Los legisladores de la Unión Europea (UE) recientemente alcanzaron un acuerdo provisional sobre una regulación significativa destinada a mitigar los riesgos que plantea la inteligencia artificial (IA) a la humanidad, y otros países parecen dispuestos a seguir el ejemplo de la UE. Pero esta regulación no aborda uno de los mayores desastres que puede conllevar la IA: la perspectiva de un desempleo masivo y de un drástico aumento de la desigualdad de ingresos. La regulación no puede eliminar estos riesgos sin que el mundo deje de gozar de los potenciales beneficios de la IA, como marcados aumentos de la productividad y una enorme creación de riqueza. Es por esta razón que los responsables de las políticas también deben implementar regulaciones destinadas a compensar a los ciudadanos en caso de que estos desastres ocurran.

Seamos claros: no nos oponemos a regular la IA. Pero de la misma manera que adoptamos una estrategia dual para proteger a los hogares vulnerables a las inundaciones –mediante la construcción de escolleras y la provisión de un seguro contra inundaciones–, los gobiernos también deben ofrecer un seguro contra la desigualdad para garantizar que la IA no amplíe la brecha de riqueza. Si bien es concebible que las futuras administraciones puedan modificar los términos de un programa semejante, recortar beneficios que hoy favorecen a muchos sería políticamente difícil.

Ya existen claros indicios de que las cosas se pueden complicar. Este año, los actores de Hollywood se sumaron a los guionistas en la primera huelga a nivel de la industria en más de 60 años. Una de sus principales demandas era que hubiera salvaguardas contra la IA generativa. Pero la IA revolucionará el futuro del trabajo de los profesionales de cualquier tipo, desde médicos y abogados hasta conductores de taxi y cajeros, y los incrementos subsiguientes en la producción total no se compartirán de manera equitativa. Quienes lleven a cabo y sean propietarios de las invenciones podrían amasar una riqueza gigantesca que, en gran medida, será posible gracias a un ahorro en los costos laborales.

Es tentador creer que la IA convertirá a grandes segmentos de la fuerza laboral en cocineros de hamburguesas, pero incluso ese empleo se está automatizando. Quizás haya otros servicios de bajo valor que la gente pueda brindar. De no ser así, la cantidad de desempleados crónicos aumentará. En cualquier caso, las disparidades de ingresos casi con certeza se agudizarán.

Los responsables de las políticas pueden limitar, o incluso impedir, los aumentos resultantes de la desigualdad mediante una reforma del sistema tributario. Por ejemplo, si la desigualdad supera ciertos límites, las tasas de los impuestos federales a la renta para las personas de altos ingresos podrían aumentar automáticamente. Para impedir que la desigualdad siga creciendo, se podrían fijar impuestos al 1% superior de la escala salarial todos los años, de manera de asegurar que su porcentaje del ingreso nacional total después de impuestos nunca aumente por encima de los niveles actuales.

Sin duda, si la IA provoca aumentos verdaderamente catastróficos de la desigualdad –por ejemplo, si el 1% que más gana recibiera todos los ingresos antes de impuestos–, lo que podrían lograr las reformas tributarias podría ser limitado. Consideremos un país donde el 1% que más gana se queda con el 20% de los ingresos antes de impuestos –aproximadamente el promedio mundial actual–. Si, como consecuencia de la IA, este grupo recibiera todo el ingreso antes de impuestos, sería necesario gravarlo a una tasa del 80% y que el ingreso se redistribuyera como créditos fiscales entre el 99% restante, sólo para lograr la distribución de ingresos antes de impuestos de hoy; financiar al gobierno y lograr la distribución de ingresos después de impuestos de hoy exigiría una tasa aún más elevada. Dado que estas tasas tan elevadas podrían desalentar el trabajo, muy probablemente sería necesario implementar un seguro contra la desigualdad parcial, análogo a tener una franquicia sobre una póliza de seguro convencional para reducir el riesgo moral.

Una distribución de ingresos tan asimétrica es improbable y, en casos menos extremos, un seguro contra la desigualdad total o casi total sería posible y justificado. Pero si bien este experimento de pensamiento resalta una debilidad de nuestro plan –no puede brindar seguro total en los casos más catastróficos–, también destaca la importancia de incorporar alguna forma de seguro automático en el sistema tributario. Después de todo, la mayoría de la gente coincidiría en que, si la desigualdad económica efectivamente se disparara, habría que gravar al 1% que más gana a una tasa sustancialmente más elevada que la actual.

Para hacer frente al desempleo masivo que puede generar la IA, muchos –desde Juliet Rhys-Williams en 1943 hasta el candidato presidencial de Estados Unidos Andrew Yang en 2018– han propuesto un ingreso básico mínimo garantizado para todos, más allá de lo que hagan. Otros economistas, como el premio Nobel Edmund Phelps, han sugerido, en cambio, subsidiar los salarios ampliando el impuesto negativo sobre la renta para las familias de bajos ingresos o ajustando las deducciones de los impuestos corporativos. En cualquier caso, estos planes requieren financiamiento, e incorporar un seguro contra la desigualdad en el sistema tributario podría ser un ajuste de largo plazo.

Aunque nuestra propuesta no le ponga un límite a la cantidad de dinero que la gente puede ganar o ahorrar, somos conscientes de que establecer un seguro contra la desigualdad no resultará políticamente sencillo. Pero es demasiado lo que está en juego como para no intentarlo. Como señaló el juez de la Corte Suprema de Estados Unidos Louis Brandeis, podemos tener democracia o una gran riqueza concentrada en manos de unos pocos, pero no ambas cosas.

Dos aspectos de nuestra propuesta la tornan más factible desde un punto de vista político que un impuesto tradicional. Primero, el límite a la desigualdad se puede fijar por encima de los niveles actuales –lo que significa que no se dispararía de manera inmediata–. Los psicólogos han demostrado que la gente es más idealista cuando decide sobre el futuro lejano que sobre el presente. Como los votantes no conocen su futura categoría de ingresos, es probable que decidan a favor de un seguro contra la desigualdad basado en principios morales abstractos.

Segundo, si se activa el seguro, el grupo de beneficiarios sería mucho mayor en número que el grupo de los que más ganan que pagan la tasa marginal más alta. De hecho, la transferencia de riqueza del 1% que más gana debería ir a la mitad inferior de la escala salarial, aunque es posible que se comparta con quienes ganan más para conseguir su apoyo. Una vez que entre en vigencia el seguro, la legislación podría terminar reduciendo los impuestos para la mayoría de los trabajadores.

Definir explícitamente las tasas impositivas para ofrecer un seguro contra la desigualdad extrema fue una buena idea cuando uno de nosotros lo propuso por primera vez hace 20 años. Pero es una idea mucho mejor hoy. Para recoger los beneficios de la IA, debemos prepararnos para un aumento potencialmente catastrófico de las disparidades de riqueza e ingresos.

Ian Ayres es profesor de Derecho y Gestión en la Universidad de Yale. Aaron Edlin es profesor de Economía y Derecho en la Universidad de California, Berkeley. Robert J. Shiller, premio Nobel de Economía de 2013, es profesor de Economía en la Universidad de Yale y cocreador del índice Case-Shiller de precios de la vivienda en Estados Unidos. Es autor de Exuberancia irracional, phishing para locos: la economía de la manipulación y el engaño (con George Akerlof) y Economía narrativa: cómo las historias se vuelven virales e impulsan importantes acontecimientos económicos. Copyright: Project Syndicate, 2023.