Un estudio reveló que, en promedio, los trabajadores aportan para su jubilación algo más de la mitad de los años de trabajo activo y que sólo 17% no tiene períodos de no contribución.
Si se mira la seguridad social desde un plano personal, cualquier trabajador, a medida que se acerca a la edad de retiro, comienza a hacer cuentas sobre sus años de aportes para ver cuál será la jubilación que recibirá por ellos. Aunque protagonista de su historia, la persona tiene poco margen para actuar, porque no puede cambiar las reglas del sistema –que exige un mínimo de 60 años de edad y 30 años de aportes– ni su historia laboral pasada. Sin embargo, si fuera posible contar con una mirada global del régimen, y adelantarse a los períodos contributivos de los trabajadores activos hoy, la información sería valiosa para tomar medidas o desplegar políticas específicas en pos de alcanzar una mayor cobertura.
En esa búsqueda se embarcaron los investigadores Ignacio Apella –economista para la Práctica Global de Protección Social y Trabajo del Banco Mundial– y Gonzalo Zunino –director del Centro de Investigaciones Económicas (Cinve)–, que publicaron recientemente un estudio que arroja luz sobre la densidad de cotización de los trabajadores uruguayos. El trabajo fue promovido desde el Banco Mundial como parte de la generación de insumos para la comisión de expertos –integrada por representantes del gobierno, los partidos políticos y los sectores sociales– que comenzó el proceso de diagnóstico del sistema previsional, con miras a recomendar una reforma que será debatida en la segunda mitad de 2021 por el Parlamento.
Como señalan los autores, el objetivo fue “estimar la proporción de trabajadores que alcanzaría la cantidad de períodos de contribución requeridos” para obtener una jubilación, lo que permite también “identificar a los grupos más vulnerables”. La metodología surge de otros estudios realizados en América Latina, que han evidenciado los problemas de cobertura de la seguridad social, “no sólo porque muchas personas no contribuyen nunca, sino también porque muchas otras contribuyen sólo una parte de su historia laboral”.
En el caso uruguayo, los investigadores procuraron primero “estimar y caracterizar la densidad de cotizaciones de los trabajadores y los intervalos de tiempo (spells) en el que cotizan/no cotizan en el período comprendido entre abril de 1996 y diciembre de 2015”. Con microdatos de historias laborales del Banco de Previsión Social (BPS), aplicaron un modelo “destinado a estimar las tasas de riesgo de entrada y salida del estado contributivo”, junto a una simulación para “proyectar historias contributivas” de un grupo hipotético de trabajadores y encontrar cuáles serían los resultados al final de la vida laboral activa.
Nivel de aportes según género, ingresos y edad
La densidad de cotización, la variable clave detrás del estudio, no es más que la proporción de tiempo que un trabajador aportó para su jubilación sobre el total de años potenciales de trabajo –período que se ubicó entre 18 y 65 años, o el momento del retiro–. Los resultados obtenidos marcan que, en promedio, las personas registradas en el BPS tienen una densidad de cotización de 57%. Es decir, lo más habitual es que los trabajadores coticen en algo más de la mitad de su período potencial de vínculo con el mercado laboral.
Sin embargo, los autores advierten que existe “una importante heterogeneidad” en los resultados. Por ejemplo, “un cuarto de los individuos presenta densidades de cotización menores al 25%, mientras que el 17% del total alcanza el historial de cotización completo”. Siguiendo esa línea, avanzan un paso más en el análisis para encontrar determinados sesgos o tendencias dentro de los registros obtenidos. Así es que observan “una brecha en favor de los hombres en la densidad de cotización”: en promedio, los hombres cotizan el 59% de su vida laboral y las mujeres el 55%. En igual sentido, son más los hombres que alcanzan un nivel alto de contribuciones.
Por otra parte, los autores encontraron “una clara correlación positiva entre la densidad de cotizaciones y el nivel de ingreso”: hay 46 puntos porcentuales de diferencia entre la densidad promedio de las personas del primer quintil (20% de la población con menores ingresos) y el último quintil (20% de mayores ingresos). Mientras que en el primer grupo la mitad logra completar aportes por el 100% de su vida laboral, entre la población de menores ingresos ese guarismo se reduce apenas a 4%.
Asimismo, los investigadores buscaron reconstruir la densidad de contribución en función de la edad, observando que “claramente se va modificando el vínculo con el sistema de seguridad social en la medida en que los individuos se aproximan a las edades de retiro”. A este respecto, al considerar grupos etarios de a diez años, encontraron que “mientras que entre los 20 y 30 años la cantidad de trabajadores que presenta una densidad de cotización menor al 25% alcanza casi el 40%, disminuye hasta el 25,7% entre los 50 y 60 años”. En contraposición, la proporción de trabajadores que presentan densidades del 100% “se incrementa notoriamente a medida que aumenta la edad”, pasando de 21,3% en el tramo de entre 20 y 30 años a 50,3% entre los 50 y 60 años. Los autores definen esto como “una suerte de efecto del ‘ciclo de vida’ en las contribuciones”.
La duración promedio de los intervalos de contribución
Aparte del tiempo de aportes a la seguridad social, el estudio del Banco Mundial buscó estimar los spells o intervalos de cotización ininterrumpidos. Sobre un total de 237 meses (entre abril de 1996 y diciembre de 2015), hay 23% de los trabajadores con una duración promedio de cotización inferior al año, y 50% que no superó los tres años y medio de aportes consecutivos. En el otro extremo, 17% lo hizo durante todo el período de estudio.
Si se toma al total de trabajadores, se observa un período promedio de cotización ininterrumpida de 81 meses (seis años y nueve meses). No obstante, estos datos esconden una “heterogeneidad” importante y resulta conveniente avanzar más en los resultados.
“La relación de los hombres con el sistema se caracteriza por entradas y salidas más frecuentes, aunque menos prolongadas, en tanto que las mujeres tienden a mantener por mayor tiempo su estado contributivo”.
Al separar por género, se llega a que las mujeres alcanzan una duración promedio de la contribución siete meses mayores que la de los hombres. En función de esto, los autores creen que “se podría concluir que la relación de los hombres con el sistema se caracteriza por entradas y salidas más frecuentes, aunque menos prolongadas, en tanto que las mujeres tienden a mantener por mayor tiempo su estado contributivo”.
También son claros los sesgos en función del nivel de ingresos: hay 121 meses (una década) de diferencia entre la duración promedio de aportes ininterrumpidos entre el quintil más rico y el más pobre. A su vez, mientras que 50% de los trabajadores del primer quintil no logra cotizar más de 17 meses consecutivos, la mitad de los individuos del quinto quintil no tiene períodos de no contribución.
Otra caracterización que se repite es que con la edad crecen los períodos de aportes consecutivos: la duración promedio de los spells contributivos es 21,6 meses cuando los individuos tienen entre 20 y 30 años, lo que se incrementa hasta 44,6 meses entre los 50 y 60 años.
Al mismo tiempo, la investigación incorporó los datos del tiempo promedio en que los trabajadores que salen del sistema tardan en volver a hacer aportes: “el 10% de los que registran alguna interrupción en su historial de aportes presenta una duración promedio de no cotización menor a cinco meses, el 22% menor a un año, y casi el 50% no pasa más de dos años y medio sin realizar aportes al BPS, en promedio”, detallaron Apella y Zunino.
Yendo más al detalle, los spells no contributivos de las mujeres tienen mayor duración en promedio que en el caso de los hombres, hay una “relación negativa” con el nivel de ingresos (a mayor ingreso, menor tiempo promedio de no aporte) y “una relación creciente” entre la edad y los períodos de no contribución (los más jóvenes están en promedio menos meses ininterrumpidos sin aportar).
Simulando sobre los futuros jubilados
Los autores aplicaron “una metodología en dos etapas” para estimar la proporción de trabajadores que llegaría a la cantidad de años de contribución requeridos para acceder a una jubilación. Primero estimaron “los índices de transición (o tasas de riesgo) entre el estado contributivo y no contributivo”, y en función de eso simularon las historias laborales de un grupo ficticio, contemplando distintas edades de retiro.
Aplicando este modelo y efectuando las simulaciones, encontraron que 51,8% de los hombres y 46,2% de las mujeres alcanzarían 30 años de cotización a los 60 años de edad, configurando así causal jubilatorio. A igual edad, 18% tanto de hombres como de mujeres tendría menos de 15 años de aportes, muy lejos de poder lograr una jubilación. La situación cambia en algo si se consideran los 65 años de edad, ya que son 55,7% de los hombres y 53,5% de las mujeres que llegan a 30 años de cotización y pueden cobrar una pasividad.
Estos últimos datos revisten especial importancia para la comisión de expertos, que tiene como uno de los puntos a debatir la posibilidad de subir la edad de retiro. Si bien esa edad está fijada en 60 años, los uruguayos se retiran, en promedio, con 63 o 64 años. En ese sentido, Apella y Zunino expresaron que la variación en el acceso a una jubilación que ocurre al modificar la simulación de 60 a 65 años es “importante a la hora de calibrar un posible ajuste paramétrico del causal jubilatorio, puesto que permite aproximar la cantidad de personas que estaría siendo afectada, por ejemplo, por un eventual incremento en la edad mínima jubilatoria”.