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Una mujer vende periódicos donde se anuncia la entrada en vigencia del Bitcoin, en El Salvador.

Foto: Rodrigo Sura, EFE

El laboratorio de Bukele: criptomonedas, realismo mágico y futuros distópicos

8 minutos de lectura
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Esta semana el bitcoin debutó como moneda de curso legal en El Salvador, dando inicio a uno de los experimentos monetarios más peculiares en las últimas décadas; una prueba de fuego para la criptomoneda más famosa a 12 años de su aparición.

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Los años pasan y el debate continúa gravitando en torno a las mismas cuestiones: ¿el bitcoin es una moda especulativa pasajera o es el dinero del futuro? ¿Es un riesgo para la estabilidad financiera o es un activo que, pese a sus pronunciados altibajos, ha funcionado satisfactoriamente como reserva de valor? ¿Su valor converge a cero o superará los seis dígitos? Nadie lo sabe con certeza. Pero mientras se acumulan defensas acaloradas de un lado y del otro de la criptogrieta, en los países emergentes y en desarrollo “hay indicios de que las criptomonedas están generando, silenciosamente, raíces profundas”.1

Así lo describe el Financial Times en una extensa nota que repasa cómo estos activos han ido penetrando por las grietas provocadas por la inestabilidad financiera, las restricciones regulatorias y la ausencia de productos financieros tradicionales, como las cuentas bancarias o los medios de pago. Al margen del Twitter de Elon Musk, y de las crecientes advertencias de los reguladores, las criptomonedas avanzan dentro del paisaje cotidiano de un conjunto importante de países. Su adopción, según dicen ahora, “es una historia de mercados emergentes y de frontera”.2

Según los datos de Chainalysis, una empresa especializada en la industria, Vietnam lidera el ranking mundial en adopción de criptomonedas. En los primeros 20 puestos del ordenamiento hay 19 países de ingreso medio y bajo. Estados Unidos es la única economía avanzada que se coló en el ranking, ocupando el octavo lugar.

Esto no debería llamar la atención ni resultar novedoso. Es dentro de este conjunto de países donde las criptomonedas encuentran su “terreno más fértil” para echar raíces, porque sus monedas nacionales no cumplen satisfactoriamente con las tres funciones básicas del dinero: reserva de valor, medio de cambio y unidad de cuenta. En contraste con las economías avanzadas, estos países tienen inflación más alta, condiciones financieras más restrictivas y mayor incertidumbre regulatoria.

Nigeria podría ser uno de los ejemplos más ilustrativos, según señala la nota. “Su población joven e impaciente tiene que lidiar a diario con un alto desempleo, los caprichos de los cambios de divisas del mercado negro y los controles de capital”. Cuando se desplomó el petróleo, clave dentro de la matriz exportadora, el suministro de dólares colapsó y se multiplicaron los problemas para las empresas, el gobierno y los hogares.

En países como Nigeria, y en muchos más, las decisiones no discurren entre un bien y un mal, entre una moneda local y un activo digital volátil difícil de comprender. Discurren, por el contrario, entre males distintos. “Cuando aterrizas en África, específicamente en Nigeria, y hablas con la gente sobre sus desafíos diarios con el dinero, notas que es casi insondable para nosotros en Occidente imaginarlo”. Incluso en sus transacciones comerciales con China, Nigeria se maneja con criptomonedas para sortear los obstáculos impuestos por las restricciones financieras vigentes en el país.

Lo mismo ocurre con las remesas, que representan una fuente de ingresos fundamental para las familias en muchos de los países de ingresos bajos como este. Como señaló Paola Subacchi, profesora de Economía Internacional en la Universidad Queen Mary de Londres y autora del libro The Cost of Free Money: “La industria mundial de las remesas, grande pero muy fragmentada, depende de transferencias electrónicas a través de los sistemas de pago de los bancos comerciales, que cobran onerosas comisiones por el uso de esta infraestructura y el acceso al beneficio que supone una red internacional segura y fiable”.3

Según el Banco Mundial, el costo de enviar 200 dólares a países del África subsahariana promedió 9% del valor de la transacción en el primer trimestre de 2020, el más alto entre todas las regiones del mundo. En estos casos las criptomonedas también parecen emerger como un mal menor, a la luz de los costos prohibitivos que supone el envío de dinero transfronterizo: cuando el dinero se envía a través de estas plataformas de pares, las tarifas varían entre 2% y 5% de la transacción.

Es evidente que lo anterior no está exento de riesgos, porque de vuelta, no se trata de arbitrar entre bienes y males, sino de elegir males menores. Lo que es difícil, en este caso, es identificar cuál es el mal menor. Según Subacchi, las criptomonedas representan un remedio inadecuado para un problema que podría resolverse mediante la tecnología tradicional existente. “Las criptomonedas y las empresas de criptomonedas se presentan como instrumentos para la inclusión financiera, pero los excluidos son precisamente los que menos pueden permitirse correr riesgos con su dinero”. Y si hay algo ubicuo dentro del criptocosmos es el riesgo.

Para el Fondo Monetario Internacional, las nuevas formas digitales de dinero representan, potencialmente, un vehículo para ofrecer pagos más baratos, aumentar la inclusión financiera, apuntalar la competencia entre proveedores de servicios de pago y facilitar las transferencias transfronterizas. Sin embargo, lograrlo requiere “importantes inversiones y difíciles decisiones de política”. Entre ellas, definir cuál es el papel del sector público y privado en la oferta y regulación de estos activos.4

En ese sentido, si bien “algunos países podrían verse tentados a tomar un atajo” y adoptar criptoactivos como moneda de curso legal, la cosa se podría complicar y mucho. Según la institución, el riesgo más directo es sobre la estabilidad macroeconómica. Cuando un país adopta una moneda extranjera como propia, típicamente el dólar (muchas economías están completamente dolarizadas), lo que hace es “comprar” la credibilidad de la política monetaria ajena (en el caso del dólar, de la Reserva Federal de Estados Unidos). Pero para eso paga un costo: resigna herramientas de política económica y queda atado al ciclo de un tercero. Esto ya es complejo cuando se trata de monedas tradicionales, pero lo es mucho más en el caso de las criptomonedas.

“Los precios domésticos podrían volverse altamente inestables, incluso si todos los precios se indicaran, por ejemplo, en bitcoin”. También se resentiría la “integridad financiera”, especialmente en ausencia de un fortalecimiento de los controles para el lavado de dinero y financiamiento del terrorismo. “Esto podría presentar riesgos para el sistema financiero de un país, su balance fiscal y sus relaciones con países extranjeros y sus correspondientes bancos”.

Y no solo eso. Primero, pese a que “el estatus de moneda de curso legal requiere que el medio de pago sea ampliamente accesible, el acceso a internet y la tecnología necesaria para transferir criptoactivos siguen siendo escasos en muchos países, lo que plantea cuestiones de equidad e inclusión financiera”. Segundo, la unidad monetaria oficial debe tener un valor estable para facilitar su uso en obligaciones monetarias a mediano y largo plazo. Tercero, este tipo de cambios exige “modificaciones complejas y amplias a la legislación monetaria para evitar crear un sistema legal desarticulado”.

Cuarto, los bancos y otras instituciones financieras podrían quedar expuestos ante fluctuaciones bruscas de los precios. “No está claro si la regulación prudencial frente a las exposiciones a moneda extranjera o activos de riesgo de los bancos podría mantenerse si, por ejemplo, el bitcoin obtuviera el estatus de moneda de curso legal”. Quinto, podría socavar la protección de los consumidores y de las empresas. Sexto, podría tener asociado un importante impacto ambiental. “Las implicaciones ecológicas de la adopción de estos criptoactivos como moneda nacional podrían ser nefastas”. Entonces, a la luz de todo lo anterior, ¿quién querría hacer algo así?

El Salvador: el primer laboratorio nacional

En junio El Salvador anunció que se convertiría en el primer país en autorizar oficialmente al bitcoin como moneda de curso legal, una decisión que comenzó a regir desde el martes pasado. Esto significa que los impuestos pueden pagarse en bitcoins y que todo agente deberá aceptarlos como forma de pago, salvo ambiguas excepciones. Y son ambiguas excepciones porque están definidas de forma laxa en función de la disponibilidad de infraestructura tecnológica.

“Como toda innovación, el proceso del #Bitcoin en El Salvador tiene una curva de aprendizaje. Todo camino hacia el futuro es así y no se logrará todo en un día, ni en un mes. Pero debemos romper los paradigmas del pasado. El Salvador tiene derecho a avanzar hacia el primer mundo”, twitteó el presidente Nayib Bukele horas antes de comenzar este experimento. Horas después volvió a twittear, pero porque la cosa arrancó torcida: se cayó la billetera digital (“Chivo Wallet”) creada por el gobierno para instrumentar la medida y también se cayó el precio del bitcoin.5 Y si la luna de miel arrancó torcida,!lo que puede llegar a ser ese eventual divorcio! Pero vayamos un poquito para atrás en busca de contexto.

La adopción del bitcoin no es la primera innovación monetaria del país en lo que va del siglo, dado que desde 2001 el dólar estadounidense es moneda de curso legal. El Salvador no está perdiendo su soberanía e independencia monetaria con esta extraña aventura, porque la perdió hace 20 años. Sin embargo, esta innovación podría ser más lesiva para el país.

Uno de los argumentos que sostiene la decisión es que el bitcoin facilitará las remesas y reducirá significativamente los costos de transacción. A este respecto, en las últimas dos décadas las remesas representaron aproximadamente un 20% del PIB anual. Teniendo en cuenta el costo de las remesas que fue reseñado, parece un objetivo noble que ataca un problema real que recae sobre la población más vulnerable. ¿Pero es el bitcoin el instrumento adecuado para atacar el problema? Según los argumentos desplegados en la sección anterior, es muy poco probable.

Es cierto que elimina los costosos intermediarios; nació justamente para eso, como un sistema de intercambio entre pares. Pero también es cierto que su volatilidad es demasiado alta en relación a la espalda financiera que pueden tener los salvadoreños. 70% trabaja en el sector informal y no tiene acceso a una cuenta bancaria. De hecho, hay un alto porcentaje que no tiene acceso a una red, especialmente en las zonas más rurales del país.

Además, la decisión se tomó de forma exprés y sin demasiado análisis (siendo excesivamente generosos). Cuando se anunció en junio, el Banco Centroamericano de Integración Económica explicitó en conferencia de prensa que no tenía conocimiento sobre el asunto, una instancia con toques de realismo mágico que no tiene desperdicio. Y no solo fue análisis lo que faltó, también brilló por su ausencia el apoyo popular, como evidencian las protestas y los relevamientos de opinión pública.

Destacan por su colorido las críticas de los libertarios salvadoreños, que apuntan a las contradicciones entre la génesis del bitcoin como proyecto anarquista de extrema descentralización y la ley aprobada por el gobierno de Bukele. “¿Me pregunto si los cyberpunks de los 80 y 90 que se inspiraron en Hayek para revolucionar la criptografía aprueban esta ley o no?”, “Hayek habría odiado esta ley”, promovida por un régimen señalado por violaciones contra el imperio de la ley, derechos naturales y libertades individuales, escribían algunos en redes. Por suerte los libertarios regionales pueden encontrar consuelo en el primer NFT lanzado por Javier Milei, su singular mesías, con la imagen del Banco Central en llamas.5 No se divierte el que no quiere.

Es más fácil señalar problemas que proponer soluciones

Más fácil y más cómodo, pero ¿qué le vamos a hacer? Como dice Subacchi, “en vez de criticar como otro ejemplo de criptomanía la decisión salvadoreña de adoptar el bitcoin, hay que pensar en los motivos que llevan a muchas personas de todo el mundo a usar criptomonedas con fines no especulativos. Tal vez la respuesta esté en el hecho de que el sistema financiero internacional actual se adapta poco y nada a sus necesidades”.

Esto pone de relieve, en su visión, la necesidad de “promover políticas trasnacionales coordinadas” para evitar que estas soluciones, que pueden no ser óptimas para un problema que es real, hagan más mal que bien a los países en desarrollo. “Si el sector público y el privado no implementan reformas cruciales que faciliten la disponibilidad universal a bajo costo de servicios bancarios básicos, cada vez más personas y gobiernos se verán atraídos hacia el bitcoin y otras alternativas baratas, peligrosas y dudosas a la banca tradicional”.

Para bien o para mal, ahora contamos con el primer gran laboratorio para testear las potencialidades económicas y financieras de adoptar el bitcoin como moneda nacional. ¿Será un hito en la historia del dinero que desatará un efecto contagio o terminará demostrando ser una apuesta irresponsable con consecuencias nefastas para los salvadoreños? Más aún, ¿podría ser la génesis de una distopía centroamericana cyberpunk de cryptoautoritarismo cool? Eventualmente lo sabremos.


  1. “Cryptocurrencies: Developing Countries Provide Fertile Ground (Financial Times

  2. Kim Grauer, director de Chainalysis (Financial Times

  3. “In Bitcoin We Trust” (Proyect Syndicate) 

  4. “Cryptoassets as National Currency? A Step Too Far” (IMF) 

  5. Con la imagen del Banco Central en llamas, Milei lanzó su primer NFT (La Nación). 

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