Finalmente, el presidente de Estados Unidos decidió avanzar con su cruzada proteccionista y comenzó a aplicar los aranceles de 25% a las importaciones de México y Canadá, sus dos socios principales, y de 10% adicional a las que vienen de China. “Puede que tengamos algún dolor a corto plazo, pero la gente lo entiende. Estados Unidos ha sido estafado por todos los países y vamos a cambiar eso”, volvió a advertir el mandatario días atrás, aludiendo nuevamente a los costos que esta medida tendría para el consumidor estadounidense.
“Esta será la edad de oro de Estados Unidos. Y vale el precio que hay que pagar”, había señalado hace un mes el presidente, antes de poner en pausa esta medida como parte de sus artilugios de “brillante negociador”.1
Entre los primeros impactos, y a pesar de que era probable que esto se confirmara (es decir, que estuviera descontado en el precio de los activos), los índices bursátiles acusaron rápidamente el golpe (son siempre las primeras variables en reaccionar). En particular, la caída fue mayor en la órbita de las acciones europeas, que exhibieron el mayor retroceso del último semestre.
Muchos analistas y agentes económicos consideraban que este curso de acción era solamente parte de su retórica y que no se iba a terminar por materializar, dado el pesado lastre que supondría para la economía de Estados Unidos en términos de actividad económica, inflación y posicionamiento geopolítico.
Como analizó el miércoles la revista británica The Economist, la relación comercial entre los países norteamericanos “ha sido uno de los ejemplos más exitosos del mundo de integración económica, particularmente en la industria automotriz... Si esto persiste, los aranceles a Canadá y México serán el acto de proteccionismo más extremo y peligroso de un presidente estadounidense en casi un siglo”.2 “La guerra comercial más tonta de la historia”, había titulado The Wall Street Journal en su editorial del 25 de enero.3
A modo ilustrativo, se estima que un automóvil atraviesa las fronteras entre estos tres países hasta siete veces, dado que el valor se va agregando en sucesivas etapas e intercambios comerciales de beneficio tripartito. Como recuerda otro artículo de The Economist,4 “los primeros vehículos Ford se ensamblaron en Canadá hace 120 años, y la firma abrió una fábrica en México dos décadas después”, una dinámica de integración que se profundizó con el acuerdo de libre comercio con Canadá en 1965 y con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994 (que fue reemplazado por el Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá en 2020).
Como consecuencia, el año pasado fueron aproximadamente 3,6 millones de automóviles los que se importaron desde sus dos vecinos, lo que representa cerca de la mitad de las importaciones estadounidenses medidas en términos de su valor.
Como fue analizado un mes atrás, además de su importancia cultural, la industria automotriz genera el 11% de la producción manufacturera total estadounidense, lo que implica que son más de diez millones de empleos los que están asociados al sector, sea de forma directa o indirecta. Para ello, Estados Unidos se nutre del suministro de autopartes proveniente de Canadá (13%) y México (42%), por lo que la alteración de estos flujos intrabloque supondrá una importante desventaja comparativa frente a su principal rival geopolítico.
De acuerdo con las primeras estimaciones, esto implicará un incremento –promedio– de aproximadamente 2.500 dólares por automóvil (afectando la demanda). Además, el aumento de los costos podría suponer el cese de actividades para algunos productores, agudizando aún más el impacto inflacionario producto de la caída de la oferta.
Desde el punto de vista del gobierno, la Tax Foundation, un think tank con sede en Washington dedicado al estudio de las políticas fiscales, estima que las nuevas acciones proteccionistas podrían aportar un poco más de 100.000 millones de dólares al año, lo que constituye aproximadamente el 2% de la recaudación total del gobierno federal.
Las represalias
Tanto Canadá como China anunciaron medidas espejo, como habían advertido en su momento. En el primer caso, los aranceles se introducirán de forma escalonada y afectarán las importaciones de productos valorados en 155.000 millones de dólares.
En el caso de China, se anunciaron gravámenes adicionales del 15% a las importaciones de pollo, trigo, maíz y algodón, y del 10% para otros alimentos, que van desde la soja hasta los lácteos. Complementando lo anterior, el Ministerio de Comercio anunció que 15 empresas estadounidenses ya no estarían autorizadas a comprar productos de China en ausencia de permisos especiales.
Por su parte, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, indicó que anunciará las medidas arancelarias y no arancelarias que adoptará el país el próximo domingo.
Otros caminos posibles
Como señaló el reputado economista Dani Rodrik, y más allá de lo que es esperable, “no está claro por qué las represalias deben considerarse normales y deseables cuando los aranceles que las desencadenan se consideran (correctamente) una locura”.5 Básicamente, esto se explica por una “verdad” que Trump ha decidido ignorar de manera sistemática, y es que los aranceles “se pagan principalmente en casa”.
Esto no implica que la protección comercial “selectiva” pueda generar en algunos casos resultados positivos para el país que la aplica, cuando se enmarcan en una política más amplia de desarrollo o de cuidado ambiental. Además, dado el enfoque de “matón de secundaria” con el que se maneja el mandatario estadounidense, nada debería hacernos pensar que el “ojo por ojo” pueda conducir a otra cosa que no sea un recrudecimiento del proteccionismo a nivel global. En otras palabras, las represalias anunciadas por los países afectados solamente “alimentarán más sus quejas infundadas”, provocando una reacción más virulenta en una segunda ronda de medidas.
Debe tenerse presente también que, dada la escala, la capacidad de México y Canadá para trasladar parte de los costos a Estados Unidos es significativamente menor que en el caso inverso.
Volviendo a la referencia del “matón de secundaria”, Rodrik escribe: “Imagina que te enfrentas a un agresor que te ataca sin ningún motivo aparente. Parece enfadado y se golpea a sí mismo con cada movimiento brusco del brazo. ¿Qué deberías hacer? Podrías responder de la misma manera e imitar lo que está haciendo, pero eso sería igualmente una locura, ya que te estarías haciendo aún más daño en el proceso. La mejor estrategia, entonces, es minimizar el daño manteniéndote lo más lejos posible del agresor y esperando a que se golpee a sí mismo y se desplome en un rincón”.
Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo, dado que ninguna economía tiene la capacidad actualmente de aislarse de Estados Unidos. El tema pasa entonces por la mitigación de los daños: todos sufriremos el embate proteccionista de la avanzada trumpista, pero los daños serán mayores para todos si caemos en la misma lógica. “Usted es libre de destruir su propia economía; nosotros no planeamos hacer lo mismo. En cambio, recurriremos a otros socios comerciales más confiables, muchas gracias”, es la conclusión que deriva del análisis de Rodrik. Lamentablemente, no parece ser el caso.
También podrían, por ejemplo, adoptar medidas en respuesta por fuera de la órbita comercial. Por ejemplo, Gabriel Zucman, economista perteneciente a la Escuela de Economía de París, sugirió la imposición de un impuesto a la riqueza a Elon Musk, condicionando el acceso de Tesla al mercado en función de su pago. Este enfoque, además de evitar la profundización de la lógica proteccionista, cuenta con la ventaja de generar beneficios fiscales directos para el país que lo aplique.
Otro timing
Cuando inició esta guerra comercial, hace más de siete años, la situación de la economía estadounidense era más favorable que la de hoy, un factor que pudo haber mitigado parcialmente el impacto negativo. Además, había excluido del alcance de las restricciones comerciales varios productos chinos, como las computadoras, los juguetes y los teléfonos inteligentes, justamente para evitar lesionar el bolsillo de los consumidores estadounidenses.
Hoy en día, las perspectivas económicas de la potencia occidental son más delicadas y las expectativas comienzan a recoger el aumento de la incertidumbre (productores) y la preocupación sobre el repunte inflacionario (consumidores). En particular, y dada la situación actual de las finanzas públicas, los recortes impositivos prometidos podrían ser menores a los que esperan las empresas, siendo insuficientes para compensar el incremento de los costos, que es inherente a la aplicación de estas barreras comerciales, y limitando por esa vía la inversión.
Naturalmente, lo anterior también vale para el resto del mundo (en particular para China), que desde el inicio de esta guerra comercial ha absorbido el impacto de múltiples shocks que han afectado negativamente el crecimiento, la inflación y las finanzas públicas (lo que limita el margen de reacción con medidas contracíclicas).
Como escribió décadas atrás el economista austríaco Friedrich Hayek, premio Nobel de Economía en 1974: “Una cosa que ha sido entendida, al menos por las personas más responsables, es que nada hizo más para intensificar la depresión de la década de 1930 que el regreso al proteccionismo. Todavía no he encontrado a nadie que, una vez que se le haya recordado este hecho, siga creyendo que podría ser necesario reintroducir la protección”. En ausencia de un cambio de lógica, el pasado podría repetirse.
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“Donald Trump 2.0”. la diaria. ↩
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“Trump’s new tariffs are his most extreme ever”. The Economist. ↩
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“The Dumbest Trade War in History. Trump will impose 25% tariffs on Canada and Mexico for no good reason”. The Wall Street Journal. ↩
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“How Trump’s tariffs could crush American carmakers”. The Economist. ↩
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“How Not to Respond to Trump’s Tariffs”. Project Syndicate. ↩