Un enfrentamiento de años. Liverpool y Racing. El negro de la Cuchilla y el cervecero. Se mezclan en el aire los bombos y los platillos de Los Pibes de Siempre y La Banda de la Estación. En la tribuna visitante el sol de abril raja el cemento. En la tribuna locataria, la sombra de los juncos. Liverpool, apenas impreciso pero dejando asomar el fútbol que se propone desde las cabezas pensantes de los directores técnicos. Racing ordenado, con diagonales furtivas de Ányelo Rodríguez y la prestancia de Diego Arismendi en el medio.
Cuando Gonzalo Lalo Aguilar corta con una barrida temeraria, la hinchada lo aplaude como una familia. El otro Mosquito, Nicolás Sosa, devuelve la vibración de una pelota apenas rozando las piolas, después de un cabezazo en el segundo palo. Sobre los 30 y pico, en un jugada similar pero en espejo, vence la débil salida de Jorge Bava y con un cabezazo, esta vez más certero, marca el primer gol de la tarde en Belvedere. Un bailecito en el córner, y siga el buen fútbol. Liverpool responde porque es su condición. El primer tiempo se va con postales: un gurí aprendiendo a cebar mate y una señora con el abrigo justo para la caída de la tarde.
El segundo tiempo se vino con el himno de los negros sonando por los parlantes con voces de antaño. El field de Belvedere es una alfombra donde dormir los recuerdos, incluso aquellos que datan del primer uso de la camiseta celeste de la selección, allá por 1910. Los ataques cambian y las tribunas se mueven como amebas tras las piolas infladas. Apenas cinco minutos y Steve Makuka se la encuentra en el área casi sin querer, pero se pierde el empate. A su regreso a los confines del área local, termina lesionado en un infortunio y el Papa Paulo Pezzolano da ingreso al eterno Maureen Franco, quien en su primera intervención pide un penal cierto tras una mano en el área de la academia, que el árbitro no interpretó como intencional.
Un goleador se suplanta con otro. Líber Quiñones, coautor junto con Diego Martini del libro De tripas corazón, ingresa aplaudido. También aplaudido, se retira Nicolás Sosa.
Bryan Olivera, el más picante del negro de Belvedere, la estrella contra el palo. En el rebote y ante la estirada de la Comadreja Martín Rodríguez, la pelota se termina perdiendo mansita contra el palo. Fue un aviso de lo que vendría. Cuando no, Maureen Franco con la boca llena de gol, tras otro rebote en el parante vertical, puso el empate.
Sobre los 40 minutos, cuando la sombra de los juncos roza la tribuna visitante, Hernán Figueredo hizo parar a los presentes con un disparo desde lejos. La respuesta fue un cabezazo de Ignacio Nicolini en un centro que iba para Líber. Una de las últimas del cervecero: un cabezazo del Mama Arismendi a las manos de Bava. Otra de Nicolini desde lejos, una de Aguilar en diagonal al medio desde su sempiterno lateral derecho. La respuesta de Diego Guastavino se estrelló en el travesaño de Rodríguez, y se fue el partido con el empate. La sombra de los juncos terminó de cubrirlo todo.