En agosto de 2018, la Conmebol anunció que el fútbol femenino sería un requisito para que los equipos masculinos pudieran competir internacionalmente. Esa medida provocó que surgieran equipos de mujeres y que volvieran a la competencia algunos que se habían disuelto. Fue todo a ovario, porque la mayoría no tiene apoyo económico de las instituciones que necesitan el fútbol femenino para perseguir los intereses masculinos.
A principios de 2019, la mayoría de los clubes empezaron a entrenar con muchas carencias. A canchas de barro nos referimos: en la zona rural del Cerro entrenan las villeras, quienes deben coordinar para llegar juntas a la práctica porque el transporte público no accede y el pasaje hacia el complejo es peligroso, más allá de que tener lugar para entrenar es un plus; además, en espacios públicos practican Rampla Juniors y Wanderers, en el Prado y en las inmediaciones del estadio Centenario, respectivamente.
En paralelo a las necesidades se hizo evidente que el fútbol está lleno de niñas y mujeres con interés. Y no sólo en jugarlo, sino también en gestionarlo, como el caso de Ana Gómez, quien le presentó a Defensor Sporting un proyecto para desarrollar un equipo con la infraestructura similar a la de un equipo masculino: dispusieron del mismo complejo donde entrena y del gimnasio de la Primera de varones, también de la indumentaria, un cuerpo técnico completo y detalles simples pero importantes, como frutas y cereales en cada entrenamiento. Las violetas se convirtieron en ejemplo y aspiración de muchas jugadoras, que llenaron de halagos a esta institución en varias de las entrevistas con Garra. Para su entrenadora, Fabiana Manzolillo, son profesionales porque tienen hábitos de tales, aunque ninguna perciba sueldo por jugar al fútbol.
Cuestión de cabeza
De los 16 equipos que entrevistó Garra, 11 de sus entrenadoras o entrenadores cobran sueldo, mientras que el resto trabaja gratis. No es un dato menor. Peñarol, que no sólo es una de las instituciones deportivas más grandes del país, sino cuyas jugadoras en 2019 se coronaron campeonas uruguayas por tercera vez consecutiva, luego de haber competido también por la Copa Libertadores, no le paga sueldo al cuerpo técnico del fútbol femenino, que trabajó gratis durante toda la temporada.
Para los equipos uruguayos el fútbol femenino es un gasto, porque no genera ganancias. Entonces, los dirigentes y quienes tienen la potestad de decidir en las instituciones actúan como si estuvieran haciendo un favor a las mujeres al darles espacio, un lugar que tal vez siempre les perteneció, más allá de que las barreras del machismo digan otra cosa.
En el caso de River Plate, dos jugadoras de Primera llevan adelante el entrenamiento y la gestión del plantel sub 19, y todas las mujeres entrenan en el Saroldito, una cancha desperfecta ubicada al costado del Saroldi, del que sólo la separa un portón.
Esa excusa de que el fútbol de mujeres no da ganancias y no hace al negocio tiene un trasfondo claro y evidente: las mujeres nunca estuvieron vinculadas a este deporte, porque siempre se consideró una pertenencia de los varones. Con trabajo, esta disposición patriarcal del deporte más popular y más practicado del mundo está empezando a deconstruirse.
La concurrencia es masiva. Ya no juega el argumento de que no hay mujeres para conformar equipos de fútbol, excusa frecuente para no destinarle al fútbol femenino el espacio que merece. Sin ir más lejos, este año se hicieron varios llamados y en algunos de ellos asistieron más de 100 mujeres. El caso más paradigmático es el de Liverpool: las negriazules pudieron formar todas las categorías –sub 12, sub 14, sub 16, sub 19 y Primera–, lo que las convirtió en una excepción: las carencias para la gestión hacen que la mayoría sólo tenga sub 19 y Primera.
Más cancha
En la actualidad un alto porcentaje de las jugadoras de más de 18 años no jugó en el fútbol infantil. La goleadora de este campeonato, la capitana tricolor Juliana Castro, es una de las excepciones, más allá de que en su pueblo, Trinidad, ser niña y tener contacto con una pelota era considerado una aberración. Juliana tuvo suerte: a varias de sus amigas las echaron de sus casas o se revolucionaron contra sus seres queridos por jugar a la pelota.
En la capital no fue tan distinto, pero la aceptación parece haber llegado un poco antes, como en el caso de Michi, la directora técnica y jugadora de Wanderers, y de Natalia Seoane, jugadora de la vieja escuela de Rampla. Si bien ellas tuvieron el apoyo de sus familiares, no les fue fácil: en el primer caso, el club no le permitía jugar partidos porque ¿quién iba a tocarle la pierna a la niña si se lastimaba?; en el segundo, era la única niña del plantel y jugaba contra varones.
En los 80 y 90 fue fácil acceder a jugar siendo niña, y la escuela para las actuales mujeres fueron los fulbitos callejeros. Manzolillo, ex jugadora y actual entrenadora de Defensor, se inició en el fútbol a los 24 años. ¿Cuántas mujeres soñaban ir a una escuelita de fútbol mientras sus hermanos, primos y amigos lo hacían sin inconveniente alguno?
Entonces, ¿creció el fútbol femenino en Uruguay?
En junio, jugadoras de Nacional se hicieron notar cuando aparecieron de sorpresa en una conferencia de prensa en la que esperaban al plantel masculino. El anuncio ameritaba: el clásico se disputaría por primera vez en el Parque Central. Fue una buena institucional, que sitúa al tricolor como ejemplo en cuanto a la participación en las áreas del club.
Algo se venía moviendo como un sismo. El hecho de que un estadio utilizado para el fútbol masculino se habilitara para las mujeres marcó la historia. Tiempo después, en noviembre, para definir el campeonato se dispuso el Campeón del Siglo. Las jugadoras clásicas tuvieron un espacio propio con sus nombres y su indumentaria en cada vestuario. Estos detalles, que son parte de la cotidianidad de los varones, fueron motivo de emoción y alegría para las mujeres.
Pero la desigualdad no está sólo en las infraestructuras, sino también en los objetivos de cada equipo. En Miramar Misiones funcionan porque quieren jugar este deporte y contribuir al crecimiento del fútbol femenino en el país, pero son pocas y han jugado partidos con diez jugadoras y dos lesionadas; en Udelar, por ejemplo, se trata de un espacio brindado por la Universidad de la República a las estudiantes. Son más de 30 las que entrenan y juegan por diversión, porque al no ser un club deportivo no pueden ascender.
Falta crecimiento, pero es buena la acumulación. En setiembre se llevó a cabo el primer encuentro de fútbol femenino del país, una tarde que encontró al Velódromo Municipal colmado de niñas, adolescentes y mujeres con la misma pasión, con el deseo de jugar para aprender y superarse, pero también con la idea loca de llegar algún día a poder vivir de la pasión.
Las partes suman el todo. Cada equipo decidió sus objetivos para 2020. Cada quien con sus particularidades, pero con algo en común: hacer crecer al fútbol femenino del país, apoderándose de más espacios, que están y que les pertenecen, visibilizándose para hacer crecer la lucha. Las mujeres y el fútbol van de la mano y tienen grandes conquistas pendientes.