En el Parque Viera, Wanderers dejó pasar la chance de ser líder por un rato: ante Deportivo Maldonado, empató 2-2. ¿Puede un paraíso que se volvió desolador volver a ser un paraíso? ¿O nunca deja de serlo? Teatro para pocos. ¿Cómo es la vibración del teatro por pantallas? El silencio solo se rompe cuando los relatores arrancan la cantinela al unísono sobre el destino del mismo útil: el esférico.
Adentro la apatía se despeinó cuando Ignacio Lores desde lejos, y tras apuntar como midiendo, soltó el pie y venció al arquero. La apatía entonces se quedó en los pies de los fernandinos, fueron los mejores minutos de Wanderers. El Depor volvió a creer y creció en el campo, desde los pies de Maxi Cantera, hasta los vértigos del Picante César Pereyra. Los relatores se aferraron a los micrófonos, haciendo como una cueva para guardar la voz, y bañar de saliva el papel film que envuelve los micrófonos por el virus. El virus es un papel film que lo envuelve todo. El silencio se vuelve espeso. Es como el de una casa cuando el amor se va, solo quedan voces perdidas de aliento y alguien que relata los hechos. Es como el silencio de un velorio en pandemia. Como el silencio de la casa del muerto cuando termina el cortejo y empieza la falta.
El Depor Maldonado con jugadas preparadas de pelota quieta. Los suplentes son los hinchas. Alguien me dijo recién que hay algo patriarcal en el futbol que no le gusta. Tiene razón, a mí tampoco. Tiene que ver con la garra. ¿Tiene que ver con la garra? Adentro 22 masculinidades al extremo. Wanderers pierde pisada en el juego. Pero Ignacio González la pide. Todo un gesto el de pedirla, el de quererla, el de tenerla en los ojos todo el tiempo como un filtro. Como el filtro del arco que tienen los goleadores: Mathías Acuña es tan picante como el apodo del delantero contrario. Lo de Lores fue límbico, flotó hasta aparecer y desatar suspiros.
El sábado cumplió años el Montevideo Wanderers, son 118. No hay aplausos cuando lo anuncia la mujer del altoparlante. También cumplió Estudiantes de Caseros, con quien el bohemio supone una amistad. El Wanderers trasandino también festejó. Adentro en el juego hacen honores, aunque no sobra casi nada.
“Cuando estoy a tu lado me olvido de todo”, poetiza una bandera en la tribuna. El tiempo solo pasa en el cartel luminoso. A distancias parecidas del pitazo, Wanderers puso el segundo en los albores del segundo tiempo. Un desborde de Hernán Petryk y un rebote encontraron a Mathías Acuña donde los goleadores viven. En florida jugada colectiva tuvo también el tercero pero la levantó más allá del travesaño. El Depor se dedicó a defender. Hasta que probó con un histórico, Mariano Bogliacino. Con otra calidad entonces, como en el San Paolo pero en el Viera, el equipo del este pudo alcanzar el descuento en los pies del Picante desde la pena máxima si nos ponemos punitivos, pero entre el palo y las manos del arquero, todo quedó como estaba.
Como si fuera poco, del banco bohemio ingresan Maxi Pérez y Diego Riolfo. El resto de los suplentes de ambos cuadros ya no gritaban tanto. El Depor se basó en impulsos, así se repuso del penal errado y encontró a Gastón Pagano en una jugada sucia que avivó el partido con el descuento. Se sucedieron entonces un albur de empate y una chance cardíaca de terminarlo todo.
Los últimos diez los padeció el bohemio. Ignacio de Arruabarrena se constituyó en figura de la tardecita del Prado y se quedó con el empate dos veces en la misma jugada. Pero el partido no termina hasta el pitazo y tras arremetida de Cantera y centro al segundo palo, de bolea de bolea, César Pereyra. Casi lo gana el fernandino en la siguiente. Casi lo gana el bohemio en la contestación. Pero fue empate al final en gran tenida.