de contenido y eliminación de las restricciones en temas como la inmigración y el género, dos tópicos que pican alto en el interés de los republicanos estadounidenses: ir contra la “agenda woke” y perseguir a los inmigrantes han sido focos de su campaña. Como magro consuelo, se podrá volver a hablar de política en Instagram y Threads, donde esos contenidos estaban bajo una especie de shadowbanning o prohibición silenciosa.

El cambio de postura fue tan extremo que, según reportó 404 Media, se encendió el descontento entre los empleados de Meta dado que los cambios de moderación de contenidos ahora permiten a los usuarios decir cosas como que las personas LGBTQ+ tienen una “enfermedad mental”. Las protestas de los trabajadores adquirieron cariz público; uno de ellos, por ejemplo, posteó irónicamente en una plataforma interna: “Soy LGBT y estoy enfermo”.

“En el discurso de Mark Zuckerberg en Instagram se argumenta que 'la comprobación objetiva de la veracidad de los contenidos es una forma de censura y que los profesionales encargados de la misma introducen sus propios sesgos'. Pero los programas de verificación sólo marcan como verdadero, falso o sospechoso un determinado material, no lo censuran ni justifican el porqué con fuentes. Usan una metodología objetiva que no tiene espacio para sesgos, ni opinión”, afirma Irina Sternik, periodista especializada en tecnología en La Nación y Chequeado que lleva adelante el newsletter LadoB (@Ladobnews).

En lugar de reducir la cantidad de personas a las que se les elimina contenido por error, el cambio de protocolos abrirá una gran ventana para que contenidos falsos e información creada para manipular puedan publicarse en redes masivas como Facebook, opina la especialista. Otras de las grandes preocupaciones es, como explicaban en Chequeado, la organización argentina de fact checking, que se relacione al periodismo de verificación con la censura, cuando en ningún caso los chequeadores deciden qué ocurre con los contenidos.

Medios amenazados

Pero el debate “libertad de expresión versus censura” no queda circunscripto a las grandes plataformas de redes sociales, sino también a los medios masivos, y en particular a los llamados legacy media, aquellos conglomerados tradicionales que dominaban la era preinternet. Una serie de sucesos recientes se adosa a la manida crisis de los medios tradicionales por adaptarse al escenario digital.

La primera señal apareció en noviembre, cuando en plena campaña electoral estadounidense los dueños de los periódicos Los Angeles Times y The Washington Post, de inclinación demócrata, cambiaron la costumbre de apoyar explícitamente a un candidato presidencial en su espacio de opinión editorial.

La situación se volvió más clara tras lo que ocurrió con la caricaturista editorial Ana Telnaes, de larga trayectoria en el Post, quien renunció después de que su editor matara una caricatura que se burlaba de la adulación hacia Trump por parte de Jeff Bezos –dueño del periódico y de Amazon– y otros multimillonarios. “El editor, David Shipley, afirmó que la caricatura era demasiado repetitiva, pero Telnaes, que está en el periódico el tiempo suficiente para saberlo, dijo que era la primera vez en su carrera que le habían rechazado un artículo debido al punto de vista inherente al comentario de la caricatura”, explicaba el periodista Hamilton Nolan en su newsletter de opinión política How Things Work (@howthingswork).

¿Cómo lucen las cosas para el resto de los medios estadounidenses en este contexto? No muy bien, si este es el precedente que vienen sentando diarios con espalda económica y grandes plataformas respecto a la independencia periodística. También hay que tener en cuenta la crisis económica que atraviesa el periodismo en general con la caída de ventas y los desafíos de sustentabilidad de los nuevos modelos de suscripción online, además de su pérdida de tracción en la cobertura política.

Elon Musk durante una reunión de gabinete en la Casa Blanca el 26 de febrero.

Foto: Andrew Harnik / POOL / AFP

Basta ver la última elección presidencial estadounidense, rotulada “la elección influencer”: tanto Trump como su contrincante Kamala Harris recurrieron a los creadores de contenido online para captar el voto en segmentos de interés (joven, latino, afroamericano, etcétera), en lugar de priorizar los medios mainstream. Es decir, en vez de sentarse a hablar con periodistas para los diarios o dar entrevistas en canales de TV, fueron a visitar a taquilleros youtubers e influencers web, a hablar por stream y en podcast partidarios. “No tiene valor en una elección general hablar con el New York Times porque esos lectores ya están con nosotros”, admitía el encargado de la campaña de Harris en diciembre.

Los contenidos se crean y consumen diferente que antes y la gente se informa a través de redes como Tik Tok, Instagram y Youtube, así que los políticos empiezan a entender que el juego pasa por otro lado y ponen dinero en esa dirección. La industria de la “influencia” ya mueve 250.000 millones de dólares, y un 70% de los estadounidenses de entre 18 y 29 años dicen que siguen a al menos un influencer, según un estudio del Pew Research Center. Y para complejizar el asunto, como explica Wired, cuando los políticos se convierten ellos mismos en creadores, se desdibuja aún más la línea entre funcionarios, periodistas e influencers.

El problema es que los creadores de contenido no tienen los mismos estándares de rigurosidad que los periodistas profesionales, si es que tienen alguno. Muchos son militantes partidarios y están financiados por think tanks, organizaciones privadas o por los propios interesados. Con todo, en el último tiempo se empezó a controlar un poco más la actividad de influencers y creadores online, y se establecieron guías para indicar cuándo un posteo está esponsoreado, además de requerir que los influencers políticos blanqueen cuando reciben pagos de grupos políticos por publicar contenido.

También la producción cultural va a sufrir cambios bajo el mandato de Trump. Disney, por caso, anunció que se mantendrá “fuera de las guerras culturales”. Su gerente Robert Iger explicó que ya no harían activismo político y como ejemplo informó que eliminaron una historia sobre un atleta trans que iba a ser parte de la próxima serie animada de Pixar, Win or Lose. Ya la cadena ABC –propiedad de Disney– había tenido que pagar 15 millones de dólares al presidente para resolver una demanda por difamación después de que su presentador estrella dijera falsamente que había sido declarado “responsable de violación”. Empresas de otros rubros siguen el curso del hoy llamado “anti DEI movement” (en contra de las políticas de diversidad, equidad e inclusión), como Ford, McDonald’s, Walmart y Toyota.

Posplataformas

¿Cómo sobrevivirá el periodismo ante esta avanzada ideológica, técnica y legal? ¿Qué sucede cuando el capital parece el único regente en los medios de comunicación? “El periodismo no es un negocio que responda bien al imperativo capitalista estadounidense de tratar a sus clientes como víctimas a las que engañar y exprimir. Por lo tanto, la salud general de la prensa libre es un barómetro útil para decir cómo se encuentra el equilibrio de poder entre el humanismo y el capitalismo despiadado en un momento dado de la historia”, vaticina Nolan. Mientras crece la concentración de la riqueza y se habilita que multimillonarios caprichosos compren lo que quieran o a quien quieran, no todos los periodistas pueden darse el lujo de renunciar por convicciones, como Telnaes. Parte de la sociedad civil “se encoge en la esquina en un esfuerzo por evitar provocar a la bestia”.

Sin embargo, se empiezan a gestar respuestas de organizaciones civiles y ciudadanos de a pie. Uno de ellos es FreeOurFeeds, lanzado con el apoyo de grandes nombres de la tecnología y figuras como el actor Mark Ruffalo, con el objetivo de construir un nuevo ecosistema de redes sociales sobre el Protocolo AT, un marco abierto y descentralizado diseñado para permitir plataformas de redes sociales interoperables, que brinde a sus usuarios mayor control sobre sus datos y experiencias online (el mismo que usa Bluesky, otra red que abrió hace poco en respuesta al devenir de X).

Más allá de si este proyecto prosperará o no, hay cada vez más opciones (redes como Urbit, Mastodon y BlueSky, apps como Discord y otras iniciativas) que, como reacción a la pérdida de privacidad y control sobre los datos personales, la creciente toxicidad y violencia online y la abundante publicidad, buscan curar y crear ambientes digitales más saludables, inclusivos y verdaderamente sociales para los usuarios “quemados” por las redes convencionales. Hoy al bienestar de una comunidad online y la salud mental individual se suma el requisito de moderación, rigurosidad de los contenidos y libertad de expresión en un marco que respete los valores democráticos y los consensos sociales básicos adquiridos.

“En los últimos años, la frase 'libertad de expresión' se ha convertido en un grito de guerra de la derecha. Influencers conservadores, multimillonarios y millones de partidarios del Make America Great Again no dejan de gritar sobre la necesidad de instaurar políticas de 'libertad de expresión' en la web. Sin embargo, ninguno de estos grupos está realmente interesado en la libertad de expresión. De hecho, todos ellos, especialmente Musk y ahora Zuckerberg, están involucrados en esfuerzos agresivos para censurar y silenciar el discurso que desafía sus puntos de vista, sus ganancias, al gobierno de Estados Unidos y al poder corporativo”, afirma la periodista de tecnología estadounidense y editora de @usermagazine Taylor Lorenz.

Quién controla a los multimillonarios

Imperfecto y todo, el programa de fact checking de Meta era la única contención contra la desinformación en sus plataformas. Abandonar totalmente el sistema, además de desfinanciar estos esfuerzos en otras organizaciones internacionales que Meta sostenía y que deberán ahora encontrar alternativas para financiarse, abona la sospecha de que la moderación de contenidos siempre tuvo como objetivo mantener las plataformas “seguras” para los anunciantes (dado que la publicidad es el principal motor económico de Meta) más que para los usuarios, sobre todo ahora que Facebook ya no es su negocio principal.

404 Media revela una pista atendible: el derrotero reciente de la red social se asemeja más al de un barco fantasma. Poco a poco, su audiencia fue desertando: “Facebook es Meta ahora, pero el juego del metaverso fracasó. No saben qué es el futuro, pero sí saben que Facebook no es en absoluto el futuro. Por lo tanto, hay un nivel de desinversión en Facebook porque no saben exactamente qué será lo próximo. No se obtienen muchas ganancias financieras al apuntalar Facebook, pero no es como si desapareciera o su huella se redujera. Simplemente se llena de estafas de criptomonedas, phishing, piratería informática y estafas online”.

¿Seguirán las otras grandes plataformas a Meta? Por ahora, Tik Tok parece seguir interesado en sostener la verificación ya que podría continuar invirtiendo en ella desde Bytedance, la compañía madre. Por su lado, Youtube no se ha pronunciado al respecto.

Las medidas comprenden las operaciones de verificación en Estados Unidos, pero es probable que se extiendan más allá. Zuckerberg mismo dijo que esto era sólo el comienzo. “Lo importante es que las plataformas no son empresas del Estado ni hacen beneficencia. Pertenecen a los hombres más ricos del mundo y son usadas por casi toda la población. ¿Quién modera? ¿Quién controla que no circule desinformación o material que puede poner en peligro a las democracias o a las personas? La respuesta cambió y ahora va a depender del país donde vivas. Son pocos los que tienen regulaciones al respecto. Si no vivís en Europa o en Brasil, esto será lo que pasará. Por lo pronto, habrá más discurso de odio”, cierra Sternik.

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