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Cinemateca del Tercer Mundo.

La moviola del exilio: cómo la dictadura se apropió de la mesa de montaje de la Cinemateca del Tercer Mundo

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Mientras los cineastas fueron obligados a dejar Uruguay en la década de 1970, el régimen utilizó sus aparatos.

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Qué duros tiempos, el ángel ha muerto
Los barcos dejaron el puerto
Tiempo de amar, de dudar, de pensar y luchar
De vivir sin pasado.
Alfredo Zitarrosa

En abril de 1974, la mesa de montaje de la Cinemateca del Tercer Mundo fue confiscada por la dictadura. Cuando los militares llegaron al garaje del Laboratorio Orión, Alejandro Legaspi estaba trabajando y fue citado a presentarse ante las autoridades. En lugar de hacerlo, decidió abandonar el país y exiliarse en Perú. La mesa de montaje fue incautada y quedó al servicio del régimen.

Al contrario que en Montevideo, en Lima nunca llueve. Cuando Legaspi partió hacia Buenos Aires y después se quedó en Perú, no imaginó que el torrencial uruguayo duraría 11 años y que las nubes a punto de estallar del cielo limense serían su resguardo tanto tiempo.

El exilio fue el precio que pagó por integrar la Cinemateca del Tercer Mundo, una entidad también conocida como C3M, que produjo y distribuyó cine de protesta social de 1969 a 1974. Con películas como 1969: el problema de la carne (1969), Líber Arce, Liberarse (1969) y La bandera que levantamos (1971), la C3M pregonaba los valores del Nuevo Cine Latinoamericano, un movimiento que concebía al cine despojado de las lógicas imperialistas, para crear una identidad propia y con perspectiva histórica. A su vez, tenía la premisa de abrir la práctica cinematográfica al pueblo, se servía de escenografías cotidianas y abogaba por un cine documental. Tuvo referentes en todo el continente: Santiago Álvarez en Cuba, Fernando Solanas en Argentina, Glauber Rocha en Brasil y Raúl Ruiz en Chile.

A medida que la C3M intensificaba sus actividades en el interior, en los comités de base, en las fábricas ocupadas y en la universidad, empezó a considerarse “peligrosa” para el gobierno de Jorge Pacheco Areco y, como consecuencia, fue perseguida. En octubre de 1971, según indicó una nota de Marcha titulada “Contra el cine nacional” del 15 del mismo mes, el local en las calles de La Paz y Agraciada fue allanado dos veces, se llevaron a siete de sus integrantes encapuchados y se incautaron películas. Además, para junio de 1972, Eduardo Terra y Walter Achugar, dos de sus integrantes fundadores, estaban presos.

Liber Arce, liberarse.

Precinto roto

Ante la decadencia forzada del proyecto, los equipos de la C3M se trasladaron al garaje del Laboratorio Orión, en donde trabajaban Walter Tournier, Mario Jacob, Ricardo Fleiss y Legaspi. Allí estaba la mesa de montaje, mal llamada “moviola”, puesto que Moviola era una marca estadounidense, que producía máquinas de disposición vertical, y la que había adquirido la C3M era una mesa horizontal de la empresa Intercine. Con ella hicieron publicidades y trabajaron para el renombrado fotógrafo Alfredo Testoni. Empezó a irles bien y obtuvieron visibilidad, lo que despertó sospechas. Esa fue la razón por la que el régimen decidió confiscarla a principios de 1974, mientras Legaspi trabajaba.

“Estaba editando y de pronto empecé a escuchar ruidos extraños, un camión que frenaba y gente que bajaba. Miré por la mirilla y vi policías, soldados y me di cuenta de que iban para allí”, testificó el cineasta. Según relató, después de entrar, los policías le pidieron los datos, lo citaron a presentarse ante las autoridades y precintaron la moviola, los placares, la cámara y un grabador.

Ese mismo día, a las diez de la noche, se reunió en el café La Esmeralda, en Constituyente y Jackson, con el Lobo Rocandio y se dirigieron al garaje. Con cautela tantearon la zona, se miraron y rompieron la cinta amarilla. Se llevaron la cámara y el grabador. Al día siguiente, se fue a Punta del Este, se reunió con la esposa de Jacob y le avisó que se iba a Argentina. Estuvo una semana en Buenos Aires con la ilusión de quedarse, hasta que Walter Achugar, en una llamada, le dijo: “¿Qué estás haciendo acá? Andate”.

El 26 de abril de 1974 dejó atrás las calles bonaerenses ardidas, la Plaza de Mayo vallada por los festejos del Día de los Trabajadores y despegó en un avión hacia Lima, Perú. Allí pudo hacer cine, porque funcionaba la Ley de Fomento de la Industria Cinematográfica, promovida por la dictadura izquierdista del general Juan Velasco Alvarado, que, entre otras cosas, disponía la obligatoriedad de exhibición de producciones peruanas en las salas de cine. Después de él, llegaron Jacob y Tournier, y se conformó parte de lo que Legaspi denominó “secta uruguaya en Perú”.

¿Dónde fue a parar la moviola?

Una vez confiscada, la mesa de montaje fue utilizada por Adolfo Fabregat, director del Departamento de Medios Técnicos de Comunicación de la Udelar, y también por Daniel Arijón y Mario Raimondo, quienes estaban en el Servicio Cinematográfico de la Marina. Primero se ubicó en la Torre de los Panoramas, la antigua residencia del poeta Julio Herrera y Reissig, en la Ciudad Vieja, donde hoy funciona la Academia Nacional de Letras, y después se trasladó a un local universitario. Allí se montaron varios films con el apoyo de las Fuerzas Conjuntas y la Dirección Nacional de Relaciones Públicas de la dictadura.

Mario Handler recuerda que adquirió la mesa de montaje después de un viaje a Roma a principios de la década de 1970, y que no sólo fue un gran cambio para la C3M, sino toda una novedad en el país. Como el asedio a la Cinemateca era moneda corriente, su traslado a Uruguay también tuvo dificultades, y llegó a ser considerado contrabando por las autoridades.

Para sopesar este obstáculo, el cineasta acudió al Instituto de Cinematografía de la Universidad de la República –convertido en Medios Técnicos para 1974–, en donde el decano, Pablo Carlevaro, logró su entrega al depósito judicial. Una vez hechos estos malabares, se pudo trasladar a Orión.

La historia de la moviola permite observar, entre otras cosas, cómo la dictadura intentó transformar el “caos” revolucionario en el “orden” del nuevo régimen. De allí que el destino de este artefacto utilizado, por ejemplo, para la creación del corto animado En la selva hay mucho por hacer (1974), de Walter Tournier, haya sido la creación de propaganda, promotora del imaginario del “nuevo Uruguay”, país sin enemigos ni problemas, y que colocó las costumbres rurales en el epicentro de la cultura.

Este artículo fue excluido del trabajo final de grado “La censura y la resistencia del cine en la dictadura uruguaya (1973-1985)” de la carrera de Comunicación de la Facultad de Información y Comunicación, de Antonella Ferrioli, Sebastián Griego y Mateo Galván.

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