¿Qué evaluación hacen del desempeño de la actividad económica?
Santiago Soto: La economía uruguaya en la última década ha tenido un pobre dinamismo, con una tasa de crecimiento promedio de solamente 1,1% anual. Esta misma tasa de crecimiento es la que tendremos en estos últimos cinco años. Son tasas de crecimiento similares a las que teníamos en la segunda mitad del siglo XX, cuando se acumularon problemas económicos diversos, con falta de perspectiva para la población uruguaya y frustraciones. Una situación a la que no queremos ni podemos volver.
La recuperación de Uruguay en la pospandemia ha sido de las más mediocres en la región, dado que nuestro país tuvo uno de los registros de crecimiento más bajos, sólo superando a Argentina, que está atravesando una dura crisis y parece no haber tocado fondo. En suma, estamos teniendo problemas para volver a crecer a tasas que realmente muevan la aguja y permitan financiar un Estado de bienestar como el que nuestra sociedad valora.
Braulio Zelko: Si uno se centra en los aspectos positivos que dejó la última década en materia de crecimiento, hay que destacar que, a diferencia del pasado, la economía uruguaya logró transitar de buena manera los múltiples shocks externos que se sucedieron en los últimos diez años. Son ejemplo de ello la crisis regional de 2015 y 2016, cuando Uruguay, si bien se desaceleró, logró crecer a pesar de los graves problemas que atravesaron Argentina y Brasil, o la crisis asociada al covid-19 en 2020 y 2021.
Esto habla de un conjunto de fortalezas económicas e institucionales construidas, incluido el fortalecimiento de la matriz de protección social desde la primera administración de Tabaré Vázquez, que hay que valorar y apuntalar. Pero con eso no alcanza hacia adelante. Hay que volver a crecer más; esto debe ser una prioridad central para un futuro gobierno.
Uno de los aspectos de su gestión que más destaca el gobierno es el aumento del empleo. ¿Coinciden en eso?
Braulio Zelko: Durante esta administración se han creado cerca de 80.000 nuevos puestos de trabajo y eso sin dudas es un buen dato, que toma relevancia además en el contexto de muy magro crecimiento económico que repasaba Santiago. La tasa de empleo se ha recuperado y está en niveles de 2016 y 2017, bastante por debajo de los niveles récord que se registraron en 2014. Hace meses que vemos un aumento de la tasa de desempleo, vinculado a que más gente busca trabajo y no lo encuentra.
Otro de los aspectos que es necesario mirar con atención es el aumento de la informalidad en el primer cuatrimestre del año, en el que prácticamente toda la creación de empleo, con relación al mismo cuatrimestre del año anterior, no cuenta con cobertura de la seguridad social, lo que da cuenta de problemas en materia de calidad del empleo. También existen problemas estructurales específicos que afectan a los jóvenes y a las mujeres en general, en los que no se observan mejoras.
Además del empleo, ¿qué otros aspectos de la gestión económica destacan como positivos?
Santiago Soto: Haber situado la inflación, desde hace ya un año, dentro del rango meta es un dato positivo. Hoy tenemos la inflación anual en 4% y las expectativas de los analistas a dos años, que es el horizonte de la política monetaria, suponen que la inflación será del 6%, lo que implica que se pegan al techo del rango meta establecido por el BCU [Banco Central del Uruguay].
¿Comparten el diagnóstico sobre el problema del “atraso cambiario”?
Santiago Soto: Comparto plenamente. Esto es, en parte, la contracara de la moderación de la inflación, que tuvo como sustento la contención del dólar mediante una política monetaria contractiva en buena parte de este período. Si hoy descomponemos el índice de precios al consumo [IPC], vemos que los precios transables, que son aquellos que se fijan internacionalmente y que dependen por tanto del tipo de cambio, crecen al 2% anual. En contraste, los no transables, que son aquellos cuyo precio está ligado a la oferta y a la demanda domésticas, crecen cerca de un 6%. Esto da cuenta del rol que ha tenido el tipo de cambio para bajar la inflación.
Tenemos un desalineamiento cambiario que nos encarece frente al mundo y que le quita competitividad a nuestra producción, la que exportamos y la que compite con importaciones. Los servicios técnicos del BCU estiman que este desalineamiento actual es del orden del 15%. Las mediciones del tipo de cambio real son todavía peores cuando nos comparamos con los países fuera de la región.
Braulio Zelko: El fenómeno del atraso cambiario también pone un freno a nuestro crecimiento económico, que por ser un país pequeño y abierto depende en buena medida de lo que podamos exportar al exterior. Si bien no estamos con problemas de balanza comercial, hay problemas sectoriales asociados a la falta de competitividad. En particular, hemos visto caídas significativas en la producción del núcleo industrial (que excluye en la medición a la refinería de Ancap y a las zonas francas). Tampoco hubo avances en materia de inserción internacional. Cuando se pase la raya al final de este mandato, más allá del acuerdo de zonas francas con Brasil, que tiene un impacto acotado, no habrá otras modificaciones a destacar en esa dimensión.
¿Cómo es la situación fiscal en Uruguay?
Braulio Zelko: Lo que estamos viendo en estos momentos es un deterioro del resultado fiscal, que en abril cerró con un déficit de 4,2% del PIB y que además tuvo la novedad de que la llamada deuda flotante, que son cuentas que el Estado debe pagar a proveedores en el corto plazo, tuvo un salto importante en el último mes. Se trata de un aumento de 0,3% del PIB con relación al mismo mes del año anterior, que hay que monitorear en los próximos meses.
Lo que quedó claro es que aquella promesa de campaña del equipo económico del Partido Nacional de que era posible bajar el déficit en 900 millones de dólares, y además hacerlo sin afectar el gasto público social ni los salarios, no tenía sustento alguno.
Básicamente, hoy tenemos un déficit muy similar al de 2019, que cerró en 4,3% del PIB y que en su momento fue un eje de la campaña electoral pasada; en aquel momento, los entonces cuadros técnicos de la oposición, hoy figuras del gobierno, hablaban de “luces rojas” en el frente fiscal. Además, hoy tenemos nueve puntos porcentuales más de deuda en términos del PIB, dado que el país tuvo que hacer frente a la pandemia. No era una situación dramática entonces y tampoco lo es ahora.
Santiago Soto: Lo que quedó claro es que aquella promesa de campaña del equipo económico del Partido Nacional de que era posible bajar el déficit en 900 millones de dólares, y además hacerlo sin afectar el gasto público social ni los salarios, no tenía sustento alguno. El ajuste fiscal llevado adelante al inicio del gobierno, excluyendo los gastos extraordinarios asociados a la pandemia, se basó en salarios, jubilaciones y pensiones, y también en inversión pública.
Como en su momento señalamos, se trató de un ajuste insostenible en el tiempo y de mala calidad. Una vez retomado el crecimiento económico y de cara al ciclo electoral, la dinámica de los salarios, jubilaciones y pensiones, así como de la obra pública, necesaria para mostrar que el gobierno hizo cosas, rutas en este caso, provocó que el gasto público volviera a crecer y superara los registros previos como porcentaje del PIB.
¿Qué cambios destacarían en materia de políticas sociales?
Santiago Soto: Si uno repasa las agendas sectoriales, en materia educativa, por ejemplo, la “transformación educativa” se hizo en el marco de un recorte presupuestal de casi medio punto del PIB, cuando lo que decían los documentos de Eduy21 [en los que se basó la reforma] era que se precisaba algo más de un punto del PIB para su implementación. En el caso de la salud, por otro lado, el gobierno se quedó sin agenda una vez pasada la pandemia. En materia de vivienda, rápidamente el gobierno se desmarcó de las 50.000 viviendas prometidas en la campaña electoral y culminará el período con números muy por debajo de las metas que se había fijado en campaña. En lo que hace a la dimensión de los cuidados, por último, se le puso de entrada un freno al Sistema Nacional Integrado de Cuidados. Estas son todas agendas que requieren inversión pública y que demandan contar con un rumbo claro sobre hacia dónde se apunta.
Braulio Zelko: Más allá de un rumbo inicial errático en materia de políticas de alivio a la pobreza monetaria, creo que, si uno mira el período en trazos gruesos, una de las conclusiones a las que puede arribar es que los instrumentos de transferencias salieron fortalecidos en el plano discursivo. La coalición de gobierno pasó de criticar estos instrumentos acusándolos de ser mero “asistencialismo” o “clientelismo político” cuando era oposición a ponerlos en el centro de su estrategia de política social. Hoy nadie cuestiona las transferencias monetarias a la población vulnerable, y eso es positivo. Sin embargo, más allá de validar el instrumento, la potencia con la que fueron utilizadas fue objeto de crítica por ser insuficientes tanto durante la pandemia como posteriormente.
Contrario a lo que sucedió en buena parte de la región, Uruguay no logró revertir el aumento de la pobreza que se registró durante la pandemia. En el caso de la desigualdad la situación es peor, porque desde entonces asistimos a un crecimiento sostenido.
¿Cómo evalúan entonces los resultados en términos de pobreza y desigualdad?
Santiago Soto: Contrario a lo que sucedió en buena parte de la región, Uruguay no logró revertir el aumento de la pobreza que se registró durante la pandemia. En el caso de la desigualdad, la situación es peor porque desde entonces asistimos a un crecimiento sostenido.
En 2020 tuvimos un aumento de la pobreza de 100.000 personas, que se podría haber evitado con una inversión social totalmente posible de afrontar, tal como oportunamente señalaron, al inicio de la pandemia, los investigadores Matías Brum y Mauricio de Rosa.
Por su parte, y pese al discurso y a los anuncios, como el de la “mayor inversión histórica en primera infancia”, hoy tenemos un mayor nivel de pobreza infantil que en 2019, a lo que se le suma la situación de un montón de niños y niñas que durante la pandemia vivieron privaciones que tendrán consecuencia a mediano y largo plazo.
Los resultados del gobierno son aún peores si tenemos en cuenta que, producto de la baja de los nacimientos, el número de gurises para atender bajó sensiblemente. Hoy hay, en números gruesos, cerca de 60.000 niños menores de seis años menos que hace cinco años, y el gobierno no sólo no logró dar respuesta a esta situación, sino que se registró un deterioro.
Braulio Zelko: Hay que tener en cuenta que estos mayores niveles de pobreza se dan en un contexto en el que, como decíamos anteriormente, el empleo aumentó, a lo que hay que sumar que los salarios volvieron a los niveles previos a la pandemia. Esto nos habla, junto al dato de mayor desigualdad, de que el crecimiento económico no llegó a los sectores más postergados.
En materia de política salarial, por ejemplo, no hubo políticas diferenciales para los trabajadores de menores salarios, lo que da cuenta de un número mayor de trabajadores que perciben salarios sumergidos. Se necesitan políticas activas de empleo que incrementen habilidades transversales y específicas para mejorar la inserción laboral, en particular de jóvenes y mujeres.
Los resultados del gobierno son aún peores si tenemos en cuenta que, producto de la baja de los nacimientos, el número de gurises para atender bajó sensiblemente. Hoy hay, en números gruesos, cerca de 60.000 niños menores de seis años menos que hace cinco años, y el gobierno no sólo no logró dar respuesta a esta situación, sino que se registró un deterioro.
Recientemente el coordinador de programa del precandidato del Partido Nacional Álvaro Delgado sostuvo que estadísticamente no es posible afirmar que la pobreza haya aumentado entre 2019 y 2023. ¿Qué opinan de esta afirmación?
Braulio Zelko: La comparación que toma es la que contrasta el segundo semestre de 2019 con el segundo semestre de 2023, y es ahí donde concluye que la diferencia no es estadísticamente significativa. El gobierno ya tomó decisiones equivocadas con base en estos datos y llegó a conclusiones equivocadas en su momento: en 2021, utilizando datos bimestrales, se afirmó que en noviembre y diciembre de 2020 los efectos sociales de la pandemia ya habían quedado atrás. Sin embargo, la información anual ratificó que esto no era así y que todavía en 2023 seguíamos con niveles de pobreza mayores que los de 2019.
A veces se confunde la periodicidad de publicación de las estadísticas económicas con cómo conviene analizarlas. Puede haber datos mensuales que, por la volatilidad que tienen, conviene analizar mediante promedios trimestrales. O también datos semestrales que conviene mirar como promedios anuales.
Por último, ¿cuáles creen que son los desafíos más importantes para el próximo gobierno?
Santiago Soto: Es la pregunta del millón. Para decirlo rápido, creo que el próximo gobierno en sus objetivos debería concentrarse en promover una agenda potente acorde a la dimensión de los desafíos del bajo crecimiento y del empeoramiento de la distribución que atravesamos durante los últimos años. Para esto, por el lado del crecimiento, se deben reorientar los esfuerzos para mejorar la competitividad. A nivel macroeconómico, se deben corregir los desequilibrios cambiarios, cuidando los logros conseguidos en materia de inflación.
A nivel microeconómico, por otra parte, hay espacio para mejorar la productividad en varios sectores no transables (que son los que no están expuestos a la competencia internacional). El gobierno también debe promover una verdadera agenda de inversión acorde a los desafíos del crecimiento. También es crucial establecer una agenda social clara para los sectores desatendidos, como la niñez y los jóvenes. Los problemas de la infancia no se resuelven sólo con instrumentos destinados a ellos, sino también con políticas que atiendan la empleabilidad de sus padres y en particular de sus madres, garantizando sus cuidados en el marco de una demografía que acentúa los problemas derivados del envejecimiento. Es ahí que nos jugamos el partido del largo plazo.
Braulio Zelko: Estoy de acuerdo. Además, debemos atender la situación de un número importante de jóvenes cuyas habilidades no son demandadas por las empresas, en particular a la luz de los cambios tecnológicos. Eso hace difícil que logren insertarse en el mercado laboral y, cuando lo logran, lo hacen de manera precaria e intermitente. Mejorar las oportunidades para esta población, atendiendo las carencias que pueden existir en su educación formal, fortaleciendo su formación profesional, entre otras dimensiones, es clave para romper con los círculos actuales de precariedad y bajos ingresos. Ahí está una parte importante de los desafíos que tenemos, y donde deben estar puestos los mayores esfuerzos.