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Foto: Ernesto Ryan

¡A poner la mesa! Primero... las políticas de familia

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La nueva economía de la fecundidad plantea desafíos significativos para los responsables políticos preocupados por la baja fecundidad, pero también ofrece oportunidades para construir un futuro más próspero y equitativo.

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La tasa global de fecundidad (TGF) es el indicador que mide la cantidad promedio de hijos por mujer. Esta nunca fue tan baja en nuestro país: en 2022, la TGF fue de 1,3. Este fenómeno demográfico en Uruguay fue en partes iguales esperable y sorprendente. Esperable porque era un fenómeno que se venía monitoreando por parte de los expertos, pero sorprendente por la velocidad en la que se dio esta gran caída. Y aquí es donde entra una pregunta que se escucha mucho en el debate público: ¿Es importante fomentar políticas que promuevan la natalidad directamente? Técnicamente, no. ¿E indirectamente? Tal vez sí.

El trabajo “La gran caída. El descenso de la fecundidad uruguaya a niveles ultra-bajos (2016-2021)”, de Cabella, Fernández Soto, Pardo y Pedetti, que estuvo circulando en distintos medios de comunicación, nos alertó como población de “la gran caída”. En 2016 comenzó un período de reducción de la natalidad y la fecundidad de intensidad y rapidez inéditas en la historia uruguaya. En un lapso de sólo siete años, la tasa global de fecundidad (TGF) se redujo de 2,0 a 1,27 hijos por mujer y los nacimientos descendieron aproximadamente de 47.000 a 33.000. Si se considera la serie de nacimientos desde inicios del siglo XX, no hay antecedentes en el país de una caída de la fecundidad de tal magnitud (37%) concentrada en un período tan corto.

La reducción de la fecundidad hacia niveles bajos fue uno de los grandes cambios demográficos ocurridos en Uruguay en el pasaje del siglo XX al XXI. En 2005, la TGF alcanzó el promedio de dos hijos por mujer, un valor que en la jerga demográfica está por debajo de lo que se conoce como el umbral de reemplazo (2,1 hijos), el valor mínimo necesario para asegurar la reposición de la población en el largo plazo. Si bien fue un hito en su historia demográfica, lo cierto es que el país ya presentaba valores cercanos a 2,5 hijos por mujer desde hacía décadas, a consecuencia de su temprana transición demográfica y de una tendencia sostenida de descenso durante la segunda mitad del siglo XX. La reducción sólo fue interrumpida por un período de aumento que llevó la tasa de 2,5 a 3 hijos por mujer en la década de 1970, para luego retomar su camino secular de descenso a fines de la década.

La reducción de la fecundidad en Uruguay no es un fenómeno malo, y los expertos no suelen barajar la proposición de una política que incentive la natalidad como un fin en sí mismo. Hay que considerar los derechos reproductivos de las personas en el marco del bienestar de los niños, como también de los padres con relación a su voluntad para decidir cuántos hijos quieren tener.

Cuando se dice que tienen que nacer más niños, ¿qué pasa con el deseo de las personas y la disponibilidad, entonces, de tener más hijos? No es únicamente el deseo de ser padre o madre, también implica un conjunto de activos centrales. Por ejemplo, supongamos que los uruguayos quisieran tener más hijos, es decir, que hay un interés. Entonces, lo que está estudiado que funciona son las políticas de familia, es decir, darles más tiempo a las personas que trabajan, más licencias (maternales, paternales y parentales), más centros de cuidado y más ingresos a quienes lo necesitan para poder soportar económicamente una crianza de calidad. Se deberían implementar políticas no con el objetivo de tener más hijos per se, sino en términos de mejorar la situación de madres y padres en Uruguay con políticas y crianzas mejores. En este escenario, probablemente de manera indirecta dichas políticas podrían llevar a las familias que van por el primer hijo por el segundo o por el tercero, porque existirían mejores condiciones, y esto es bien distinto a pensar “Hago un proyecto para que la población tenga hijos”. Son políticas indirectas.

¿Qué dice la literatura? Una nueva era en la economía de la fecundidad

A medida que las tasas de fertilidad han disminuido en los países de ingresos altos, la relación entre la oferta de trabajo femenina y la fertilidad se ha invertido. En la actualidad, en determinados países europeos, en los países donde trabajan más mujeres, nacen más niños. Esto sugiere que los modelos clásicos de fecundidad ya no explican las tasas de fecundidad ultrabajas de los países de ingresos altos, donde la compatibilidad de los objetivos profesionales y familiares de las mujeres es ahora un factor clave de las decisiones de fecundidad. Los autores destacan cuatro factores que facilitan la combinación de carrera profesional y maternidad: políticas familiares, padres cooperativos, normas sociales favorables y mercados laborales flexibles.

Muchos países de ingresos altos se enfrentan a un rápido envejecimiento de la población impulsados por unas tasas de fecundidad muy bajas. En Alemania, Italia, España y Japón, las tasas de fertilidad han sido inferiores a 1,5 hijos por mujer durante más de dos décadas, lo que implica que cada nueva generación tiene menos de tres cuartas partes del tamaño de la generación anterior. En países del este asiático, como Corea del Sur, las tasas de fertilidad están por debajo de un hijo por mujer. Incluso en Estados Unidos, que durante algún tiempo mantuvo tasas de fecundidad superiores a la media de los países de ingresos altos, la TGF han descendido recientemente a 1,6, aproximadamente.

¿Cómo entender por qué han descendido las tasas de fertilidad y cómo evaluar qué medidas, en su caso, podrían contribuir a aumentarlas en el futuro?

A partir de Becker (1960), los modelos económicos del comportamiento de la fecundidad se basaron en dos ideas principales para explicar las regularidades empíricas de la elección de la fecundidad. La primera de ellas es la compensación entre cantidad y calidad: la noción de que a medida que las personas se enriquecen invierten más en la “calidad” de sus hijos, en particular proporcionándoles más educación. Dado que la educación es costosa, los padres optan por tener menos hijos a medida que aumentan sus ingresos.

La segunda idea principal se centra en el costo de oportunidad del tiempo de las mujeres. Según este mecanismo, los hijos son más “caros” cuando los salarios de las mujeres son altos y muchas mujeres trabajan, porque criar a los hijos y trabajar son usos que compiten por el tiempo de las mujeres. Basándose en estos mecanismos, los modelos de primera generación sobre el comportamiento de la fecundidad pudieron explicar las regularidades empíricas que se daban en un amplio conjunto de países hasta hace unas décadas, en particular la observación de que las tasas de fecundidad eran más bajas en los países más ricos y en los que trabajaban muchas mujeres.

Las fuerzas en las que hacen hincapié los modelos de primera generación siguen siendo pertinentes en muchos lugares, sobre todo en los países que aún se encuentran en plena transición demográfica. Sin embargo, tal y como argumentan Doepke et al. (2022), las ideas clásicas de los modelos de fecundidad de primera generación son de poca ayuda para entender las tasas de fecundidad ultrabajas de los países de ingresos altos de hoy en día, porque las observaciones básicas que motivaron los modelos de primera generación ya no se sostienen en los datos recientes. En consecuencia, la economía de la fecundidad ha entrado en una nueva era, en la que un nuevo conjunto de fuerzas impulsa gran parte de la variación observada en la fecundidad.

La compatibilidad de la familia y la carrera profesional como factor determinante de la fecundidad

Las cambiantes regularidades empíricas de la fecundidad se observaron por primera vez en la literatura sociológica y también se debatieron en economía. Para dar cuenta de los nuevos hechos de la elección de la fecundidad en los actuales países de altos ingresos, los investigadores tuvieron que considerar nuevos mecanismos que van más allá de las fuerzas enfatizadas por los estudios de primera generación. Las investigaciones recientes en economía, demografía y sociología que están a la altura de este reto tienen un tema en común: la compatibilidad de los planes profesionales y familiares de las mujeres emerge como un determinante clave del comportamiento en materia de fecundidad.

El cambio subyacente que vincula la compatibilidad carrera-familia y las decisiones de fecundidad es un cambio en las aspiraciones generales y los planes de vida de las mujeres. Como se subraya en un trabajo reciente de Claudia Goldin (2020, 2021), en el pasado la mayoría de las mujeres consideraban que tener una carrera profesional y tener una familia eran opciones mutuamente excluyentes: lograr uno de estos objetivos implicaba sacrificar el otro. Hoy en día, la mayoría de las mujeres de los países de ingresos altos aspiran a tener una familia y una carrera satisfactoria que abarque la mayor parte de su vida adulta. Esta aspiración refleja lo que ha sido la realidad para la mayoría de los hombres en los países de ingresos altos durante mucho tiempo; de ahí que el cambio en las aspiraciones de las mujeres refleje una convergencia en los planes de vida generales de mujeres y hombres.

Según la nueva literatura sobre fecundidad, el deseo de tener una carrera profesional y una familia a la vez es importante para los resultados de la fecundidad, porque hay una variación significativa entre los países en cuanto a la compatibilidad real de estos dos objetivos. En los países en los que es fácil compaginar carrera y familia, las mujeres tienen ambas cosas; en los países en los que ambas están reñidas, las mujeres se ven obligadas a hacer concesiones, lo que hace que nazcan menos niños y que trabajen menos mujeres.

¿Qué factores determinan la compatibilidad entre carrera profesional y familia?

Se destacan cuatro factores que facilitan compaginar la carrera profesional con la familia: la política familiar, los padres cooperadores, las normas sociales favorables y los mercados laborales flexibles. Es decir, políticas orientadas a la familia se definen como aquellas que ayudan a equilibrar tanto la vida laboral como la familiar, y que generalmente brindan tres tipos de recursos esenciales que necesitan los padres y los cuidadores de niños y niñas pequeños: tiempo, finanzas y servicios.

El mayor reto a la hora de balancear carrera y familia es hacer frente a las necesidades de cuidado de los hijos. Si las mujeres acaban teniendo que ocuparse ellas solas de la mayor parte del cuidado de los niños, continuar con una carrera exigente mientras se tiene hijos pequeños será difícil o imposible. Las guarderías y los centros preescolares, que pueden ser públicos o privados, constituyen una alternativa habitual para el cuidado de los niños. Si estas guarderías están ampliamente disponibles, cubren toda la jornada laboral y son asequibles, a las mujeres con hijos pequeños les resulta más fácil seguir trabajando y, como consecuencia, es más probable que tengan familias más numerosas.

El cuidado de los niños también puede correr a cargo de los padres. Los datos sobre el uso del tiempo muestran que, hasta hace unas décadas, las madres dedicaban mucho más tiempo al cuidado de los hijos que los padres, pero en muchos países la contribución de los padres ha aumentado desde entonces. El reparto del cuidado de los hijos entre los padres influye directamente en las decisiones de fecundidad si los padres negocian si quieren tener más hijos. Doepke y Kindermann (2019) muestran que, en datos recientes, es probable que las parejas tengan otro hijo sólo si ambos comparten el deseo de tenerlo. Si los hombres contribuyen poco a la crianza de los hijos, será menos probable que las mujeres acepten tener otro hijo y la fertilidad será baja.

El papel de la negociación intrafamiliar en la fecundidad implica que los determinantes más profundos de la división del trabajo en el hogar influyan en las tasas de fecundidad. Estos factores incluyen la política familiar, como el permiso de paternidad, las normas sociales relativas al papel de las madres en el hogar y en el lugar de trabajo, y las prácticas en el lugar de trabajo, como la expectativa de largas horas en los puestos de carrera y la presencia (o ausencia) de flexibilidad para hacer frente a necesidades repentinas de cuidado de niños, por ejemplo, cuando un niño se enferma.

Por último, la compatibilidad de la carrera profesional y la familia también depende de las condiciones del mercado laboral. Si es difícil encontrar empleos estables y bien remunerados y las tasas de desempleo son elevadas, los padres pueden temer que una interrupción temporal de la carrera profesional tras el nacimiento de un hijo se convierta en permanente. Tener otro hijo preocupa menos cuando es fácil encontrar empleos deseables y flexibles.

Perspectivas

La nueva economía de la fecundidad plantea desafíos significativos para los responsables políticos preocupados por la baja fecundidad, pero también ofrece oportunidades para construir un futuro más próspero y equitativo. Si bien los factores que afectan la compatibilidad entre familia y carrera profesional cambian lentamente con el tiempo y las intervenciones políticas pueden tener efectos graduales, es crucial reconocer que la fertilidad ultrabaja no es un destino ineludible, sino un reflejo de las políticas, instituciones y normas que rigen una sociedad.

Con esta comprensión en mente, es esencial que los responsables políticos aborden de manera proactiva la cuestión de la baja fecundidad. En lugar de considerarla como un problema aislado, deben adoptar un enfoque integral que promueva la igualdad de género, el equilibrio entre vida laboral y familiar, y el bienestar de las familias. Esto implica implementar políticas que apoyen a las madres y a los padres en el cuidado de sus hijos, brindándoles acceso a licencias parentales y centros de cuidado infantil de calidad.

Además, es fundamental que se fomente un cambio cultural que valore y promueva la participación activa de los padres en la crianza de los hijos. Esto no sólo permitirá que las mujeres tengan más opciones en su vida profesional y familiar, sino que también ayudará a construir familias más fuertes y equitativas.

Asimismo, es esencial mejorar las condiciones del mercado laboral para garantizar que las personas no se vean desalentadas por temores sobre la estabilidad laboral al tomar decisiones sobre la paternidad. Empleos estables y flexibles, así como oportunidades de desarrollo profesional, son elementos clave para fomentar una mayor fertilidad.

En definitiva, la investigación de nueva generación sobre cómo las políticas, instituciones y normas influyen en las tasas de fertilidad puede proporcionar una guía valiosa para diseñar estrategias más efectivas y encaminadas hacia un futuro en el que las familias sean más sólidas y las poblaciones se mantengan prósperas. Al abordar estos desafíos con determinación y visión a largo plazo, podremos construir una sociedad en la que las familias florezcan y las oportunidades para las generaciones futuras sean más prometedoras.

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