En medio de la charla recurro a una frase gastada: “El rugby es un deporte de bestias jugado por caballeros y el fútbol es un deporte de caballeros jugado por bestias”. Hay quienes la pronuncian sustituyendo la palabra bestias por términos como villanos, rufianes o bárbaros. No cambia el sentido. Me interesa saber qué les genera a Caio Varela, Luis Busto y Andrés Obando, que juegan y militan en Ciervos Pampas Rugby Club. Sus primeros gestos anticipan rechazo, aunque el viejo dicho suele usarse como un elogio para el deporte que eligieron. Andrés acota que el refrán es “claramente clasista” si se toma en cuenta que el rugby “es el deporte inglés que no se popularizó en la pobreza”, a diferencia del fútbol.
Aflora una sensibilidad alineada con la del club al que defiende en la cancha y desde la directiva, en la que Andrés ocupa un lugar. Por eso no es raro que el colectivo haya marcado una diferencia en medio del griterío con el que ciertos paneles televisivos reaccionaron ante la muerte de Fernando Báez Sosa, que a sus 19 años fue asesinado a golpes en la localidad bonaerense de Villa Gessell durante la madrugada del 18 de enero, crimen por el que fueron imputados ocho jóvenes jugadores de otro club de rugby.
Pese a la ausencia de vínculos tanto con el hecho como con la víctima y sus victimarios, Ciervos Pampas no tardó en cobrar una notoriedad impensada por su núcleo fundador, que hace cerca de siete años inició el silencioso y lento proceso que llevaría a la constitución de una asociación civil. “Nosotros ya existíamos, [pero] parece que nacimos dos días después del asesinato de Fernando”, suelta irónicamente Caio, presidente de la institución. La triste coyuntura le dio eco a la visión del colectivo, que puso la lupa encima del origen de esa violencia capaz de matar a la salida de un boliche de balneario.
No es el rugby, estúpido
“Leyendo diversas publicaciones que encontramos en una gran variedad de medios, vemos la constante utilización de paráfrasis, prestidigitaciones, reduccionismos y escisiones. De esto podría interpretarse –o parecería ser el efecto buscado– que la violencia tiene su origen en el rugby, con lo que se genera de inmediato una dicotomía: estar a favor o en contra del rugby. Esa dicotomía oculta los verdaderos orígenes de la discriminación y la violencia: el patriarcado, las cuestiones de clase, la LGBTIQ-fobia, el racismo, la xenofobia”. Así empieza el tercer párrafo de una carta abierta en la que Ciervos Pampas se refiere al asesinato y a sus raíces.
“Los tipos, cuando no pegaban, decían ‘negro de mierda’”, agrega Caio, en base a los datos surgidos en casi un mes de investigaciones. La acotación dialoga con otro pasaje de la declaración del club, que apunta a “posturas dentro y fuera” del rugby, que “reproducen constantemente formas de discriminación, en tanto que responden a condiciones y privilegios”. El jugador y presidente no puede dejar de asociar esos fenómenos con estímulos provenientes de sectores que, paradójicamente, suelen ocupar la primera línea de condena cuando llega la hora de llorar hechos como el de Villa Gessell: “Cuando una ministra va con el presidente de la Nación a felicitar al policía que mató a un ciudadano de un disparo por la espalda, ¿qué estamos habilitando?”, se pregunta. Se refiere a actitudes concretas del ex presidente argentino Mauricio Macri y quien fuera ministra de Seguridad durante su gobierno, Patricia Bullrich. También alude a una marca de indumentaria “que utiliza el estereotipo de un tipo de rugbier, las bestias, que vende un montón”. Agrega que cuando “la gente compra esa marca y se viste [con ropa] de esa marca, mínimamente está identificándose y o proyectándose a partir de una imagen. Entonces, ahí entran el capitalismo y las lógicas de generación de identidades, que no importa si son violentas o no, para vender productos”.
Por eso al colectivo no le va el atajo oportunista, el señalamiento a un conjunto de deportistas como conclusión del debate. “No negamos que haya una postura de una parte de quien representa al rugby socialmente, que es machista, violenta, homofóbica”, afirma Caio, pero aclara que la “estigmatización” resultante de las polémicas disparadas tras el asesinato “no soluciona el problema de la violencia”.
“Somos una asociación civil de derechos humanos que tiene el rugby como la herramienta para el enfrentamiento a la homofobia y la promoción de la diversidad sexual”.
La transformación posible
La carta abierta señala que los abordajes cuestionados “crean una generalización que invisibiliza toda postura transformadora dentro de nuestro amado deporte”. La transformación es causa e inspiración de Ciervos Pampas, a juzgar por lo que cuentan los jugadores que hablaron con Garra. “Somos una asociación civil de derechos humanos que tiene el rugby como la herramienta para el enfrentamiento a la homofobia y la promoción de la diversidad sexual”, surge en la charla como primera autodefinición. El concepto se amplía con los minutos y el trasiego de información: una de las condiciones necesarias para jugar es participar en la Escuela de Derechos Humanos del club, un eslabón fundamental de la organización que el presidente define como “espacio de reflexión que dialoga todo el tiempo con lo que estamos haciendo en la cancha, con lo que estamos haciendo en los entrenamientos y lo que somos”. Es una instancia para “problematizar por medio de una metodología de educación popular que tiene como referente, por ejemplo, a [la antropóloga, escritora y activista feminista argentina] Rita Segato. Este proceso genera una reflexión muy intensa: qué significa ser un ciervo pampa, cuál es el criterio para ser, qué nos distingue y nos diferencia de los demás”, completa. La diversidad sexual, el género y la masculinidad, tan asociada a hechos como el de Villa Gessell, se trabajan en un espacio impensado en la lógica del rugby tradicional.
Además de las actividades puertas adentro, la pertenencia habilita compromisos hacia afuera. Es necesario concurrir “a las manifestaciones que elegimos como estratégicas para posicionarnos políticamente”, recuerda Caio. A esto Luis Busto le pone la vivencia del jugador-militante: “Trabajé en la Marcha del Orgullo [LGBTIQ de Buenos Aires]. Marchar y hacer política así es muy fuerte para mí. Me emociona, me gusta, porque nunca había participado en algo así y, más, con el equipo”.
El calendario también incluye propuestas a cargo de Ciervos Pampas, con el potencial de traspasar ciertas barreras que los separan de los equipos con los que se vinculan en las canchas. “Hace tres años organizamos un evento que se llama ‘Tackleando la homofobia’. Lo hacemos los diciembres y cada año se suman más equipos tradicionales, de ese mundo no LGBT o no diverso, que quieren participar. Es una jornada de todo un día de rugby; se hace deporte, lo que nos encanta. Este año, por primera vez, hicimos una clínica de rugby infantil”, retoma Caio, que asegura que la acumulación empieza a dar sus frutos. “Hoy hay clubes que nos escriben y quieren entender lo que estamos haciendo, que nos invitan a dar una charla o que quieren participar en nuestra Escuela de Derechos Humanos. Está pasando mucho más que antes”.
Por buena que sea, la cosecha no está libre de espinas: la cancha sigue siendo un terreno de hostilidad. Ambiguo, el deporte libera y agrede. En el universo de las violencias posibles, hay una más bien velada, que se mueve en las zonas grises del reglamento del rugby y que Andrés Obando identifica: “Entre contacto y contacto detectás diferencias en la animosidad que genera el golpe. Muchos de nosotros hemos salido lesionados”. Luis agrega la anécdota de un día en el que decidieron no presentarse porque “había habido muchos comentarios homofóbicos y no jugar es la manera de transformar que tenemos”. Caio respalda la decisión, en el entendido de que “generar un espacio no hegemónico también significa cuidar a nuestros compañeros, cuidarnos entre nosotros. ¿Para qué nos vamos a meter en un partido en el que ya sabemos lo que nos puede pasar?”. El historial incluye el colmo de sufrir agresiones de ese estilo en un torneo llamado “Inclusivo” y hasta a algún árbitro que omitió registrar conductas discriminatorias en su formulario. “Nos decían: ‘Andá a jugar con las muñecas, esto es rugby’. Y nosotros decíamos: ‘Juguemos con las muñecas, juguemos con otras cosas y juguemos al rugby’”, cuenta Caio. Nada muy distinto a lo que le contaron a Garra jugadores y jugadoras de la asociación civil Uruguay Celeste Deporte y Diversidad, colectivo deportivo militante que en alguna ocasión tuvo que soportar que a sus futbolistas les espetaran “el fútbol no es para los putos”. A propósito de la palabrita en cuestión, en la otra orilla hay una estrategia que, por ejemplo, se hace explícita en la carta abierta emitida tras los hechos de Villa Gessell. “Somos rugbiers putos y sudakas”, puede leerse. “El [término] ‘puto’ es la herramienta que usaron para insultarnos, para denigrarnos. Utilizar esa herramienta para autodenominarnos y decir ‘no me vas a insultar más con esta palabra, vamos a resignificarla y me autodenomino puto’ es sacarle el arma al contrincante”, justifica Andrés.
Rugby para todes
Al menos hasta 2019, Ciervos Pampas participó en el Torneo Empresarial de la Unión de Rugby de Buenos Aires. Entre risas, Caio se acuerda de que ese vínculo nació antes de la constitución de la asociación civil, lo que los llevó a registrarse con la Clave Única de Identificación Tributaria (CUIT) de una empresa propiedad de un conocido. “Empiezan a decir los nombres... ‘American Top, ¿quién es American Top?’, preguntan. ‘Una productora de porno gay’, respondo. Los tipos no podían creer que yo estaba hablando en serio, porque era la única empresa que conseguimos. El amigo de un amigo, que era el dueño, nos prestó el CUIT”. Menuda manera de empezar el vínculo con la institucionalidad deportiva tradicional.
Habitar ese espacio fue una “prioridad” enmarcada en la definición de vincularse con “equipos y colectivos que no tienen esa impronta o esa mirada hacia la diversidad y cuestiones de género”. Aunque haya más afinidad, algo parecido les pasa en la International Gay Rugby, “una red de 80 y pico de clubes en todo el mundo”, de la que son parte. Según Caio, también allí escasean los clubes con “esa impronta política que tenemos nosotros”.
El proceso, sin embargo, parece acercarse a una nueva etapa. “Este año decidimos que no vamos a jugar torneos, vamos a jugar amistosos”, anticipa el presidente. “Ya tenemos contactos, legitimidad, inserción para articular diez, 15 partidos amistosos. Eso hace que este año claramente va a ser un espacio para todes”.
La expresión obedece a una definición política. “Estuvimos mucho tiempo peleando con el debate binario. ‘¿Creamos un [equipo] femenino, no creamos uno femenino?’”. El club se decantó por integrar a todos los géneros en su plantel porque “hay un montón de gente que no solamente no quiere, ni siquiera puede jugar con esa lógica binaria cuando, por ejemplo, una persona trans es excluida de un deporte femenino o masculino”, argumenta. El creciente número de personas que se arrima a los entrenamientos del porteño Parque Avellaneda, donde por estos días se cuentan como 20 caras nuevas, de momento respalda el paso osado. Si es cierto que los ciervos que habitan la región pampeana se caracterizan por embestir e ir al frente, vale decir que sus homónimos deportistas, también.