A fines de este año, Brasil presidirá en Belém la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 30). Es una responsabilidad importante. Mientras el mundo conmemora el décimo aniversario del Acuerdo de París, hay un creciente sentido de urgencia con relación al calentamiento global, que ha pasado de ser una amenaza futura a una emergencia presente. Si se mantienen las tendencias actuales, el mundo no cumplirá el límite de calentamiento global previsto por el Acuerdo de París (1,5 °C respecto de los niveles preindustriales) y la celebración de la próxima COP en Belém resaltará no sólo la presión sobre la Amazonia (una de las regiones más bellas del mundo), sino también la cercanía de un punto de inflexión climático.
Pese a las claras advertencias de los científicos de que estamos peligrosamente cerca de superar los límites del planeta, se siguen batiendo récords de emisiones. En 2023, el mundo generó 57.100 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, con lo que la concentración superficial de dióxido de carbono llegó a 420 partes por millón. La última vez que existió esa concentración en la Tierra fue hace 14 millones de años.
El primer decenio del Acuerdo de París ayudó al mundo a torcer el rumbo respecto de la trayectoria inercial, que nos llevaba a un aumento de entre 4 °C y 5 °C a fines de este siglo. En la situación actual, si todos los países cumplen sus objetivos climáticos para 2030, se prevé que la temperatura media mundial aumente 2,6 °C. Nuestra misión en la próxima COP 30 es crear una hoja de ruta del próximo decenio para acelerar la implementación de las medidas necesarias y reforzar la aspiración de cumplir la meta de los 1,5 °C.
Por desgracia, las emisiones y las temperaturas siguen creciendo desde 2015, y el panorama geopolítico se ha vuelto más inestable y fragmentado, con guerras en Europa, África y Medio Oriente, además de un marcado deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y China. Los foros internacionales se han convertido en campos de enfrentamiento político donde se presta poca atención al tema que se debate.
Este cambio quedó de manifiesto en la COP 29 (apodada “la COP de las finanzas”) que tuvo lugar en Bakú (Azerbaiyán). Algunos gobiernos de países desarrollados clave adoptaron posturas al servicio de sus intereses nacionales inmediatos, con desatención a las consecuencias globales. También esperaron hasta el penúltimo día de la cumbre para presentar sus propuestas de compromisos financieros, lo que retrasó el debate sobre los recursos que los países en desarrollo necesitan para llevar a cabo la transición verde. Es una estrategia contraproducente, ya que el calentamiento global no respeta fronteras. No crear las condiciones necesarias para que todos los países transicionen a sendas de crecimiento descarbonizadas perjudicará a todas las partes.
Al final, los delegados se fueron de Bakú con un acuerdo sobre las normas para los mercados de emisiones de carbono y el compromiso de los países ricos de aportar a los países en desarrollo 300.000 millones de dólares anuales en financiación climática. Fue un paso importante pero pequeño en un momento en que se necesitan grandes avances. Pero este resultado, que demuestra que el multilateralismo aún es posible, sienta las bases para una acción más ambiciosa en Belém.
Hay grandes esperanzas de que la COP 30 sea un punto de inflexión en los esfuerzos de adaptación y mitigación frente al cambio climático. En la COP 28 se completó un balance mundial, y con las reglas referidas al Acuerdo de París que se terminaron de definir en la COP 29 la principal tarea en Belém será acelerar la implementación de los acuerdos alcanzados. Nuestro objetivo en la COP 30 es convertir las promesas en acciones.
Pero para ello es necesario que antes de la COP 30 los países presenten contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC) ambiciosas y detalladas. Con la presentación en la COP 29 de NDC actualizadas, Brasil, Reino Unido y Emiratos Árabes Unidos han puesto el listón muy alto. Ahora los otros países tienen que estar a la altura del desafío. En la cumbre del G20 del año pasado el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, instó a los países del grupo a adelantar las metas de neutralidad de carbono, de 2050 a 2040 o 2045; y el secretario general de la ONU, António Guterres, impulsó la puesta en práctica de los nuevos objetivos fijados en respuesta al balance mundial.
En tanto, pedimos a las economías emergentes la presentación de NDC que abarquen todos los sectores y todos los gases de efecto invernadero y que incluyan metas absolutas de reducción de las emisiones, compatibles con el objetivo de 1,5 °C. Y los países en desarrollo deberían presentar NDC que compatibilicen los objetivos de desarrollo con una reducción importante de las emisiones y sigan llevando sus economías por una trayectoria descarbonizada.
Esperamos que todos los países lleguen a Belém dispuestos a debatir cómo promover la implementación de las promesas formuladas en el marco del balance mundial. El proceso debe incluir acuerdos y medidas tendientes a triplicar la capacidad de generación de energía a partir de fuentes renovables, duplicar las medidas de eficiencia energética, acelerar el abandono de los combustibles fósiles, poner fin a la deforestación y aumentar la reforestación. En última instancia, nuestro papel en la COP 30 es reorientar los esfuerzos mundiales hacia la creación de condiciones internacionales que faciliten y aceleren las iniciativas nacionales. El objetivo tiene que ser ayudar a los países a alcanzar de forma rápida y justa las metas acordadas.
Para que los países en desarrollo puedan superar los obstáculos que les impiden seguir una senda de desarrollo descarbonizada (en concreto, cargas de deuda insostenibles y altos costos de endeudamiento), la arquitectura financiera internacional debe apoyar los objetivos climáticos. Con ese fin, durante su presidencia del G20 el año pasado, Brasil creó el Grupo de Trabajo del G20 para la Movilización Mundial contra el Cambio Climático. En Belém, debemos establecer una estrategia creíble para movilizar 1,3 billones de dólares en dirección a los países en desarrollo y crear un plan que permita alinear los flujos financieros (públicos y privados, nacionales e internacionales) con los objetivos del Acuerdo de París. A lo largo del año, los gobiernos y las instituciones multilaterales tendrán muchas ocasiones de promover negociaciones sobre estos temas, incluidas las reuniones de primavera y otoño del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo que tendrá lugar en junio.
En vista del aumento de frecuencia y gravedad de los fenómenos meteorológicos extremos, las medidas de adaptación se han vuelto prioritarias, sobre todo en las comunidades vulnerables. Es necesario que durante 2025 los países terminen de definir sus planes nacionales de adaptación, con indicación de las fuentes de inversión privadas y públicas necesarias para concretarlos. Y en la COP 30, los delegados deben adoptar los indicadores globales de adaptación para crear un idioma común en el cual debatir el impacto del cambio climático en todo el mundo.
Pero el énfasis en la adaptación no implica reducir los esfuerzos de mitigación. En muchos países en desarrollo, la mitigación y la adaptación se dan en simultáneo como parte del desarrollo. En el mundo actual, la construcción de nuevas viviendas, ciudades, fuentes de energía, fábricas e infraestructuras debe tener como objetivos centrales desde un primer momento reducir al mínimo las emisiones y aumentar al máximo la resiliencia.
Como anfitrión de la COP 30, Brasil se ha comprometido a predicar con el ejemplo mediante acciones decisivas dentro y fuera de sus fronteras. Pero ningún país puede por sí solo restablecer la confianza necesaria para el éxito de la cumbre. Todos los países deben ir a Belém comprometidos con definir e implementar objetivos nacionales ambiciosos y crear condiciones internacionales propicias para acelerar acciones climáticas que no dejen a nadie atrás. Sólo entonces podremos hacer de la COP 30 el punto de inflexión climático que el mundo necesita.
Ana Toni es secretaria nacional para el Cambio Climático en el Ministerio de Medio Ambiente y Cambio Climático de Brasil y directora ejecutiva de la COP 30. Copyright: Project Syndicate, 2025.