Deporte Ingresá
Deporte

Maximiliano Olivera.

Foto: Alessandro Maradei

Maxi Olivera, futbolista: “Yo quiero jugar siempre”

6 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Maxi Olivera es un pibe de barrio. Eso podría definirlo cabalmente antes que decir si es bueno proyectándose más allá de la mitad de la cancha o si tira el centro con ambas piernas, o si es firme en la marca u ordenado tácticamente. Su corazón está en el seno de los suyos, aunque el fútbol lo haya pintado de colores. Vivió 24 años en Brazo Oriental, hasta que de un día para otro tuvo que viajar por ese anhelo inquebrantable de jugar y jugar y jugar. Después de haberse ido, pisa la esquina de Darwin y Regimiento 9 cada cierta cantidad de meses. Lo mismo el estadio inmenso que imagina con sus sobrinos corriendo atrás de una pelota torpe en el patio. Es lo que más le hace falta. Dice que si no fuera por el fútbol no se movería del barrio para nada. Su otra casa, Wanderers, también lo extraña, tanto como él. Fue a Peñarol a cumplir un sueño y así fue, dar la vuelta olímpica con el carbonero, hacer un gol en la final. Pero tuvo que irse, y elige irse cada vez, cada año. Y elige también jugar siempre, no estar esperando por nadie. Llegó así a vestir tres camisetas en dos meses, la violeta de la Fiorentina de Italia, la enorme casaca de Olimpia de Paraguay, donde también gritó campeón, y la de Bravos de Juárez, en la ciudad más peligrosa del mundo. Tuvo covid-19, sufrió esa fiebre en soledad. Volvió a Montevideo y como cada vez que viene, piensa en Peñarol, un amor de esos que son para siempre. Maxi Olivera habló con Garra, de ayer, de hoy y de lo que puede ser mañana.

¿Cómo fue la situación de haber vivido siempre en Brazo Oriental y de un día para otro tener que irte de esa cotidianidad?

Hasta los 24 años viví acá y de un momento para otro me tuve que ir. Encima, la salida fue bastante especial. Era 29 de agosto, me llamaron, me dijeron que tenía que ir a Italia y yo estaba en el auto yendo para Los Aromos. Tenía que viajar en dos horas. Ya se sabía desde antes de llegar a Peñarol que las cosas podían ser así una vez que tuviera el pasaporte, pero igual. Yo había jugado seis meses, había hecho la pretemporada de mitad de año y había jugado el primer partido, porque todo parecía estar quieto. La noche anterior, como hacía frío, nos metimos en el auto con dos amigos, Andy y Fede, a tomar mate en la esquina donde paramos siempre, y ahí me llamaron. Pero nunca nada es seguro, por eso al otro día me levanté y me fui a entrenar, y ahí me llamaron. Decidí ir a despedirme de mis compañeros. Llamé a mi viejo, que me aprontó las cosas, y nos encontramos en el aeropuerto. Así me fui a la Fiore.

Ahí empezó el periplo.

El primer año muy bien, jugué unos cuantos partidos. A los ocho días de llegar ya jugué de titular. Pero al año siguiente hubo un cambio de técnico y ahí empecé a jugar menos. Debo haber jugado ocho partidos. Estuve seis meses sin jugar porque decidí irme, pero no me salió nada concreto. Por suerte me lo tomé tranquilo y el técnico y los compañeros entendieron lo que había pasado. Después sí, surgió lo de Olimpia de Paraguay. Yo me quería mover, y eso me motivó porque Olimpia es un club grande que venía de ser campeón dos veces en Paraguay. Cuando terminé de arreglar todo era 23 de diciembre, llegué a Montevideo el 24 de diciembre a las 0.00. Le caí de sorpresa a la familia, eso fue divino. Pasamos las fiestas y el 2 de enero viajé a Asunción. Salimos campeones de los dos campeonatos, tremenda experiencia. Y ahí otra vez lo mismo, diciembre y ver para dónde voy. Me presenté en Fiorentina a hacer la pretemporada. Los primeros cuatro partidos fui al banco, y surgió la posibilidad de ir a México, a Ciudad Juárez. No sabía bien qué hacer y me terminé yendo. Es que yo quiero jugar siempre.

¿Cómo fue esa experiencia en Ciudad Juárez?

La liga divina, jugué todos los partidos. Y eso que antes de viajar a Juárez empecé a buscar y lo primero que te salta es que es la ciudad más peligrosa del mundo. No es lo mismo mandarte alguna en Montevideo que mandarte alguna en Ciudad Juárez, pero en general no pasa nada. Muy tranquilo. Ahora terminé el préstamo allá, me agarré covid-19 las últimas fechas del campeonato y tuve que quedarme encerrado. Me sentí muy cansado después de un entrenamiento, en la noche sentí fiebre y al otro día me confirmaron que me había contagiado. Cinco días así pasé, solo, con fiebre. Mis viejos acá, como locos, fijate que hasta hacía poco tiempo había vivido siempre con ellos. Ahora el virus del que hablaba todo el mundo lo tenía su hijo y estaba lejos. El resto del equipo siguió jugando, se apartaba al jugador contagiado y se seguía. La primera fecha la habíamos jugado con 15 jugadores profesionales y el resto juveniles, porque teníamos a la mitad contagiados.

Son tres ambientes muy distintos el de Paraguay, el de Italia y el de México. ¿Qué se siente volver al barrio y ver a tu gente cada vez que termina un préstamo?

En dos meses estuve en tres equipos: el 14 de diciembre me fui de Olimpia, el 15 de enero estaba en Fiorentina y arrancando febrero jugué en Juárez el primer partido; una locura. Las mudanzas son tremendas, no sabés cuánto vas a vivir en cada lugar. Cuando vuelvo me dan ganas de quedarme un poco tranquilo, pero es lo que elijo y lo volvería a elegir. Lo elijo todos los días. Cuando estoy acá lo que disfruto con mi familia no tiene comparación, no me muevo mucho de acá, apenas voy hasta la esquina a ver a mis amigos, para cuidarme y cuidar a mis viejos por todo este tema. Paso horas jugando a la pelota con mis sobrinos, esas cosas simples que son las que más extrañás cuando te vas. El crecimiento de mis sobrinos es lo que más me cuesta; vivo del fútbol, tengo más que lo que imaginaba y logré muchas más cosas que las que soñaba de chico, pero hay cosas que te hacen falta siempre. Extraño, me quejo, pero vuelvo a elegir viajar, salir un año más. Es así, la vida del futbolista es así. Jugar en ligas importantes, contra grandes jugadores; obviamente lo económico que ayuda un montón, y ahí vamos.

La liga mexicana me encantó, da gusto jugar ahí: estadio Azteca, el de Monterrey, el estadio de Chivas. Si no fuera por el fútbol, por otra cosa no me muevo, ni siquiera por conocer otros lugares. Yo nací adentro de la familia y acá en el barrio con los pibes de la esquina, esa cosa cotidiana. Nos juntamos en Darwin y Regimiento 9, acá a una cuadra, donde antes había un almacén, o nos sentamos ahí o nos sentamos en el cordón de la vereda a tomar mate. Allá llegás de entrenar y te quedás solo hasta el otro día. En Italia llegué a quedarme despierto hasta las tres de la mañana para ver a Peñarol en la Libertadores (encima empatamos, me fui a dormir re caliente). Siempre fui callejero y familiero, y extraño eso todos los días. Lo mismo a Wanderers, que es como estar en mi casa, había veces que pasaba todo el día en el Viera.

¿Cómo es tu vínculo con Peñarol?

Como te decía, Wanderers es como mi casa, salimos campeones, fue histórico. Cuando surgió lo de Peñarol fue algo muy personal, era Peñarol, era algo que había soñado. Mucha gente me decía que si me iba mal no iba a poder volver nunca más, que eran sólo seis meses. Pero yo me metí en la cabeza que me iba a ir bien. Me costaba mucho perder, por ejemplo, no salía ni a cenar. Pero si te ponés a pensar desde que debutás en primera empezás a perderte cosas. Me costó irme de Peñarol por el cariño que le tengo a Peñarol y por el cariño que tenía la gente conmigo también. Sabía que era algo que podía chocar irme así, me trataron de mercenario. Pero era la chance, era mi chance de hacer la carrera que estoy haciendo. Y no me puedo quejar de nada. No cambiaría nada, pero sufrí haberme ido, sufrí las críticas, y más cuando tenés un cariño así por el club. Pero estaba claro que iba a ser más o menos así, lo sabían el técnico, los dirigentes. Yo sabía que era poco tiempo pero lo quería hacer igual porque es algo que quizás no se da nunca más: jugar en Peñarol, salir campeón, hacer el gol en la final.

¿Volvés a soñar con Peñarol?

Cada vez que vengo o que termino un préstamo siempre sale lo de Peñarol. No he tenido contacto con nadie, pero todos los años, cada período de pases surge. Sé que en algún momento se va a dar, porque lo quiero tanto que siento que estoy haciendo las cosas bien para eso. Y si no se da ya cumplí el sueño de salir campeón con Peñarol, pero cada período de pases vuelvo a soñar con eso.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa el deporte?
Suscribite y recibí en tu email la newsletter de deporte.
Suscribite
¿Te interesa el deporte?
Recibí la newsletter de deporte en tu email todos los domingos.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura