Gabriel Laufer es biólogo y trabaja en el Área Biodiversidad y Conservación del Museo Nacional de Historia Natural. Desde hace más de una década se dedica al estudio de las especies exóticas invasoras, en particular de la peligrosa rana toro. Los expertos sobre especies invasoras coinciden en la necesidad de erradicarlas, ya que son responsables en gran medida no sólo de la extinción de especies nativas a lo largo y ancho del globo, sino también de la homogeneización biótica, lo que implica la pérdida de biodiversidad. Pero la erradicación de estas especies implica, más aun cuando se trata de animales, el dilema ético de tener que “matar para conservar”. ¿Estamos preparados como sociedad para dar muerte a animales como la rana toro o el ciervo axis para que no mueran otras especies de anfibios y ciervos nativos ni provocar daños irreversibles a nuestros ecosistemas? Laufer realizó una encuesta a casi 700 personas involucradas en el tema y las respuestas que obtuvo son alarmantes.
Combatir a las especies invasoras no es una obsesión de biólogos como Laufer o un tema del que haya tomado nota sólo la academia. Nuestro país ha firmado el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), e incluso es signatario de las Metas de Aichi para la Diversidad Biológica que se enmarcan dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas que, en la meta número nueve, proponen que “para 2020, se habrán identificado y priorizado las especies exóticas invasoras y vías de introducción, se habrán controlado o erradicado las especies prioritarias, y se habrán establecido medidas para gestionar las vías de introducción a fin de evitar su introducción y establecimiento”. Por si fuera poco, la Estrategia Nacional para la Conservación y Uso Sostenible de la Diversidad Biológica del Uruguay 2016-2020 de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama-MVOTMA) se plantea como objetivo no sólo prevenir nuevos ingresos sino erradicar las especies invasoras existentes. Y el asunto es que para erradicarlas, muchas veces la única vía es matar al invasor. Cuando se trata de plantas (la mayoría de las especies invasoras de nuestro país pertenecen al reino vegetal) la erradicación no representa mayores problemas éticos: las plantas no tienen sistema nervioso ni ojos para mirarnos aterrorizadas cuando las exterminamos. Con los animales el tema es distinto. Y si se trata de vertebrados, el tema es aun más delicado, tanto por lo que la ciencia nos dice sobre la capacidad de los animales de sufrir como por la resistencia de animalistas y amantes de la naturaleza a dar fin a otro ser vivo, por más loable que sea el objetivo.
Buscando determinar dónde estamos parados, Laufer llevó adelante una encuesta para estudiar “la parte ética de la conservación y en particular, saber si la gente estaba dispuesta a matar animales para poder solucionar el problema de las especies invasoras”. Antes de que diga nada, Laufer me aclara que “es un tema terrible. A nadie le gusta matar animales”, pero reconoce que ese rechazo a dar muerte a otros seres vivos puede ser útil: “Si vos me obligás a llegar a ese punto, entonces en el futuro voy a tener mucho cuidado de que no vuelva a entrar un animal peligroso para el ambiente del país, porque me vas a volver a hacer enfrentar este dilema”. La encuesta online estuvo dirigida a unas 700 personas de distintas ONG, investigadores, centros de formación, gestores ambientales y a miembros de páginas y grupos de redes sociales dedicados al medio ambiente, la conservación o a la naturaleza, y se llevó a cabo del 13 de julio al 8 de agosto de este año. Al respecto del grupo seleccionado, Laufer dice que no envió el formulario al público en general “porque ahí requería otros tipos de muestreo. Además, en parte ese público que tiene un interés por los animales y la naturaleza es el que luego mueve un poco al resto de la opinión pública”.
Decir versus hacer
En la encuesta se les planteaba a los participantes si aceptaban “el uso de medidas de control que implican sufrimiento animal” pudiendo los encuestados optar por la no intervención o la no matanza, por medidas de control que eviten las matanzas, por matanzas deportivas de caza y pesca, por explotaciones comerciales, y, por último, por matanzas masivas de control o erradicación sobre nueve animales altamente invasores de nuestro país: dos especies de rata (Rattus rattus y R. norvegicus), el caracol rapana (Rapana venosa), la carpa (Cyprinus carpio), la rana toro (Lithobates catesbeianus), el jabalí (Sus scrofa), la liebre europea (Lepus europaeus), el estornino pinto (Sturnus vulgaris) y el ciervo axis (Axis axis). Lo primero que señala Laufer sobre los resultados de la encuesta es que “a pesar de ciertas diferencias, las tendencias son comunes entre los distintos grupos. A ninguno le gusta matar animales, pero cuanto más carismático o más parecido es el animal a nosotros, menos les gusta”. Las preguntas iban acompañadas por la foto de cada uno de los animales en cuestión, lo que seguramente impactaba en los encuestados. Pero para sorpresa del biólogo, el criterio para oponerse a la matanza no era del todo racional. Uno puede aceptar que matar a un caracol como la rapa no merezca tanta oposición como dar muerte a un ciervo axis. Pero el límite no está entre los mamíferos o los invertebrados. “Los mamíferos y las aves son muy carismáticos. Pero no todos”, señala Laufer, que luego explica: “Tenemos dos especies de ratas invasoras en Uruguay y nadie tiene problema en matarlas, ni los animalistas, ni los profesionales, ni los gestores. Pero los problemas aparecen cuando hablamos de matar a un ave carismática, como es el estornino pinto, que es una especie que hace unos años estaba en Buenos Aires y hoy la podemos ver en grandes cantidades en el Parque Rodó. Es un ave muy bonita, y entonces la gente pone más resistencia”. El animal más carismático de los invasores de nuestro país resultó ser, previsiblemente por su parecido a Bambi, el ciervo axis: “Todos los grupos encuestados se oponen en mayor cantidad a su matanza”.
Los resultados evidencia la gran complejidad de la temática. “El público entiende que las especies exóticas son una amenaza para la conservación de la biodiversidad en el Uruguay, entienden también que debemos erradicarlas o al menos controlarlas, entienden que nuestro país no está implementando medidas fuertes al respecto, pero cuando se habla de aplicar métodos de control que impliquen la matanza del animal, se da un cortocircuito, entran en contradicción”, señala Laufer, que en breve editará un artículo al respecto en una publicación de la Comisión Honoraria de Experimentación Animal (CHEA). Para el biólogo es entendible que la gente no quiera causar sufrimiento a los animales. Pero para él, el asunto es claro: “No hacer nada también es tomar una decisión”. Así lo explica: “Tenemos una especie invasora, por ejemplo la rana toro. Y no quiero hacer nada porque no quiero matarlas. Pero al no hacer nada estoy generando extinciones locales, desaparición de especies, cambios del hábitat” y entonces lanza preguntas que derriban esquemas: “Si vos lo pensás desde el lugar de las especies que ya estaban viviendo ahí anteriormente, ser el último de tu especie en tu charco, ¿no es infligir sufrimiento animal? Que haya un depredador gigante en tu charco, ¿no es sufrimiento animal? Después está el valor de lo que perdemos todos al perder biodiversidad. ¿Eso no es también sufrimiento?”.
Laufer es tan elocuente como apasionado por el tema. Sin embargo, no tiene ni enojo ni rencor. Busca el diálogo con quienes, con buena intención, buscan evitar el sufrimiento de los animales invasores. “El dilema es que no hacer nada significa hacer algo”, dice y agrega: “No hacer nada es una decisión que también va a generar un sufrimiento sobre otros organismos y sobre una comunidad. Una comunidad es un organismo más grande. Entonces, si vamos a deshacer a ese organismo más grande por no matar animales, es una decisión que tenemos que tomar como sociedad”. Él, por supuesto, que está a favor del trato humanitario hacia el resto de los seres vivos, pero es consciente de que “no es lo mismo trabajar con animales en condición de laboratorio, donde todo esta controlado, que tratar de erradicar a una cabra de las que hay en la Quebrada de los Cuervos, que está en la punta de una sierra, metida adentro de un monte y que corre como loca, a la que no puedo llegar e inyectarle un anestésico. Tenemos que adaptar las medidas del bienestar animal al control de especies exóticas”. Laufer conoce muy bien el tema. Como especialista en ranas toro —fue él quien dio la alerta de su presencia invasora en nuestro país en 2005— ha realizado algunas jornadas de concientización con la población de Aceguá en la que se ha hecho recolección de adultos y renacuajos. “Cuando hicimos la jornada de pesca de ranas toro le enseñamos a la gente la forma más rápida de matarlas”, me dice al tiempo que confiesa saber “que es algo que alguien nos puede cuestionar”. Le pregunto cómo las mataban y noto cierta incomodidad. Pero sabe que tiene que hablar con franqueza del tema: “A la gente le mostramos de qué forma hay que darle un golpe en la cabeza para desnucarla y que rápidamente salga de contexto y muera”. Esa no es la forma habitual con la que ha lidiado con el problema: “Cuando nosotros las pescamos tenemos pronto un recipiente con una solución de anestésico, las ponemos ahí y enseguida mueren, lo que supuestamente no implica sufrimiento. Ese anestésico está recomendado por la CHEA y aceptado a nivel internacional. Pero hay que ver cómo adaptás eso a un pescador o a alguien que está colaborando. Porque además si le pone anestésico, luego no la pueden comer”. Es que en el caso de la rana toro, que fue introducida al país para producir ancas de rana, matarlas para consumo tiene el plus de que la muerte del invasor tiene un provecho nutricio.
El científico entiende que el problema es social y cultural. “Estamos en medio de un proceso que implica un cambio sobre qué es la conservación. Hasta no hace mucho tiempo nuestro Parque Nacional era el Parque Roosevelt y contribuir con el medio ambiente era plantar pinos. Por un lado estamos saliendo de esas concepciones viejas, pero por otro lado, la misma gente que la conservación educó para que tenga una afinidad con los animales, ahora se pasó para el otro lado”. Lo miro extrañado, y aclara solito: “Esa idea de la foto de un hombre abrazando a un panda como conservación hoy debiera ser un hombre abrazando a un ecosistema. La escala en la que se trabajó en conservación llevó a que los niños en la escuela aprendieran que hay que querer a los animales, y hoy hay gente que confunde cuidar perros o gatitos con temas de conservación. Está bárbara la empatía con perros y gatitos, pero es no es conservar nada”. Todo se remite a un tema de escala: “Las personas que liberan animales en cualquier lugar piensan en una escala de individuos. El amor que tienen con la naturaleza es conectarse con un individuo, entonces ayudan a ese individuo, sea un perro, un conejo, un caballo o una tortuga morrocoyo. Pero ese pensar en los individuos puede tener un costo muy grande cuando uno se abre en escala y piensa en el sistema”. Por raro que parezca, por más que hable de matanzas y exterminio completo de poblaciones, en el fondo Laufer habla de amor: “El amor que uno tiene por la naturaleza hay que llevarlo a una escala más alta para que cubra a todo un ecosistema, a un paisaje, y dentro de eso sí vas a ayudar a un montón de individuos que evolucionaron en ese lugar y que son parte del funcionamiento de ese ecosistema”.
Quiénes participaron en la encuesta
285 amantes de la naturaleza y los animales | 131 profesionales especializados en temáticas ambientales | 98 investigadores en temáticas ambientales | 76 miembros de ONG ambientalistas | 73 miembros de organizaciones de gestión
Total de encuestados: 663
81,7% consideró que las especies exóticas invasoras son una importante amenaza a la conservación de la biodiversidad en Uruguay
87,1% consideró que las invasiones biológicas deberían controlarse
¿Está de acuerdo con utilizar métodos de control que impliquen la remoción y matanza de animales exóticos invasores? 54% No | 46% Si.