Un poco de contexto
Hace varias décadas, el economista austríaco Joseph Schumpeter advertía que “el capitalismo es, por naturaleza, una forma o método de transformación económica y no solamente no es estacionario, sino que no puede serlo nunca”. A diferencia de lo que muchos piensan, el carácter evolutivo del capitalismo “no se debe simplemente al hecho de que la vida económica transcurre en un medio social y natural que se transforma incesantemente y que, a causa de su transformación, altera los datos de la acción económica”, señalaba.
Según Schumpeter, es mucho más que eso. Concretamente, consideraba que la mutación industrial de la que hemos sido testigos y que “revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos nuevos”, representa el rasgo distintivo del sistema capitalista. Por eso no hay nada más importante que el “vendaval perenne de la destrucción creativa”. Y ese vendaval surge de la permanente innovación, es decir, de la aplicación productiva de nuevas ideas; “de hacer las cosas de manera diferente en el ámbito de la vida económica”.
Esta es la semilla de la que han germinado en las últimas décadas las múltiples contribuciones orientadas a explicar de dónde proviene y cómo puede hacerse sostenible en el tiempo el proceso de crecimiento económico. Como señala el documento difundido por la Real Academia Sueca de Ciencias, y en contraste con lo sucedido durante siglos, en los últimos 200 años el mundo experimentó un crecimiento económico sin precedentes. La base de este fenómeno no es otra cosa que el “flujo constante de innovación tecnológica”. En ese sentido, el crecimiento económico sostenido ocurre cuando las nuevas tecnologías reemplazan a las antiguas como parte del proceso conocido como destrucción creativa.
En efecto, una mirada larga revela que este crecimiento sostenido es una cosa relativamente novedosa, dado que durante la “mayor parte de la historia de la humanidad” el nivel de vida no exhibió cambios significativos de una generación a otra, incluso ante la presencia de innovaciones y descubrimientos relevantes. Es cierto que estos elevaron transitoriamente el estándar de vida, pero nunca ese proceso lograba sostenerse en el tiempo; la dinámica económica era de impulsos y retrocesos que no terminaban por generar transformaciones relevantes sobre ese estándar.
El cambio vino con la Revolución industrial, en la que la “innovación tecnológica y el progreso científico dieron lugar a un ciclo interminable de innovación y progreso, en lugar de eventos aislados”. De ahí proviene el crecimiento sostenido y “notablemente estable” al que hemos asistido desde entonces, y cuyo entendimiento y modelización fundamenta la premiación de este año.
Un Nobel en tres partes
“El premio de este año se centra en las explicaciones del crecimiento sostenido basado en la innovación tecnológica”, explicó el lunes la Real Academia Sueca de Ciencias. Y, si bien son tres los economistas galardonados, el reparto no es homogéneo entre ellos.
En este sentido, la mitad del premio fue para el historiador económico Joel Mokyr, en reconocimiento por la “descripción de los mecanismos que permiten que los avances científicos y las aplicaciones prácticas se complementen y creen un proceso autogenerado que conduce al crecimiento económico sostenido”. La relevancia de su contribución también pasa por demostrar la importancia que tiene la apertura de la sociedad a las nuevas ideas, dado que el cambio permanente desafía los intereses predominantes en cada momento.
La otra mitad del premio se reparte también en dos mitades, una para Philippe Aghion y otra para Peter Howitt, cuyas contribuciones permitieron modelar matemáticamente “cómo las empresas invierten en mejores procesos de producción y nuevos productos de mejor calidad, mientras que las empresas que anteriormente contaban con los mejores productos se ven superadas por la competencia”. El crecimiento surge, entonces, de la famosa destrucción creativa.
Diseccionando este concepto, que originalmente proviene de las contribuciones hechas por Schumpeter décadas atrás, la primera parte refiere a la obsolescencia y posterior desaparición de procesos y productos, lo que naturalmente trae aparejada la destrucción de empresas e incluso de sectores.
Esta destrucción es parte, decía Schumpeter, del proceso evolutivo inherente al sistema capitalista y que comprende fases de expansión y de retroceso; “la alternancia de auges y depresiones es la forma que adopta el desarrollo económico en la era del capitalismo”. En particular, las depresiones le permiten al sistema económico expulsar las toxinas que va acumulando. De ahí la referencia a la destrucción.
Por otra parte, se trata de un proceso creativo, en tanto está asentado sobre la innovación. Es este fenómeno que, al alimentar un círculo virtuoso que se reproduce incesantemente (a diferencia del pasado), termina transformando la economía y, por extensión, la sociedad.
El crecimiento sostenido no es la norma
Como fue señalado, durante la mayor parte de la historia la humanidad no experimentó saltos discretos en términos de su estándar de vida, dado que las innovaciones y descubrimientos puntuales no lograron activar ese círculo virtuoso, por lo que sus efectos se iban diluyendo gradualmente sin causar grandes alteraciones. En efecto, como explicó Mokyr, “las nuevas ideas no continuaron evolucionando ni dieron lugar al flujo de mejoras y nuevas aplicaciones que ahora damos por sentado como consecuencia natural de los grandes avances tecnológicos y científicos”.
¿Qué fue lo que cambió en los últimos dos siglos?
De acuerdo con las investigaciones de los galardonados, la clave está en el “flujo continuo de conocimiento útil”, que según Mokyr se compone de dos partes. Por un lado, está el “conocimiento proposicional”, definido como una “descripción sistemática de las regularidades del mundo natural que demuestran por qué algo funciona”. Por el otro, aparece el “conocimiento prescriptivo”, que podría caracterizarse como las “instrucciones prácticas, planos o recetas que describen lo necesario para que algo funcione”.
Según su visión, antes de la Revolución Industrial, la innovación tecnológica se basaba principalmente en el conocimiento prescriptivo; “la gente sabía que algo funcionaba, pero no por qué”. En ese sentido, el conocimiento proposicional (que explica el porqué) “se desarrolló sin referencia al conocimiento prescriptivo, lo que dificultaba, incluso imposibilitaba, construir sobre el conocimiento existente”. Fue a partir de los siglos XVI y XVII, en el marco de la revolución científica inscripta en la Ilustración, que se comenzó a poner el foco en los métodos de medición, los experimentos controlados y la importancia de lograr que los resultados puedan ser reproducibles, de forma de lograr una “mejor retroalimentación entre el conocimiento proposicional y el prescriptivo”.
De esta manera, el acervo de conocimiento útil comenzó a crecer y a utilizarse en la producción de bienes y servicios. “Ejemplos típicos incluyen la mejora de la máquina de vapor gracias a los conocimientos contemporáneos sobre la presión atmosférica y el vacío, y los avances en la producción de acero gracias a la comprensión de cómo el oxígeno reduce el contenido de carbono del arrabio fundido”. En efecto, la acumulación del conocimiento útil “generó una mejora de las invenciones existentes y les proporcionó nuevas áreas de uso”.
Teoría y práctica
La materialización de lo anterior requiere conocimientos prácticos, técnicos y comerciales. En su ausencia, señala el documento, “incluso las ideas más brillantes se quedarán en la mesa de dibujo, como los diseños de helicópteros de Leonardo da Vinci”. Por eso, argumenta Mokyr, el crecimiento sostenido se produjo primero en Gran Bretaña, dado que era ahí donde se nucleaban “numerosos artesanos e ingenieros cualificados” que “eran capaces de comprender los diseños y transformar las ideas en productos comerciales, lo cual fue vital para lograr un crecimiento sostenido”.
El rol de la sociedad
La apertura y receptividad al cambio es el otro ingrediente que explica esta transformación histórica, dado que los cambios tecnológicos y las innovaciones producen ganadores y perdedores. Las nuevas tecnologías van alterando, e incluso destruyendo, las estructuras e instituciones previas, con todo lo que eso supone en términos de la organización económica y el empleo. Por eso es clave que la sociedad esté abierta a estos procesos, de forma de romper las resistencias que naturalmente generan los grupos de interés que se benefician del statu quo.
Según explican los premiados, el conocimiento proposicional tiene la capacidad de reducir esa resistencia a las nuevas ideas: “En el siglo XIX, el médico húngaro Ignaz Semmelweis se dio cuenta de que las tasas de mortalidad materna se reducían drásticamente si los médicos y el resto del personal se lavaban las manos. Si hubiera sabido por qué y hubiera podido demostrar la existencia de bacterias peligrosas que se eliminan al lavarse las manos, sus ideas podrían haber tenido un impacto más temprano”.
La construcción de un modelo
La modelización matemática de los factores identificados por Mokyr para hacer sostenible el crecimiento estuvo a cargo de Aghion y Howitt, que a través de este lenguaje lograron plasmar “cómo el avance tecnológico conduce al crecimiento sostenido. Estos enfoques son diferentes, pero fundamentalmente abordan las mismas preguntas y fenómenos”.
Más allá de que el crecimiento parezca un proceso estable, debajo de la superficie es todo lo contrario. Por ejemplo, en Estados Unidos más del 10% de las empresas quiebran cada año, y se crean otras tantas. Entre las sobrevivientes, se crean o desaparecen empleos cada año. Esto fue lo que formalizaron estos dos autores. “Aghion y Howitt se dieron cuenta de que este proceso transformador de destrucción creativa, en el que empresas y empleos desaparecen y son reemplazados continuamente, es la base del proceso que conduce al crecimiento sostenido”.
Pero la clave de su aporte fue desarrollar un modelo capaz de capturar la complejidad de este proceso. En efecto, en un artículo publicado en 1992 estos autores introdujeron “el primer modelo macroeconómico de destrucción creativa en equilibrio general” (con esto último se refieren a la capacidad de contemplar lo que sucede en todos los mercados y con todos los agentes que están involucrados).
Por ejemplo, estos modelos permiten analizar si existe un volumen óptimo de inversión en I+D, considerando las implicancias para el privado y para la sociedad en su conjunto. Esto es determinante para gestionar, entre otras cosas, el uso de patentes o el grado de subvenciones que pueden resultar óptimas desde esas dos perspectivas. En resumen, “la teoría de Aghion y Howitt es útil para comprender qué medidas serán más eficaces y hasta qué punto la sociedad debe apoyar la I+D”.
Esto contribuyó a incentivar nuevas investigaciones en diversos campos asociados, por ejemplo, los que están orientados a entender los niveles de concentración de mercado y sus múltiples implicancias. A este respecto, demostraron que las concentraciones demasiado altas o bajas son perjudiciales para el proceso de innovación. ¿Por qué el crecimiento se ha desacelerado en las últimas décadas si se han sucedido avances tecnológicos relevantes? Según el modelo de Aghion y Howitt, una potencial respuesta es que algunas empresas se han vuelto demasiado dominantes. Por lo tanto, podrían necesitarse políticas más agresivas destinadas a mitigar ese poder excesivo sobre el mercado (es el caso, entre otros, de las empresas tecnológicas actuales).
Otra lección importante que dejan estos modelos tiene que ver con el entendimiento de los ganadores y perdedores que emergen de estos procesos y, por lo tanto, del conjunto de acciones que pueden desplegarse a efectos de reducir los costos para quienes pierden, sean empresas o trabajadores (“proteger a los trabajadores, pero no los empleos”). Finalmente, las contribuciones de los premiados ponen de relieve “la importancia de que la sociedad cree condiciones propicias para innovadores y emprendedores cualificados”, y también el rol que juega la movilidad social en el crecimiento.
Sostenido no es equivalente a sostenible
Naturalmente, el crecimiento sostenido no sólo tiene consecuencias positivas para el bienestar humano en el largo plazo, dado que no es sinónimo de sostenible. A este respecto, las contribuciones de los galardonados arrojan luz sobre los efectos secundarios negativos que puede tener y, más importante, cómo enfrentarlos con políticas bien diseñadas en áreas tan diversas como “el cambio climático, la contaminación, la resistencia a los antibióticos, el aumento de la desigualdad y el uso insostenible de los recursos naturales”.