Predecir siempre es difícil, pero lo es doblemente en el caso del presidente electo de Estados Unidos. Donald Trump no sólo habla con ligereza y cambia a menudo de postura, sino que, además, considera que la imprevisibilidad es una herramienta útil de negociación. Aun así, se puede intentar hacerse una idea de cómo será su política exterior a partir de sus declaraciones de campaña, sus nombramientos de alto nivel y su primer mandato.
En Washington se suele decir que “el personal es la política”. Pero, aunque ya sabemos a quién quiere Trump para los puestos clave, el problema es que los puntos de vista que manifiesta a veces entran en conflicto entre sí. Trump hace todo lo posible por evitar a los republicanos tradicionales que lo acorralaron durante su primer mandato y el denominador común entre sus elecciones esta vez es la lealtad personal. Pero ni siquiera esta cualidad nos ayuda a predecir la política.
Consideremos la cuestión de China. Las opciones de Trump para secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional −el senador Marco Rubio y el representante Michael Waltz, respectivamente− son conocidos “halcones”, que ven a China como una amenaza dominante que exige una respuesta contundente. También sabemos, a partir de su campaña, que Trump está ansioso por introducir nuevos aranceles a las importaciones de los aliados, con impuestos aún más altos a los productos procedentes de China.
Dado que Trump ya ha anunciado sus planes de imponer aranceles a las importaciones procedentes de México, Canadá y China, sin duda deberíamos esperar que se apliquen nuevos gravámenes. Pero los tipos, la duración y las exenciones de los aranceles siguen siendo inciertos, y están sujetos tanto a las presiones políticas internas como a los caprichos personales de Trump. Como dijo recientemente su designado para ocupar el puesto de secretario del Tesoro, Scott Bessent: “Creo que mucho de lo que está haciendo es escalar para desescalar, y mi objetivo para su administración sería salvar el comercio internacional”.
Igual de incierta es la manera en que Trump podría responder a las represalias de los socios comerciales de Estados Unidos. Si las guerras comerciales provocan un aumento de los aranceles y los precios, el retorno de la inflación podría desencadenar una reacción política interna. Dado que Trump se enorgullece de su habilidad para negociar, es posible que busque compromisos. ¿Ofrecería a su homólogo chino, Xi Jinping, un menor apoyo de Estados Unidos a Taiwán a cambio de un acuerdo comercial que él pueda mostrar como una victoria? A algunos de los aliados asiáticos de Estados Unidos les preocupa precisamente este escenario.
A juzgar por las declaraciones de campaña de Trump y su anterior mandato en la Casa Blanca, también deberíamos esperar que devalúe el multilateralismo y las alianzas. Ha prometido retirarse de nuevo del acuerdo climático de París y aumentar la producción nacional y las exportaciones de petróleo y gas. Aunque el precio de las energías renovables ha venido cayendo en Estados Unidos, queda por ver si sus políticas anularán ese efecto beneficioso para el mercado al reducir la competitividad relativa de costos de estas industrias.
En Oriente Medio, las declaraciones de campaña de Trump apoyaban incondicionalmente a Israel, y aún se enorgullece de haber negociado los Acuerdos de Abraham, que normalizaron las relaciones entre Israel y cuatro países árabes. Cuando la administración Biden trató de aprovechar este avance convenciendo a Arabia Saudita de que reconociera a Israel, los saudíes pusieron una condición previa: Israel debía dar pasos hacia la creación de un estado palestino. Pero la coalición de derecha del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se opone firmemente a una solución de dos estados y, desde el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, el apoyo de la opinión pública israelí a tal solución, ya de por sí bajo, ha caído aún más. No cabe duda de que Trump quiere ampliar su éxito anterior en la región, pero nadie sabe cómo lo hará.
Volviendo a Europa y a la OTAN, Trump dijo durante la campaña que pondría fin a la guerra en Ucrania “en un día”. Sabemos que eso no sucederá; pero hay una profunda incertidumbre en torno de cómo intentará negociar un armisticio. Una posibilidad es reducir la ayuda a Ucrania y debilitar su posición negociadora para que tenga que aceptar las condiciones rusas. O Trump también podría ampliar temporalmente el apoyo a Ucrania y, al mismo tiempo, avanzar hacia una “solución coreana”.
En este último escenario, la primera línea actual se convertiría en una zona desmilitarizada dotada de fuerzas de paz de las Naciones Unidas o europeas a las que Rusia se vería obligada a expulsar si quisiera reanudar la guerra. Ucrania podría seguir reivindicando su soberanía en zonas como el Donbás, pero lo más probable es que no pudiera ingresar en la OTAN. En cambio, quizás algún subconjunto de países (“amigos de Ucrania”) podría ofrecerse a acudir en su ayuda si Rusia violara la zona desmilitarizada. No está claro si Trump utilizará o no su poder de negociación ante el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y el presidente ruso, Vladimir Putin, para llegar a un compromiso de este tipo. Pero conseguir un acuerdo será sin duda atractivo si está pensando en su legado.
Aunque las predicciones basadas en las declaraciones y el personal de campaña nos dejen inseguros, al menos podemos situar a Trump en las tradiciones históricas de la política exterior estadounidense. Recordemos su primer discurso de investidura, cuando proclamó que “a partir de este momento, será Estados Unidos primero... no pretendemos imponer nuestro modo de vida a nadie, sino hacerlo brillar como ejemplo”. Este punto de vista concuerda con el enfoque de “ciudad en la colina” de la política exterior norteamericana, que tiene un largo pedigrí. No es aislacionismo, pero evita el activismo.
Por el contrario, en el siglo XX, Woodrow Wilson buscó una política exterior que hiciera segura la democracia en el mundo, y John F. Kennedy instó a los norteamericanos a considerar lo que podían hacer por el resto del mundo, creando el Cuerpo de Paz en 1961. Jimmy Carter hizo de los derechos humanos una preocupación central de la política exterior estadounidense, y la estrategia internacional de George W Bush se basó en el doble pilar de liderar una creciente comunidad mundial de democracias y promover la libertad, la justicia y la dignidad humana.
La única predicción que parece segura es que el enfoque de Trump hacia el mundo se ajustará más a la primera de estas tradiciones que a la segunda.
Joseph S Nye Jr, profesor emérito en la Universidad de Harvard, fue subsecretario de Defensa de Estados Unidos y autor de la memoria A Life in the American Century (Polity Press, 2024). Copyright: Project Syndicate, 2024.