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Foto: Federico Gutiérrez (archivo).

Tres propuestas para proteger la masa salarial de la temblorosa mano del mercado

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El país enfrenta problemas de cuya solución depende nuestro presente y futuro, y no deberíamos dejar para mañana lo que debemos hacer hoy.

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Leído por Andrés Alba.
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Gran parte del mundo real está controlado tanto / por las colas de las distribuciones como por los promedios, / por lo excepcional y no por lo general, / por la catástrofe y no por el goteo uniforme, / por los muy ricos y no por la clase media. / Hemos de librarnos del pensamiento promedio.1

Si se elaborara un listado de los desafíos planteados en la campaña por todos los partidos políticos, sin duda aparecería la necesidad de incrementar la tasa de crecimiento de la economía. Si agregamos el cómo y el para quién del crecimiento, ya no sería tan fácil su inclusión. Los objetivos suelen ser el hilo que une y los instrumentos la tijera que separa. Pero ese tema, a pesar de su importancia, no es el que quiero plantear ahora. Eso es harina de otro costal.

Mucho se habla de la baja tasa de crecimiento de nuestra economía. Pongamos sobre la mesa algunos datos. En los últimos 60 años el PIB de Uruguay creció a una tasa promedio anual del 2,2%, mientras que en igual período esa cifra fue del 3,0% para Estados Unidos y 2,9% para los países pertenecientes a la OCDE. La comparación mostraría otra realidad si tomáramos en cuenta sólo los años en que el PIB aumentó. En este caso, la tasa promedio de Uruguay (3,8%) fue mayor con relación a los otros dos (3,5% y 3,2%, respectivamente).

¿Puede decirse entonces que el problema de Uruguay no es que crece poco, sino que decrece demasiado? No, porque las tasas de crecimiento positivas y negativas no son independientes unas de otras. Abrir la caja negra que esconde el subibaja de las tasas de crecimiento ayuda a entender mejor su evolución tendencial. Si solamente miramos los promedios, corremos el riesgo de perdernos una parte importante de la película. Por eso, con la intención de ver la película completa, incorporo otra dimensión al análisis: la variabilidad de las tasas de crecimiento, definida a partir de sus desvíos con relación al valor promedio correspondiente a un determinado lapso.

Los refranes –por ejemplo, más vale pájaro en mano que 100 volando– sirven muchas veces para transmitir de manera sencilla ideas que, miradas con atención, no lo son tanto. Para explicar a qué me refiero le propongo participar en el siguiente experimento. Suponga que tiene $ 1.000 y le proponen usarlos como pago para participar en el siguiente juego de azar: se lanza una moneda al aire y si sale cara recibe $ 1.200 y en caso contrario $ 800. ¿Aceptaría jugar o preferiría pájaro en mano, es decir, quedarse con sus $ 1.000?

Si bien no estoy en condiciones de conocer su respuesta, le puedo decir lo que supone la teoría económica que usted respondería: su decisión sería no participar. Eso se deriva de que usted valora más las pérdidas que las ganancias; de que usted tiene aversión al riesgo. ¿Por qué? Porque a pesar de que el valor monetario de las eventuales ganancias y pérdidas es el mismo ($ 200), y de que estas tienen además la misma probabilidad de ocurrencia (50%), para usted las dos opciones no son igualmente atractivas, dado que prefiere no asumir el riesgo y rechazar participar en el juego.

El refrán expresa, de manera simple, el mismo comportamiento frente al riesgo que supone la teoría económica, pero en realidad debería haber dicho una parte de la teoría económica. Al comportamiento racional subyacente a ese planteo se le puede contraponer otra visión. Por ejemplo, la del influyente economista John Maynard Keynes: “Una enorme proporción de nuestras actividades positivas depende del optimismo espontáneo más que de una especulación matemática [...] y no como consecuencia de un promedio sopesado de beneficios cuantitativos multiplicado por probabilidades cuantitativas”.2

Suele referirse a este optimismo espontáneo con el rótulo de los “animal spirits”, que, en el marco de una macroeconomía conductual, suelen considerarse responsables de algunos desastres económicos, como la crisis de los tulipanes o la de los Mares del Sur, en la que el padre de la física moderna, Isaac Newton, perdió una fortuna. “Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de los hombres”, dicen que expresó ante esa pérdida. A esa lista de recesiones hay que agregar crisis más recientes y de alto impacto económico y social, como la de 1929 y la de 2008. También para el comportamiento basado en los animal spirits existe un refrán: “El que no arriesga no gana”.

La volatilidad del PIB: Uruguay, Estados Unidos y OCDE

En el primer gráfico se compara la evolución del PIB de Uruguay y de Estados Unidos entre 1961 y 2023. Si la comparación fuera con los países de la OCDE, el gráfico sería muy similar. Esta información parece reflejar una señal de radio recogida por un osciloscopio, es decir, parece el gráfico de un ruido. Si en lugar de considerar datos anuales tomáramos datos trimestrales, observaríamos mayores oscilaciones.

Surge de lo anterior una pregunta importante: ¿las recesiones son un componente inherente al funcionamiento de los mercados o son anomalías que podrían no presentarse? Dicho de otra forma, ¿las recesiones son cisnes negros? Como, afortunadamente, son infrecuentes, la respuesta no es fácil.

Para algunos economistas los acontecimientos extremos pueden considerarse parte inherente de la dinámica capitalista. Las crisis, aunque raras, no son anómalas, sino un rasgo esencial del comportamiento de los mercados, derivado de los mismos procesos fundamentales que causan las fluctuaciones más pequeñas. Responden a la incapacidad de la mano invisible del mercado de lograr la estabilidad de los agregados macroeconómicos. Bajo esa mirada, para reducir la inestabilidad se requiere que la mano visible del Estado instrumente políticas económicas. A pesar de lo que muestra la realidad, existe en la actualidad un sesgo reduccionista acerca del papel de la política económica, basado en una confianza exagerada en las virtudes del libre mercado, el que aseguraría la existencia de equilibrios dinámicos que explicarían los ciclos económicos.

Un destacado representante de los creyentes en la dinámica económica basada en el libre mercado, ganador del premio Nobel de Economía, sostenía que “la inestabilidad económica que existió desde la Segunda Guerra Mundial fue un problema menor”, y desaconsejaba “diseñar políticas para remover el pequeño riesgo del ciclo económico”. Se trata de Robert Lucas, que podría haber utilizado el refrán “el remedio es peor que la enfermedad” para referirse al rol de la intervención que implican las políticas macroeconómicas.

Hoy en día, la política macroeconómica tiene como prioridad reducir la inflación, que es considerada un mal superior y por eso debe combatirse con todo el armamento disponible. A pesar de ser el discurso dominante, existen otras voces del coro que desentonan. Por ejemplo, para el premio Nobel de Economía James Tobin, la inflación podría ser beneficiosa para el bienestar social, asociándola a la “grasa necesaria para el buen funcionamiento de las ruedas del mercado de trabajo”.3 En ese sentido, existe evidencia de que la reducción de la inflación no genera los beneficios esperados de manera monótona. Entonces, no podría afirmarse que disminuir la inflación es siempre positivo. Incluso, se demuestra que alcanzar la estabilidad total de precios (inflación cero) puede incrementar la tasa de desempleo sostenible.4

El análisis de los impactos de reducir la inflación cuando esta es baja no es sencillo: “Es claro que el comportamiento de la inflación es mucho más complejo que lo que suponen nuestros modelos sencillos (que guían la política macro convencional), y que es muy pobre nuestro conocimiento de la relación entre la actividad económica y la inflación, especialmente en condiciones de baja inflación”.5 Lo fácil lo tiene cualquiera, el desafío es alcanzar lo difícil.

¿Qué podemos decir acerca de la evolución del PIB de Uruguay?

» En todo el período, a excepción de lo ocurrido entre 2004 y 2014, solamente en dos oportunidades se observaron tres años consecutivos con crecimiento mayor a 3%.

» Aproximadamente cada 20 años existió una recesión: 1967 (-4,5%), 1982-1984 (-20%), 1999-2002 (-14,3%) y 2020 (-7,4%).

» El impacto acumulado de los años en que la tasa de crecimiento fue negativa alcanza una pérdida de PIB equivalente a 45,3%.

Por su parte, en la comparación internacional tenemos:

» Si la comparación se hace con Estados Unidos y la OCDE, la tasa promedio de crecimiento de Uruguay presenta mayor variabilidad (volatilidad).

» De 100 países analizados, Uruguay se encuentra en el 20% de mayor volatilidad.

» En 20 de los 30 años comprendidos entre 1986 y 2015, la tasa de crecimiento uruguaya fue superior a la de Estados Unidos.

» En el período analizado, el PIB cayó 13 veces en Uruguay, siete en Estados Unidos y dos en la OCDE. Las caídas acumularon 45,3%, 7,4% y 7,2% del PIB, respectivamente.

» La volatilidad de la tasa de crecimiento de Uruguay fue casi tres veces mayor que la de las otras dos referencias.

Luego de la crisis económica de 2002, la volatilidad cíclica del PIB de Uruguay experimentó un cambio favorable, reduciéndose más del 50%. “Lo que no mata fortalece”, dice el refrán. “Los resultados obtenidos para Uruguay descartan que la reducción de la volatilidad observada responda principalmente a un escenario de reducción de volatilidad externa, también conocido como hipótesis de la buena suerte”. Hoy Uruguay se encuentra en mejores condiciones que en el pasado para absorber impactos externos negativos.6

Sobre el impacto de la volatilidad

a) Inversión y crecimiento

Juan es un inversor al que se le presenta la oportunidad de invertir en el país A y obtener una rentabilidad de $ 1.000. Puede, también, hacer la misma inversión en el país B y en ese caso obtener una rentabilidad de $ 1.200 con probabilidad de 50%, o de $ 800 con igual probabilidad. En la medida en que los inversores suelen preferir pájaro en mano, optará por el país A. Como el crecimiento de las economías está fuertemente asociado a las inversiones, y estas se ven negativamente afectadas por la volatilidad, la volatilidad impacta de forma negativa en el crecimiento. Dicho de otro modo, reducir la volatilidad de la tasa de crecimiento podría generar más crecimiento.

El segundo gráfico muestra la existencia de una relación negativa entre volatilidad y crecimiento durante el período 1961-2023, tomando como referencia a 100 países.

Diversos trabajos han verificado esta relación negativa entre crecimiento y volatilidad. Además, muestran que la volatilidad genera pérdidas de bienestar social indirectamente al reducir el crecimiento económico. Esta pérdida es mayor en aquellos países con menor capacidad de llevar adelante políticas anticíclicas. Un fenómeno importante a remarcar es que la inestabilidad genera efectos sempiternos: las variaciones de las tasas de crecimiento generan efectos persistentes en la evolución futura del crecimiento. “Una economía que sufre una gran caída de la producción nunca se recupera del todo”.7 No puede volver a dormir tranquilo el que una vez abrió los ojos.

b) Activos de los hogares y crecimiento

Las recesiones afectan negativamente los ingresos, particularmente los de los hogares más vulnerables. Además, pueden provocar una disminución de los ingresos futuros al afectar sus activos. Durante una recesión se suele observar una disminución del retorno de los activos, particularmente los salarios, y una reducción de su tasa de uso, que se expresa en especial en una disminución del empleo. Incluso en los países desarrollados los pobres soportan una carga desproporcionada en términos de aumento del desempleo.8

Las recesiones, asimismo, generan un enlentecimiento en el proceso de acumulación de activos, particularmente en los hogares de menores ingresos. Esto se explica, por ejemplo, por la deserción educativa, los problemas nutricionales y por aquellos vinculados a la salud.

En los países subdesarrollados la matriz de protección social no suele ser suficiente para evitar que los hogares de menores ingresos se “descapitalicen” en términos de educación y salud, lo que tiene implicaciones en su futura capacidad de generar ingresos. La elevada participación del financiamiento público en salud y educación que tiene Uruguay limita el alcance de este proceso de descapitalización de los hogares. En este sentido, importa destacar que los trabajadores mantienen el derecho a la cobertura asistencial del seguro nacional de salud por el período de amparo al subsidio por desempleo.

Tres propuestas para proteger la masa salarial

Dado que el salario y la tasa de ocupación suelen operar como variable de ajuste, especialmente durante períodos de recesión, propongo a continuación tres instrumentos que buscan proteger la masa salarial. Las primeras dos propuestas apuntan a mejorar el poder adquisitivo del salario, la tercera está destinada a proteger el empleo.

Estos instrumentos podrían ser vistos con buenos ojos por quienes apuestan a la teoría del derrame, ya que considera de manera parcial la dinámica económica al ver sólo una parte de la película, aquella en la que aparece como actor principal el virtuoso crecimiento responsable de generar los efectos positivos en los sectores más vulnerables. Pero esta teoría nada dice acerca de los períodos de recesión. “El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”.

a) Ajustar la BPC empleando la evolución del IPC

En los últimos años fuimos testigos del debate acerca de la conveniencia de usar el índice de precios del consumo (IPC) o el índice medio de salarios (IMS) para ajustar el valor de la base de prestaciones y contribuciones (BPC). Desde que se creó el IRPF hasta 2020 se utilizó el IPC, y posteriormente el IMS. La discusión se centró en el impacto que el empleo de uno y otro tenía en la liquidación del IRPF por rentas del trabajo. No obstante, el valor de la BPC incide, también, en la determinación del monto de algunas prestaciones sociales.

Lo habitual en momentos de desaceleración económica, dado que el salario suele ser empleado como variable de ajuste, es que exista una caída del salario real, teniendo entonces un comportamiento procíclico, como se observa en el tercer gráfico. Atenuar la caída del poder de compra en tiempos de recesión operaría de manera anticíclica, es decir, atenuaría la volatilidad del PIB.

Si se ajustara el valor de la BPC con el IMS, la tasa efectiva del IRPF se mantendría constante; en cambio, si el salario real viene disminuyendo y se ajusta con el IPC, la tasa efectiva disminuye. En otras palabras, si se emplea el IPC, el contribuyente tiene menor carga tributaria, mejorando así su poder de compra y potenciando por esa vía la demanda. En síntesis, si lo que se busca es profundizar el efecto estabilizador del IRPF, se debería emplear el IPC para actualizar el valor de la BPC. El efecto se refuerza si tenemos en cuenta que el monto de algunas transferencias sociales queda determinado a partir de este valor.

Eliminar la discrecionalidad que la ley le otorga hoy al Poder Ejecutivo para determinar el valor de la BPC, además de amortiguar la intensidad de los ciclos, nos evitaría discusiones en enero de cada año, oportunidad en que se actualiza su valor.

b) Incorporación transitoria de un impuesto negativo a la renta

Con la propuesta precedente se acentúa el carácter progresivo del IRPF. La incorporación de un impuesto negativo a la renta implicaría ir en la misma dirección y, por ende, contribuiría a fortalecer su carácter amortiguador (anticíclico). Las caídas del nivel de actividad suelen ir acompañadas de pérdida de empleo y caída de salarios. Y para enfrentar la disminución de ingresos provocada por el desempleo, existe un mecanismo amortiguador, que es el seguro de desempleo. No sucede lo mismo con la pérdida de ingresos provocada por la caída del salario, la que afecta particularmente a los trabajadores de menores ingresos. En particular, en los hogares que apenas superan la línea de pobreza, una reducción salarial los expone al riesgo de pasar a ser pobres.

Un impuesto negativo a la renta consiste en que las personas cuyo ingreso es menor a un determinado valor, en lugar de tener que pagar el impuesto a la renta, reciben una transferencia monetaria del Estado. Es decir, el impuesto se transforma en un subsidio para los trabajadores de menores ingresos. La imposición negativa a la renta existe en la actualidad en países como Estados Unidos.9 Este mecanismo beneficia estrictamente a las personas de menores ingresos. Además, en esta oportunidad la propuesta es que se aplique de forma excepcional, ya que lo que se busca es amortiguar la caída excepcional de los ingresos (la provocada por las recesiones).

Su implementación requiere definir los valores que determinen el universo de beneficiarios, el monto del subsidio y el período de tiempo que estará vigente. También se requiere definir el disparador a partir del cual el mecanismo se pondría en marcha. A tales efectos, podría emplearse como disparador, por ejemplo, que el nivel de pobreza supere un determinado umbral o que se acumule una caída del salario real en el último trimestre mayor a un determinado valor.

c) Repensar el mandato del Banco Central

En la década de 1970 el presidente de la Reserva Federal (FED) entendió que era necesario bajar la inflación, para lo que propuso reducir la cantidad de dinero de la economía. Sobre la efectividad de la medida existía acuerdo. Pero no sucedía lo mismo con sus consecuencias. Para algunos economistas la medida tendría un costo, dado que reduciría el crecimiento y crearía desempleo. Para otros, no habría por qué esperar incrementos en el desempleo ni disminución de la tasa de crecimiento. La realidad les dio la razón a los primeros. La reducción de la inflación se logró, pero al costo de un incremento del desempleo y de una reducción en el nivel de actividad. Luego, en 1977, el Congreso estadounidense modificó la Ley, ordenándole a la FED “aumentar la producción, a fin de promover eficazmente los objetivos de máximo empleo, precios estables y tipos de interés a largo plazo moderados”. Los dos primeros objetivos, máximo empleo sostenible y estabilidad de precios, se conocen como el doble mandato de la FED.

Este doble mandato es más la excepción que la regla que rige el accionar de las autoridades monetarias. Son pocos los bancos centrales del mundo que cuentan con un doble mandato que les obliga a tener una responsabilidad explícita sobre la estabilidad de precios y la actividad económica. Hay quienes entienden que es suficiente con que estos se preocupen por la inflación, ya que la “divina coincidencia”10 haría que sea redundante plantearse otros objetivos, como el empleo o reducir la brecha de producción.

Los casos existentes de doble mandato son, además del de la FED, el del Banco de la Reserva de Australia, el de Nueva Zelanda, el de Suiza y el del Banco de la República de Colombia. El Banco Central Europeo, por su parte, está explorando la posibilidad de sumar a su responsabilidad de estabilidad de precios la de crecimiento sostenido.

En última instancia, la discusión puede plantearse en torno al peso relativo que los bancos centrales le deberían asignar a cada objetivo en procura de maximizar el bienestar social. Entre los creyentes de la divina coincidencia toda la ponderación debería recaer sobre la estabilidad de precios. Entre los no creyentes están quienes sostienen la importancia de la estabilización de precios, aunque no necesariamente la plantean como el objetivo principal. Para otros, la estabilización de precios no debería ser el objetivo a priorizar si lo que se busca es maximizar el bienestar social.11

¿Cuál es la situación en nuestro país? La que queda de manifiesto en la siguiente definición: “La misión del BCU es contribuir al bienestar de la sociedad a través de una política monetaria orientada hacia la estabilidad de precios y la regulación y supervisión del sistema de pagos y del sistema financiero, promoviendo su solidez, solvencia, eficiencia y desarrollo”. Se desprende de esta definición que el empleo no constituye un objetivo de la política monetaria; es decir, la inflación tiene un ponderador de 100%.

Importa destacar que en la institucionalidad vigente la definición del rango meta de inflación no es potestad exclusiva del BCU. La normativa vigente (leyes 18.401 y 18.670) establece la creación del Comité de Coordinación Macroeconómica integrado por representantes del MEF y el BCU, estipulando que será función de este “el establecimiento de la meta de estabilidad de precios a cuyo cumplimiento se comprometa el Banco y del régimen cambiario general”. Se establece, además, que “en caso de no existir acuerdo entre los representantes del Banco y del Ministerio, se estará a lo que resuelva el Poder Ejecutivo”. Sin cambios significativos en la institucionalidad vigente, se podría incorporar la meta de empleo a la meta de estabilidad de precios.

La evidencia empírica y los avances teóricos deberían operar como catalizadores de la discusión acerca del mandato del BCU. Como cierre, aporto un resultado de una investigación que analiza la política monetaria óptima para una economía pequeña, abierta y dolarizada (todo parecido con Uruguay es absoluta coincidencia): “En primer lugar, la asignación de ponderaciones relativamente altas a la inflación conduce no sólo a una mayor varianza del producto, sino también de la inflación. Este es un resultado bastante habitual en la literatura de reglas monetarias óptimas (véase, por ejemplo, Bonomo y Brito, 2001; Chang et al., 2002; De Brouer y O’Regan, 1997). Otra forma de expresar esta idea es que al reducir las fluctuaciones del producto hoy se puede reducir la fluctuación de la inflación, ya que este es un importante predictor de la inflación futura”.12

Epílogo

El país enfrenta problemas de cuya solución dependen nuestro presente y futuro. Aunque, como alguien dijo alguna vez, “la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión obstinadamente persistente”, no deberíamos dejar para mañana lo que debemos hacer hoy. Pero hay demasiada gente que todavía cree en lo que solía decir Margaret Thatcher, eso de que no hay alternativa. A otro perro con ese hueso.

También estamos los que pensamos que sí hay alternativas. El tiempo acucia, particularmente para aquellos reflejados en esa canción que dice que “es muy duro poder mejorar, hace frío y me falta un abrigo, y me pesa el hambre de esperar”. Afortunada la sociedad que tiene tiempo para esperar.

Carlos Grau Pérez es economista, investigador del Cinve, docente universitario, máster en Economía por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.


  1. Philip Warren Anderson fue un doctor en Física por la Universidad de Harvard en 1949, uno de los físicos más prolíficos y de amplio abanico de los últimos tiempos. En 1977 obtuvo el Premio Nobel de Física por sus investigaciones sobre la estructura electrónica de sistemas magnéticos desordenados. 

  2. Akerlof G y Shiller R (2009). Animal Spirits

  3. Tobin J (1972). Inflation and Unemployment, American Economic Review. 

  4. Akerlof G, Dickens W, Perry G (1996). The Macroeconomic of Low Inflation, Brookings Papers on Economic Activity. 

  5. Blanchard O, Dell’Ariccia G, Mauro P (2010). Rethinking Macroeconomic Policy, IMF Position Note, 12. 

  6. Lanzillota B, Zunino G, Mosteiro R (2023). “Cambios estructurales en la volatilidad del crecimiento económico en Uruguay y los países del Mercosur”. Revista Desarrollo y Sociedad

  7. Fernández A, López-Calva L (2010). Transitory Shocks, Permanent Effects: Impact of the economic crisis on the well-being of households in Latin American and the Caribbean. Estudios Económicos. Colegio de México. 

  8. Furman J y Stiglitz J (1999). Economic consequences of income inequality. Federal Reserve Bank Review of Kansas City. 

  9. Granell Pérez R y Fuenmayor A (2016). “Impuesto negativo sobre la renta: una propuesta de transición”. Revista de Economía Aplicada

  10. Blanchard O, Jordi G (2007). Real Wage Rigidities and the New Keynesian Model. Journal of Money, Credit and Banking, 39(1): 35-65. 

  11. Debortoli D, Kim J, Lindé J, Nunes R (2017). Designing a Simple Loss Function of Central Banks: Does a Dual Mandate Make Sense? IMF: Working Paper. 

  12. Aboal D y Lorenzo F (2005). “Regla monetaria óptima para una economía pequeña, abierta y dolarizada”. Revista de Economía Segunda Época. Banco Central del Uruguay. 

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