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Parque Capurro, Montevideo, año 1935. (Archivo fotográfico Román Fresnedo Siri).

Las mujeres atletas que surgieron de las cenizas

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El Club Deportivo Femenino Capurro en las fotos de Román Fresnedo Siri y la investigación de Ramiro Rodríguez Barilari.

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Hace casi 90 años, Capurro dejaba de ser balneario y encajaba como una pieza más en la trama de una Montevideo crecida. El oeste reforzaba su perfil industrial y obrero, las clases pudientes miraban al este. El Parque Capurro –el espacio público perteneciente a la Intendencia de Montevideo (IM), no la vecina cancha del Centro Atlético Fénix– era relativamente reciente. La joyita arquitectónica con balcón a la bahía se merecía algo más que el recuerdo de las últimas familias veraneantes en la playa que hoy casi no se ve, entre los accesos que partieron el barrio y los envases plásticos traídos por la corriente. Fue entonces cuando aparecieron las atletas del Club Deportivo Femenino Capurro (CDFC). Su auge quedaría registrado en la impresionante colección fotográfica del polifacético Román Fresnedo Siri, que supo repartir su vocación y talento entre la fotografía y la arquitectura, pese a que la segunda terminaría siendo su principal profesión. Gracias a la pasión y el método del investigador Ramiro Rodríguez Barilari, sin haberlo vivido lo podemos contar.

“No soy arquitecto, sino que hice parcialmente la carrera. Siempre me quedé en la arquitectura, trabajando desde la fotografía”, cuenta Rodríguez. Su admiración por la obra de Fresnedo se gestó en las aulas y por ellas, porque el hombre nacido en Salto que inmortalizó a las muchachas de Capurro fue uno de los dos arquitectos responsables del proyecto de la sede de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República. Rodríguez enumera las virtudes del magnífico edificio que lo recibió cuando era estudiante, y asegura que incidieron en su interés por el creador. El resto, lo hizo la biología: “A la facultad entré en 1986. Fresnedo murió en 1975. Lo dejaba colocado en el espacio de lo inaccesible”, remata. La afirmación se vuelve relativa al conocer el acceso al acervo del profesional que tendría luego. Diversos lazos familiares del arquitecto son trascendentes en esta historia, porque generaron su interés por fotografiar las actividades del CDFC y porque permitieron que el investigador llegara a las cajas con los negativos varias décadas después.

La chiquilina del lugar

Ramiro Rodríguez Barilari.

Foto: Mariana Greif

“Fotografías que complementan otros registros sobre las formas de sociabilizar de las mujeres en los años 30”, escribió Rodríguez, devenido curador, en el texto que acompaña una muestra que realizó con el respaldo del Centro de Fotografía de Montevideo (ver recuadro). El trabajo exhibe 19 de las más de 40 imágenes de las muchachas. El club se fundó el 6 de diciembre de 1932 y vistió de rojo y negro con vivos blancos. Así viste hoy el basquetbolero Club Atlético Capurro, creado una década más tarde. En el mismo barrio, la combinación rojinegra sería elegida bastante más adelante por el núcleo fundacional de la murga Falta y Resto, determinación que se asocia a un guiño al anarquismo. A riesgo de prejuzgar, se intuye que otros fueron los estímulos que guiaron la elección cromática de las pioneras de 1932: el CDFC “estaba integrado por un grupo de mujeres jóvenes de clase media y alta vinculado a la zona del Prado, básicamente, a [las avenidas] 19 de Abril, Buschental, Lucas Obes, que también era la zona por donde vivía Fresnedo. Está integrada, casualmente, su hermana. Es integrante de la primera directiva”, apunta el investigador. Habla de María de los Ángeles Fresnedo, presumible nexo entre el CDFC y el arquitecto fotógrafo. “A lo largo del trabajo identifiqué a unas 50 mujeres que integraron el club a través de las décadas”, completa Rodríguez.

El CDFC comparte un rasgo con buena parte de las instituciones deportivas montevideanas: el desarrollo de sus actividades sobre predios de la IM. Rodríguez apunta que “este grupo de mujeres” primero recibió “lo que llamaban el kiosco municipal de la playa Capurro”. Una posterior decisión del gobierno departamental inauguró el apogeo, habilitando la mudanza al parque. Allí se quedaron “hasta 1961, por lo menos tiraron 30 años”, valora el investigador. En los buenos tiempos la lista de disciplinas practicadas incluyó vóleibol, básquetbol, hockey, tenis, atletismo, gimnasia, natación y remo. En las tres primeras, con actuación destacada. Pero la llama se fue apagando y, con los años, hubo “menos actividad deportiva y más social. Jugaban al póquer, al rummy. Finalmente, terminaron funcionando en una casa porque la IM les pidió la sede, por no decir que las echó”.

El transgresor conservadurismo uruguayo

Parque Capurro, año 1935 (aprox.). (Archivo fotográfico Román Fresnedo Siri).

“Corren, saltan, juegan, muestran las piernas; mujeres que se salen de ellas. Por fuera de la cancha son los años 30”, dice el comienzo del texto de la muestra, de puño y letra del curador. Las heridas aún abiertas de la Primera Guerra Mundial y los efectos de la crisis de 1929 inflaban al nazi-fascismo, que avanzaba sobre derechos civiles y disidencias en buena parte de Europa. Dina Yael, magíster en Políticas Públicas y Género, recuerda que “en Uruguay el sufragio femenino se promulgó en 1932, pero el golpe de Estado de [Gabriel] Terra privó a las uruguayas de ejercer el derecho hasta 1938”. Con el delay propio de aquellos tiempos, las sombras también llegaron a esta región, mientras las chiquilinas de Capurro hacían deporte en la capital más austral del mundo.

“Nacidas en las dos primeras décadas del siglo XX –en muchos casos solteras– no era frecuente que salieran a estudiar o a trabajar fuera de casa y, por lo tanto, tenían la posibilidad de buscar modos diversos de disfrutar del tiempo libre”, puede leerse en el texto del curador. La condena al confinamiento hogareño convivía con el privilegio de ocupar espacios deportivos menos accesibles para mujeres más pobres, a veces vedados en otros países de la región. A esto último le apunta la docente brasileña Evelise Quitzau, licenciada en Educación Física y profesora del Instituto Superior de Educación Física de Paysandú. En su país, por ejemplo, era “prácticamente impensable” que se gestara algo como el CDFC. En los años 40 en Brasil se llegó a prohibir la práctica deportiva femenina de algunas disciplinas. La mirada sería incompleta sin considerar el componente de clase: “Por las fotos, uno ya entiende que, en ese caso específico, son mujeres que tenían una posibilidad financiera, un respaldo por detrás bastante considerable”, acota la docente.

Su colega Arnaldo Gomensoro, profesor universitario de Historia de la Educación Física, el Deporte y la Recreación, reafirma la idea. “El deporte femenino fue una creación de las clases altas”, dispara. El diferencial uruguayo podría residir en el desarrollo de tempranas políticas públicas que extendieron la actividad física a los sectores menos pudientes, así como de condiciones institucionales que facilitaron la integración de las mujeres. “Había una gran resistencia al deporte femenino, sobre todo en la gente conservadora y cercana a la iglesia católica”, agrega Gomensoro. Las barreras se quebraron gracias a “una lucha de los sectores más progresistas del batllismo y de las iglesias evangélicas”.

Aunque las chiquilinas de Capurro tuvieran garantizado el acceso al deporte desde la cuna, es posible que esas políticas hayan moldeado un sentido común protector ante las miradas más restrictivas. “La separación de la iglesia y el Estado le daba ciertas singularidades a Uruguay, y el batllismo tuvo a las mujeres en consideración como sujetos de derecho en varios aspectos”, acota Yael. También menciona la acumulación feminista de aquella sociedad: el CDFC se fundó 21 años después que la sección uruguaya de la Federación Femenina Panamericana y 16 años más tarde que el Consejo Nacional de Mujeres. Esa subjetividad quizás haya posibilitado que la administración comunal decidiera cederle nada menos que el pabellón del Parque Capurro, mientras Terra se perpetuaba en el poder tras una reforma constitucional profundamente conservadora. “Con el concurso municipal fue que se desarrollaron buena parte de los deportes físicos de los hombres, y ahora que se inicia igual actividad por parte de la mujer, aquella colaboración debe hacerse sentir igualmente”, dice un documento citado por el curador. ¿Primitiva noción de igualdad de género o machismo disfrazado? A la luz de otro pasaje escrito por el investigador, pinta para empate: “La prensa con frecuencia reporta la intensa actividad del club, normalmente con una mirada condescendiente y paternalista. Se refiere a las deportistas como a ‘las hermosas niñas de la sociedad uruguaya’, las ‘damitas’ o menciona que son ‘encantadoramente invictas’”.

“Bellas, maternales y femeninas”

"DFC, junto a la estufa", escrito en el sobre. Parque Capurro, año 1935 o 1936. (Archivo fotográfico Román Fresnedo Siri)

La frase es parte del título de un trabajo académico de Silvana Goellner, catedrática brasileña especializada en temas de mujer, género y deporte. Evelise Quitzau la cita para responder una pregunta clave: ¿qué se esperaba de los cuerpos de las mujeres deportistas a principios del siglo XX? La belleza empezaba a asociarse al adelgazamiento. La feminidad, a la agilidad, virtud necesaria para competir en los deportes habilitados para la mujer, menos violentos que los permitidos para hombres. “Las prácticas no pueden poner en riesgo la condición reproductiva”, dice la profesora brasileña, interpretando el espíritu del restante requisito centenario. Algunas de esas expectativas sociales parecen reflejarse en las fotos de Fresnedo que avanzan sobre la dimensión extradeportiva del CDFC. En más de una toma, abundan las sonrisas dentro del pabellón del Parque Capurro que fungía de sede, en torno a una estufa que despertó particular interés en el investigador de esta historia. El diseño, moderno para su tiempo y diferente al del entorno, plantó una hipótesis: fue un agregado a cargo de Fresnedo. Un plano desempolvado de los archivos de la IM lo confirmó. Y Rodríguez se dio el gusto de integrar el equipo que la reconstruyó, tras la reciente cesión de ese espacio a la Comunidad Cultural Parque Capurro, que ahora habita las entrañas de un paseo público que volvió a vivir luego de años de abandono y aberturas tapiadas. Igual que el recuerdo del viejo club femenino.

Nunca vistas

El 7 de marzo se inauguró la muestra Deportivo Femenino Capurro, fotografías de Román Fresnedo Siri, en la fotogalería del parque barrial. Seis días después se declaró la emergencia sanitaria, tras los primeros casos de covid-19. El consecuente aislamiento social seguramente le haya quitado unas cuantas visitas al espacio a cielo abierto donde el trabajo de curaduría e investigación de Ramiro Rodríguez Barilari se exhibe hasta el 25 de mayo.

La exposición “tiene mucho más texto que las exposiciones de fotogalería. Era un trabajo de investigación, no sólo por mi propio interés, sino porque me apoyó la Asesoría [para la Igualdad] de Género de la IM”, fundamenta Rodríguez. Las fotos se exhiben “exactamente arriba del pabellón” donde anida la estufa recuperada, que se aprecia en siete tomas de Fresnedo. La muestra se completa con una serie de fotografías del curador, que registran el proceso de reconstrucción del hogar.

La presente es la segunda muestra de fotos del arquitecto salteño a cargo de Rodríguez, que en 2011 se metió de lleno en la investigación de su obra en respuesta a la demolición de una de las tantas construcciones de valor patrimonial que Montevideo perdió en los últimos tiempos. Literalmente, la familia de Fresnedo le abrió de par en par puertas de casas y armarios, lo que le permitió desarrollar una valiosa tarea de sistematización y resguardo del acervo fotográfico.

En 2017, en la primera muestra, entre imágenes de viajes por el mundo, eventos familiares y ensayos de luz y movimiento había otras “de remo, porque [Fresnedo] fue un gran remero. Hay otro sector en el que hay fotografías de mujeres practicando deporte”. En el sobre correspondiente, el arquitecto “había consignado ‘Deporte Femenino Capurro’ y, en general, decía ‘1935, 1936’. Lo importante de conversar, de compartir, de discutir... Un compañero me dice: ‘Esto me suena’. Entonces, en una revista del año 1936 aparecía algo que se había llamado Club Deportivo Femenino Capurro”. Las consecuencias del hallazgo aún están a la vista.

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