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Exposición de Ana Casamayou, en el Centro de Fotografía.

Foto: Lucía Martí, CdF

“Todas las fotografías son autorretratos”: retrospectiva de Ana Casamayou

4 minutos de lectura
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Una muestra en la que lo íntimo es lo público.

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Ana Casamayou es una mujer sonriente, persistente, casi anónima. Se trata de habilidades imprescindibles para ser una buena fotógrafa. Ahora expone en el Centro de Fotografía (CdF) una muestra retrospectiva que nos permite reconocer a las muchas Ana que la habitan.

Desde el ómnibus fotografía la ciudad, haciendo de cada toma un autorretrato de una vida que cuenta con una fuga de la cárcel junto a 37 “mujeres subversivas”, un exilio en México y la creación de la escuela de fotografía que cambió el lenguaje uruguayo de las imágenes. Clandestinidad, prisión, docencia, trabajo colectivo, maternidad, disfrute de abuela: en todas sus facetas Ana ha sido feminista.

Su voz esconde fortaleza. Cuando habla parece que se va a quebrar, pero esconde la potencia que contienen sus proyectos. Con ella no se puede hablar sólo de fotos, sino de proyectos fotográficos de largo aliento.

Sostener el presente se enmarca en “Diálogo oriental”, una categoría expositiva del CdF que plantea revisar el trabajo de fotógrafos uruguayos de amplia trayectoria. En 2016 fue el turno de Roberto Fernández Ibáñez, en 2018 el de Jorge Vidart (2018), y ahora es el de Casamayou, tras la propuesta de Agustina Rodríguez Tabacco.

Documentalista de lo cotidiano

Puede pensarse en Casamayou como una obrera de la fotografía que construye universos fotográficos paso a paso, ladrillo a ladrillo, foto a foto. Desarrolla proyectos fotográficos de aquello que la circunda todos los días.

Cierta vez, hablando del autorretrato como género, dijo que para ella todas las fotografías son autorretratos, porque cada obra hecha desde las tripas habla de nosotras mismas.

Su estilo como documentalista de lo cotidiano es palpable en el trabajo que realizó desde el transporte público. Lilián Castro, su colega y compañera del colectivo fotográfico En Blanca y Negra, opina que Ana pudo llevarlo a cabo tan bien porque es una trabajadora, una luchadora de toda su vida: no va en auto, se mezcla entre la gente, espera el ómnibus, curte calle.

Castro, más Adriana Cabrera Esteve, Estela Peri, y Casamayou realizan muestras conjuntas en todo el país. Como colectivo, interpelan el espacio público con gigantografías en las que la imagen de la mujer toma el espacio que reivindica.

Ana, nacida en Montevideo en 1948, ex presa política y luego refugiada de la ONU, vivió en Chile, Cuba, Colombia y México, donde recibió asilo político, tuvo a su tercer hijo, sobrevivió vendiendo chorizos caseros a uruguayos y argentinos, conoció la fotografía y se integró a la agencia de fotografía Cámara2. Regresó a Uruguay en 1985, con el retorno de la democracia.

Ana Casamayou.

Foto: Alessandro Maradei

En 1988, junto a su pareja, el mexicano Carlos Amérigo, fundó Dimensión Visual, una escuela de fotografía que propuso una forma de estudiar y ver distinta. El reportaje, la cercanía, las salidas prácticas cambiaron y guiaron a más de una generación de jóvenes reporteros uruguayos ávidos de transformaciones.

Sin embargo, Casamayou nunca alardea de haber creado ese espacio junto con el mexicano, aunque fue ella quien trajo a Amérigo a Montevideo y abrió nuevos caminos aquí.

Afuera y adentro

En la retrospectiva del CdF, Casamayou aparece como una mujer sincera, desafiante, traviesa. Una que, casi como un juego, propuso montar en la plaza Primero de Mayo una serie de gigantografías de mujeres trabajadoras titulada Hijas de vidriero (2016) como forma irónica de plantear cómo la importancia de las mujeres en el mundo del trabajo y del sindicalismo era ignorada.

En la sala del segundo piso del CdF hay otras facetas de su producción. Por ejemplo, allí se encuentran sus registros de los años del levantamiento del EZLN en Chiapas, y también allí está la imagen de una mujer que se transforma en vuelo liberándose del cuerpo reprimido y violentado. La realizó en 2006, con la técnica de la doble exposición, y la colgó en Dimensión Visual, y con ella incidió el iris y el camino creativo y político de tantos que anduvimos por allí.

El camino que nos señaló se basa en la técnica y en la experiencia. Hace muchos años me dijo: “Es necesario ser fotógrafa de sociales, es la rama más difícil de la fotografía, te da oficio, una no se puede equivocar, hay que ser rápida, observar y sacar la foto”. A pie, a un ritmo incansable, utilizó la fotografía profesional como salida laboral y también como práctica artística “para cuestionar normas sociales y generar espacios de diálogo y encuentro”, recuerda el folleto de la muestra.

Paradojalmente, a través de los espacios públicos Casamayou habla de su más íntimo sentir. En su fotografía “Desexilios” dibuja con sombras de ramas de árboles y hamacas de una plaza su propio retorno al país. Une la polis y su intimidad, y por eso su fotografía se convierte en autorretrato. Su maestría nos recuerda el concepto etimológico de fotografía: dibujar con luz.

Violencia, 2006.

Foto: Ana Casamayou

Para ella, lo personal es político. La fotografía de la marcha de mujeres del 8 de marzo de 1987, en el Palacio Legislativo, donde en una inmensa pancarta donde lee “La democracia está en deuda con las mujeres” da la pauta de su trayectoria y coherencia. La foto es prueba no sólo de su permanente participación en el movimiento feminista uruguayo, sino de que la lucha que explotó en 2015 con Ni Una Menos tiene años y años de maduración en las calles, en las casas, en espacios que podemos recorrer en la muestra. En la sala también se proyecta un video con fotografías de la marcha feminista de 2018, editado por Agustina Rodríguez.

En la sala hay un hilo conductor claro, de intersecciones técnicas y temáticas que van desde la fotografía analógica a la digital, el video, la diapositiva. La muestra invita a habitar cualquiera de los espacios públicos habitados y fotografiados por Ana. La plaza Independencia, el corredor de un hospital, el Palacio Legislativo. La sala se convierte en un cairel callejero o un bus donde cada proyecto es una parada y cada ventana es una diapositiva de la ciudad.

Su mirada persistente desde los ómnibus montevideanos en la serie Náufragos de la ciudad (2013) capta, por ejemplo, las gotas de lluvia en el vidrio del transporte y genera una intimidad que estremece en la soledad de la urbe, pero evita la angustia gracias a los colores de cada foto. La elección estilística y la técnica estratégica le quitan a una ciudad gris como pocas en el mundo el peso melancólico tanguero tan difícil de desactivar.

El mosaico de retratos de mujeres escapadas de la cárcel de Cabildo en 1971, en la serie Fugadas (2009), contiene tantas historias que, al mirar los ojos de cada protagonista, amenaza con volverse infinita. Un video apoya el relato, con selecciones de la prensa de ese momento, mientras devela cómo Casamayou salió a la búsqueda de las compañeras de aventura que no había visto desde que abandonaron el túnel que les permitió escapar. No es casual que casi todas hayan elegido ser fotografiadas por Ana al aire libre.

Sostener el presente. Hasta el 18 de octubre en el Centro de Fotografía.

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