En paralelo con el avance de la tecnología que tuvo lugar en la última década, bajo el paraguas de la llamada cuarta revolución industrial, han sido múltiples las aproximaciones académicas que han intentado cuantificar el impacto potencial que estas disrupciones pueden generar sobre el mundo del trabajo.
En particular, el vertiginoso avance de la inteligencia artificial (IA) durante el último año ha reimpulsado estos temores, abriendo nuevos debates sobre los mecanismos que habría que desplegar para mitigar los riesgos derivados del desarrollo presente y futuro de este tipo de tecnologías.
Algunos antecedentes
Hace más de una década Benedikt Frey y Michael A Osborne publicaron un influyente trabajo titulado The future of employment: how susceptible are jobs to computerization, revitalizando la discusión en torno al impacto potencial de los avances tecnológicos sobre el mundo del trabajo. Los autores analizaron las características de más de 700 empleos en Estados Unidos para estimar qué tan susceptibles eran ante el proceso de automatización y robotización durante los próximos 10 a 20 años. Según sus resultados, el 47% del empleo enfrentaba un elevado riesgo de ser sustituido por computadoras y algoritmos en las próximas dos décadas.
En otras palabras, la investigación anticipaba que el avance de la tecnología sería capaz de desplazar a la mitad de los trabajadores estadounidenses en un horizonte de tiempo no muy lejano. Y como fue tan influyente, la misma metodología se replicó para otros países y regiones. El Banco Mundial, por ejemplo, estimó con base en esto que en las economías emergentes y en desarrollo el riesgo de automatización era aún más elevado, pudiendo afectar al 60% o 70% de los empleos. Una década después, habiendo ingresado ya en el horizonte temporal contemplado por los autores, el escenario actual dista de aquella sombría proyección (es cierto, no obstante, que todavía cuentan con una década más de changüí).
Incluso antes de poder confrontar las predicciones contra la realidad, fueron muchos los trabajos que surgieron posteriormente cuestionando la metodología y los resultados. En particular, una de las limitantes identificadas era que las ocupaciones bajo amenaza de ser automatizadas incluían muchas veces tareas que son difícilmente automatizables. En el mismo sentido, no era del todo correcto asumir que todas las personas que se dedican a la misma ocupación ejercían necesariamente las mismas tareas.
Además, la viabilidad de sustituir trabajo por tecnología no es una cuestión que responda únicamente a cuestiones tecnológicas. Por el contrario, hay muchos otros factores que juegan ese partido, como la receptividad y la preparación social de cada país, sus formas de organizar el trabajo, la institucionalidad y, por supuesto, la conveniencia económica.
Por último, el trabajo no contemplaba adecuadamente la capacidad de adaptación de los trabajadores ante los cambios. En efecto, las tareas, actividades y ocupaciones van mutando gradualmente para adaptarse a las innovaciones, buscando complementariedades que disipen la lógica de la sustitución1.
A raíz de esto, las investigaciones posteriores comenzaron a enfocarse sobre el riesgo de automatización asociado a la tarea, y no a la ocupación, encontrando resultados más alentadores que aquellas primeras estimaciones tan pesimistas que marginaban a más de la mitad de las personas del planeta laboral. Como referencia, un estudio realizado por la OCDE arrojó que el riesgo de automatización para Estados Unidos no llegaba al 10% del empleo.
El panorama actual
El rápido avance de la IA en el último año ha sido rupturista y ha dado pie a una nueva ola de discusiones y líneas de investigación, dado que uno de sus rasgos distintivos pasa por la incidencia que tiene sobre los trabajos de alta calificación. De hecho, este fue uno de los temas centrales que se abordaron en el Foro Económico Mundial, celebrado semanas atrás en la ciudad de Davos.
En el marco de esas discusiones se presentó un estudio titulado Gen-AI: Artificial Intelligence and the Future of Work, que fue publicado hace apenas tres semanas2. Según la investigación, casi un 40% del empleo mundial está expuesto en algún punto a la IA.
A diferencia de aquellos primeros estudios, estos resultados indican que está nueva tecnología acarrea mayores riesgos para las economías avanzadas que para los países emergentes y en desarrollo, ocurriendo lo mismo en el caso de los potenciales beneficios.
En efecto, en las economías avanzadas aproximadamente el 60% de los empleos pueden verse afectados, para un lado o para el otro. En ese sentido, cerca de la mitad de los empleos que están expuestos podrían beneficiarse por la vía de una mayor productividad. En la otra mitad, sin embargo, la afectación podría venir por el lado de la sustitución de tareas, lo que reduciría la demanda de mano de obra y erosionaría los salarios. Por su parte, la desaparición completa de algunos empleos representa casos extremos.
En el caso de los países emergentes y de ingresos bajos, la exposición a la IA se estimó en 40% y 26% respectivamente. “Estos hallazgos hacen pensar que en las economías de mercados emergentes y en desarrollo la IA provocará menos trastornos”, dado que no cuentan con la misma infraestructura ni con el mismo nivel de calificación del capital humano para capturar las ventajas de su implementación. De este modo, el riesgo de que la tecnología profundice la desigualdad entre países va en ascenso.
Asimismo, la anterior también incide en el ingreso y la desigualdad al interior de los países, por lo que es probable que derive en una polarización dentro de las categorías de ingreso; los trabajadores capaces de encontrar complementariedades elevarán su productividad y salario, mientras que el resto quedará rezagado. “El efecto en la renta del trabajo dependerá, en buena medida, del grado en que la IA complemente las labores de los trabajadores bien remunerados. Si complementa significativamente a estos trabajadores, la IA puede dar lugar a un aumento desproporcionado de su renta. Además, los aumentos en la productividad de las empresas que adoptan la IA probablemente elevarán el rendimiento del capital, lo cual también puede favorecer a los trabajadores bien remunerados. Estos dos fenómenos podrían exacerbar la desigualdad3”.
De esta manera, en ausencia de acciones concretas e intervenciones, la desigualdad se agudizaría y las tensiones sociales continuarán en aumento. “Es crucial que los países establezcan redes integrales de seguridad social y ofrezcan programas de retención para los trabajadores vulnerables. Al proteger los medios de vida y limitar la desigualdad, podemos lograr que la transición a la IA sea más inclusiva”.
Productivity_. McKinsey Global Institute.