El River de Marcelo Gallardo le endosó de visitante un enorme 6 -2 a Nacional, y con un global de 8-2, sumando el partido de ida, se clasificó a semifinales eliminando al equipo de Jorge Giordano.
Yo le creo a Sergio Rochet. Sé que no quería que lo echaran. Pero se mandó esa. Los arqueros que salen del área y saben lo que hacen son pocos. Son otros hábitats. Si hasta el escorpión Reneé Higuita, aunque en otro contexto, la perdió cuando menos lo esperábamos. Sergio Rochet fue la figura de Nacional de los últimos partidos. Sí, claro, la presencia de Gonzalo Bergessio, la prestancia de Emiliano Martínez en el medio, la fuerza de Alfonso Trezza. La pertenencia aflorando mientras todo va saliendo mal. Lo de Rochet sin dudas apagó varias teles.
Nacional y River jugaron a una cosa hasta los 18 minutos. Unos con el tenor de la esperanza, aunque convertida en una ansiedad ciertamente infantil. El otro con la estirpe. Con la ventaja.
La expulsión de Rochet significó el punto de inflexión. Los 30 minutos de la película, que no son los mismos 30 del partido, pero que cambian lo que permite la escena. En este caso lo transforman en algo más épico. Lo más parecido a la hazaña de la que supuestamente sabemos. O a la que supuestamente estamos acostumbrados.
River entonces largó las maletas del todo y se plantó en la cancha. River también dudó del estado de las cosas en el inicio. Pero después supo irse soltando. Nacional se abrió producto de la inferioridad numérica y la preocupación existencial que lo subleva. River supo qué hacer con eso, y convirtió el primero. En los pies de un altísimo ejemplar de jugador, Jorge Carrascal, el colombiano, que recibió cercano a la gloria y definió acorde al guion que muchos televidentes pensaron. El control y el gesto son un resumen del juego.
Nacional, sin embargo, como cuadro grande que es en América, se plantó a defender la localía, esa cosa de estar en casa. Lustró las viejas copas como los botines de los pies y el partido fue entonces de una intensidad esperada.
De todas maneras, hay cierta vergüenza que nos aqueja. Como uruguayos y uruguayas futboleras les pedimos a los grandes, o a quien sea, trascender fronteras con victorias, que nos hagan volver a creer en aquellas gestas. Pero eso es esquivo hace tiempo. Se repite con los años. Las derrotas en manos de grandes o chicos para los más pudientes de nuestro país nos opacan la forma de vibrar en conjunto.
Los amantes del fútbol criollo, sin embargo, agradecerán los semblantes esquivando la resignación, y también el lujo en el juego de los visitantes de La Blanqueada. Nacional no supo claudicar. Aunque la gloria ya era mucho más que una cuestión onírica.
River convirtió el segundo, una pintura de Nicolás de la Cruz. Nacional respondió con el descuento: Ayrton Cougo hizo el gesto de callarse a una tribuna vacía.
Todos los goles
Bruno Zuchullini puso el tercero apenas nacía el complemento y Santiago Rodríguez, con un golazo, le puso un condimento puramente futbolero. El tanto de Rafael Santos Borré, al borde del arco, terminó por olvidar los términos más supersticiosos que se le pueda ocurrir a un hincha. Sin embargo, fue un partido eléctrico, como para dejar en el libro de actas que se jugó por amor al juego. El resto se fue cocinando.
Santos Borré también convirtió el quinto en una jugada similar. Para el descanse. Para el olvido. Para el recuerdo. También convirtió el sexto. Quizás haya sido demasiado. No sólo para Nacional, sino para todos y todas quienes salvamos en el fútbol criollo las materias emotivas. La mayor forma de respetar de River estuvo quizás en seguir hasta el final buscando un gol más. Fue la manera de respetar al fútbol todo. Nacional, una vergüenza deportiva y social que nos incumbe. Aunque en la cancha hayan dejado lo que tenían.