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Williams Martínez, de Rampla Juniors, durante el calentamiento previo al partido de ida ante Sud América, en las finales por el tercer ascenso a Primera División, el 23 de enero, en el estadio Charrúa.

Foto: Sandro Pereyra

Agarrones en el área: ante el fallecimiento de Williams Martínez

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Quizás si escribo que la familia del fútbol esta conmovida haya otro lote de familias que expliquen su parecer en torno al suicidio. Como la mía. Y está claro que el suicidio es multifactorial y que estas cosas pasan en nuestro país, sobre todo, casi siempre más. O cierto además es que el suicidio es una incógnita imposible de descifrar. Que hay cuestiones técnicas y estadísticas que encuentran explicaciones casi como cuando perdés un partido inaudito. El suicidio es como perder. Nunca el suicidio es como ganar.

El Willy Martínez fue un colega. Un futbolista uruguayo al que enfrenté en cientos de áreas. Era recio el Willy, te agarraba de la camiseta. Amaba el fútbol el Willy, lo amaba como su hermano Edgar. De cuna de fútbol vienen ambos.

Los que estuvieron en un vestuario con el Willy Martínez podrán decir en poesías lo que significa el liderazgo. Poesías no escritas. Poesías ebrias. Poesías no dichas. Porque es cierto también que hablar de alguien es hablar sobrevolando un estado que nunca es del todo cierto. El Willy defendió camisetas casi siempre del mismo modo: con audacia, con oficio, con temperamento.

Hay una canción de Buenos Muchachos que bien le podría calzar al Willy como si esa canción fuera una camiseta. La última camiseta. La de esa soledad inédita. La de antes de irse, el segundo antes, el nudo. El Willy nunca escuchó a los Buenos. Pero qué bien le quedaría esa canción que escribió Pedro que habla del temperamento. Siempre pensé que “Temperamento” era una canción sobre fútbol, pero Pedro nunca supo nada del otro arco.

El Willy era protestón, era peleador, era recio el Willy Martínez, pero hay cientos de fotos circulando de colegas abrazados a este tipo después de un choque en el área, después de un partido, después de una derrota. El Willy estaba ahí hacía años, en ese despótico ambiente, en esa hostilidad cargada de belleza. Hacía años que el Willy curtía las canchas, las de baby, las de formativas, las del alma.

Y entonces sobrevolaremos hipótesis. Y volveremos a gastar en energizantes y no en psicólogos. Pero la cabeza y el corazón nunca son suplentes. Y cuando los son, cuánto pesan.

Villa Teresa volverá a los entrenamientos mañana o pasado, el miércoles o a lo sumo el fin de semana, deberá vestirse con los bastones históricos rojos y blancos para pelearla una vez más. Sus compañeros sentirán un vacío inexplicable como una bandera. Los nuevos, lo de ahora, los de antes. Y entonces Willy Martínez vivirá en el recuerdo. En el recuerdo vano de los comentarios, en la fragancia tácita de un vestuario. En lo que pesa la derrota, en el comentario, en el olvido.

Quizás quienes se suicidan le joden la vida al olvido. Porque el suicidio es inolvidable. Quizás el olvido es un motor para desaparecer. Quizás el fútbol no tenga mucho que ver con nada. Pero siento que el fútbol tiene que ver con todo.

Si fue la tabla o el sistema nunca lo sabremos. ¿O es que sólo supiste vivir en una cancha? Ahora, en nuestra memoria. Si fue el fútbol o la vida es parecido. Pero nunca jugaste con rencores. Aunque si Williams Martínez te salía al cruce atrás del lateral, suerte. Ibas a conocer el alambrado por dentro. El otro lado de la púa. Esa agresividad, la del zaguero, la del que queda en las retinas para siempre. Chau, Willy, hay córners en el cielo en los que estamos todos, preguntándonos.

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