Deporte Ingresá
Deporte

Doha, el 7 de noviembre.

Foto: Kirill Kudryavstsev, AFP

El resumen de Qatar 2022

7 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

Algunas apuradas conclusiones del Mundial de noviembre-diciembre, el Mundial de Messi, el Mundial en el que quisieron apagar el arcoíris.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Fue un Mundial excepcional. La excepcionalidad de un evento está dada por una serie de casos que rompen con lo ordinario de la o las circunstancias habituales que se dan en él, en este caso, y desde 1950, siempre cada cuatro años, teniendo en cuenta que el ciclo iniciado en 1930 con secuencia en 1934 y 1938 no pudo tener continuidad en 1942 y 1946 debido a la Segunda Guerra Mundial.

En este caso, en Qatar 2022, la excepcionalidad neta e indiscutible estuvo dada por el período de tiempo en que se jugó, entre noviembre y diciembre, lo que ha representado, en tiempos de superprofesionalismo, un rotundo cambio en la preparación de la mayoría absoluta de los seleccionados, casi todos con un enorme aporte de jugadores que juegan en Europa, y que en algunos casos se integraron a su selección con menos de una semana de antelación al inicio de la Copa.

Otra excepcionalidad, tal vez medianamente más discutible, es la celebración en un país y en una sociedad que pareció bastante alejada de comprender desde sus entrañas el espíritu y la importancia de la competición, y que a golpe de chequera, compró o trajo para sí el evento popular que bate récords de asistencia a través de pantallas en el mundo.

Lo quiero y me lo llevo. Fue un golpe bastante duro para el fútbol, para nosotros los más candorosos e inocentes defensores y seguidores del deporte más maravilloso del mundo, viendo cómo varios miles iban tirando el Mundial a la basura cada vez que se iban media hora o 45 minutos antes del final por el que otros millones de personas estarían plenos de satisfacción de acompañar in situ. Pudo haber sido la segunda o la tercera vez que el Mundial, ya un producto de altísima calidad y atracción, cae en un lugar donde sus habitantes –espectadores directos– no entienden mucho de qué va la cosa, pero nunca con un inadvertido desprecio de desaparecer de las tribunas, como sí sucedió en los siete estadios qataríes.

El grado de excepcionalidad también estuvo dado por las restricciones y persecuciones, sean de índole filosófica, religiosas o punitivas, con las que nos recibió, a través de advertencias, el estado qatarí. Desconocimiento de la libertad absoluta, persecución de las libertades de género y otras tantas cuestiones que terminan incomodando y perturbando el natural encuentro de gente de distintos lugares del mundo, con distintas ideas y formas de vida, como primera cosa, pero como natural aspiración a la vida en libertad, genera un choque con aspectos innegociables de la vida cotidiana.

Lo excepcional como muy bueno

Pero claro, esa excepcionalidad puede también tener un signo de extraordinario, de muy bueno, y eso también sucedió en el Mundial de Qatar, y fue fundamentalmente por la exposición de algunos futbolistas, no pudiendo potenciar sus habilidades de la mejor manera ante la instancia absolutamente excepcional de haber llegado al momento más especial del fútbol mundial con equipos no preparados. Esto no debería pasar más, ya no hablando de los meses del año en que se compita, sino del resguardo necesario para que los mejores colectivos del fútbol mundial puedan desarrollar su juego conjuntando su idoneidad técnica con la preparación física, y la estrategia con la táctica. En este caso, la FIFA no podría permitir tal destrato hacia su mejor y más preciado producto.

Un despropósito absoluto que descuida al producto y, obviamente, al fútbol.

En este caso, sin dudas que la culpa es de la FIFA y su posicionamiento de ceder hasta el ridículo a las demandas de la UEFA, que sin importarle nada –ni los futbolistas, ni las selecciones, ni el Mundial–, avaló que varias de sus ligas y, por ende, muchos de los futbolistas seleccionados de por lo menos 31 de la selecciones, estuviesen jugando partidos con sus clubes en condiciones de difícil equilibrio emocional unos días antes de jugar por sus selecciones los partidos en algunos casos más importantes de sus vidas.

Aun así, con jugadores que jugaron en sus equipos una semana antes de llegar a Doha para el Mundial, el campeonato tuvo un desarrollo muy bueno en las canchas, que dicho sea de paso terminaron en mal estado, también justo es decirlo en las tribunas, y en las calles del set del gran hermano donde parecía que todos estábamos rigurosamente cuidados y/o vigilados.

La competencia entre equipos y jugadores de altísimo nivel conduce a eso, a espectáculos de alto nivel, a juego de elevadísimos niveles de concentración y cuidado, y a desarrollos individuales y de pequeñas sociedades, que muchas veces terminaron resolviendo los lances de extrema paridad.

Qatar, el único que no clasificó en la cancha, fue el que estuvo más lejos de los enormes niveles de competencia, y Argentina, con Messi como figura rutilante y un equipo de solidarios trabajadores sin enormes brillos pero futbolistas soñadores al fin, fue en el otro extremo el mejor exponente del campeonato, y en coincidencia fue el campeón.

Hubo desempeños de excelencia, basados fundamentalmente en grandes destaques individuales o de pequeñas sociedades, sostenidos por el resto del colectivo que conseguía respaldar o coronar el juego.

Hubo partidos buenísimos, expresiones futbolísticas de calidad, lo que nos permite pensar cuánto nos retacearon los mercaderes del fútbol si cada una de las 32 selecciones hubiese tenido una preparación ordinaria de las de los últimos mundiales, es decir, 15 días para permitir entrenar, afinar ideas macro ya adquiridas en los partidos de competencia inmediatos, o trabajar el desempeño físico y el encuadre colectivo.

Del mejor a el peor

Hay una suerte de análisis futbolístico que por lo menos en los extremos parece coincidir con su posición final: Argentina, con Lionel Messi, con acompañantes que lo protegieron y lo potenciaron en su condición de mejor del mundo, con un equipo solidario y parejo, con un estado de ánimo ajustado a la trascendencia de lo que jugaban, con un arquero que en su trabajo específico fue muy acertado, y en la excepcionalidad de los penales más todavía, fue el mejor equipo del campeonato; y Qatar, el único que no presentó los niveles mínimos demandados para entrar en competencia desde el arranque, fue el de diferencias más notorias con distancia absoluta detrás de los demás.

En el medio quedan 30 selecciones a las que no podemos encuadrar en una misma categoría de juego, ni de posibilidades, pero que sí vimos en su totalidad dar muy buena competencia. En la mayoría absoluta de los casos casi todos los que clasificaron y los que se volvieron cuando diciembre apenas llevaba unas decenas de horas llegaron a su último partido manteniendo posibilidades de seguir adelante. Pero está claro que entre esos 30, y hasta en los 16 que lo hicieron, hubo diferencias, pero ya más cerca del final, por ejemplo, en los cuartos de final, donde seguramente algunos de los dolientes que tempranamente quedamos afuera hubiésemos puesto en cuestión si superaríamos esa instancia. Y ni hablar en las semifinales y finales, donde quedó claro que esos cuatro, Marruecos y Croacia inclusive, no estaban de casualidad allí.

El impacto absoluto de los partidos iniciales de cada equipo queda de manifiesto con lo que le sucedió a Argentina en su derrota ante Arabia Saudita, y después una secuencia de triunfos y clasificaciones que lo llevaron a alzar la copa.

Nosotros

En el último partido de Uruguay deberíamos saber cómo se hubiesen dado las cosas si aun con el mismo planteo reservado y de pocos niveles de riesgo en la toma de decisiones hubiese entrado alguna de las pelotas que dieron en los caños contra Corea del Sur. Nunca lo sabremos porque sería reescribir la historia, pero muy posiblemente Uruguay hubiese avanzado a octavos de final, y de ahí para adelante sería muy difícil imaginar algún partido perfecto y meterse entre los mejores ocho. Una cosa son nuestras proyecciones más optimistas y nuestros sueños, y otra realizar una comparación virtual con la mayoría de los ocho seleccionados que avanzaron a cuartos de final, donde queda la impresión de que a esta selección uruguaya que compitió en Qatar no le hubiese dado su nivel de competencia alcanzado en esos días para llegar.

En los tres mundiales anteriores a Qatar, Uruguay llegó a su último partido de avance a su próxima fase sin uno de sus futbolistas más decisivos: en 2010, contra Holanda en la semifinal, estuvo Diego Forlán pero no Luis Suárez; en 2014, jugó Cavani pero no Suárez ante Colombia; y en 2018, estuvo Suárez, pero no el mejor, Cavani, ante Francia. En los tres mundiales nos quedó la impresión de que estábamos para más.

Esta vez, ya con Diego Alonso con 11 meses y unos pocos partidos al frente de la selección, fuimos desde antes, en el discurso, a llegar a las semifinales o a la final y, sin embargo, no llegamos a pasar el grupo, aunque es cierto que los zapallos se acomodan en el carro.

El manejo global y puntual de todos los aspectos de la selección uruguaya en Qatar distó muchísimo de la matriz de acción de los mundiales anteriores y eso seguramente es tan sólo uno de los elementos que fueron dejando la sensación de contraste con lo anterior y de un techo muy bajo.

Desde el punto de vista futbolístico quedó la sensación de que se desperdiciaron casi dos partidos para buscar la mejor frecuencia de juego. Se confirma que la experiencia mundialista es determinante: se vio en algunos desempeños, como los de Federico Valverde, Darwin Núñez y Mathías Olivera, quienes ojalá puedan capitalizar en cuatro años este soporte de experiencias que vivieron y que seguramente hizo mermar sus producciones iniciales, y se podría decir que se ratificó la imponencia del juego de Rodrigo Bentancur, sin dudas el mejor uruguayo en los tres partidos, dando ventaja de que no pudo jugar el segundo tiempo ante Ghana. También se agrandó, y hasta superó algunas expectativas, la calidad imperecedera de Suárez. Pareció que le faltaron minutos de calidad a Giorgian de Arrascaeta, que en el único partido que entró de titular fue excelente (y había entrado muy bien ante Portugal), y en definitiva daría la impresión de que el cambio de generación acompañado por el veterano Josema Giménez (27 años), siguiendo medianamente los parámetros establecidos por la acción de refundación de la selección uruguaya empujada y concebida por el Maestro Tabárez, podría seguir adelante. Para eso tenemos cuatro años, que parece que fuera dentro de un tiempo, pero sin embargo ya está sucediendo.

Qatar ya fue, ya viene otro Mundial.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa el deporte?
Suscribite y recibí en tu email la newsletter de deporte.
Suscribite
¿Te interesa el deporte?
Recibí la newsletter de deporte en tu email todos los domingos.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura