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Ilustración: Luciana Peinado

Desperdicio de alimentos: un obstáculo para la competitividad y una barrera cultural que nos interpela

8 minutos de lectura
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La pérdida de alimentos es un problema que tiene impactos en la economía del país, particularmente en los sectores agroexportadores, pero también repercute en el área social. Pese a los avances logrados con la Estrategia Nacional de Prevención y la Ley de Donaciones, el país sigue enfrentando desafíos.

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El desperdicio de alimentos tiene un importante impacto en la competitividad y en el crecimiento económico del país, pero también en la respuesta a las necesidades alimentarias de los sectores más vulnerables. Es por eso que algunos organismos internacionales tienen los ojos puestos en la búsqueda de una estrategia que armonice ambos desafíos.

La economista Laura Piedrabuena, que fue consultora de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), dijo, en diálogo con la diaria, que el 66% de las pérdidas alimentarias en el país ocurre en las etapas de producción y poscosecha, lo que genera costos significativos y afecta el desempeño de las cadenas agroexportadoras del país.

“El 66% de las pérdidas ocurren en la etapa de producción y poscosecha. Sin duda, este tema tiene un impacto muy importante sobre el crecimiento económico del país, porque implica un incremento de los costos. Al haber pérdidas, tienen que ser gestionadas y eso genera un costo”, afirmó Piedrabuena, que actualmente es consultora en el Ministerio de Ambiente.

Piedrabuena estimó, con base en un estudio realizado por la FAO y la Fundación Ricaldoni en 2017, que las pérdidas de alimentos alcanzaron el 0,9% del producto interno bruto (PIB) en Uruguay, lo que representa cerca de 65.010 millones de dólares.

Esta problemática genera costos adicionales vinculados al uso de recursos, energía, logística, mano de obra y combustible. Estos insumos, destinados inicialmente al consumo humano, no alcanzan a su destinatario final, según explicó la economista.

“El aumento de los costos afecta la competitividad. Varias de las cadenas del país tienen un perfil exportador. También hay un descenso de la productividad, porque cada trabajador produce cierta cantidad de bienes y no todos llegan a la comercialización final. Entonces, hay efectos económicos importantes asociados a las pérdidas y desperdicios de alimentos”, agregó.

En la misma sintonía, María José Crosa, ingeniera química y docente en la Facultad de Ingeniería, destacó, en diálogo con la diaria, que los “costos económicos asociados al desperdicio de alimentos representan grandes volúmenes porque somos un país exportador”.

Crosa, que formó parte del equipo de evaluación del primer balance de pérdidas y desperdicios de alimentos que llevó adelante la FAO, señaló que se estima que cada año se pierde alrededor de un millón de toneladas de alimentos. Las principales pérdidas ocurren en las etapas de cosecha, exportación y producción interna, y cereales, carne y lácteos son los sectores más afectados. Sin embargo, la especialista explicó que hay dos escenarios: el primero refiere específicamente a las cadenas exportadoras, mientras que el segundo se relaciona con el consumo interno.

“Cuando llegamos al alimento que se desperdicia a nivel domiciliario, que ya pasó por todas las etapas de producción, de proceso, de distribución y llega hasta el hogar, es cuando la pérdida tiene el mayor costo”, afirmó.

Pérdidas en el sector productivo

En 2017 se publicó el informe “Estimación de pérdidas y desperdicio de alimentos en el Uruguay: alcance y causas”, realizado por la FAO, la Fundación Ricaldoni, Equipos Consultores y la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República.

En esa investigación, en la que participó Crosa, se encontró que, para el período que se extiende desde 2011 a 2016, las pérdidas y desperdicio de alimentos en Uruguay constituyeron el 11% de la oferta de alimentos disponible para consumo humano. Esto representó alrededor de un millón de toneladas al año, con un valor estimado de 600 millones de dólares, en base a materia prima. Dentro del total de pérdidas y desperdicio, el 66% se produce en las etapas de producción y poscosecha y el 11% se registra en los hogares.

Las pérdidas y desperdicio en volumen por cadena se distribuyeron de la siguiente manera: cereales 25%, lácteos 20%, caña de azúcar 19%, oleaginosos 15%, frutas y hortalizas 12% y carne 8%. En los hogares, el desperdicio de alimentos anual estimado fue de 5,1 kilogramos per cápita.

Desperdicio en hogares

En cuanto al consumo interno, el Ministerio de Desarrollo Social y la Universidad de la República estimaron, con base en un estudio que se llevó adelante en 142 hogares de todo el país –y que se publicó en febrero de 2022–, que el desperdicio de alimentos por semana fue de 1.701 gramos por hogar, en tanto que la pérdida per cápita fue de 698 gramos.

Según dicho estudio, el desperdicio per cápita anual ascendió a 36,3 kilogramos y los alimentos desperdiciados con mayor frecuencia en los hogares fueron las frutas y las hortalizas frescas, seguidas por el arroz y otros granos, pan y otros panificados.

A nivel mundial, aproximadamente el 13% de los alimentos producidos se pierden entre la cosecha y la venta minorista. Mientras que 735 millones de personas sufren hambruna, el desperdicio y la pérdida alimentaria generan entre un 8% y un 10% de los gases de efecto invernadero, convirtiéndose en un importante foco en la producción de metano, indicó la FAO.

Por día, los hogares desperdician más de 1.000 millones de comidas, el equivalente a 1,3 comidas diarias para cada persona hambrienta en el mundo. La organización internacional sostiene que “los agricultores del mundo producen alimentos suficientes para alimentar a más personas que la población mundial existente y, sin embargo, el hambre persiste”.

Unidad Agroalimentaria Metropolitana (archivo, febrero de 2021).

Foto: Ernesto Ryan

Acciones del gobierno

En agosto de 2023, el gobierno publicó la Estrategia Nacional de Prevención y Reducción de las Pérdidas y Desperdicios de Alimentos, que plantea como objetivo disminuir el desperdicio de alimentos en un 50% para 2030. El fallecido exministro de Ambiente Adrián Peña también presentó un proyecto de ley para evitar el desperdicio de alimentos, que se aprobó en julio de 2023 y actualmente se encuentra en las últimas etapas de reglamentación.

“No puede ser que haya gente que no puede comer todas las comidas y, por el otro lado, se destruyan alimentos”. (Loli Battro)

Piedrabuena consideró que nuestro país ha tenido “importantes avances” luego de que, a partir de la Agenda 2030, se pusiera el tema en la discusión de los gobiernos y organismos multilaterales. Desde el Banco de Alimentos, estas acciones del Ejecutivo son vistas como pasos importantes, pero la implementación efectiva de estas políticas y la conciencia social serán clave para enfrentar el problema, dijo a la diaria Loli Battro, integrante del Banco de Alimentos. Asimismo, indicó que la implementación de la ley aún no ha sido efectiva porque no se ha aprobado el decreto reglamentario.

Desde el Banco de Alimentos consideran que esta normativa debe promover que las empresas donen sus excedentes alimentarios en lugar de destruirlos, especialmente en un contexto de inseguridad alimentaria como el que enfrenta Uruguay. “No puede ser que haya gente que no puede comer todas las comidas y, por el otro lado, se destruyan alimentos”, planteó Battro.

En ese sentido, el principal desafío es logístico, ya que el alimento está disponible, pero debe entregarse rápidamente y en buen estado a organizaciones que trabajan con personas vulnerables. “No es un tema fácil”, observó, y agregó que “sólo hay que crear procesos suficientes para que ese alimento llegue a tiempo y en buen estado” a las organizaciones que trabajan con personas en situación de vulnerabilidad.

Diferencias entre pérdida y desperdicio

Por otro lado, Piedrabuena afirmó que es importante diferenciar el término pérdida del de desperdicio de alimentos. “Si bien ambos están claramente asociados, porque están vinculados a diferentes partes de la cadena agroalimentaria, el abordaje metodológico para cuantificar, hacer una valoración y aplicar políticas públicas es diferente”, indicó.

“Lo que no se cuantifica no se ve. Hay una necesidad muy importante de cuantificar el desperdicio y las pérdidas para diagramarlos, para darles una dimensión. A medida que tú lo ves, lo dimensionás como industria, tenés la posibilidad de interiorizarlo y, de esa forma, elaborar mecanismos para evitarlo”. (Laura Piedrabuena)

Mientras que las pérdidas refieren a la disminución –tanto en la cantidad como en la calidad de los alimentos– como resultado de las decisiones de los proveedores en la cadena alimentaria, excluyendo a los minoristas y a los proveedores de servicios de alimentos y consumidores, el desperdicio de alimentos ocurre durante el tránsito por los últimos eslabones de la cadena, es decir, los tramos minoristas, los proveedores de servicios alimentarios y los consumidores, explicó. La economista alertó que muchas veces es difícil visualizar este tema cuando falta una cuantificación de la problemática.

“Lo que no se cuantifica no se ve. Entonces, hay una necesidad muy importante de cuantificar el desperdicio y las pérdidas para diagramarlos, para darles una dimensión. A medida que lo ves y lo dimensionás como industria, tenés la posibilidad de interiorizarlo y, de esa forma, elaborar mecanismos para evitarlo. Lo que nosotros tratamos de impulsar como técnicos no es solamente reducir las pérdidas, sino, en primer lugar, prevenirlas, porque me ahorro todos los costos de gestión de las pérdidas”, agregó.

Desafíos

Aunque existen iniciativas como el Banco de Alimentos, y estrategias nacionales para reducir el desperdicio de alimentos, los mayores desafíos son logísticos y culturales, afirmó Crosa. El costo más alto del desperdicio se genera en el hogar, cuando los alimentos han pasado por todas las etapas de producción y distribución, explicó.

“La primera barrera es cultural. Es el momento en que se toman decisiones respecto de que cuando un alimento se elige, deja de ser parte del canal comercial para el humano. En esa instancia, uno puede decidir donarlo. Ahí es donde entran las aplicaciones en las que se encuentran disponibles ciertos alimentos para ser entregados a menor precio o para ser donados. Entonces, cuando uno le da valor a lo que tiene, pueden surgir muchas alternativas para evitar que se pierda. Cuando ya no puede ser donado, se puede pensar en alternativas para que siga otras cadenas y evitar que eso vaya junto con todos los otros residuos”, agregó.

“El rol que juega el Estado es prioritario, porque debieran promoverse las normativas, que ya están avanzando, para evitar que se pierdan los alimentos y propender a que se mantengan dentro de la cadena para las personas”. (María José Crosa)

La especialista sostuvo que la segunda barrera depende de las prioridades que el Estado establezca para favorecer a propuestas que eviten que ese alimento vaya al vertedero. “El rol que juega el Estado es prioritario, porque deberían promoverse normativas –que ya están avanzando– con respecto a la donación, para evitar que se pierda y propender a que se mantenga dentro de la cadena para las personas”, afirmó. Por último, subrayó la necesidad de contar con mayor apoyo estatal y de la sociedad civil, a los efectos de implementar soluciones efectivas.

La experiencia del Banco de Alimentos

A lo largo de sus 12 años de experiencia, el Banco de Alimentos ha aprendido a optimizar este proceso al permitir que los productos lleguen a tiempo a sus destinatarios. “La verdad es que fuimos creciendo muy de a poco, desarrollando estos procesos. Nosotros no trabajamos con personas físicas directamente, sino por intermedio de organizaciones sociales. Todo este proceso tiene que ser veloz, porque las fechas de vencimiento son rápidas. Es impresionante cómo creció el banco en estos últimos 12 años. En los primeros años, te diría que allá por 2012, recuperamos 30.000 kilos. En 2023 entregamos 584.000 kilos y este año ya estamos cerca de entre un 30% y un 40% por arriba de esa cifra. Fuimos aprendiendo a ser rápidos, a que no pase por el depósito del banco, sino que se haga por depósitos o por locales”, contó Battro. Sostuvo, además, que todavía hay mucho por hacer y señaló que hay muchas organizaciones que necesitan ayuda.

“Tenemos una lista de espera grande, pero no podemos crecer en demasía, desordenadamente, porque de esa manera es que comienzan las complicaciones. Hay que ir de a poco, armando procesos claros y aceitados entre las empresas, las organizaciones sociales y el banco, para que el producto llegue bien y en las mejores condiciones. El banco no sólo entrega alimentos, sino también productos de limpieza e higiene personal”, agregó.

Hasta el momento, el banco ha entregado cerca de 500.000 kilos de productos de limpieza, higiene personal y alimentos en el año, alcanzando a 225 organizaciones y a 50.000 personas. Además, cabe destacar que un promedio de entre 15 y 20 empresas donan por mes. Como barrera a la donación, indicó que es necesario que se apruebe el decreto reglamentario para que las empresas tengan incentivos fiscales a tales efectos.

“Esto se hace en otras partes del mundo. Si a la empresa le sale más caro donar que destruir, va a terminar destruyendo, porque las empresas están para ganar dinero. En cambio, si lo equiparás o por lo menos lográs que sea más barato donar que destruir, va a haber más empresas que se sumen”, reafirmó.

Por otra parte, resaltó la importancia de la ley que se aprobó en julio del año pasado y señaló que ha habido demoras porque hay discusiones en torno a cuál es la mejor forma de reglamentarla. “Ver la cara de felicidad de los niños y poder ayudar a estas organizaciones sociales, que hacen un trabajo tan bueno todos los días, consiguiendo los productos que necesitan, hace que todo el esfuerzo y el trabajo valgan la pena”, concluyó.

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